domingo, diciembre 11

Chopin para el bolsillo



Siempre creí que la música de fondo en los restaurantes encerraba como único objetivo proveer un ambiente favorable a la degustación y la charla amena, cuando el propósito oculto de esa melodía que se mezcla con el trinchar de los cubiertos no es otro que hacer que el comensal se baje de la mula con mayor derroche: según un estudio de la Universidad de Leicester, Inglaterra, divulgado por la agencia noticiosa DPA, sentarse a la mesa de un restaurante guarnecido por un acorde de Beethoven o Mozart, sumerge a los presentes en un aire de distinción y bonanza que incrementa el consumo hasta en un 15% más que si se estuviese escuchando un hip hop o una ranchera.
Los venezolanos hemos ido más allá. Hace semanas, al entrompar el carrito por el pasillo de las golosinasde en un automercado de la urbanización Santa Fe, me topé con un piano de cola tañido diestramente por Óscar Maggi, de 65 años de edad, y quien con virtuosismo ameniza el momento cuando las señoras tantean la consistencia de los melones o requieren del charcutero una ración de queso de bola.
Carezco de pruebas para decir que colocar a un pianista en un supermercado sea una idea original de los propietarios de este establecimiento, o si la iniciativa efectivamente promueve el consumo; pero nadie discute que la presencia de Maggi en sector colindante a las cajas registradoras ayuda a los asiduos a calmar los nervios y mantener la compostura. Por que, dígame usted si no es de mal gusto andarse quejando del precio de las cebollas cuando en el aire fluye Chopin o echar pestes porque la azúcar no se consigue mientras a nuestras espaldas el maestro resuelve Así cantó Zaratustra. Y si, como es mi caso, ir de comprar supone dejar en los estanques muchos de los productos deseados, con Maggi de fondo el trance se pasa con cierto esteticismo y la derrota sufrida en caja asume un aire operático, que sobrevivir como clase media es hoy otra rama de las bellas artes, proeza digna del Teresa Carreño.
Una tasca o discoteca sin música es una licorería, mientras en ciertas funerarias colocan temas reposados como superflua almohadilla del dolor. Desde los parlantes de Quinta Crespo se escuchan salsas y vallenatos porque para muchos ir al mercado es ya una fiesta, y si el presupuesto admitió pescado y frutas, es lógico que el acompañamiento sonoro se ajuste al cimbreo de la cadera con que las amas de casas abandonan triunfantes el local. De allí que abogo por la expansión de esta práctica y que un violinista amenice nuestro paso por la tintorería, o que la espera para cancelar el recibo de la luz sea ambientada con el acierto de un arpista. Que si bien una musiquita de fondo no ayuda a pagar la cuenta, al menos dificulta que los otros clientes adviertan el temblor de nuestra voz cuando preguntemos en caja, tiritando de nervios, cuánto es la cosa.

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