martes, septiembre 27

Un trabajador ejemplar



George se levanta muy temprano en la mañana, cepilla sus dientes, toma café y anuda alrededor de su cuello la corbata que eligió con mucho cuidado la noche anterior. Los jefes alaban constantemente la nobleza de George. Es el primero en llegar y el último en marcharse de la editorial neoyorquina donde labora como corrector de pruebas desde hace treinta años, sin haberse ausentado ni una vez por razones de salud o cualquier otra estudiada excusa que los trabajadores inescrupulosos esgrimen para eludir su responsabilidad.
Tal es la entrega de George, que desde el primer día se negó a abandonar su escritorio para irse a almorzar con sus compañeros. Saca de su maletín un sanduche de tocino con mayonesa, engullendo mansamente mientras disipa imprevistos laborales. Tampoco recibe llamadas telefónicas de amigos, familiares, hijos, esposa o amantes; siempre ajeno a distracciones que lo sustraigan de la tarea a cumplir.
Nunca ha solicitado un aumento de sueldo, ni si le ve chismoseando la intimidad de sus vecinos de cubículo, quienes, apartados por la muralla de discreción que George mantiene alrededor de su vida, ignoran en qué ocupa el tiempo libre. Tanta reserva genera suspicacias y algunos conjeturan en George el padecimiento de un singular trastorno que circunscribe sus relaciones a la docena de gatos reunidos en la sala de su casa. Otros le atribuyen extenuantes vicios nocturnos; mientras los maliciosos del sindicato dicen que se trata de un jalabolas instalado allí por la gerencia para espiar a sus compañeros, tesis robustecida por ser George el destinatario invicto del botón dorado que anualmente la empresa cuelga sobre la solapa de tan insigne servidor.
Se inicia otra jornada y George, como de costumbre, es el primero en llegar a su sitio de trabajo, sin que nadie espere desde su cubículo una palabra de camaradería. Así transcurre la semana. Hasta el sábado (George suele ir a la oficina algunos fines de semana), cuando la señora encargada de la limpieza irrumpe y le solicita al virtuoso empleado que por favor mueva los pies para ella pasar la aspiradora por debajo del escritorio.
El resto se sabe por la agencia de noticias Reuters: “El pasado sábado George Turklebaum, de 51 años, falleció en su puesto de trabajo de un ataque al corazón, y durante cinco días su cadáver permaneció sentado en la silla, sin que ninguno de los veintitrés compañeros de oficina se extrañase de su silencio”.
Su jefe, Elliot Wachiaski, declaró: “Era un trabajador ejemplar”, frase que, junto a los botones dorados, aderezó el imponente arreglo floral costeado por la compañía para el sepelio de George.

1 comentario:

Bandera Negra dijo...

George era un poco excéntrico. Lo ultimo que recuerdo de George es pensar en lo estrambótico de George cuando dijo que pensaba suscribirse a una revista

pienso que newsweek

salud,

Bandera Negra

ps. ¿alguien sabe si encontraron la promoción dle millón de dólares?