jueves, septiembre 22

Rebelión

Mediante un sistema de mensajes que nunca sería descubierto, los portavoces de la insubordinación divulgaron la orden hasta la más recóndita esfera: no abandonar la guarida, olvidarse del mundo exterior. “¡De aquí no nos movemos más!”, decretó incontrovertible uno los cabecillas del motín a través de cual los espermatozoides se declaraban en huelga indefinida.
- Caballeros, hasta aquí llegamos –alentaba el líder a la multitud reunida en la bola izquierda de un recaudador de impuestos-. Para quienes ignoran la suerte que nos acecha, les informo que nuestro hábito de correr hacia la salida no es más que una estupidez. Según informaciones dignas de todo crédito, allá afuera sólo nos esperan conflictos, odio, intolerancia, pesadumbre y pare usted de contar. Y eso para quienes sean favorecidos por la providencia; pues a la mayoría de nosotros nos aguarda un destino aún más siniestro, ya sea abandonados a nuestra suerte sobre las baldosas de la ducha, o como prisioneros en un envoltorio de látex arrojado sin miramientos al tobo de la basura.
- ¡Qué mala leche! –vociferó uno de entre la muchedumbre en paro.
Las órdenes fueron establecidas meticulosamente. Cuando el oleaje fluyera desde las cuevas subterráneas para barrerlos contra su voluntad hacia el exterior, los espermatozoides insubordinados habrían de sujetarse con todas sus fuerzas a las paredes de la galería o entre las grietas cavernosas, nadando a contracorriente de lo que hasta ahora había sido el río de la vida. Pese a la anuencia que disfrutó la conjura en un principio, los ortodoxos procuraban huir hacia la libertad, situación resuelta con el establecimiento de barricadas más el envío de espías hacia los focos insurreccionales cuyos miembros, sorprendidos en plena deserción, eran ejecutados sin que mediaran fórmulas de juicio. El terror fue propagándose y cada vez eran menos los desadaptados que respondían a los cantos de sirena provenientes del mundo prohibido.
Desde el inicio de la revuelta, pocas hembras humanas lograron quedar encinta y el mundo científico, atónito por el misterio, designó a sus notables para estudiar soluciones, todas ellas infructuosas. El desconcierto produjo conjeturas de armas biológicas esparcidas por naciones enemigas para diezmar a la población, suspicacia que recrudeció las conflagraciones hasta niveles nunca vistos. Los espermatozoides emisarios (tras asomarse al ojo del pipí de los señores que miran la televisión desnudos) regresaban al interior para comunicar las angustiosas novedades, que encarnizaban el propósito de los rebeldes a permanecer calientitos en su madriguera, ya sea jugando bingo o al quemao.
A medida que progresaba el fin, las maternidades y las clínicas de obstetricia fueron clausuradas una a una; cuando los últimos niños crecieron sus pediatras, para mantener la clientela, incursionaron en el rubro geriátrico mientras el desplome en las ventas de pañales y de biberones hizo que las compañías del sector migraran sus capitales hacia la industria armamentista. No tardaría el momento en que la raza humana envejeciera apagándose definitivamente; mientras los óvulos –a la espera dentro de su profundidad oscura e inoperante- bostezaban muertos del aburrimiento, y un poco tristes porque así es la nostalgia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hahaha, no tengo palabras.. Está buenisimo