miércoles, abril 12

El probador


Suelo comprar la ropa con una o dos tallas mayores a la que me corresponde con el único propósito de evadir la visita al probador de la tienda: eso de empelotarse tras una cortinita o tabique de cartón piedra, con docenas de extraños por ahí y musiquita de fondo, me genera la impresión de ser un stripper antes de salir al escenario. Con la limitante de que uno no es un stripper, y si por no carraspear a tiempo viene alguien y descorre la cortinita, dudo que la audiencia sienta el impulso de silbar fuifuio mientras toma unos billetes de su cartera para colocarlos en el cinto de nuestra ropa interior.
Pero hay fechas, como cumpleaños y Navidad, cuando nuestra señora insiste en obsequiarnos una camisa, y sería un tremendo insulto rechazar su propuesta de ir al probador (al género femenino le apasionan estos cubiles; su sexto sentido incluye la capacidad de descubrir dónde se encuentran mediante una rápida ojeada al almacén de dos mil metros cuadrados). Tras confirmar que no hay ninguna cámara oculta y que los pies del usuario vecino apremian de talco medicado, la luz fluorescente de aquella pieza abate los últimos jirones de nuestra autoestima: no se tiene tanta consciencia del cuerpo, mejor dicho, de la falta de cuerpo, como cuando se está en el probador.
Al momento de quitarnos la ropa, las insignificantes dimensiones del cubículo nos enseñan lo que sufrió Houdini mientras se deshacía de las cadenas dentro en un tanque mínimo. No cierra el botón del cuello. Ni los de la cintura. Seguro que es talla L pero de la sección infantil... en fin, esa camisa que tan bien lucía colgada en el gancho, aparece ahora envilecida, furiosamente degradada por la silueta del modelo.
- Mete la barriga –alienta el espejo.
- ¡No puedo, coño!
- ¿Y si pruebas respirando cada quince minutos?
- Claro, yo no estoy gordo, lo que tengo es un sobrepeso de aire. ¡Sí, me la llevo! Que con tres meses sin chicharrones ni cervezas seguro me entra como una sedita –juramos crédulos. Y es que el probador es el espacio donde, casi con lágrimas en los ojos, juramos que haremos dieta y se irá al gimnasio apenas pongamos un pie fuera del local.
Aunque el mayor trance que depara el probador es cuando uno acompaña de compras a la mujer y ella te asigna el papel de asesor de imagen; del casillero emerge con los ojos inmensos, ávidos por el desenlace de nuestro escrutinio. Más de una relación amorosa ha concluido abruptamente a las puertas del probador. Por eso, si se trata de una novia reciente, mienta; si es una amante esposa, mienta descaradamente; pero si ya no la ama, dígale cortante que esa blusa es para jovencitas y verá cómo sale directo de la tienda rumbo a la oficina del abogado.
Una compañía europea promueve un software que escanea el cuerpo y simula en pantalla cómo queda la prenda sin necesidad de probársela, novedad que presagia la desaparición de estas mazmorras que –hay cada loco- seduce a muchos como escenario de fantasías sexuales. Eso nunca lo comprenderé. Porque con el chorro de frío que cae de los ductos hacia la cabeza del usuario, aquello que te conté se retrotrae con notable desconcierto, como si acabara de salir de una piscina helada.
Es, por mucho, lo único allí con dos tallas menos.

sábado, abril 8

Ideas para el desconcierto


Ya los programas de cámara indiscreta que transmite la televisión criolla comienzan a mostrar los signos de un cansancio generado por la monotonía de las coartadas: el enano que salta de un bote de basura hacia la serenidad de un peatón o el panadero reacio a complacer los pedidos del cliente, por ejemplo, son trucos que ya no sorprenden al público y mucho menos al personaje objeto de la broma, quien (mientras mira de reojo el lente de la cámara “escondida”; es muy obvio a veces) saborea en secreto su pequeña gloria, su transitoria estadía en la arena de las celebridades.
Ante la falta de originalidad en la formulación de asombros genuinos, la vida derrocha potenciales circunstancias para la sorpresa y el desconcierto que, de ser aprovechadas por los guionistas de estos programas, sin duda le instalarían a más de uno una legítima e insuperable cara de bolsa:
- Comienza el desfile del Miss Venezuela y sobre el escenario irrumpe el grupo de concursantes compuesto por astrofísicas, poetisas, expertas en nanoingeniería, antropólogas, neurólogas, filósofas, violinistas, historiadoras y críticas de literatura, todas ellas ajenas al quirófano y a los rigores de la laca (¡claro! todo esto armado previamente por la gente de video loco, encompinchados para la ocasión con Mayte y Joaquín Riviera). El clímax de la broma lo constituiría el momento cuando, durante la sesión de preguntas y respuestas, las eruditas y espontáneas beldades reciten sin margen de error la tabla de multiplicar o la capital del estado Trujillo.
- Un señor se levanta a las 3 de la mañana y toma un termo de café y una silla con el propósito, supone con inocencia, de sobrellevar las horas de espera en la cola en la Onidex para la renovación de la cédula o el pasaporte. A las puertas de dicha dependencia, Cynthia Lander echa a andar el simulacro: no hay ninguna cola pero sí estampillas y sello, al tanto que la recepcionista convida al señor a tomarse un tres en uno mientras una maquilladora lo acicala para la sesión de fotos.
- Un candoroso televidente sintoniza “Alo, Presidente” (cuyo conductor es cómplice de la broma). Oculta tras una mata del balcón, la cámara graba el gesto de incredulidad del sujeto cuando el primer mandatario anuncia que no tiene nada que decir, y el espacio concluye en menos de un minuto.
- Sin saber que está siendo grabada, una doña observa en la esquina del semáforo cómo un niño malabarista improvisa acrobacias en el aire empleando lápices, cuadernos, sacapuntas, tarros de témpera y empanadas.
- Un señor ha creído toda su vida, inmune ante el acoso de la desesperanza, para al momento de su muerte irse al paraíso y poner cara de asombro (según capta una cámara alojada estratégicamente tras una nube, sonrisas de burla en off) al descubrir que allí es el único, que -si es por este género de virtud- el cielo se está quedando vacío.