jueves, septiembre 29

Hello Kitty en el Buzón



Al abrir el archivo adjunto enviado a mi correo electrónico, se despliega a full pantalla la imagen de un oso frontino con la cara tristísima más un cartelito que reza: “Si estás triste…”; el osito se esfuma y emerge en su lugar una palomita y un segundo cartel: “…y no tienes compañía”, para seguidamente surgir algún otro bicho con el semblante igual de consternado y la leyenda “…o piensas que la vida es oscura”. Y así continúa el culebrón mexicano hasta que al término de un par de segundos que demoran una eternidad, aflora la imagen de un querubín envuelto en corazones y el escrito de remate: “Disfruta cada hora y sonríe… (bla, bla, bla, bla) que la vida es bella”. Sí, claro, la vida es bella. Hasta que aparece en tu correo electrónico una proclama de cursilería que alguna mente retorcida (y, sobre todo, ociosa) envió sin consulta previa.
Correos electrónicos no solicitados hay de toda calaña. Están los publicitarios, mejor conocidos como spam, que borro de un plumazo sin remordimiento alguno; se han puesto de moda los de tinte político por medio de los cuales los partidarios de uno u otro bando esparcen deliciosas leyendas como que en las maternidades públicas siembran microchips en el cráneo de los recién nacidos o que los militares que resisten las manifestaciones traen en sus bolsillos bombas atómicas. Confieso que en mí se activa un nervio supersticioso cuando borro los de tipo cadena, esos que, a modo de venganza, si omitimos reenviarlos a otras diez víctimas tocarán a nuestra puerta escalofriantes desgracias. Pero son los mails rosa, como escritos a cuatro manos entre Hello Kitty y Dekpra Chopra, los francamente bochornosos.
El remitente es casi siempre un conocido que, sin consentimiento alguno, decidió cursar hacia nuestro buzón un mensaje en formato Power Point, letra caligráfica e impregnado en jazmines. Y lo peor es que el día en que nos topemos por ahí con el pimpollo, casi luego del saludo este preguntará imbuido en un aura bienhechora: “¿Viste el mail que te envié, el de la palomita?”. Y uno, poniendo cara de que aquella prosopopeya nos restituyó el gozo de vivir en el preciso instante en que colgábamos la soga al techo, respondemos como un bolsa: “Ay, sí… ¡Pero que ternura!”. No podemos exigir que no nos envíen más pendejadas de ese tipo porque, además de labrarnos reputación de insensibles, el conocido puede que hasta nos quite el habla luego de tamaño desprecio, aunque él o ella -fuera de la red- sea un bicho de temer. Lo sostengo: cuídate de aquellos redentores que aspiren lavar sus culpas en las aguas de tu nombre, porque ellos serán los primeros que al menor desliz te meterán de cabeza hasta el fondo.
Quizá en ciertos destinatarios los correos vivificantes surtan algún efecto; pero, en lo que a mí concierne, a quien esté interesado en redimirme la existencia lo exhorto, sí, a que me envíe un mail… pero consultando mi número de cuenta bancaria. Que yo, con todo gusto, responderé de inmediato añadiendo la cifra de la cuota del carro o aquella que cada quince y último debo parir para medio llenar la nevera.

martes, septiembre 27

Un trabajador ejemplar



George se levanta muy temprano en la mañana, cepilla sus dientes, toma café y anuda alrededor de su cuello la corbata que eligió con mucho cuidado la noche anterior. Los jefes alaban constantemente la nobleza de George. Es el primero en llegar y el último en marcharse de la editorial neoyorquina donde labora como corrector de pruebas desde hace treinta años, sin haberse ausentado ni una vez por razones de salud o cualquier otra estudiada excusa que los trabajadores inescrupulosos esgrimen para eludir su responsabilidad.
Tal es la entrega de George, que desde el primer día se negó a abandonar su escritorio para irse a almorzar con sus compañeros. Saca de su maletín un sanduche de tocino con mayonesa, engullendo mansamente mientras disipa imprevistos laborales. Tampoco recibe llamadas telefónicas de amigos, familiares, hijos, esposa o amantes; siempre ajeno a distracciones que lo sustraigan de la tarea a cumplir.
Nunca ha solicitado un aumento de sueldo, ni si le ve chismoseando la intimidad de sus vecinos de cubículo, quienes, apartados por la muralla de discreción que George mantiene alrededor de su vida, ignoran en qué ocupa el tiempo libre. Tanta reserva genera suspicacias y algunos conjeturan en George el padecimiento de un singular trastorno que circunscribe sus relaciones a la docena de gatos reunidos en la sala de su casa. Otros le atribuyen extenuantes vicios nocturnos; mientras los maliciosos del sindicato dicen que se trata de un jalabolas instalado allí por la gerencia para espiar a sus compañeros, tesis robustecida por ser George el destinatario invicto del botón dorado que anualmente la empresa cuelga sobre la solapa de tan insigne servidor.
Se inicia otra jornada y George, como de costumbre, es el primero en llegar a su sitio de trabajo, sin que nadie espere desde su cubículo una palabra de camaradería. Así transcurre la semana. Hasta el sábado (George suele ir a la oficina algunos fines de semana), cuando la señora encargada de la limpieza irrumpe y le solicita al virtuoso empleado que por favor mueva los pies para ella pasar la aspiradora por debajo del escritorio.
El resto se sabe por la agencia de noticias Reuters: “El pasado sábado George Turklebaum, de 51 años, falleció en su puesto de trabajo de un ataque al corazón, y durante cinco días su cadáver permaneció sentado en la silla, sin que ninguno de los veintitrés compañeros de oficina se extrañase de su silencio”.
Su jefe, Elliot Wachiaski, declaró: “Era un trabajador ejemplar”, frase que, junto a los botones dorados, aderezó el imponente arreglo floral costeado por la compañía para el sepelio de George.

lunes, septiembre 26

Misión Osmel


A ningún libretista en su sano juicio se le ocurriría escribir una telenovela que lleve por nombre “Qué inteligente se puso Lola” o “Cosita Summa Cum Laude”. Sería un fracaso abrumador porque lo de “Mi Gorda…” se mitigó con lo de “Bella”, pero… ¿Mi Gorda Sabihonda? ¡Jamás! Y es que las telenovelas son el cristal donde brilla lo que somos: aquí -unos más, otros menos- todos deseamos estar buenas o buenos. Ser una miss o un mister representa el sueño acariciado por millares de compatriotas desde la más tierna infancia, incluso antes de aprender a escribir, presumiendo que si alcanzada cierta edad la naturaleza favorece con un físico cautivador, ya el mandado está hecho y lo de abrir un libro podría interpretarse como un capricho inocuo.
Por eso afirmo que alfabetizar y graduar bachilleres como objetivos de las misiones ideadas por los planificadores gubernamentales, deberían ceder sus recursos a la implementación de un anhelado proyecto nacional que nos haga verdaderamente felices y el cual contaría con la venia hasta del más obcecado miembro de la oposición (recuerden que, si de instituciones se trata, el Miss Venezuela -1952- le lleva años de antigüedad ininterrumpida a nuestra democracia). El proyecto al que aludo podría llamarse, no faltaba más, Misión Osmel, en honor a ese prócer que ha cincelado como nadie que hoy descanse en el Panteón Nacional, los rasgos categóricos de nuestra idiosincrasia.
Las razones que inspiran dicha iniciativa son elocuentes: el mundo reconoce la guapura de los venezolanos y las venezolanas… pero tampoco es que sean todos. Debemos admitir la existencia de miles y miles de compatriotas genéticamente damnificados, quienes -producto de décadas de injusticia estética- continúan sufriendo los embates de la exclusión facial. Sólo las elites han tenido acceso a las cirugías plásticas y la imperiosa lipoescultura es un privilegio de las clases pudientes, atropello que ha profundizado las desigualdades cosmetológicas y cutáneas en un pueblo al que por quinquenios se le negó su derecho a las pastillas adelgazantes. Para revertir esta iniquidad que condena a muchos coterráneos a la postración física, entre las acciones a ejecutar mediante la Misión Osmel, sugiero:
- Ya es un tímido comienzo invitar a los mercados populares a profesionales del corte de cabello, pero debemos ir más allá con sesiones de mesoterapia y bronceados en cabina; así como incluir en la Cesta Básica productos de primerísima necesidad tales como fajas de yeso y el indispensable Abtronic (exento de IVA).
- Para acelerar la administración de justicia, poner los tribunales del país a cargo de los jueces de los certámenes de belleza cuyas decisiones son siempre tan acertadas.
- Incluir en los niveles básicos de la escolaridad materias clave como Modelaje I y II, Pasarela; y Corte y Costura de Traje Típico.
- Publicar un decreto que exija a las entidades bancarias ofrecer entre sus rubros crediticios financiamiento para liposucciones y rinoplastias, cuyas secuelas llevarían a que ningún descreído venga a estar diciendo por ahí que ésta no es, efectivamente, la revolución bonita.

domingo, septiembre 25

Películas sin humo


Recuerdo con tristeza cuando en los cines se prohibió fumar. Mucha de la magia cinematográfica se perdió esa noche. Irrumpía la protagonista en su apartamento sin advertir que a sus espaldas espiaba el asesino, y de inmediato uno conducía los dedos hacia el bolsillo en procura de la cajetilla para sobrellevar aquel momento de nerviosismo como mejor puede sobrellevarse un momento de nerviosismo: con un cigarro pendiendo de la boca. O, transcurrida la escena amorosa y a los amantes se les veía, ya exhaustos, hundidos en la humareda post orgásmica, yo aspiraba a su mismo ritmo, aproximándome con cada inhalación a la orilla de aquel lecho como si el asunto hubiese sido un menage a trois. Ya no. Ahora me resigno a que concluya la película para, camino al auto, devorar el cigarrillo con que saboreamos el último jirón del ensueño cinematográfico.
Pero el gesto que hermana a hombres y a dragones encara hoy otra feroz embestida, estudiándose la posibilidad de que los actores también renuncien a echar humo dentro de la gran pantalla: un reciente cable noticioso informa que los fabricantes de la Marlboro han solicitado a la Paramount Pictures reeditar las cintas en que los personajes aparecen con un cilindro de tabaco entre los labios, y que en un futuro el vicio sea relevado por acciones menos mórbidas. Pero… ¿imaginan a Marlon Brandon, en El Padrino, ordenando fechorías mientras mordisquea un Bolibomba en vez de un habano; o a cualquiera de los James Bond, tras seducir a una espía, extrayendo de su saco una píldora de vitamina C y no un delgado puro con boquilla?
Vedadas de esta niebla translúcida, Marlene Dietrich y Greta Garbo declinarían en arrogancia y Lauren Bacall o Bette Davis flaquearían por carecer de ese escudo impreciso con el que las divas del cine acorazan su vulnerabilidad. Sin ir tan lejos, nuestra Hilda Vera no habría reproducido con tal verismo las mañas de una puta si, en El Pez que Fuma, desenroscara una botella de malta a cambio de ceñir entre sus dedos un cigarro. Puntualizo: el tema aquí tratado no es si el tabaquismo resulta malísimo para la salud, en eso estamos claros y nadie como yo coincide con la frase impresa en los avisos de la British American Tobacco: “el cigarrillo no ha sido nunca un producto lógico”. El asunto es precisamente ese: con el exilio del cigarro fuera de las salas de cine, el séptimo arte disiparía mucho de su ilógico encanto.
Así como los no fumadores deben ser acatados en su derecho de un área libre de humo en los restaurantes y demás espacios públicos, también los fumadores debemos ser destinatarios de salas de cine donde regodearnos en nuestra flameante decadencia (nadie hasta hoy ha sugerido aislar salas de cine para diabéticos y no diabéticos, condenando en estas últimas el expendio de golosinas) ¿Soy irresponsable al afirmar esto? Claro, y es que ya ir al cine constituye un ejercicio de irresponsabilidad, una enajenación de circunstancias para que, por espacio de hora y media, ese hilo de luz ocupe el lugar de nuestras visicitudes. Desde el asiento, aspiramos esa centelleante bocanada que irriga los pulmones de vida o muerte porque el cine es, también, fumar un poco, absorber con la mirada, llevarse a los ojos el fuego de otra historia.

viernes, septiembre 23

La púa



Quizá alardeemos de un currículo cuajado de logros y talentos descollantes en el área de nuestras ocupaciones, pero si al momento de apersonarnos con la carpeta manila terciada bajo el brazo para aspirar a una plaza en la empresa de nuestros sueños, y dentro de ésta -¡Dios nos libre!- carecemos de una púa… olvídalo, nos jodimos. Sí: lo del amiguismo es un tema feo, una aviesa maniobra echada a andar durante la persecución de deseos de toda índole, pero cuya eficacia nadie pone en duda: sin la oficiosidad de una palanca, el contacto, el “quien me la mueva”, una segunda, el amigo influyente, la “ayudita” y el no menos práctico “empujoncito”… en fin, sin una púa, muchas de nuestras ambiciones se irán directo al viscoso barrizal del olvido.
El fenómeno es recurrente en todo ámbito. Nuestro historial crediticio figurará sin tacha en los anales bancarios, aunque si nos encontramos desguarnecidos de una amiga que es tía del vecino cuya esposa da clases en el mismo kindergarten donde estudia el hijo del gerente, despídete de ese crédito. Y en el arte de seducir la púa es una herramienta de primer orden: la posesión de una figura exquisita es picaporte que abre muchas puertas, pero la táctica se verá coronada si con la presa a cautivar se comparte un amigo o amiga en común que glose a sus oídos nuestros dotes para la cocina o el humor, o esta naturaleza caritativa nuestra que olvídate de la Madre Teresa de Calcuta.
Numerosos talentos han pasado por debajo de la mesa al encontrarse desprovistos del concurso de una púa, y un compadre investido de influencias en el medio hospitalario salva más vidas que la Cruz Roja. Y es que hasta para entrar al cielo echamos mano de un santo intercesor que nos haga la segunda con San Pedro porque, que quede claro, sólo el infierno no precisa de intermediarios. Con uno mismo basta. De modo que quien denigre del buen uso de la púa, así opina porque –pobre ser- carece de un bienhechor estratégicamente enchufado (la Santa Sede no dudaría en beatificar a quien demuestre haberse negado a recibir los favores servidos por una mano amiga y muy bien conectada).
Y ahora un consejo que es pura pulpa salomónica: nunca desestimar a ese mortal al que recién le estrechamos la mano, que el mundo da muchas vueltas y dicho don nadie mañana podría constituirse en una púa preclara. Tampoco, es obvio, rehusarse a servir de púa de un tercero: en el negocio de los favores, toda cortesía es una inversión.
Yo, siempre ajeno a los prejuicios ¡exijo mi púa ya! Y a través de las presentes líneas, ofrezco mis brazos para conducir hacia la pila bautismal a los hijos de los encargados de casting de las telenovelas y a los de los altos funcionarios de Cadivi, colocando a su disposición mi desprendida amistad y un infinito reservorio de gratitud.

jueves, septiembre 22

Rebelión

Mediante un sistema de mensajes que nunca sería descubierto, los portavoces de la insubordinación divulgaron la orden hasta la más recóndita esfera: no abandonar la guarida, olvidarse del mundo exterior. “¡De aquí no nos movemos más!”, decretó incontrovertible uno los cabecillas del motín a través de cual los espermatozoides se declaraban en huelga indefinida.
- Caballeros, hasta aquí llegamos –alentaba el líder a la multitud reunida en la bola izquierda de un recaudador de impuestos-. Para quienes ignoran la suerte que nos acecha, les informo que nuestro hábito de correr hacia la salida no es más que una estupidez. Según informaciones dignas de todo crédito, allá afuera sólo nos esperan conflictos, odio, intolerancia, pesadumbre y pare usted de contar. Y eso para quienes sean favorecidos por la providencia; pues a la mayoría de nosotros nos aguarda un destino aún más siniestro, ya sea abandonados a nuestra suerte sobre las baldosas de la ducha, o como prisioneros en un envoltorio de látex arrojado sin miramientos al tobo de la basura.
- ¡Qué mala leche! –vociferó uno de entre la muchedumbre en paro.
Las órdenes fueron establecidas meticulosamente. Cuando el oleaje fluyera desde las cuevas subterráneas para barrerlos contra su voluntad hacia el exterior, los espermatozoides insubordinados habrían de sujetarse con todas sus fuerzas a las paredes de la galería o entre las grietas cavernosas, nadando a contracorriente de lo que hasta ahora había sido el río de la vida. Pese a la anuencia que disfrutó la conjura en un principio, los ortodoxos procuraban huir hacia la libertad, situación resuelta con el establecimiento de barricadas más el envío de espías hacia los focos insurreccionales cuyos miembros, sorprendidos en plena deserción, eran ejecutados sin que mediaran fórmulas de juicio. El terror fue propagándose y cada vez eran menos los desadaptados que respondían a los cantos de sirena provenientes del mundo prohibido.
Desde el inicio de la revuelta, pocas hembras humanas lograron quedar encinta y el mundo científico, atónito por el misterio, designó a sus notables para estudiar soluciones, todas ellas infructuosas. El desconcierto produjo conjeturas de armas biológicas esparcidas por naciones enemigas para diezmar a la población, suspicacia que recrudeció las conflagraciones hasta niveles nunca vistos. Los espermatozoides emisarios (tras asomarse al ojo del pipí de los señores que miran la televisión desnudos) regresaban al interior para comunicar las angustiosas novedades, que encarnizaban el propósito de los rebeldes a permanecer calientitos en su madriguera, ya sea jugando bingo o al quemao.
A medida que progresaba el fin, las maternidades y las clínicas de obstetricia fueron clausuradas una a una; cuando los últimos niños crecieron sus pediatras, para mantener la clientela, incursionaron en el rubro geriátrico mientras el desplome en las ventas de pañales y de biberones hizo que las compañías del sector migraran sus capitales hacia la industria armamentista. No tardaría el momento en que la raza humana envejeciera apagándose definitivamente; mientras los óvulos –a la espera dentro de su profundidad oscura e inoperante- bostezaban muertos del aburrimiento, y un poco tristes porque así es la nostalgia.

martes, septiembre 20

Reporte aéreo


“A los conductores que nos siguen para enterarse de la situación del tráfico capitalino, les informo que en estos momentos sobrevolamos en nuestra aeronave la avenida Universidad, donde se observa una inmensa tranca producida por las personas que desde diciembre pasado y hasta hoy aguardan a las puertas del Mercal de La Candelaria, el arribo del kilo de pernil a cuatro mil bolos. Les rogamos a las autoridades sanitarias que recojan a los cientos de soñadores que fallecieron de inanición en plena vía pública a la espera del exquisito manjar; mientras los que estén apurados por llegar a su destino, pueden tomar el aliviadero de la avenida Urdaneta que hoy luce inauditamente despejada. Ya vamos a ver por qué ¡Ah!, ya vimos. En estos momentos cruza esa ruta una marcha de la oposición. Así que pueden venirse por aquí, que no conseguirán bululú alguno que imposibilite el libre tránsito.
Por los lados de la Intercomunal del Valle la vía se observa congestionada por la presencia de una parturienta que, ruleteando para ser atendida en un centro hospitalario, se ha detenido a un lado de la calle para que su bebé estire las piernas gateando. Dicha tranca es atizada, no por la cuadrilla de la municipalidad que en estos momentos bachea la calle, sino por la gente que desciende de sus vehículos para admirar atónita que esto se esté haciendo sin ser periodo electoral. Ahora, amigos conductores, un anuncio de nuestros patrocinantes.
Publicidad. Para las choferesas que deseen conservar en su cutis la tersura pese al paso del tiempo que lleva recorrer la vía Guarenas-Caracas a las 7:30 de la mañana, laboratorios suizos han concebido la crema humectante “Poseso Natura”, ideal para los caballeros que ansíen atenuar las líneas de expresión producidas de tanto sacarle la madre a los taxistas capitalinos. Y los amantes de los deportes extremos ya no tienen que visitar la Gran Sabana o encaramarse al Everest para vivir trepidantes aventuras. La agencia de viajes “El Foso” ofrece a precios módicos animadas excursiones por la vía que va a Petare, en cuyos huecos los audaces podrán ensayar tirolina, parapente, rapel y hasta buceo y rafting si llueve.
Y siguiendo con el reporte del tráfico, ni de vaina agarren por la avenida Francisco de Miranda, donde se ha desatado una cola nunca vista en mis cuatro mil y pico horas de vuelo. Vamos a acercarnos a ver qué ocurre ¡Ah! Ya dimos con la razón de la enorme tranca: las autoridades decidieron colocar aquí a un fiscal para que aligere el tránsito. Recomendamos que elija una vía alterna, sobre todo si está usted deprimido o apurado por abandonar de una buena vez la llamada sucursal del cielo. Si ese es su caso, tome con toda confianza el tramo superior de la avenida Libertador, donde malhechores varios han sustraído las barandas de aluminio en un gesto de infinita cortesía cuyo propósito es abreviarle su tránsito hacia el Más Allá. Y ahora los dejamos por unos minutos con la siguiente melodía, mientras sacudimos de las aspas del helicóptero la miel y los restos de ala de otro ángel que no miró a tiempo nuestro cambio de luces. Y un muy feliz regreso a casa”.

lunes, septiembre 19

Un trago para soñar


El Manual de Carreño no registra la norma, pero en el gesto de repugnancia que asumen los transeúntes cuando desvían su paso, se adivina que degustar bebidas espirituosas en una acera, bajo la sombra de un árbol o en las inmediaciones de una pulpería, es una actividad condenada socialmente, incluso tenida como deplorable ejercicio de ordinariez y mal gusto.
El fenómeno desata controversias en las esquinas de la ciudad. Mientras los detractores alegan que dicha costumbre viola toda etiqueta y entorpece el libre tránsito de amas de casa y escolares, los perseguidos esgrimen que beber frente a un abasto incorpora un deporte extremo al folklore urbano: pocos atletas soportarían –defienden sus razones los incursos- las exigencias de este ejercicio de piernas cuya experiencia incluye el contacto ambientalista, o dígame usted si hay mejor forma de ingerir licor e identificarse al mismo tiempo con Madre Naturaleza que bajo un mata de mamón, coronados por el trinar de los pajaritos.
Se tantean los bolsillos para advertir a cuál grado del confort podemos acceder. Pero la acera, brazo gentil, no cobra consumo mínimo, recibiendo con hospitalidad a una concurrencia insensible ante el inoperante cartelito: “Prohibido consumir licor en las afueras del local”. Las autoridades se hacen la vista gorda pues conocen los juegos catárticos en que ocupan su tiempo los hombres destinados a la resignación, quienes permanecen allí, en esa burbuja al sol, miembros de una cofradía reconocible a partir de la espumosa en una mano o la carterita a medio salir del bolsillo trasero del pantalón.
“Dos latas bien frías”, es la antesala de las revelaciones a compartir en este confesionario al aire libre. Los deseos fluyen luego en un río de promesas. Basta otra ronda para alcanzar el ascenso, emprender la distribución entre familiares y amigos del premio gordo de la lotería que ganaremos sin duda este fin de semana, entre otros anhelos que el fabulador invoca para ver si, de mucho nombrarlos, pasan del sueño a la vida.
“Compadre, ya verá usted que este año sí arreglo el carro, sí le pongo la platabanda a la cocina, sí va a enamorarse de mí esa mujer”.

domingo, septiembre 18

Imagen logo: ¡del gran Eneko!


¿Qué pasó con las dinosaurias?

Días atrás el Consejo Universitario de la UCV, en respuesta a una solicitud formulada por el Centro de Estudios de la Mujer, decidió instituir como norma el tratamiento de género en las correspondencias, los actos protocolares y la legislación generada en “la casa que vence las sombras”. La decisión implica que de ahora en adelante cuando un profesor o un decano, por ejemplo, hable durante una conferencia o el desarrollo de una clase, deberá emplazar a su audiencia bajo la fórmula de señores… y señoras.
Nada hace dudar que dicho reglamento sea aplicado concienzudamente en “todos los actos y eventos que se realicen”–reza la norma-, por lo que cuando se produzca un humeante zaperoco a las puertas del Alma Mater, es de esperar que las autoridades universitarias atribuyan tan ominosa acción a los encapuchados… y las encapuchadas, quienes en los alrededores y las inmediaciones de la Plaza Las Tres Gracias quemaron cauchos… y llantas. O si el caso es un profesor que intentó propasarse con un o una estudiante –que de todo hay en la Viña del Señor- dicho catedrático o pedagoga será duramente amonestado por pretender incurrir en la Operación Colchón y/o Colchoneta.
La idea es tan brillante que no debería permanecer en lo superficial y ser adaptada a los estudios cultivados en este recinto del saber, revolucionando el mundo del conocimiento. Digo, en clases se habla siempre del Homo Sapiens para acá y el Homo Sapiens para allá… ¿y es que la Femina Sapiens nunca existió? Es extensa la bibliografía sobre los posibles motivos que llevaron a la extinción de los dinosaurios; pero… ¿qué pasó con las dinosaurias? Ningún académico responsable ha ofrecido el primer ensayo, ni siquiera un modesto parrafito, sobre los avatares de la iguanadonta o cómo la señora del Tiranosaurio (la cual sería, obviamente, una fiera Tiranosauria, especie intacta en muchos hogares) increpaba a su marido cuando éste llegaba tarde por andar con la joyita del Velociraptor.
Claro, la flamante normativa significará que las carreras universitarias que hoy se concluyen en cinco años lleguen a prolongarse hasta una década pues las disertaciones del profesor deberán atenerse a la concordancia de género (“Muchachos y muchachas, cierren los libros y las obras que para los alumnos hoy hay examen y, para las alumnas, prueba de conocimiento sobre el Medioevo y la Edad Media, respectivamente”); aunque dicho sacrificio será recompensado con situaciones como la que sigue, y que erradicarán de una vez por todas el lenguaje sexista que tanto campea en nuestra máxima casa de estudios:
- Señorita… ¿que hacía usted con esa chuleta o chuletón escrito en el brazo o la extremidad superior de su cuerpo?
- Profesor, discúlpeme, es que no pude hacer el trabajo ni la tarea que usted mandó porque soy una ser humana con muchos apuros y problemas.
- Lo siento pero tendrá que repetir el curso o la asignatura, como usted elija.
- ¿Así mismito y mismamente?
- No son inventos ni ideas mías: así lo estipula el Reglamento de Repitientes… y Repitientas.

sábado, septiembre 17

Confesiones de un Mister




“Kerida mami, te ezcribo desde París, junto a la ventana donde se ve clarita la Torre Infiel, muerto de los nervios porque esta noche se celebra el concurso. Disculpa que halla tardado en ezcribirte, pero desde de que llege al aereopuerto he estado tan ocupado que asta he perdido la loción del tiempo. Por aquí a llovido duro, como en el danubio universal, y e dado cienes y cienes de entre vistas donde me he mostrado espontanio y poco ostentorio. Yo creo que estoy entre los favoritos o al menos entre los finalistos.
Las cosas tanpoco a sido bien facil. No es por rascarme las vestiduras, pero e tenido algunos intercados con otros concursantes y casi me descalcifican porque me agarre en el baño con Mister Bolivia por el secador. Ni falta que me importa. Al mister orondo de Italia, por ejemplo, lo impulsaron en fragante violación porsupuestamente inyectarse asteroides. La competencia es fuertisima. Hubieron algunos que hablan mas de un castelllano, es decir, son trogloditas, y ay mucha endivia, corrosion y lenguas vespertinas. Pero de eso no se habla mucho por que es un tema vudú. Como se venia venir, me han echo preposiciones indecorosas, pero yo hago caso sumiso y pongo los pies en polvo rosa porque ya sabes como soy yo, tan chupado a la antigua. Pero eso es harina de otro cantar y a los hechos me repito.
E echo, tanbien, muchos amiguis, con los de que nos infundamos animos unos a otros y nos acemos subgerencias entre nosotros mismos. Jugamos a la botellita para limar las perezas y conocimos juntos el Museo de La Ubre y subimos arriba en un tele-esferico que ascendio hacia lo alto. Me dio un miedo durísimo. Se me puso la piel de punta y los pelos de gallina. Dicho en tres palabras: in pre zionante.
Te ezcribo personalmente, de igual forma, para que le digas a papi que me haga una transfunsión a nivel bancario porque se me descocio el traje tipico de pajaro guarandol y se me acabo la plata para la comida no prejudicial para mi figura ¡Como quisiera volver a comer píparamente! Como lo hiso moises en las bodas de Canadá. Aunque no creas que todo esto es puro fisico. No es por falta de ignorancia, pero me he rebanado los sesos estudiando para la cesión de preguntas y respuestas. ¡Asta me ley un poema y todo! “Cien años de putas tristes”, de Aldemaro Romero, y vi la peli venezolana nueva, “Yordano se va volando”. Al fin del cabo, los premios del concurso valen todos estos sacrificios: un reloj de acero inexorable y un carro verde mentalizado y faros alucinógenos.
No creas que son configuraciones mias, pero tengo la acorazonada de que voy a ganar el concurso, mami. Aunque se que no soy un desecho de virtudes ni se le pueden pedir peras al horno, todas estas bivencias me han hecho ver la vida desde otra respectiva, y en un presunto negado que no gane, volvere de nuevo a la bida sedimentaria. Ahora me despido por que me voy a mi cesión en el gimnasio que hoy me toca entrenar pestañas y cuticula, y a prepararme una efusión de manzanilla porque los nervios me tienen hipertenso. Espero de que veas el concurso por la tele, lo van a transmitir via salitre. Se despide, sin más dilatación,
Tu hijo Mister”.

viernes, septiembre 16

Round Maize Loaf

Días atrás cayó en mis manos un libro de gerencia y tuve que acudir al diccionario ingles/español para entender que los ejecutivos modernos ya no acuerdan reuniones con el objeto de discutir ideas como Dios manda, sino que ahora asisten a un brainstorm, en donde el top management a full time realiza un follow up del cash flow, luego de lo cual toman un break “a base de” jugo y cachitos antes de proseguir con el merchandising
Leer continuación del artículo en Hablar como los ejecutivos modernos

jueves, septiembre 15

El diario de Arjona

- Noviembre 12: A ver, a ver… sí, eso: las mujeres son atunes nadando en el camión cisterna de mi alma, cometas sobre la carabela celeste de mi corazón ¡Coño, sí, camión cisterna de mi alma y carabela celeste de mi corazón! Tengo que anotar eso no se me vaya a olvidar o me lo tumbe Chico Buarque un día de estos ¡Agárrate fuerte, Serrat, que allá te voy!
- Noviembre 14: Hoy me broncee.
- Diciembre 1: Anoche seguí la composición de ese intuitivo análisis mío en torno al alma femenina. Pero estoy irresoluto entre si las mujeres son como una bombona de oxígeno luego de la explosión de la planta nuclear en Chernobyl, o un chaleco que nos protege el espíritu contra los embates de la rutina que queman como el gas mostaza que los norteamericanos usaron contra el pueblo vietnamita ¿Qué más, a ver, qué mas? ¿Y dónde carajo habré puesto la Enciclopedia Tragedias del Siglo XX?
- Diciembre 3: Hoy le pegué a mi mujer ¡Mujeres!
- Diciembre 15: Acabo de ir al baño y dudo si limpiarme o no el culo. Porque no limpiarme el culo no significa que he dejado de limpiarme el culo, sino que he renunciado a hacerle el juego a las trasnacionales de papel sanitario que se limpian con nosotros su culo cuando nos limpiamos el nuestro. Por lo que el problema no es limpiárselo, el problema es que con dejar de limpiarlo no nos lo estamos limpiando.
- Enero 4: Hoy no me broncee.
- Enero 15: Diario, la gira de “Si el norte fuera el sur” fue todo un batacazo. Lo malo es que algunos empresarios se la tomaron literalmente y ahora me quieren pagar en pesos. Luego de haber compuesto este inspirado pasaje homérico, pienso dar a conocer al mundo qué pasaría si el oeste fuera el este, si los cocos del Sahara trajeran dentro Coca Cola, o si tuviéramos la nariz en la rodilla y el dedo gordo del pie en medio de la frente. ¡Caracha, qué sensible y perspicaz se va a sentir la gente cuando oiga esto!
- Febrero 18: Perdóname, querido diario, por no dedicarte unas líneas desde hace semanas. He estado ocupado atendiendo diversas demandas interpuestas contra mi persona por el sindicato de las metáforas porque yo y que las tengo calvas de tanto halarles el pelo. Y es que con cada parricida del resuello que pasa por esos bigotes villanos que son las manecillas del reloj, compruebo que soy un alma atormentada. El mundo no está preparado para un Nietzsche de la canción, poeta, fustigador del ignominioso sistema que somete al tercer mundo, y cantautor tan políticamente incorrecto y apolíneo como yo.
- Febrero 20: Le pegué otra vez a esa “incapacitada física y emocionalmente, adicta a las drogas y el alcohol”. Cómo tan sensible trovador, perito en las albercas del alma femenina (ey, albercas del alma femenina ¡No te llevo nada, Machado!), pudo dejarse engañar de tal forma y aliarse a senda mamarracha. ¡Mujeres!
- Marzo 04: Al humano no le está vedada la posibilidad de enmendar los errores cometidos, admitir que en algún momento obramos incivilmente. Juro ante ti, querido diario, no volver a tropezar con la misma piedra (piedra no, mejor maciza flema expectorada por pretéritas eras geológicas sobre la fachada terrícola), y nunca más volver a tomarme fotos en blanco y negro. Me veo en ellas profundo e insondable, pero no hay derecho… ¡después de tanta bronceadera!

miércoles, septiembre 14

Pasillo de por medio

El suicida goza de una ventaja por sobre el resto de los mortales: conoce la hora exacta y hasta decide los pormenores de la ceremonia que lo sustraerá del mundo. El conocimiento de lo que será su destino le otorga el dudoso privilegio de la despedida, de revolver gavetas en procura del lapicero o la gama de papel propicios para anunciar los supuestos de su determinación. Y digo supuestos porque, según confiara Salvador Garmendia durante esa espléndida botella de whisky que compartimos una noche, “nunca se averiguarán las razones verdaderas del suicida. Puede quedar una carta explicativa de ciertas circunstancias, pero nunca sabremos todas sus razones. Hasta ahora, ninguno ha regresado para contarnos la historia verdadera”.
Ese género epistolar que ningún destinatario desea recibir, representa la noche de la escritura cuyo escalofrío ni el más elocuente narrador de misterio podría emular. No soy quien para garantizarlo, pero me figuro que las notas de suicidio se subordinan al temperamento de la mano que la suscribe. No dudo que las de los amantes en fuga sean las más alucinadas; mientras el burócrata, frente a la pantalla del PC, pasa en limpio sus anotaciones cuya gramática luego revisará con el diccionario de Word. Quizá el distraído no recuerde escribir la suya si no cuando ya sea demasiado tarde y el pavimento haya comenzado a acercarse; mientras hay quienes las van escribiendo a lo largo de su vida, con el transcurso de los años. A veces, en el automercado o la buseta, alcanzamos a leer estas últimas antes de que asome el punto final. Son las notas suicidas que algunos llevan escritas en la cara, en los ojos que declinan mirar de frente.
No siempre el papel es partícipe y cada línea trazada por Van Gohg sobre el lienzo es una huida; Violeta Parra cursó sus agradecimientos en una canción y diez años luego la Carpa de la Reina se nubló de pólvora. En cualquier caso, los signatarios no precisan el domicilio donde responder a su correspondencia, omisión que lleva a que los destinatarios (la muerte deliberada también mata un poco a los otros) se queden con las manos llenas de reproches y dudas, sin hallar qué hacer con la herencia contenida en ese testamento sin beneficiarios.
Hay también notas de suicidio imprevistas, como una bofetada. Habían transcurrido meses sin saber de ese amigo, hasta que esta mañana, mientras tomaba el desayuno, leo en el periódico -obscenamente fotografiada- su resolución, esa declaratoria póstuma en que a veces degeneran las cartas de amor, y que queman el estómago desde el fondo del cofre donde suelen ser puestas a buen resguardo.
“Nunca se sabrá si lo que allí se dice es cierto o no”, recuerdo que farfulló Garmendia mientras hundía otro sorbo de whisky en medio de esa barba que le atribuía el esplendor de un sabio alquimista. Pero no todo era de su conocimiento y al otro extremo del pasillo del apartamento donde esa noche celebrábamos la vida, una poetiza cerraba la puerta a sus espaldas, echando el cerrojo sin dejar la llave a nadie.

martes, septiembre 13

La impresora


Si Dios hubiese querido que existieran impresoras, las habría inventado Él mismo y, en la cumbre del monte Sinaí, entregado a Moisés los Diez Mandamientos a doble espacio, en fuente Arial 12 e impresos sobre papel Bond, y no tallados sobre piedra. En esta sabia elección coinciden el Ser Supremo y el más famoso arquetipo de la teoría evolucionista, Pedro Picapiedra, quien esculpía sobre láminas de granito los resultados del boliche u otra de sus muchas cartas de renuncia dirigidas al señor Rajuela. En cualquier caso, tal procedimiento de seguro resultaría menos fatigoso que lidiar con estos bichos de última generación sobre el cual todos compartimos una misma y fatídica experiencia: tras permanecer toda la noche afinando el trabajo de 128 páginas a entregar de manera inaplazable dentro de pocos minutos, colocamos el punto final en un prematuro gesto de victoria, nos vamos con el mouse a la imagen de la maquinita en la Barra de Herramientas y “triiii triiii zuuuuaaa zuaaaa”, empieza a bramar el demonio que toda impresora guarda dentro.
Se le trabó el papel. La abrimos para desenmarañar el entuerto. “Crosh crosh cruaaaaaaaaa”, parece volver a la vida el caprichoso perol y tras escupir apenas la portada y el índice, emerge en la pantalla del PC un cartelito con la declaratoria de muerte: “Tinta insuficiente para la impresión”. Pero como con los cartuchos de tinta pasa igual que con los desodorantes y los amores verdaderos, que uno nunca guarda un sustituto para cuando se le necesite, corremos a la calle en procura del repuesto. Tras agotadoras indagaciones por hallar el modelo correcto o –no nos caigamos a embustes- el tipo de recarga adecuado a la marca, alineamos el cartucho, luego de lo cual salen impresos unos caracteres extrañísimos que consumen el poco papel que quedaba.
De nuevo a la calle por una resma. Acomodamos el papel. “Crriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”. Se imprime un par de páginas y ahora un aviso en pantalla que para entenderlo uno tendría que ser perito de la NASA: "El controlador de impresora no es compatible con la directiva habilitada en su equipo que bloquea los controladores de modo núcleo de Windows NT 4.0 o Windows 2000". Y eso cuando se digna a decir algo, porque hay ocasiones en que el monstruo permanece en silencio, restregándonos su superioridad con el manotazo de la indiferencia. Durante esos instantes en que se asoma el pánico nuestra respiración queda en suspenso, en el universo sólo estamos ella y yo, y hay en su interior como una sombra que nos mira.
La sobo, le hablo, la golpeo. Nada. De mi relación antagónica con las impresoras –que data desde aquella de puntos que despertaba a los vecinos cuando osábamos imprimir en horas de la madrugada, hasta las modernísimas que imprimen con calidad fotográfica (claro, cuando imprimen)- he instruido una tesis escalofriante. Las impresoras saben lo que les ha sido ordenado imprimir, disfrutan del criterio suficiente como para evaluar la calidad del documento enviado y, de no satisfacer su gusto exigente, se niegan con rotundez a estampar la ignominia. De allí que ahora sean enviados por mail a sus destinatarios muchos de los libros de Autoayuda y los guiones de las telenovelas mexicanas. Ah, y el grueso que compone estas crónicas.

lunes, septiembre 12

Maneras de despedirse


Es mi afición cuando estoy de visita en el aeropuerto espiar cómo la gente se despide. Fijo la mirada en el viajero que, ya trepado en su asiento sobre el aparato, desde la ventanilla aletea los dedos como impregnando con el maleficio de la nostalgia a quienes deja atrás. Hay separaciones decididamente cursis, teatrales o anheladas (éstas últimas proceden cuando el “despedidor” no desea que quien se va, vuelva); y me vence cierta angustia observar cómo un pasajero se hunde en el túnel de abordaje sin que a sus espaldas nadie lo despida. Esa persona, ciertamente, también carecerá de alguien que lo reciba a su regreso, de alguien que lo extrañe durante su ausencia.
Pero los aeropuertos, escenarios boyantes en adioses, no son la única plaza recurrente del vaya usted con Dios. Las escalinatas del Metro, los terminales terrestres, el borde de la cama desde donde la amante resbala su mano por sobre nuestro pelo mientras con su otra mano se reacomoda el aro que la devuelve al juramento de fidelidad, son teatros de los muchos exilios cotidianos. Y las funerarias, ni se diga, esos feudos de lo irrevocable (no quisiera detenerme en la humedad que rueda por la cara cuando el adiós es una gota salobre desplomándose entre claveles). En fin, existe toda una tipología del adiós. Está el sucinto “hasta luego”, el poco formal “chao”, el ejecutivo apretón de manos, hasta las insolencias que vocifera la esposa desencantada para acto seguido batir la puerta y marcharse con sus peroles a otra historia.
Admito que el saludo, la bienvenida, entraña una importancia equivalente al adiós, al extremo que eventualmente ambas cortesías traspapelan sus atribuciones. No saludar, por ejemplo, es una manera muy eficaz de despedirse. Pero el señorío de la despedida radica en su aura enigmático. Cuando a esa persona de la que acabamos de despedirnos se la lleva el ascensor o desaparece tras cruzar la esquina, esa persona pasa a constituir otra modalidad del silencio, una incógnita del destino. Sabrá Dios si el tiempo en que no la miramos lo invertirá comprándonos chocolates o urdiendo nuestra aniquilación. Señores, sépanlo ya: el vacío dejado por la mano que se retira de la nuestra, lo llena a sus anchas el azar.
Claro, hay personas y asuntos de los que nunca podremos despedirnos. Ciertas deudas, una canción, aquella noche cuya importancia se recuerda en la piel… cosas para las que no se ha inventado ningún medio de transporte que nos lleve lejos. En mis crónicas, así como en la vida, aspiro a que quienes parten se despidan llevándose en la boca el tentempié de una sonrisa, más el llamamiento para que pronto volvamos a encontrarnos. No siempre lo logro.