lunes, febrero 6

Cajeros sin uniforme


Hoy los bancos ofrecen servicios de bastante utilidad, tales como las transferencias por Internet y el horario extendido en aquellas agencias ubicadas en los grandes centros comerciales, opción ésta de extraordinario beneficio que, sin embargo, viene acompañada de una rareza que a mí me produce mucha desconfianza: durante los fines de semana los cajeros y las cajeras no usan uniforme.
Se entra al banco para depositar el alquiler del apartamento y, tras pedir prestado un bolígrafo (siempre olvidamos el nuestro cuando vamos a un banco y los de allí nunca tienen tinta), arruinar tres planillas como promedio (escasean los talentos capaces de llenar satisfactoriamente una planilla de depósito al primer ensayo), tomar el ticket (que indica a 16 clientes por delante cuando sólo se ven 5 aunque debamos esperar como si hubiese 28), o informarle al primero de la cola (a quien invariablemente se le ocurre mirar al techo justo cuando le corresponde el turno) que aquel cajero se desocupó, llegamos a la taquilla para descubrir tras ella a unos sujetos vestidos como si fueran al cine o vinieran de Mac Donalds, a saber: franelita con el logo de Metallica estampado sobre el pecho o esas ahora de moda –“¡Aquí se habla maracucho!”-, jeanes y sandalias rajadeo. No sé si a usted le ocurre, pero yo sudo y me tiembla la mano al momento de entregarle media quincena a unos civiles que, desprovistos de la solvencia institucional que confiere el uniforme, parecen un poco como si anduvieran en pelotas.
Miro alrededor para comprobar que no he entrado a una agencia de lotería, o me asalta una duda peor a que si corriese la bola de que dicha entidad no entró anoche a la Cámara de Compensación “¿Tan mal está el sistema bancario–pienso con nerviosismo- que carece de los recursos para proveer a sus cajeros de otra muda de uniforme?”. “¿O será que minutos antes arremetió una banda armada que mantiene a los auténticos cajeros amordazados en la bóveda para, en su lugar, los malhechores apropiarse del dinero de los cuentacorrientistas incautos?”.
Claro, ahí está el vigilante de la compañía de seguridad que, siempre uniformado, anda pendiente de cualquier anomalía. Aunque su presencia también amedrenta porque, si es uno quien se apersonó con la franelita de Metallica, seremos mirados de arriba a abajo con notable suspicacia, para lo que nos esforzaremos en poner nuestra mejor cara de honestidad u omitir la realización de movimientos bruscos no vaya ser que el agente confunda un calambre con un conato de asalto y nos deje tirados sobre el piso como queso gruyere.
Concedo que algunos uniformes son absolutamente prescindibles, como los de las cachifas y los heladeros; pero si estoy a punto de ser operado de la vesícula y veo al anestesiólogo en bermudas y camisa con estampado de Winnie Pooh, juren que huiré azorado del quirófano. Igual pasa con los cajeros sin uniforme durante los fines de semana, situación cuando provoca guardar los reales bajo el colchón, o insinuarle a la cajera ceñida en un revelador escote: “mamita… ¿y a dónde vamos hoy de rumba?”.

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