sábado, enero 21

Todos somos psicoterapeutas



Si algo muestran las series y películas norteamericanas es que los gringos para todo acuden a un psicoterapeuta: si el muchacho de la casa no barre el cuarto, lo mandan al psicoterapeuta; pero si barre mucho, doble sesión de psicoterapia con eso. Aunque en esta orilla del mundo dicha alternativa es cada vez más frecuente, por las razones descritas a continuación todavía muchos siguen reacios a tenderse sobre un diván (sin alusiones de cualquier tipo…).
El primer temor es que un compañero de trabajo te sorprenda a la entrada del consultorio y esparza el dato de que uno “anda donde un especialista”, luego de lo cual probablemente nos descubramos viajando sin compañía en el ascensor o, a la hora del almuerzo, comiendo solos en una esquina del cafetín mientras el resto de la nómina nos acecha de reojo. Y ni hablar de los minutos de espera en la antesala del consultorio, donde se procura adivinar las tribulaciones de los otros pacientes, que si aquella chica ensimismada en la lectura de una revista presenta todas las señas de comer vidrio en sus momentos de ocio, mientras se está atento a cualquier movimiento extraordinario del tipo de camisa de cuadritos no vaya a resultar un asesino en serie.
Tampoco hay que ser muy perspicaz para presumir que quien pertenezca a esa gruesa franja de la población sin medio en el bolsillo, le inquieta más cómo costear la dosis de electrolitos intravenosos en caso de dengue hemorrágico, que pagarle a un psicoterapeuta para que descifre por qué aquel a los 38 años de edad aún se orina la cama. Sin embargo, uno de los motivos de por qué aquí es redundante consultar a un psicoterapeuta radica en que, así el vecino cargue cuatro divorcios encima o el carnicero lleve más de una década sin hablar con su mamá, en este país todos somos psicoterapeutas y lo que abunda son los sabios de la mente prestos a sugerir, con una soltura que ni el mismísimo Freud, cómo retomar las riendas de la vida.
¿Sufre usted de ansiedad porque su matrimonio es una ruina? Pues su mejor amigo o amiga irá a la raíz del conflicto y le recomendará la faculta alternativa de echarse las cartas con una bruja para descubrir el estado de la relación, o le planteará que le huela aplicadamente la ropa interior a la pareja con el propósito de descartar o confirmar la hipótesis del cacho ¿Le tiene fobia a las arañas? Para eso está el primo preocupado por atrapar al bicho más peludo del jardín con miras a lanzárselo al cuello para que usted muera del susto o -¡milagro de la ciencia!- supere el pavoroso trauma.
“Ando depre porque llevo meses sin trabajo”, le confía usted a un pana y éste, con actitud de PHD en Psicología Lacaniana obtenido en Harvard, no dudará en despachar: “Tú lo que tienes es baja autoestima (diagnóstico); así que relájate y deja la histeria (inducción hipnótica) y sal a echar un pie (musicoterapia) o a caerte a palos (prescripción de fármacos) con los panas (terapia de grupo) para ponernos al día con los cuentos (regresión). Ya verás cómo así se te pasa todo (tratamiento conductual-cognitivo).
 Por supuesto, para los trastornos expuestos y cualquier otro incluido en los libros publicados sobre el tema por la Organización Mundial de la Salud, no falta el compadre que -acodado en el típico diván criollo que es la barra de un bar- recomiende seguir ese tratamiento universal con que aquí se aborda toda angustia: “Pero, chico… ¡eso se arregla con un culito!”.

1 comentario:

Ají Dulce dijo...

Genial este post. Cierto es que cualquier solucion es "mejor" que hablar la vaina con el afectado/a, y siempre es mejor consultarlo primero con cualquier persona ;) Saludos!