viernes, diciembre 15

En la antesala del consultorio


Cuando vamos al médico no aterra tanto la posibilidad de que se nos diagnostique una terrible dolencia, como el penoso momento (digo momento, pero es de agradecer si la espera no se prolonga por cinco horas y media) en que aguardamos nuestro turno en la antesala del consultorio.
El martirio comienza apenas uno pisa el frío recinto y los pacientes que allí ya esperan te reciben con una mirada virtuosa pero que por debajo esconde –los más pendencieros te entablan contacto visual con sus ojos inyectados de manifiesto desafío- la siguiente amenaza: “Cuidadito con colarte porque te vas a la tumba, no de tus dolencias, sino de la batuqueada contra el piso que podríamos darte aquí entre todos”.
De inmediato corresponde anotarse en la lista de espera y se concurre ante la soberana de aquel áspero reino, la recepcionista. Está la que, sin apartar la vista del culebrón mayamero que a esa hora transmite el televisor colgado en una esquina, te trata como si uno llegó para pedir reales prestado; aunque prefiero a la recepcionista descortés que a aquella situada en la otra orilla del carácter: la cabalmente inoportuna y quien conoce cada pormenor de nuestros más recónditos achaques.
Sin advertir que los otros pacientes escuchan (se hacen los distraídos, pero andan con la oreja afilada ante cualquier posibilidad de que un recién llegado se colee), improvisa a todo gañote su propia consulta:
- ¿Y te hizo efecto la cremita antimicótica que te recomendó el médico para el ardor al orinar? Porque déjame decirte una cosa, mi amor, estás vivo de vaina.
- Esteee, bueno, ujum – balbuceamos.
- ¡Qué bien! ¿Y ya no estás estítico? ¿Cómo sigues de aquel horroroso salpullido en la axila?
- Eeehh, mejor.
Antes de ocupar nuestro asiento (siempre será un misterio por qué el doctor, con tan nutrida clientela, no invierte en unas sillas más cómodas) calculamos tres o cuatro pacientes por delante. Tras hora y media de espera, la recepcionista aclara que no, que son dieciocho más dos o tres que el doctor ha de salir a atender en el área de Emergencias. No queda más remedio que concentrarnos en las revistas al parecer heredadas del consultorio de José Gregorio Hernández y que nos informan del inminente divorcio de Lila y El Puma.
La mayor y quizá única distracción en la antesala de un consultorio son los intentos por adivinar qué males acongojan al resto de la concurrencia. Alzamos la mirada por encima de la publicación de farándula que detalla la rivalidad entre Cyndi Lauper y Madonna. ¿Aquella señora de la esquina qué tendrá? ¿Por qué se rascará tanto la entrepierna este sujeto de al lado? ¿Y este otro por qué tose tanto? ¿Será contagioso? Por si acaso, nos cambiamos de puesto y renunciamos a visitar la sala sanitaria para no compartir el inodoro con algún individuo próspero en agentes patógenos.
Ataca el hambre. Avanza la deshidratación. En tan precarias condiciones, llega nuestro turno de ver al médico. Ya de regreso a la antesala, ha de emitirse el pago por la consulta mientras la recepcionista aúlla como si estuviera dando un mitin en la avenida Bolívar:

- Chico, ven pa´ sellarte el récipe… Pero qué casualidad. ¡Estos son los mismos supositorios que uso yo!

jueves, diciembre 14

Un día para ti


Para casi todo hay un día conmemorativo… Día del Árbol, del vecino, del peluquero, del archivista y hasta del agente bursátil y del conscripto naval; más otras fechas cuando el comercio hace su agosto, como es el de la madre, los niños y -para sumo agrado del sector motelero- el Día de la Secretaria. Pero en el curso de nuestras vidas hay personajes decisivos que, por pura indolencia, carecen de una efeméride cuando reverenciar su insigne labor. Propongo a la ONU, encargada de promover las fechas encomiásticas, que eche a un lado tanta desidia y oficialice ciertos días del año para servir con honor a quien honor merece:

Día de la Suegra Desconocida
En algunos países el 26 de octubre se celebra el Día de la Suegra y durante el Día de la Madre las suegras conocidas, esas que están ahí a la mano, proclives a tocar a nuestra puerta en cualquier momento, reciben regalos por partida doble: el de los hijos más los entregados por el yerno o la nuera (¡Dios los libre de olvidarse!). Pero nadie se ha detenido a consentir a la suegra ideal: La Suegra Desconocida, la que nunca se deja ver, aquella que se negó a ir a nuestra boda o renuncia visitarnos los fines de semana y, por lo tanto, es una perfecta extraña. ¡A celebrar con generosas cantidades de comida y alcohol el día de este ser angélico!

Día del Policía Acostado
Cuantiosos arrollamientos y accidentes vehiculares ha impedido con su presencia este martirizado montículo de asfalto que presta funciones las 24 horas en zonas residenciales y estacionamientos, y al que ningún gobierno -ni siquiera una prefectura- le ha consignado un día alusivo. Dejemos la negligencia y a agasajar a este honorable funcionario del que nunca se ha sabido que matraqueó la primera vez.

Día de la Tirria
Por todos son conocidas las bondades desestresante de la catarsis, aunque el comercio, concentrado en celebrar el Día de los Enamorados, no toma en consideración el potencial de retribuir al destinatario de nuestras animadversiones, ya sea un jefe puñetero o la ex cónyuge que nos dejó en la bancarrota. A tal fin, en su día nos levantaremos temprano a pincharle un caucho al susodicho, enviarle abominables sorpresas, esquelas injuriosas o al menos un chiclito ya masticado y lanzado inadvertidamente desde un balcón hacia el pelo del mimoso.

Día del Chofer de Camioneticas Prudente
Aunque celebrar la efeméride de este insigne paladín resultaría cuesta arriba: primero habría que localizar al menos a uno.

Día del Hablador de Pendejadas
Toda familia o empresa alberga a un representante de este género que, sin uno pedírselo, habla –o escribe- hasta por los codos sobre temas monstruosamente inútiles. Si llegara a decretarse un día en su honor y los conocidos y familiares se vieran precisados a consentir a este monumento a la vagancia, recuerden que yo muero por los dulces abrillantados y ando fallo de interiores.

jueves, noviembre 23

Resistencia al cambio


Un choro puso anoche su navaja en medio de mis costillas:
- ¡Dame la cartera! – precisó.
- Señor azote de barrio –respondí con el respeto que en toda circunstancia merece la autoridad-, agarre los reales pero ¡déjeme con vida!
- ¡Aja! Tú lo que quieres es seguir vivo ¿no? Tú lo que buscas es que no te despanzurre ¿ah?
- Sí.
- Pana –me dijo, variando su tono de asaltante por el de experto en psicología motivacional- ¡Tú lo que tienes es resistencia al cambio!
La situación fue bastante ilustrativa: ahora uno no puede mostrarse satisfecho o añadir un pero a la controversia, porque de inmediato te saltan encima con el sambenito de la resistencia al cambio. ¿Agarrarse de una mata para que no te lleve la corriente en medio de una vaguada? Nada de eso: no faltará el entusiasta que te grite desde la orilla: “¡suéltate, no te resistas al cambio!” ¿Tu esposa te pidió el divorcio y tú te niegas a entregarle la casa, el carro, los hijos y el perro? Francamente. No seas retrógrado y deja la resistidera.
La expresión tomó auge en boca de los sacerdotes de la gerencia, quienes cada cierto tiempo necesitan acuñar nombres impresionantes para los cursos a impartir en los cafetines de las organizaciones. Aunque sospecho que el asunto esconde raíces mucho más profundas, entretejidas a lo largo de la historia.
- ¡Pa´fuera! –ordenó el Todopoderoso a Adán y Eva, señalándoles con el dedo los extramuros del Paraíso-. Y cuidaíto pues y me muestran resistencia al cambio.
- Chico, no te me pongas necio, que estos espejitos están del carajo –persuadió el conquistador al indígena guabinoso en canjear sus pepitas doradas por un embuste.
Admito que la frase derrocha acústica profesional, un brillo casi científico, la autosuficiencia de esas expresiones que se bastan a sí mismas para figurar como argumento. Es el tipo de anuncio que desarma cuando te lo sueltan de sopetón y uno ahí, agarrado fuera de base, sin saber qué hacer con el gesto de dinosaurio.
Claro que muchas cosas necesitan transformarse y cambiar. Yo, por ejemplo, todos los días me mudo los interiores, y hasta dos o cuatro veces en la vida modifiqué las iniciales del amor tatuado “para siempre” en la piel. Tal es mi flexibilidad ante las innovaciones, que no me molestaría que Angelina Jolie, por poner otro ejemplo, se viniera a vivir a casa en sustitución de esa señora que toda la noche ronca en mi misma cama.
Pero no me ofrezcas a Whoopi Goldberg porque entonces me mostraré tan reaccionario como una pirámide.
Si algo necesita cambiar, es la dichosa frasecita.

jueves, noviembre 16

El cochinito

Antes de comprar un choripán le sugiero la siguiente prueba: constate el peso del cochinito ubicado por estos días entre los aderezos del puesto de perros calientes. Si el bicho está hasta el tope de monedas, puede usted jurar que allí el pan es esponjoso y la crema tártara recién hecha; pero si el cochinito luce ligero, con su estómago vacío de gratitud, dé la vuelta y huya de la amenaza de una salchicha medio verde y las legumbres marchitas.
Por sobre renos, muñecos de nieve y demás actores ajenos a nuestro paisaje, el cochinito es el genuino icono de la navidad venezolana. De enero a noviembre, hiberna en una caja junto a las figuritas del pesebre, encierro que no le produce pena alguna sino gran echonería pues en este plazo el cochinito acompaña al burro y al buey durante el nacimiento del hijo de Dios. Así sea a oscuras y en los meses equivocados.
Pero llega diciembre y el cochinito reanuda su importancia a un lado de las cajas registradoras del país. Lo he visto con lazos alrededor de su cintura y hasta cubierto de luces, apoteosis ornamental patrocinada por los empleados que cobran poco o ningún aguinaldo, y quienes recompensan con vítores al que deposite en la ranura parte del vuelto. Pero si, ya sea por insatisfacción o simple avaricia, alguien declina colaborar, sin duda esa persona abandonará el establecimiento con punzantes miradas sobre el cuello más una fea mancha en su reputación: “Allá va un tacaño”.Su carácter impositivo debería ser incorporado a otras esferas. El ama de casa que pase el día cocinando, pasando coleto, fregando platos, en fin, ejerciendo esa variante contemporánea de la esclavitud que es cuidar un hogar, debería poner junto al fregadero un cochinito y el hijo o esposo que renuncie a consignar su gratitud (no con las monedas sobrantes en el bolsillo, sino con un piropo o una salida al cine), se le negará la prestación de tan excelente servicio doméstico.
Ya en otros escenarios se dan avances de esta expansión cerdosa: el cochinito que actualmente prolifera sobre los mostradores de los comercios humildes, es la versión inofensiva de una costumbre cultivada en lujosas empresas y oficinas gubernamentales, donde acecha el empleado con mirada porcina, oronda e insaciable, sorda expresión de un grito de guerra frecuente durante todo el año: “¿Y pa´l cochinito qué?”.
De vaina y los comisionistas no se bañan en escarcha.

miércoles, noviembre 8

Chucky navideño


Ningún artilugio actual supera la precaria nobleza de los trastes que acompañaron las navidades de nuestra infancia: aquel muñeco de nieve armado en el colegio con una engrapadora y docenas de vasos plásticos marca Selva; las lucecitas de aspecto extraordinariamente parecido a un puercoespín cuyos aguijones, si no eran manipulados con precaución, podían abrirte una raja en el dedo; el arbolito de aluminio que cada año salía de su caja más arrugado y con menos ramas, como si la flora artificial también envejeciera hasta morir.
Mi señora se niega rotundamente a compartir esta nostalgia porque ahora todo eso y que es de mal gusto, ajustando la ornamentación decembrina de nuestro hogar a las novedades tecnológicas. Miro alrededor y me descubro rodeado por los posibles personajes de una novela de Stephen King: esqueletos de renos hechos de alambre y que giran la cabeza de aquí para allá; un ángel a baterías que empuña una vela como si se tratase de un arma blanca, zarandeándola de un lado a otro según acostumbran los azotes de barrio o Norman Bates, el asesino de la película “Psicosis”, al momento de tomar la vida de una dama en la ducha.
Sospecho que tanto arrebato técnico obedece al pique para ver quién luce la decoración navideña más extremosa. No es una disputa declarada formalmente, pero en los ojos de la vecina que estudia con esmero la guirnalda musical colgada en la puerta del 4B, arde el espíritu de la competencia y yo diría que hasta un destello de envidia ante el cargamento de lucecitas puesto en el balcón del 6A, centelleante hazaña que sin duda consume la mitad de la energía eléctrica suministrada por la represa del Guri. El tiro de gracia que decide la lucha es despachado sin duda por el número de molinos móviles, pastores y ovejas en el pesebre: algunas versiones hacen pensar que el nacimiento del Mesías estuvo más concurrido que el concierto de Shakira en La Carlota.
Aunque entre las posibilidades ofrecidas por la mecánica al servicio de la decoración navideña, hay una que genera el mayor escalofrío: un San Nicolás de la altura de un niño de tres años que voltea el rostro hacia donde uno camine, parpadea y menea la zona pélvica mientras desde el interior de su barriga irrumpe el eco de una risotada. Cada mañana aparece en un sitio distinto. Una vez lo descubrí junto al cloro y el jabón de lavar, al otro día cerca de los cuchillos de la cocina y hoy, lo juro, al pie de mi cama.
Puede que muera de sed o de ganas de ir al baño con tanto bicho navideño moderno suelto a oscuras por la casa, pero hasta enero no salgo de mi habitación pasada la medianoche.

miércoles, noviembre 1

Derechos del arrimao


Quien vive arrimao está muy lejos de recibir el trato del que disfruta, por ejemplo, el periquito de la casa. Al periquito le cambian habitualmente el periódico de la jaula, lo malcrían con efusivos “truuuuaa”, le sirven pan y café con leche todas las mañanas... Pero si el arrimao desea periódicos ¡que mueva el fondillo hasta el kiosco de la esquina! ¿Pan y café con leche? ¡Que se lo sirva él mismo, ni que tuviera cachifa!, representando la principal diferencia entre ambos que, mientras al periquito de la casa lo guardan celosamente tras rejas para impedir su partida, no pasa un mes sin que al arrimao le señalen la puerta por si se decide a desocupar el nido de una buena vez.
Mora en el sótano de la crisis habitacional, allí donde duermen en una colchoneta o sofá cama muchos ancianos, el estudiante pobre, la pareja alojada bajo el techo de uno de los padres cuya hospitalidad -si la hubo- ya comienza a agotarse. Hasta el hijo más preciado alcanza una edad luego de la cual su paso por el comedor es motivo de antipatía e impaciencia.
Me pregunto: si hay asociaciones que abogan por los derechos de los propietarios de bienes raíces, juntas de vecinos y hasta de inquilinos, por qué hasta hoy nadie ha formado una especie de sindicato, al menos una humilde ONGcita que proteja los intereses del (des)nutrido sector al que pertenece el arrimao. En aras de tan necesario gremio, ofrezco unos apuntes (muy ambiciosos, pero por algo se empieza) con atribuciones básicas para que los arrimaos comiencen a disfrutar de trato digno. O al menos de agua para lavarse:

1) Todo arrimao tendrá derecho a respirar el oxígeno localizado en el interior del inmueble donde viva, siempre y cuando se comprometa a echar por una ventana el dióxido de carbono resultante de dicho proceso.

2) Con la oreja pegada a la puerta de su dormitorio, dispondrá del privilegio de oír la telenovela que el propietario del inmueble vea a esa hora en otra habitación.

3) Al arrimao se le concederá 0,75 litros de agua diarios, ya sea para cepillarse los dientes o saciar la sed. Asimismo, le será permitido un (1) minuto 45 segundos en la sala sanitaria para la realización de sus necesidades fisiológicas, una vez, claro, que el resto de los ocupantes del domicilio haya descargado lo suyo.

4) Luego de la cena (de los otros, por supuesto) podrá tomar la comida sobrante, toda vez que el perro de la casa haya renunciado a la obtención de esta prerrogativa.

5) No podrá ser azotado, desollado o martirizado con hierros candentes en caso de romper una pieza de la vajilla.

6) Nadie podrá despojarlo del derecho a soñar con un negocio o con sacarse la lotería en el deseo por extender los brazos desde un florido balcón de su propiedad.

7) En caso de incendio, terremoto, vaguada o cualquier otra catástrofe, el arrimao también tendrá derecho a ser rescatado del inmueble en ruinas... Preferiblemente antes de que salven al periquito.

miércoles, octubre 18

Messenger


Gracias a Dios que en las salas de emergencia de los hospitales no hay Messenger: el personal médico, puesto a decidir entre contener una hemorragia o pararle a la cotorra servida en la PC por este sistema de mensajería virtual, temo que escogería lo segundo.
- ¡Doctor, doctor! Ahí llegó un señor atropellado por una gandola –anunciaría una enfermera al médico de guardia, cuando en el fondo lo que ella busca es parar al galeno de la computadora para atender su propia lista de contactos.
- Ya va, chica, que estoy recibiendo el mp3 de Pobre Diabla.
- ¡Doctor! Hay que aplicarle electroshock al paciente con un soplo cardiaco.
- ¡Ni de vaina! Después salta el regulador de voltaje y se me cae la conexión a Internet.
Lo cierto es que el Messenger desplazó al teléfono y al esmalte de uñas en el ranking de las distracciones laborales: en toda oficina con computadora conectada al ciberespacio, podrás observar la ventanita abierta del Messenger; frente a ella, al encargado de atender al público; y, frente al empleado, al cliente con cara de bolsa esperando que aquel concluya la redacción de uno de los dos pensamientos más expresivos en dicho género de correspondencia: “jijijijiji” o “jajajaja”.
No hay escapatoria. Ahora cuando conoces a alguien y quedas en comunicarte días luego con esa persona, debes ofrecer el número telefónico, el mail y, por supuesto, el Messenger. Si dices que no utilizas el sistema, te miran como a un cavernícola o dudan de tu palabra, creyéndote un grosero por no compartir tan crucial dato. Y ese será el fin de tu vida social. Una segunda alternativa es unirte a la nueva costumbre y hacer que el programa arranque automáticamente apenas enciendas la computadora para, al momento de mayor ajetreo laboral, ver asomarse en la pantalla a dos gorditos verde grama dando vueltas uno frente al otro de manera bastante sospechosa, más el mensaje de rigor:
- ¡Hola! Qué de tiempo ¿Qué cuentas?
- Aquí ¿Y tú? –respondes con diplomacia, lacónicamente, sin chance de cerrar de un plumazo la intromisión, lo que representaría para el prójimo cibernético una ofensa imperdonable. No tardará en aparecer en medio de la charla una de esas imágenes que ya protagonizan la iconografía del milenio: los emoticonos. ¿Qué son los emoticonos? Pues los emoticonos son una especie de yemas de huevo con ojos desorbitados y actitud acorde al ánimo del interlocutor: pelan los dientes, sonríen, se sonrojan de la arrechera... un espectáculo escalofriante.
Por el bien público, invoco la prohibición del Messenger en los espacios laborales críticos: estaciones de bomberos y de policías, entidades bancarias, casas de cita, emergencias y, de ser posible, recintos palaciegos. Que nunca se sabe.
- ¡Señor, hay que denunciar las tentativas de magnicidio ideadas desde el imperio!
- Espere, caracha –responderá el aludido-, a que envíe este emoticoncito por amor.

miércoles, octubre 11

Plegaria de los Motorizados

Salve, Santa Francisca Romana, Patrona de los Motorizados, y no nos desampares en nuestra cruzada por calles y avenidas, líbranos de los huecos y las alcantarillas rotas, e intercede para que la lluvia caiga cuando estemos ya en casa o, si no es mucho pedir, pon en nuestro camino un puente o una cornisa bajo cuya superficie guarecernos de la tormenta.
Dale sosiego al fiscal de tránsito para que no nos matraquee toda vez que olvidemos llevar encima los papeles de la moto; y prudencia al chofer de la camionetica negado a mirar por el espejo retrovisor, sin interesarse en nuestra posible presencia al reanudar su marcha. Cuídanos de los niños que desde las ventanillas de los autobuses escolares compiten para ver quién acierta el escupitajo sobre el dibujo de la estrella en el casco; y defiéndenos de las abuelitas que atraviesan el rayado sin importarles un carrizo nuestra proximidad, convencidas de que con apenas una patada o, peor aún, una pedrada, podrían hacernos rodar miserablemente sobre el asfalto.
Ampara al mototaxista para que llegue a su destino sin señales de arma blanca en las costillas; resguardando con igual fervor al que circula en una “perlita” y al entronado sobre la Harley-Davidson de seis velocidades y flequillo de cuero sobre el manubrio; que entre nosotros, sin duda, también hay clases sociales, aunque todas ellas se diluyen para fundirse en una solidaridad unánime al momento de una coleada o tras soltarse el cardán en medio de la vía.
Media ante Dios por nuestros pecados, que no son pocos: la urgencia con que desobedecemos el semáforo en rojo para llegar antes de que cierre el banco; la desmesura de los colegas repartidores de pizzas que cruzan la noche con los faros rotos, zigzagueando como posesos con el fin de entregar en manos de los ansiosos el alimento caliente. Ilumina a los hombres para que entiendan que sin nuestra participación, la economía del país, del mundo, se detendría; y si alguno se ha apartado del camino del bien, cediendo a la infamia de arrebatar cadenitas y relojes, devuélvelo al rebaño, junto a las muchas ovejas negras que también abundan tras los cristales ahumados de los vehículos de cuatro ruedas. A cambio de tu gracia, prometemos de ahora en adelante renunciar a la insensatez de conducir con un carricito parapetado sobre el depósito de combustible.
Protege con especial atención la integridad física de nuestras hermosas parrilleras, quienes arriesgan sus vidas por acompañarnos en este oficio de pájaro al ras del suelo, devorando el asfalto en vertiginoso equilibrio, mientras el sol broncea la piel y la brisa alborota el pelo.
Y si todo esto que te pedimos, Santa Francisca Romana, te parece demasiado ¡concédenos entonces, chica, un Toyota Camry!
Amén.

jueves, septiembre 28

Potencial

Hay que tomar con pinzas esa frase servida como un elogio: “tienes mucho potencial”. En principio, la afirmación traduce que alguien guarda los atributos para mañana sorprender a la humanidad con la vacuna contra el cáncer o versos magníficos. Pero el Diccionario de la Real Academia es despiadado en una de las acepciones que da al término potencial: “que puede suceder o existir, en contraposición de lo que existe…”. Es decir, el presunto halago expresa entre líneas algo así como: “Tienes mucho potencial… pero al momento en que te digo esto no eres nada, sino un cero absoluto; date una vuelta y ve a hacer vainas, que después hablamos”.
Hay maneras desaconsejables de ser potencial. El niño que espera tras una pared para arrebatarle la lonchera al compañerito de estudio, es un potencial azote de barrio. También abundan los pronósticos desacertados. Cualquier madre se maravilla al saber que su querubín gusta de diseccionar sapos en la clase de ciencias, confiando que de adulto el carricito destacará como médico cirujano. Ha ocurrido que tanto interés zoológico incuba un rebrote de Jack El Destripador.
El término se emplea irresponsablemente. Suele decirse que toda mujer es una cuaima potencial. Nada de eso: toda mujer es una cuaima encubierta, vigente la flor del hostigamiento desde la más tierna infancia, sólo que no se le ha presentado la oportunidad de exhibir a plenitud sus facultades.
Lo de potencial comparte el mismo principio de una maldición gitana. El aspirante invierte sus fuerzas en consumar el desafío, trascender la categoría de promesa, cosa muy estresante que depara, junto a una úlcera gástrica, terribles complejos en caso de no alcanzarse las expectativas. Peor aún: en obediencia a la potencialidad establecida por uno de los padres o el profesor universitario, el candidato a luminaria sobresaldrá como abogado litigante cuyo ejercicio sepulta la floración del genial acuarelista. Lo de potencial, sin duda, ha arruinado muchas vidas.
A medida que transcurre el tiempo la conjetura se va espaciando, hasta que llega el día en que no se escucha más. Quien fuera esperanza encara el convencimiento de haberse quedado en el aparato, en calidad de prospecto, de pólvora mojada dentro de un cartucho que ya no detonará. Luego sobreviene la etapa última, cuando la afirmación pasa a conjugarse en pasado, en una suerte de epitafio en vida.
“Tenía potencial”.

martes, septiembre 19

Cumpleaños de oficina



Nada como los cumpleaños de oficina para descubrir la verdad de un grupo de trabajadores. Están los memorables, en ciertos casos el único motivo para seguir en un empleo. De esta primera categoría, he participado en celebraciones que poco tienen que envidiarle al Festival de Río, con partes de baile y risotadas llegadas a término luego de la medianoche, tras el impelable trencito entre los escritorios y los archiveros.
Los terribles son los otros, los protocolares, sin música ni alma. Un velorio con antipasto. Deseamos entonces que la tierra se trague a esa figura obligada en todo recinto laboral: el organizador de los cumpleaños de oficina, encargado de fijar en la cartelera la lista de los cumpleañeros del mes, y quien desde los días (hasta semanas) previos al evento emprende encuestas para elegir democráticamente la cubierta del pastel –“¿de piña o con fresas?”-, recauda las colaboraciones destinadas a la compra de los refrescos y entrega a la secretaria la responsabilidad del arroz con pollo, “que le queda tan rico”.
No hay chance de esgrimir a una abuela moribunda, que escabullirse de un cumpleaños de oficina significa colgarse del cuello el cartel de arrogante, servir la reputación junto a la bandeja de los quesos para que el gentío picotee a su gusto nuestra ausencia. Desde cualquier jerarquía llega el rencor ante un desaire. Si el jefe es el agasajado y uno no aparece, ni saqueando la caja chica se está tan cerca del desempleo. Si se trata de un subordinado, olvídate que nos pasarán en lo sucesivo las llamadas telefónicas más urgentes.
Peor si se es el cumpleañero: aquella vergüenza de cuando a uno le “partían la torta” en el kinder regresa a los cachetes; aunada a la condena que comporta recibir regalos. Si alguien brinda un obsequio, Dios nos libre de no retribuir el gesto en Navidad, día de su santo y aniversario de bodas del bienhechor.
Son una bomba de tiempo. A medida que transcurre la velada, afloran las pasiones contenidas durante las horas hábiles. La ocasión es propicia para echar los perros mediante el caballeroso suministro de pasapalos y su pregunta de cierre: "¿y ahora pa´dónde vamos, mami?". Pero si es antipatía lo que se profesa, recomendamos guardar la guillotina bajo llave. La nómina suele dividirse en bandos, hasta que la sangría llega al río y los antagonistas buscan enfrentarse, cantarse las verdades en el área de la fotocopiadora.
Ha ocurrido que la velada desemboca en un estropicio de sacagrapas y resaltadores volando por los aires. Aquí entra a escena el empleado que este día trabaja más que ningún otro y sin cuyo afán todos saldrían botados, la señora de la limpieza, heroína cansada, pero feliz por llevar a casa un vasito plástico con crema de ajo Hellman´s.

martes, septiembre 12

Actividades extraescolares





Comenzaron las clases y todo padre juicioso debe ir pensando en apuntar a su niño o niña en actividades extraescolares, iniciativa muy útil para desarrollar el talento y disminuir las horas de ocio. Pero cuidado con los lugares comunes, como kárate, clases de guitarra o ballet: existe un abanico de alternativas de mayor provecho para cuando la muchachada arribe a la edad adulta. Aquí, algunas recomendaciones:

HACEDOR DE COLA
Desde muy temprano los padres han de instruir a sus hijos en el ejercicio de la paciencia y el aguante necesarios para esperar en una cola: obligue a su crío a dormir sentado en una silla la noche anterior a la entrega de las calificaciones; o que al momento de hacer pipí se invente a unos cien amiguitos imaginarios en formación frente a la puerta de la sala sanitaria (recuerde orientarlo para que busque entre quienes ocupan los primeros lugares, a algún conocido que le haga el favor de colarlo).

ACERVO CULTURAL
Las adivinanzas y los temas de nuestro cancionero infantil necesitan ajustarse a los tiempos que corren. Se recomienda indexarlos a la inflación que publica el BCV : “Con millón y medio compré una chiva/pero no tengo chiva ni chivito/ después de pagar el ISLR del millón y medio”; incrementar el grado de dificultad de los acertijos: “Oro parece, plata no es… y a que no adivinas el precio con que mañana amaneceré”; o adecuar las canciones de cuna a los ritmos de moda: “Arroz con burundanga me quiero perrear/ a una gatita salvaje/pa´ sandungueá/pukutum paketa pukutum paketa”.

TELEVIDENTE APLICADO
Lo de reducir el número de horas que un niño destina a ver tele es una práctica beneficiosa en otros países; no aquí, donde media población aspira a ser Miss, actor de telenovela, participar en "Aló, Presidente" o en “La Guerra de los Sexos” Así que a formarlo desde chiquito con una pantalla de plasma de 48 pulgadas y revestimiento anti-reflectante en la habitación.

DESPACHADOR DE ILUSIONES
Inste a su pequeño a que escriba su propio currículum vitae, lo fotocopie, y anille o grape dentro de carpetas manila, para luego entregar en manos de vecinos y familiares, la esperanza de conseguir empleo como muchacho de mandados o paseador de mascotas. Recomendable para ejercitar la decepción desde la más tierna infancia.

LATERITO PRECOZ
Como suplemento de la tarea anterior, induzca a su prole a descubrir las maravillas encerradas en las bolsas de la basura; o cultívele un espíritu coleccionista mediante el acopio de envases de aluminio. La ausencia de recursos no es excusa ante las diversas opciones. Ni siquiera si su hijo no va al colegio: recuerde que, a falta de escuela, para muchísimos niños pobres toda actividad es extraescolar.

miércoles, septiembre 6

El Asomado




En las broncas de pareja siempre hay un Asomado. Es él o ella quien comete la pifia de servir de consejero cuando una esposa le reprocha a su cónyuge el por qué éste llega tarde a casa, o el marido le critica a su mujer los muchos gastos con la tarjeta de crédito. Gracias a la gestión mediadora de una botella de vino, una noche los amantes en disputa dirimen sus diferencias para, al momento del armisticio… ¿a que no adivinan cuál es el primer tema a tratar? Pues nada menos que la entrepitura de El Asomado, por “metiche y cizañero, que no te vuelva ver con ese monumento a la envidia”, se juran entre sabanas los tórtolos.
Cualquier jaleo convoca a El Asomado, que lleva siempre la de perder. Cuando una doña en el abasto demanda entre la concurrencia refuerzos para abominar del precio de la chocozuela, desde el pasillo de las legumbres asoma su cabeza el vegetariano que, emplazado para que exponga su opinión, de inmediato pasa a alojarse en medio de los dos fuegos. Sin que nada le concierna el desenlace de la disputa, será el único caído, la víctima solitaria sobre el campo de una batalla ajena.
En algún momento todos hemos representado el rol porque ser El Asomado o La Asomada no distingue géneros ni situaciones. Hombre o mujer; el mejor amigo es próspero en intromisiones, el gobernante asomado a beligerancias remotas, o la señora que al mostrarse en la ventana un cagajón de paloma le condimenta el peinado. El caso es que en cualquier atajaperro el primero en caer es el más pendejo (El Asomado). No precisa abrir la boca. Basta estar presente en el lugar y la hora equivocados.
Hoy en el país atosiga la pólvora; asomar el cuello afuera es un riesgo. Abaten a los héroes y a los rufianes. Pero el gremio al que pertenece El Asomado también aporta su dosis de absurdo. Sobran los ejemplos. Asomado a la puerta para mejor distinguir una trifulca callejera, caerá consumido por la metralla a la deriva, rumbo al charco del olvido sin comprender las razones de tan súbita paz.
Luego, un último y breve asomo en el noticiero de las once.

lunes, septiembre 4

El plastiquito


Para muchas librerías representa un delito la lectura de una frase por la que no se ha pagado en la caja registradora, como si las letras fueran a borrarse con la mirada, envolviendo los libros en celofán según se acostumbra con las uvas del automercado y así repeler a los curiosos que llegan sólo a ojear, a robarse de un vistazo las palabras. Pero como con las frutas y el amor, en la literatura busco saborear la mercancía antes de llevarla a casa. Así me convertí en el azote de los plastiquitos.
El dibujo de la portada poco dice del contenido, mucho menos la reseña biográfica del autor impresa en la contratapa. Preciso es abatir los muros y avanzar hacia el hígado del misterio, deshacerse del plastiquito. No es tarea para cobardes. Se necesitan nervios de acero, constatar que ningún vigilante ande cerca para, con la pericia de una comadrona, rasgar la placenta del libro y extraer de su vientre un trozo de cuento o poema.
Todo malhechor experimentado sabe que limpiar la escena del crimen es el remate ideal de un delito; por lo que hago del plastiquito una bolita lanzada con discreción a los pies del que esté al lado (incriminar a otros es una enseñanza que he aprendido de ver tanto CSI), o me apresuro a esconder la evidencia tras los anaqueles antes de que el guardia descubra la intromisión y accione sobre mi cuello su arma paralizante.
Luego corresponde aquilatar los secretos del arca. He hallado en el interior diamantes insospechados, líneas a obtener casi con urgencia, conduciéndome de inmediato a pagar su precio en caja. En otros casos, los más, el asalto a la envoltura desemboca en un cofre de baratijas, sin que ninguna metáfora, razonamiento o diálogo allí guardados, valieran el esfuerzo.
Dar con un botín importante requiere numerosas tentativas, muchos plastiquitos arrugados sobre el piso de la librería como descamaciones de serpientes grises, pellejos de uvas sin sabor.

jueves, agosto 31

Las visitas





Ignoro por qué hay personas que gustan hacer de sus casas un salón de banquetes con gente entrando y saliendo una y hasta dos veces por semana, cuando recibir visitas acarrea un enorme esfuerzo. Cuando se es soltero, por ejemplo, una caja de cerveza más la bolsa de Tostitos extra grande son cortesías suficientes al momento de recibir invitados; luego del altar, señores, eso se termina y ser anfitrión pasa a convertirse en una ceremonia precedida por hipocresías tales como encerar el piso más la desaparición de ese monumento a la flojera que desde hace mucho domina, como un tótem, el lavaplatos… todo ello con el fin de convencer a “la vista” de que uno vive dentro de una estampa de revista de decoración y no lo que esto casi siempre es, un cuchitril cercado por el polvo y la desidia.
Agota la inversión económica y hasta moral destinada a construir el espejismo. Puede que durante los otros días del año los anfitriones acostumbren a empacharse con pollo frito y a cenar enlatados abiertos frente a la tele, pero ante los agasajados la señora de la casa presumirá de top chef versada en platillos exóticos elaborados a partir de ingredientes costosísimos, mientras la sala sanitaria estrena un fragante papel higiénico de doble toallita y no el cotidiano tipo C. El jefe de familia, por su parte, hace de bartender (whisky con hielo y soda para el señor, ponche para la doña, gelatina para los niños), Dj atento a las solicitudes musicales de la concurrencia y -si la tertulia amenaza con decaer- hasta de Winston Vallenilla atareado en medio de un set de La Guerra de los Sexos.
El protocolo impone verdades a medias. “Qué bonitos vasos”, elogia una de las invitadas, lo que el organizador del festín agradece gentilmente mientras ahoga la nostalgia por los frascos de encurtidos más el cooler cervecero desterrado esa noche en el fondo de una gaveta, como si se tratase de una abominación cuando es sin duda la pieza más preciada de la vajilla. “¿Dónde compraron estas servilletas?” es otra fija, sin que la etiqueta permita admitir que al momento de sentarse a la mesa aquí la política es asearse los labios y el mentón con los flecos de un mismo trapito de cocina.
Ya lo dijo el ogro Shrek: “lo mejor de las visitas es cuando se van”. No siempre es fácil. Agotados los temas de conversación, la paciencia y el café, se emprenden sutiles maniobras tales como pasearse en pijama por la sala, deslizar indirectas del tipo “Yo soy hombre lobo y hoy hay luna llena” o murmurar -como quien no quiere la cosa- la hermosa frase: “quien fuera visita… para irme”. A punto llamar a las fuerzas del orden para que intervengan en este conato de invasión, los forasteros deciden marcharse y ya en la puerta insisten en retribuir tanta amabilidad haciéndonos prometer que “una noche de estas” los visitaremos, ocasión cuando nos corresponda ser el dedo sobre el timbre de otro hogar sin mancha.
Eso sí, es acá cuando los anfitriones inician al momento más esperado de la velada: exhaustos sobre el sofá, comienzan a echar pestes porque la visita se presentó con las manos vacías o -¡peor aún!- un vinito infame cuya marca recordaremos el día de la revancha.

domingo, agosto 27

Casada con un azote de barrio



- ¿Para dónde vas? –interroga secamente la señora tras observar como su marido, ubicado frente a la peinadora, se acicala la media de nylon en la cabeza -. Me prometiste que esta noche me sacarías a pasear.
- Voy al trabajo, querida ¿Has visto dónde puse la navaja?
- No me cambies el tema. Siempre consigues una excusa para escaparte por ahí y llegarme de madrugada, que si el atraco a un taxista o la sustracción de alcantarillas y vigas de aluminio en la Baralt ¡Ya estoy harta de estar metida en la casa mientras tú te la pasas ruleteando por ahí con tus secuestrados express!
- No seas incomprensiva, tesoro. Trabajo duro para darte las comodidades que mereces.
- ¿Es que me estás echando en cara lo que me has dado? Llevamos seis meses que invadimos este apartamento y aún no has lanzado el cable de electricidad al edificio de al lado. Ah, y la lavadora se estropeó hace tiempo y hasta el sol de hoy no has procurado robarte una nueva. ¿Tendremos que comprar una? ¡Sería el colmo! En casa de herrero...
- Hago lo que puedo.
- ¿Lo que puedes? Mi madre insiste en que te metas a agente aduanero o, por lo menos, a inspector del Seniat. Pero tú no, mírate, un vulgar carterista atracando borrachitos a medianoche, cuando ahorita pudieses estar como el compadre Juancho, que maneja una partida secreta y todo.
- Ternura, comprende que mis valores éticos y morales jamás me permitirían emplearme en la administración pública, que me sacrifico para que los niños disfruten de una buena educación.
- Que buena educación ni que nada. Esos muchachos no tienen ningún mal ejemplo a seguir porque nunca estás en casa: ya el menorcito tiene siete años y aún no ha arrebatado la primera chupeta. Y el más pequeño, ese sí que anda en malos pasos, y que vendiendo pilas doble A y bolígrafos en las camioneticas dizque porque cien bolívares no enriquecen ni empobrecen, que es preferible pedir a estar asaltando y atracando ¡Qué vergüenza con mis amigas!
- El negocio está difícil.
- Si al menos tuvieras la decencia de robar un mísero banquito, una sucursalita, una entidad de ahorro y préstamo, un cajerito automático man que sea.
- Corazón... ¿sabes dónde puse el veneno de perro?
- En la alacena, al lado de la ganzúa; pero no me vuelvas a cambiar el tema –dice la señora manoteándole en la cara al aterrado antisocial-. Te lo advierto, voy a independizarme, tomar medidas ante tu falta de deseos de superación, salir a trabajar nuevamente para darme mis gusticos.
- Siempre he creído en la igualdad de oportunidades para ambos sexos, pero no me gusta que trabajes tanto como lo hacías cuando nos conocimos.
- Ya está decidido.
- ¿Qué está decidido, querida?
- ¡Regreso a la Libertador! Así que devuélveme la media de nylon…

viernes, agosto 25

El gen de la semana



Bastante tarde llega el anuncio del científico James Watson, lumbrera cuya participación en el descubrimiento de la estructura del ADN le valió el Nobel de Medicina de 1962, y para quien la estupidez es un quebranto genético que algún día podrá evitarse. Y lo viene a decir ahora, luego de los resultados comiciales de 1998, tras Jean Carlos Simancas incurrir en el vandalismo de cantar rancheras en Sábado Sensacional, o quien suscribe estas líneas llevar a cuestas un nutrido puñado de crónicas más varios años de matrimonio.
Cada mañana al abrir el periódico nos topamos con estupendos avances en el campo de la ingeniería genética –el gen asociado a la dislexia más el de ciertas atrofias musculares, como episodios recientes- cuya utilidad será de gran beneficio para nuestros nietos, lo que a mí me genera envidia prospectiva. Y es que muchos ansiamos que los científicos aceleren el paso y resuelvan alivios genéticos de los que podamos disfrutar quienes andamos vivos. Sería extraordinario sintonizar el noticiero y que Jaime Suárez nos regocije con el reporte sobre un sabio finlandés que logró la manipulación genética que libera a los enguayabados de los embates del desamor, o el inminente descubrimiento del cromosoma de la bancarrota y, por supuesto, su cura.
Casi saboreo la noticia: “Reuters, Agosto 25.- Científicos de Instituto Karolinska, Suecia, anunciaron hoy en la revista Sciencie el descubrimiento del gen asociado a la entrepitura de las suegras. Este gen, el HMA-H, codifica las funciones de la membrana celular encargada de mutar a las madres políticas en organismos sumamente averiguadores e inoportunos. Las alteraciones del HMA-H ocurren en la posición 282 de la cadena polipeptídica, para lo que se experimenta en gorilas hembras la proteína cuya inoculación podría convertir a la suegra más obcecada en una mansa corderita”. Y ni hablar de lo urgente del gen que priva para que ciertos taxistas actúen como energúmenos al volante, la secuencia de ADN responsable de que algunos compañeros de oficina batan laboriosamente sus mandíbulas en aras del comadreo, o el encuentro del cromosoma que inhibe a los políticos, una vez elegidos, de cumplir sus promesas.
Una novedad alienta mis aspiraciones. Científicos del Duke University Medical Center aseguran haber descubierto el gen (denominado "callipyge", que en griego significa "hermoso culo") responsable de que la grasa se acumule en el área donde concluye la espalda y empieza el pudor, ocasionando que unos traseros sean más prominentes que otros. El hallazgo, se afirma, rendirá sus frutos a corto plazo y el día cuando este logro pueda combinarse con la manipulación del gen de la estupidez estudiado por Watson, el mundo será menos imperfecto ante un mayor número de gobernantes a los que no les pese el culo para emprender lo que corresponda.

miércoles, agosto 23

Ni por la mamá de Bambi



Eso de que los hombres no lloran es una lección que he seguido al pie de la letra en las más diversas circunstancias, y no va a ser ahora, sentado en la butaca de un cine, cuando me permita una excepción. Por ello invito a los caballeros a compartir mi cruzada contra la cursilería impartida por tanto cineasta manipulador que sólo busca exprimirnos las glándulas lacrimales, como muy bien denuncian en sus reseñas los críticos que tanto saben de esto, y por quienes nos enteramos que llorar en el cine es una ofensa al buen gusto.
La vez que ET y Mufasa mueren, Ilsa toma en Casablanca un avión rumbo a Lisboa, o George Bailey descubre en navidad que el mundo sería inhabitable sin su presencia… son feroces intentos por torcer nuestra hombría. ¡Pero no desmayemos, camaradas! Traguemos grueso si la banda sonora pretende ablandarnos con un solo de violín o de piano; a rascarse una bola cuando en la pantalla aparezcan unos amantes despidiéndose entre los vapores de una estación de ferrocarril; no habrá coartada que nos venza, nuestros ojos son fuertes, que ninguna lágrima manche el liqui liqui ni mucho el uniforme de cualquier índole.
“Qué vaina más absurda”, diremos cuando un buzo francés se pierda en el fondo del océano, guiado por la aleta de un delfín, momento de la cinta que ha de coincidir con la congestión nasal generada sin duda por el aire acondicionado de la sala. “¡Qué ridiculez!”, juzgaremos el instante en que Sophie es forzada a determinar cuál de sus dos hijos irá a un campo nazi. Y si durante el comentario nuestra voz se fractura como si una mano invisible nos apretara la garganta, ¡pise firme, compadre!, y excúsese con que eso pasa por mascar tanto chimó.
Eso sí, hay que mostrar cautela ante los golpes bajos. Yo, por ejemplo, decidí permanecer en silencio frente a la secuencia de besos que sacude a Totó en la escena final de Cinema Paradiso; quedarme quieto o volver el rostro para que nuestra compañera no se angustie por la basurita que me cayó repentinamente en el ojo. Concluida la función, se recomienda concentrarse en el reloj o los escalones del teatro; pero nunca ofrecer la mirada a otros para que nadie se entere de la flaqueza abominable, la vista borrosa, del corazón hecho un trapo camino al estacionamiento.

miércoles, agosto 16

De una y otra orilla



Siempre que cruzo esa calle de La Florida me inquieta la distancia que hay entre Festejos Mar, célebre salón de fiestas capitalino, y la Funeraria Vallés, separados uno del otro por un trozo de asfalto y, en ciertas noches, ambos igual de concurridos aunque por razones muy distintas. Frente al primero suele asistir la pareja de recién casados o el grupo de bachilleres entregados al júbilo y la risa fácil, prestos a celebrar la vida. Mientras, al otro lado de la calle, la acera se abarrota de sombras, los hombres se reúnen en círculos para fumar o hablar de lo que sea, y en una esquina siempre una mujer –la viuda o la madre- asistiendo de golpe a su peor día.
Alguna vez he reparado en la forma cómo intercambian miradas los miembros de una y otra orilla, como si fueran pobladores de dos ciudades en conflicto. De algún modo lo son. Las damas arriban al festejo retocándose el maquillaje, los caballeros ajustándose el saco o la corbata, para luego de advertir a la oscura muchedumbre contigua, escabullirse hacia el cálido vientre de la fiesta amurallada, sacudiéndose de los ojos la imagen de una ceremonia tan groseramente inmediata pero que, por esa noche, nada tiene que ver con ellos.
Desde la otra acera, en cambio, no desmaya el interés que genera la dicha ajena, en este caso subrayada por el dolor propio. Cuando el catálogo de temas entre los asistentes al velorio amenaza con agotarse (los detalles del fallecimiento, las virtudes del occiso, la situación económica en que quedó la familia y demás lugares comunes en un acto funerario), el interés de los deudos cruza la calle para colarse como un intruso al festín vecino.
Luego de descifrar si se trata de una graduación o un bautizo, los de la orilla enlutada juegan a resolver el valor de los obsequios basándose en las dimensiones de sus recipientes; el modelo que viste la quinceañera es alabado o duramente criticado, y hasta el deudo más afligido no demora en enjugarse las lágrimas para distinguir con claridad el momento cuando, precedida por las bocinas de los autos en caravana, arriba la novia. Aunque se desarrolle a pocos pasos, se trata, no obstante, de un espectáculo remoto, como esas galas de todo tipo que miramos por la televisión no sabemos si para vestir un pedazo de dicha ajena, o sentir en toda su desnudez la miseria propia.
Entre ambos espacios media una floristería, cuyos empleados comparten sus habilidades entre las ofrendas para una y otra circunstancia, cuidando de no cometer alguna terrible equivocación que envíe al destinatario hacia el borde equivocado de la calle, hacia la otra punta del hilo.

lunes, agosto 14

Manual anti choro


Ponga también cara´e choro
La delincuencia desbocada ha sembrado el pánico entre los mismos delincuentes, originando que hasta a los amigos de lo ajeno se les erice la piel ante la posibilidad de ser sorprendidos por algún colega inescrupuloso; de allí que si usted avanza por una calle oscura y observa cómo desde el otro extremo se acerca un individuo de aspecto amenazante, introduzca una mano en el bolsillo trasero del pantalón, apure su paso hacia el sujeto con pinta de facineroso, entrecierre los ojos, respire ruidosamente... en fin, ponga usted también cara´e choro y verá como el antisocial escapa despavorido.

Electrifique sus accesorios
La electrónica ha alcanzado tal grado de minimalismo que usted hoy puede ocultar dentro de su ropa íntima una batería en miniatura con la que electrificar la cartera, el reloj, la gargantilla, la esclava, los anillos y demás accesorios. El malhechor quedará como árbol navideño si intenta propasarse. Eso sí: cerciórese de nunca pisar un charco de agua.

Look Pedro Picapiedra
En este país la gente tiene la mala costumbre de, por pura echonería, usar zapatos. No tiente a los canallas y suprima de su vestimenta tan extravagante artículo. ¿Qué el asfalto caliente le sancocha los pies? ¿Los charcos le producen hongos? ¿Los vidrios resultan insufribles? Despreocúpese, eso es cuestión de los primeros días, mientras maduran los callos y usted desarrolla unas sólidas defensas inmunológicas.

Adiós al antisudoral
Prescinda de desodorante o cualquier otro producto de higiene personal. A las pocas semanas observará que ningún malandro se le acerca. Y si un maleante desprevenido pretende despojarlo de sus prendas, sin duda lamentará la osadía tras dar la típica orden de “arriba las manos”, momento cuando desde la humanidad de la víctima embista una ráfaga tóxica que ríete del gas paralizante.

Habitación del pánico
Ante la posible incursión de bandidos en casa, siga el aprendizaje propuesto por la película del mismo nombre y monte su propia habitación del pánico. En nuestro caso se recomienda almacenar con anterioridad la siguiente cesta básica: parrillera, carbones, Gaceta Hípica, una caja de cervezas, máquina de humo, los éxitos de Wisin y Yandel, y demás artículos que lo ayudarán a sobrevivir plácidamente al asedio del hampa.

Ante los efectivos
Si, de manera sorpresiva, otro auto golpea su vehículo, no se baje a discutir con el extraño que lo chocó sin antes cerciorarse de lo que ocurre. ¡Pero atención!: si llegan las autoridades de tránsito, pise el acelerador y huya de inmediato de ese potencial escenario de fechorías.

Secuestro Express
Apenas el raptor comience a ruletearlo por toda la ciudad, despepítese a hablar de política. Confiese su recelo por la Ley Habilitante, sobre la posible candidatura presidencial de Oswaldo Álvarez Paz o que lo de Insulza es el guabineo en pasta… ya verá como el malhechor lo deja abandonado en la siguiente esquina.

Lleve artículos valiosos
En caso de que ninguna de las precauciones descritas funcione, cargue siempre consigo algún objeto de inapreciable valor de manera que el asaltante, movido por la frustración, no intente agredirlo físicamente; artículos como, por ejemplo, un pote de leche, tampones o un paquete de pañales harán que el rufián se retire más que satisfecho con el botín obtenido.

miércoles, agosto 9

Por su culpa



Cuando en la escuela se me pasmaban en el frasco de compota las caraotas con que pretendía reproducir el fenómeno de la germinación, con increíble aplomo le decía a la maestra que eso no era conmigo, que yo no era el responsable de aquella derrota agropecuaria, que todo fue culpa del thysanoptera thripidae, plaga que azota estos cultivos y cuya erradicación las autoridades nunca enfrentaron enérgicamente… En fin, desde muy temprano advertí mi naturaleza acusadora que, con el tiempo, refiné hasta convertirme en un genio en eso de depositar sobre las espaldas ajenas el peso de cualquier cruz.
Para atribuirles a terceros nuestras pifias, no hay mejor coartada que trabajar en grupo. En caso de bajas calificaciones o si el resultado disgusta al jefe, esquivo las balas admitiendo que fulanito no entregó su parte a tiempo, que de haber sabido que zutanito era tan bruto nunca lo hubiese dejado entrar al equipo. Y uno no levanta, no por pusilánime o torpe, sino porque nuestros padres no dejaron ni en la cara ni en el bolsillo de su descendencia ningún bien preciado ¡Ah!, porque eso sí, la familia es el fabuloso manantial de donde extraer disculpas como si fueran salmones: que después de seis años mamá renunció a darnos teta, que papá siempre eludía nuestros abrazos, que madrina nunca se apareció en Navidad con un regalito … y ya estamos resueltos para zozobrar por el resto de los días sin reconocer la autoría del naufragio (Pero, ¡cuidado con imputaciones inadecuadas!, que si se sobresale como sujeto exitoso fue porque vencimos toda suerte de adversidades, porque le echamos bolas a la vida).
Un fundamento básico es la victimización, convertirse en paria del destino. Mis justificaciones varían desde la tierra que piso (“¡Qué vaina con en este país! Si hubiese nacido en Austria, otro gallo cantaría!”); hasta el cielo que me cubre (“Qué trabajo voy a estar consiguiendo –leo por la mañana el horóscopo, absorto en responsabilizar a las estrellas-: ¡si es que Mercurio retrógrado nada que atraviesa nuestra casa astral”).
Es todo caso es imperioso identificar para cada circunstancia al ingenuo o ingenua a quien apuntar con el dedo cuando la marea suba hasta el cuello, recurso utilísimo en la esfera romántica. Si la relación no resulta, no es porque a la menor discordia uno saca a relucir insolencias o un bate, nada de eso; sino porque ella no nos comprende, que tras la visita al altar vino a lucir su genuino temperamento, que es una bicha y por eso, sólo por eso, esta noche pretendió huir en silencio hacia otros brazos.
Ya veré mañana a quién culpar del crimen.

lunes, julio 31

La guaricha mediática




Los avances tecnológicos amenazan con enviar al olvido la imagen de la moza que, huyendo de una miseria insoportable, se arrojaba a la intemperie, bajo el trémulo brillo de un farol, para ganarse el pan con el sudor de su frente y demás áreas corporales, entre tanto eludía el asedio policial más algún botellazo arrojado por adolescentes inescrupulosos desde un vehículo en marcha. Sí, el oficio más antiguo trazó un pacto con las ciencias aplicadas para establecer la figura de la guaricha mediática.
Con mercadear su desempeño en los clasificados de la prensa, ahora estas obreras del deseo sólo tienen que preocuparse de recargar las baterías de su teléfono celular y hacer tiempo a la espera del timbrazo del amante; mientras el séptimo arte les abre las puertas de los estudios: según informes de la cátedra de cine de la Universidad de California, Hollywood graba al año unas míseras 400 películas; mientras la industria de la pornografía rueda en ese mismo periodo más de 11.000. Con Internet, ni se diga. Amén de promocionar su mercadería en alguno de los muchos servidores gratuitos, con una web cam instalada en la PC la e-casquivana puede ejercer ciertas variantes del oficio sin necesidad de aventurarse en un motel roñoso o soportar el aliento a chicote y alcohol bufado sobre su cuello por la clientela.
El ingenio de las líneas calientes publicitadas por TV democratizó a tal grado esta industria, que las incursas ya no requieren desnudar un tobillo o presumir de cierta bonitura para ser la más arrojada de las queridas en renta. Aunque en cartel luzcan despampanantes, al otro extremo del hilo telefónico quizá responda la tía solterona que cada tres domingos aparece en casa con un dulce de cabello de ángel y manjar blanco entre manos. Como aquel sketch de la Radio Rochela, la tía seduce desde el anonimato calzada en mocasines y con el pelo aguijoneado de anchoitas. Eso sí, musitando con sugestiva voz escenas que harían de la Lewinsky una pusilánime.
No obstante, la aplicación de la Ley Resorte divide hoy las opiniones, tras la estampida de esas chicas que incendiaban la pantalla durante la programación nocturna. Seguro usted las recuerda, camufladas de conejita (“quiero probar tu zanahoria”), de humanitaria bombera (“llámame y apagaré tu fuego”) y hasta de fogosa Caperuza que en baby doll rumiaba sobre la cama el fastidio (“es tarde y estoy solita… ¿me acompañas?”). Algunos alegan que la ley coarta a las operarias del viejo oficio la libertad de expresión; mientras los partícipes del ala conservadora aplauden la propuesta arguyendo que las costumbres son invulnerables, que la tradición debe permanecer, que ningún artilugio tecnológico sustituirá nunca el antiquísimo intento de conservar el equilibrio sobre tacones de aguja cuando el deseo ocupa la acera a medianoche.

domingo, julio 30

Sistema automatizado




Máquina: Buenos días, bienvenido al sistema automatizado de su banco. Para mayor comodidad y que no pierda tiempo al teléfono, ahora usted dispone de este moderno sistema que le hace más breve su comunicación. Si desea conformar cheques, marque 1. Información sobre nuestros servicios, marque 2. Si presenta problemas con el banco y desea formular un reclamo, marque 3.

Marcamos 3… para variar.

Máquina: Si el reclamo es porque a su saldo se lo chuparon los dizque altos costos de mantenimiento de la cuenta, marque 1. Si el cajero le descontó el precio de la liguita empleada para amarrar el dinero, marque 2. Si al utilizar un cajero automático no recibió el billuyo, marque 3. O si no entendió y quiere que repitamos la explicación que hasta un estúpido entendería, marque 4.

De la 1 a la 3 ¡carajo!

Máquina: Para sacarnos la madre, marque 1. Si quiere que lo metamos en nuestro archivo computarizado para el día en que venga a pedir el cacao de un préstamo, marque 2. Si insiste en marcar cualquiera de las opciones mencionadas y que en consecuencia su marido o esposa reciba por “accidente” los vauchers de la tarjeta de crédito que usted clandestinamente ha utilizado en moteles de la Panamericana, marque 4.

La 2, que a mí una máquina no me jode.

Máquina: Usted introdujo la opción Sacarnos la Madre. Recuerde que por su seguridad está siendo grabado. ¡Ah! y también recuerde lo del cacao. Si quiere que le contestemos “¡la suya!”, marque 1. Si se arrechó, no marque más un coño. Pero si por el contrario, desea que nos echemos unos palos y le eche el cuento de mi vida mientras limamos asperezas, marque 3.

Por curiosidad, la 3.

Máquina: Le cuento. No crea que es cosa fácil esta respondedera de llamadas por cuya grabación el banco paga cuatro míseras lochas. Yo quería ser como Viviana o Maite, pero me negué a operarme las tetas y recurrí a esto para llevarle el pan al carricito que me montó un muergano. Porque si cree que las voces de las máquinas contestadoras no tenemos también nuestro corazoncito y deseamos a nuestro lado unas cuerdas vocales masculinas para echarle bola a la vida, marque 1. O si opina que fui una güebona más, marque 2.

La 2, que a cualquiera le pasa.

Máquina: Así es, la misma güebona, compadre ¿Puedo llamarlo compadre? Pero es que con esta falta de hombres… están como los teléfonos públicos, lo que no están ocupados, están echados a perder o tienen una cola larguiiiisima. Entonces, qué me aconseja; si cree que debo darle una segunda oportunidad al muérgano ese, marque 1. Si cuadramos lo de los palos, marque 2. Pero si carece de efectivo para salir por ahí porque presenta problemas con el banco y desea formular un reclamo, entonces marque nuevamente la opción 3.
¡Ah!, y gracias por utilizar nuestro moderno sistema automatizado que le hace más breve su comunicación.

miércoles, julio 26

El drama de la viuda hermosa




Teresa de Sales, australiana de 39 años, enviudó luego de que el marido se ahogara durante un accidente laboral, debiendo emplearse para mantener a sus dos hijos ya que los tribunales de su país se negaron a otorgarle la debida pensión ¿La causa? Teresa –calificaron los miembros del juzgado- estaba demasiado buena. Una ley australiana de 1863, vigente hasta hoy, establece que si un hombre muere en un accidente de trabajo dejando viuda a un mujerón, a ésta no le corresponde resarcimiento económico alguno debido a sus firmes posibilidades de conseguir otro marido con que optimizar las finanzas. El fallo, abiertamente discriminatorio, debería movilizar a todas las esposas del mundo, es decir, viudas potenciales. Particularmente si son hermosas.
A una viuda sin mayores atributos físicos, los allegados se le arriman en la funeraria a palmearle el hombro mientras subrayan lo buena gente que fue el difunto en vida. Una viuda hermosa puede que entrañe en su pecho el mismo dolor que una viuda común y corriente, pero es tratada por el mundo de manera distinta, su duelo convoca sentimientos dudosos. Los hombres salivan ante la viuda hermosa como el cazador enterado de que una codiciada presa anda herida a la intemperie, en cuyo caso las estrategias de consolación no se orientan a exaltar las virtudes del finado, sino hacia el mañana promisorio que le aguarda a la beldad apenas sea sellado el féretro –“con lo hermosa que eres, tienes la vida por delante”-; para acto seguido invitarla a tomarse un café o hasta un whisky y “olvidar juntos esta pena”.
En el vecindario la viuda hermosa desata agrias hipótesis –“segurito lo mató para quedarse con los reales y/o porque tiene otro”-, prejuicio explotado hasta la saciedad por el cine, proliferando las películas donde una guapa doncella, durante el jaleo de la luna de miel, se escurre con sigilo para verter un polvo tóxico en la copa del marchito consorte. De allí que la viuda hermosa sea confundida irresponsablemente con la viuda alegre; o lo que es peor, con la viuda negra, esa especie arácnida que luego de aparearse aniquila al macho volcando la ponzoña de su boca situada –no faltaba más- a la altura del vientre.
A una viuda federica vista a pocos meses de la pérdida tomada de la mano de un tipo, se le alaba su capacidad de respuesta para sobreponerse al amargo episodio. Pero si es una viuda hermosa, le será destinado el apelativo de cínica, de fresca que no esperó a que se ajaran las flores del sepulcro para emprender sus sinvergüenzuras.
Hasta una huella de maquillaje sobre su rostro será motivo de reproche.
Y es que la hoguera donde arde la viuda hermosa se nutre de un rencor casi nunca confesado: casi todas las mujeres, al calor de un altercado marital, se han imaginado viudas, estado civil posible de obtener deslizando apenas el secador de pelo hacia dentro de la bañera del aseado cónyuge.
Arrecho de conseguir es lo de hermosa.

martes, julio 25

La cuenta




“¿Y en cuánto me saldrá esta gracia?”, piensa uno sobre el tapete de bienvenida porque, para quienes contamos con escasos recursos, el escalofrío de la cuenta se inicia en el mismo instante en que se cruza el umbral del establecimiento, desde donde trazamos conjeturas presupuestarias valiéndonos de indicadores tales como la decoración del sitio, si los mesoneros están uniformados o no, y -ya en la mesa- ese catálogo de traiciones que es el menú. Nuestra mirada escudriña temblorosa, no el inventario de platillos, sino el renglón de precios con el fin de tomar una decisión casi nunca basada en las recomendaciones del chef, sino en las cuatro lochas que llevemos en el bolsillo.
Pero ¡la hecatombe! Hay menús que no traen incorporados los precios, y como un ciego en medio de la autopista ordenamos los nombres menos sofisticados en el precario intento por reducir esa grima que rueda hacia la garganta sin siquiera haber descorchado la botella o saboreado el primer bocado. Imposible olvidarse: con cada visita del mesonero, el espanto vuelve a asomar sus dientes. La compañía, es obvio, establece diferencias. Si se trata de un prospecto amoroso, asumiremos el sacrificio con gallardía, que en estos casos la cuenta ocupa el carácter de una inversión; pero si es la esposita de siempre, exclamaremos sin empacho: “¿Y vas a pedir eso tan caro? ¿Por qué no pruebas mejor el espagueti a la boloñesa, que aquí es riquísimo?”.
La manera de solicitarla se subordina a la calidad del encuentro; si fue ameno, la cuenta constituirá un adiós muchas veces postergado por la del estribo. Aunque si el asunto resultó un fiasco, los contertulios estarán impacientes por pedirla, pero nadie se atreve pues sería admitir públicamente que preferimos ir a ver “Al Rojo Vivo” antes de continuar compartiendo con esta cuerda de pánfilos. Agotados los temas de conversación, la concurrencia improvisa barquitos con las servilletas, hasta que un valeroso arroja la interrogante: “¿Pedimos la cuenta?”, excusándose con que mañana hay que trabajar temprano. “¡Sí, sí, hay que trabajar temprano!”, consiente el resto a modo de coro griego, en un inaudito arranque de entusiasmo laboral.
Sólo si llegara a instaurarse en otro género de circunstancias, la liturgia de pedir la cuenta resultaría deseable. En el transcurso de un amor opresivo, amistades hipotéticas y desaires afines, uno debería disfrutar del privilegio de exigir el saldo adeudado, calcular su contraprestación en gratitud o moneda corriente, y levantarse dejando sobre el mantel la deuda saldada, el 10% para que no nos llamen pichirres, más la certeza de no volver allí de nuevo.

viernes, julio 21

Bouquet



La disputa que emprenden ciertas mujeres para adueñarse del bouquet arrojado por la novia a las puertas del templo, debería ser elevado a disciplina olímpica junto a aquellas categorías que exigen una notable destreza física, como las artes marciales, la lucha libre, o esas carreras de fondo en los que una atleta que ya corrió lo suyo deposita en manos de su sucesora el testigo, en este caso envuelto entre follaje y orquídeas.
La escena transcurre como en cámara lenta. Apenas el ramillete sale proyectado de las manos de la recién casada, las más audaces se alzan el vestido hasta los muslos o descargan un firme codazo sobre las costillas de alguna adversaria que, recuperado el equilibrio, aplica un gancho en el estómago de la siguiente mientras con la otra mano lanza un swing justo a la quijada de una madrina desprovista de resguardo. Cuando gracias a la fuerza de gravedad el manojo concluye su arco en el aire, las sobrevivientes se abalanzan como jugadores de fútbol americano tras el balón; mientras las pusilánimes (aquellas que sólo levantan sus brazos a la espera de que un marido caiga del cielo, entre lirios y calas) recogen la tapita desprendida del zapato o enjugan con disimulo el resto de sangre que mana de sus labios.
Durante una boda los solteros que desde una esquina observamos el lance con la minuciosidad de un entomólogo, clasificamos a las solteras de acuerdo al grado de vehemencia con que se arrojan sobre el trofeo. De este análisis surgen dos categorías básicas:
1) Las Basquetbolistas, que persiguen el ramo como si se tratase de la pipeta contentiva de la vacuna contra el cáncer. Los solteros advertimos la angustia de éstas por un marido, reaccionando entonces de dos únicas formas: los ajenos al compromiso las descartan de inmediato; mientras los maliciosos encuentran en espécimen tan desesperado a una presa fácil para calentarle el oído a punta de promesas y, a la mañana siguiente, luego de una noche de caricias azarosas, si te he visto no me acuerdo.
2) Las Incrédulas, quienes renuncian a participar en una tradición que catalogan de cursilísima. A este rubro pertenecen las feministas, las intelectuales, las lesbianas, y aquellas que reúnen en una misma condición todas las categorías anteriores. Aunque he aquí un dato: para algunos solteros, Las Incrédulas en ocasiones resultan mucho más interesantes: la tibieza demostrada ante el amuleto matrimonial ejerce el atractivo de un reto, la impronta del desafío.
Si la vencedora acudió al evento con su novio, de inmediato le dirigirá a éste una mirada cómplice que lo hará sudar frío. Y de asistir sin compañía, olvídate que un buen partido la invitará a recorrer la pista de baile durante el festejo. La he visto permanecer sola, apenas alentada por aquel pájaro de mal agüero anidado en el regazo, esa florida maldición que a muchos hombres espanta.
De seguro llegará a casa a depositar su fe en un jarrón con agua, mientras los pétalos caen uno a uno, hasta la próxima boda de una amiga con mejor puntería, el combate venidero, la siguiente esperanza perfumada.