jueves, marzo 30

Depresión post parto masculina


Resulta muy meritorio el reciente interés por combatir la depresión que azota a muchas mujeres luego de parir, aunque en esta inquietud hay un gran olvidado: el padre y las muchas circunstancias que lo hunden también en el abismo emocional, como lo es, por ejemplo, el tamaño del piripicho del bebé varón recién nacido. Y es que lo primero que hacen las personas cuando ven a un bebé varón recién nacido es mirarle el piripicho. Lo segundo, hacerse los graciosos improvisando comparaciones que -en caso de que el querubín no haya salido muy bien dotado- el progenitor ha de sobrellevar con entereza, luciendo una risita conforme ya que ningún libro de adiestramiento o escuela para padres le enseña a salir airoso de aquel escarnio público.
Numerosas causas alimentan luego la depresión post parto masculina. La principal es, sin duda, llegar a casa y descubrir que la suegra ha tomado posesión del reino. No hay excusa para negarse a este allanamiento, pues el señor sería tomado como un cavernícola insensible si se le ocurre insinuar la contratación de una niñera o dejar al bebé en la sala de parto hasta que ande y coma por sí solo. Pero dicha invasión es multitudinaria. Y parcializada. Si la mujer trabaja, el flujo de visitantes compuesto por cuñadas, tías políticas y aspirantes a madrina, suele recomendarle guardar reposo y que pegue las vacaciones con el permiso post natal; mientras, el padre recién parido es blanco de palmaditas en la espalda acompañadas de exhortaciones del tipo “¡ahora sí tienes que echarle bolas, manganzón!”.
El padre recién parido pierde la autoridad sobre dos de sus más preciados territorios. En primer término, la nevera, cuyo espacio destinado a las cervezas cede ante el asalto de biberones, aros de dentición y suplementos vitamínicos; mientras el control de la tele le es arrebatado sin misericordia para, a cambio de la temporada de béisbol o de fútbol, sintonizar en Vale TV o Discovery Healt documentales sobre la pañalitis y la importancia de la lactancia materna. Durante este proceso los amigos emprenden una silenciosa retirada pues a la primera colocación estruendosa del doble seis, la suegra se asomará para advertir que jueguen dominó “pasito” porque de lo contrario van a despertar al crío. Y es que al padre recién parido no sólo se le exige tragar en solitario su abatimiento, sino armarse de comprensión para ayudar a la mujer a salir de la suya.
- Me siento fea -dice ella.
- Pero, mi amor, si estás más hermosa que nunca.
- ¡Mentiroso! Mírame, aumenté ocho kilos, tengo las caderas hinchadas y me salieron estrías.
- Ya regresarás a la normalidad.
- ¿Es que piensas que estoy como una anormal?
- Pero aún así estás encantadora -dice él, ahora con menos fe en sus palabras.
Pero cualquier rastro de depresión se esfuma cuando se toma al bebé entre los brazos. Principalmente, cuando se toma al bebé entre los brazos en un centro comercial y las mujeres se agrupan alrededor del padre recién parido comentando enternecidas cuan cuchi se ven ambos. “Úpale –dirá alguna, valiendo la observación como el más poderoso antidepresivo-… ¡y mírale ese piripicho!”.

miércoles, marzo 22

Fantasías sin cobertura


El cumplimiento de fantasías sexuales entraña tal cantidad de riesgos físicos que las compañías aseguradoras han comenzado a incluir este rubro entre los argumentos esgrimidos para negarse a cubrir el pago de accidentes y hasta de pólizas de vida. Logré conseguir copia de algunas cláusulas que a continuación transcribo con el generoso fin de que tome usted las precauciones correspondientes al momento de dar rienda suelta a su creatividad y, si luego ocurre algún percance, no ande diciendo por ahí que no fue advertido o advertida:
- Incendios: Hay amantes que gustan compartir caricias a media luz, cosa muy romántica sin duda, pero la empresa de seguro no pagará ni medio en caso de que, producto del entusiasmo, el pie de alguno de los tórtolos vuelque la vela encendida sobre la mesita de noche; o por efecto de la concentración calórica generada por el bombillo, el trapo colocado sobre la lámpara agarre candela y aquello pase a ser en rigor un momento ardiente.
- Electrocutamientos. Si se es víctima de una descarga eléctrica generada por la mala conexión del PC con el regulador de voltaje durante el momento en que se ejerce el cibersexo, la compañía aseguradora tendrá la potestad de decirle al asegurado que acuda al Hospital de El Llanito por asistencia médico asistencial. Esta cláusula incluye cortocircuitos por recalentamiento de videocámaras para los que gustan filmarse empelotados.
- Achaques coronarios: Si el asegurado es asiduo a las orgías y en medio del jolgorio sufre un ataque cardiaco, el seguro cubrirá cuando mucho una corona de flores; no viéndose obligado siquiera a eso si se utilizaron durante la juerga adminículos del tipo esposas, látigos, baterías de carro, fresadoras, extractores de jugo, o botellas de champagne y/o de refresco cuyo volumen sea superior a los 200 mililitros.
- Naufragios: Tampoco verá ni una locha aquel asegurado que guste hacerlo a la orilla de la playa y, envuelto en la ondulación de la marea y bajo la luz de la luna, venga una ola y le empotre el cráneo en una piedra o superficie coralina. Este apartado comprende calambres, inoculación de veneno por pisar una aguamala, e insolación generada tras la sobre exposición a los rayos UV en medio de la guachafita.
- Resbalones e inmersión: Además de los frecuentes patinazos producidos cuando la pareja se enjabona en la ducha, el cliente no tendrá derecho a reclamo en caso de que desempeñe sobre el piso del jacuzzi la posición de “El Tornillo” y fallezca por inmersión, o si gracias a un brusco movimiento cae de bruces fuera de alguna de esas bañeras en forma de copa de la cadena hotelera Aladdin.
- Contusiones varias: No hay reintegro de honorarios médicos si se improvisan maromas sobre un potro mecánico y en una batuqueada el titular de la póliza sale disparado por una ventana; si logró seducir a Cristina Dieckmann y a mitad del júbilo sufrió un ACV; si por andar piropeando a una aeromoza omitió ajustarse el cinturón de seguridad minutos previos a una catástrofe aérea, machuques producidos por la puerta de un ascensor; o si durante el transcurso de un acto de infidelidad aparece el marido o la esposa del asegurado y el siniestro arroje pérdida total de carro, dientes y casa.

lunes, marzo 13

Que cresta




Días atrás cuarenta gallinas ponedoras participaron en un suicidio en masa. El espectáculo, describen los periodistas que acudieron a la población mirandina de Los Teques, fue gradual y desconcertante: sin apetito y con dificultad (ésta es de las pocas aves privadas de la habilidad del vuelo, por lo que no se les concede siquiera la poética categoría de pájaro) subieron a los árboles para, como gotas obesas en un día de lluvia, dejarse caer al vacío. Las autoridades le atribuyen al moquillo el origen del holocausto, pero yo sospecho de otras causas: la depresión y los muchos sinsabores que asolan al género más sufrido de la zoología, a estas Lupitas Ferrer del mundo animal.
Apenas llegan a la adolescencia, son tratadas como un objeto sexual. El gallo las pisa sin luego acordarse de regalarles nada en diciembre o el 14 de febrero y -por el continuo ultraje del que son víctimas sin que ningún miembro de Greenpeace se pronuncie alarmado- la sociedad las repudia como parias (“más puta que una gallina”), marginándoseles bajo el estigma de madres solteras ¿O acaso usted ha visto pasearse a la luz del día a una gallina embarazada? Por si fuera poco, la naturaleza las fuerza a poner mediante un agujerito ínfimo unas yemas de aproximadamente cuatro centímetros de diámetro, sin el concurso de cesárea o anestésicos.
Tanto dolor es el preludio de mayores sufrimientos. Cuando sobre el lecho de recién parida encuba esperanzas, imaginando clueca que el huevo de allá abajo crecerá como un pollito de bien y la sacará de la miseria cuando sea tan famoso como el “pollo” Brito, una mano inescrupulosa saquea el nido de la soñadora y con el fruto de su vientre hace tortilla, perico revuelto, o lo lanza como proyectil sobre la cabeza del peatón desprevenido durante los días de carnaval. Aunque admitir que los hijitos crezcan a su lado es otro drama de Alejandro Dumas. Ya encariñada con los críos, una mañana los ve partir rumbo a esos campos de concentración avícolas que son las polleras y los comedores de Arturo´s, donde la especie es devorada mecánicamente, sin la majestad que acompaña a la degustación de un faisán o una perdiz, por ejemplo.
Viuda sin consuelo luego de que su marido es llevado a una lucha barbárica sobre la arena de un palenque, esta ave que no canta (¿con qué ánimo?) permanece hacinada en corrales hasta avanzada edad, cuando el dicho “gallina vieja hace buen caldo” se concreta y la mártir es despachada hacia el interior de una reina pepiada o el plato sopero del enratonado que durante la mañana posterior al barranco, apela por un sancocho con bastante tropezones. Su otro destino: el altar de los hechiceros que dibujan ensalmos con las manos sumergidas en el jugo de la decapitación.
Como ocurrió con las vacas, que un día se volvieron locas de tanto desmadre, el mundo tiembla porque ahora las aves de corral transportan una fiebre que amenaza con deslucir la ternura obtenida gracias a su participación en el cancionero infantil. Sí. Quizá sea hora de una justa venganza. La vieja duda de qué fue primero, si el huevo o la gallina, tiene hoy respuesta. Primero fue el miedo. Y a mí se me pone la piel de gallina de sólo pensar en el futuro que espera allá fuera. Por eso, de aquí no me saca nadie…
Hay que ser muy mente e´ pollo para salir del cascarón.

sábado, marzo 11

Blaine, una mamita




Permanecer dentro un bloque de hielo durante varios días o en una jaula de plexiglás suspendida por mes y medio sobre el río Támesis, son algunas de las bobadas con las que el ilusionista David Blaine pretende estafar al mundo. Eso no es nada. Yo, modestia aparte, la semana pasada me compré un martillo donde un buhonero. Al tercer golpe sobre el clavo, la cabeza de dicho instrumento salió disparada del mango rumbo a mi frente; con una ágil contorsión anatómica que ni Keanu Reeves en Matrix, logré evadir aquella arma mortífera que (sean ustedes comprensivos; ya me irá mejor luego de ensayos diversos) fue a dar justo en el dedo chiquito de mi pie izquierdo. Sobreviví ¡Eso sí es lo que se llama una hazaña!
Y es que quienes suelen comprar los sugerentes artículos despachados por los trabajadores de la economía informal, muestran una audacia que ya quisiera para sí Criss Angel, otro farsante igual que Blaine, y quien hace meses acometió la simpleza de levitar gracias a unos anzuelos sujetos a la piel de su espalda. Cosas de mamita. Yo -porfiado en curucutearle las barbas al destino- adquirí de manos de un buhonero uno de esos aparaticos que, tras ceñirse alrededor de la cintura durante unos cinco minutos de mini descargas eléctricas equivalentes a 1.800 abdominales, dotan de una excelente figura a quienes en el transcurso de la sesión miran la tele o pelan el ñame para un sancocho. Lo estoy contando de vaina. Las puntas de mis dedos aún centellean como luciérnagas durante las noches sin luna. Pero, eso sí, me quedó una permanente del carajo, a lo Pastor Oviedo.
No conforme con estas hazañas, adquirí una videograbadora (obviamente, por los lados de El Cementerio) para, con fines promocionales, documentar mis futuras proezas que adelanto aquí por si algún patrocinante se anima a financiar epopeyas realmente heroicas:
- Comer sushi en un tarantín de Capitolio.
- Descubrir ante el público expectante si quedo tuerto, pierdo un ojo, ambos, o simplemente se me raya la cornea, tras cambiarme el color de los ojos gracias a unos lentes de contacto adquiridos al aire libre en Sabana Grande (el reto será enriquecido luego con una operación de cataratas y hasta a corazón abierto posibles de conseguir a precios módicos por los lados de la Baralt).
- Fumar un cigarro detallado de esos de marca indeterminada, y en medio de los efectos alucinógenos hacer el cuatro o cruzar la autopista Francisco Fajardo.
- Colocarme un piercing y que al mes no se me cierre el ombligo.
- Adquirir una extensión, conectarla al tomacorriente, pero evadiendo el mismo destino de William Kemmler, primer condenado a la silla eléctrica.
- Comprar una película en DVD y cuando en las escenas finales la imagen se congele o el doblaje al español parezca una cinta de Almodóvar, no caer fulminado producto de una letal y muy justificada arrechera.