viernes, septiembre 23

La púa



Quizá alardeemos de un currículo cuajado de logros y talentos descollantes en el área de nuestras ocupaciones, pero si al momento de apersonarnos con la carpeta manila terciada bajo el brazo para aspirar a una plaza en la empresa de nuestros sueños, y dentro de ésta -¡Dios nos libre!- carecemos de una púa… olvídalo, nos jodimos. Sí: lo del amiguismo es un tema feo, una aviesa maniobra echada a andar durante la persecución de deseos de toda índole, pero cuya eficacia nadie pone en duda: sin la oficiosidad de una palanca, el contacto, el “quien me la mueva”, una segunda, el amigo influyente, la “ayudita” y el no menos práctico “empujoncito”… en fin, sin una púa, muchas de nuestras ambiciones se irán directo al viscoso barrizal del olvido.
El fenómeno es recurrente en todo ámbito. Nuestro historial crediticio figurará sin tacha en los anales bancarios, aunque si nos encontramos desguarnecidos de una amiga que es tía del vecino cuya esposa da clases en el mismo kindergarten donde estudia el hijo del gerente, despídete de ese crédito. Y en el arte de seducir la púa es una herramienta de primer orden: la posesión de una figura exquisita es picaporte que abre muchas puertas, pero la táctica se verá coronada si con la presa a cautivar se comparte un amigo o amiga en común que glose a sus oídos nuestros dotes para la cocina o el humor, o esta naturaleza caritativa nuestra que olvídate de la Madre Teresa de Calcuta.
Numerosos talentos han pasado por debajo de la mesa al encontrarse desprovistos del concurso de una púa, y un compadre investido de influencias en el medio hospitalario salva más vidas que la Cruz Roja. Y es que hasta para entrar al cielo echamos mano de un santo intercesor que nos haga la segunda con San Pedro porque, que quede claro, sólo el infierno no precisa de intermediarios. Con uno mismo basta. De modo que quien denigre del buen uso de la púa, así opina porque –pobre ser- carece de un bienhechor estratégicamente enchufado (la Santa Sede no dudaría en beatificar a quien demuestre haberse negado a recibir los favores servidos por una mano amiga y muy bien conectada).
Y ahora un consejo que es pura pulpa salomónica: nunca desestimar a ese mortal al que recién le estrechamos la mano, que el mundo da muchas vueltas y dicho don nadie mañana podría constituirse en una púa preclara. Tampoco, es obvio, rehusarse a servir de púa de un tercero: en el negocio de los favores, toda cortesía es una inversión.
Yo, siempre ajeno a los prejuicios ¡exijo mi púa ya! Y a través de las presentes líneas, ofrezco mis brazos para conducir hacia la pila bautismal a los hijos de los encargados de casting de las telenovelas y a los de los altos funcionarios de Cadivi, colocando a su disposición mi desprendida amistad y un infinito reservorio de gratitud.

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