jueves, junio 29

Contacto visual



Su peor recuerdo de infancia se originó cuando en un cumpleaños contrataron a un payaso para animar la fiesta. Durante la celebración el sujeto de labios encendidos le destinaba las maromas mirándolo fijamente a los ojos. Aquello fue espeluznante. No hay cosa más tétrica que un payaso mirándote a los ojos mientras retuerce un globo hasta darle forma de perro salchicha. El terapeuta confirmó que sus taras de adulto provenían de aquella terrible experiencia que lo despertaba en las noches haciéndole sudar frío, y que fijó desde entonces su renuncia a tender puentes visuales hacia otras personas.
Dicha fobia acarreó penosas consecuencias. Siempre lo atendían de último en los comercios por negarse a perseguir visualmente al despachador, siendo detenido en numerosas ocasiones pues en las alcabalas a los funcionarios nos les simpatiza ver su cara enmarcada en otros lentes oscuros. El trastorno, sin embargo, abrigó aspectos favorables. Coincidir la mirada con la del buhonero que ronda junto al carro autoriza al comerciante informal a abalanzarse como un águila sobre la ventanilla. Él nunca tuvo ese problema, eludiendo con igual ciencia a los limpiadores de parabrisas y a las religiosas que entornan los ojos como paraparas durante la recaudación de fondos para muy diversas causas.
Dentro de un ascensor estaba en ambiente. Allí nadie sabe qué hacer con los ojos, improvisándose inquietudes repentinas –un aviso en la pared, los cordones del zapato- para evadir el asomo ajeno. Exiliado del universo vítreo, pasaba horas contemplando en el espejo del baño su mirada vacía de otras miradas que no fueran de cachorros o de niños chiquitos, allí donde se anuncian los ojos de Dios.
Aprendió a resolver con ingenio las formalidades románticas. Por aquello del espejo del alma, los enamorados reclaman trato visual durante el cortejo. En respuesta a esta creencia él trazó la maniobra de hincar su atención en el espacio entre las cejas, sobre el puente de la nariz, dominando luego de mucha práctica esa insólita extravagancia de las caricaturas japonesas donde a los personajes les tiembla notablemente el iris, como si padecieran mal de sambito ocular. Todo un poema. Luego apuraba el beso, momento cuando las damas abaten los párpados para abandonarse a una segunda oscuridad llena de chispas.
Aquella amante fue diferente, decisiva. Ella no cerraba los ojos ni en la cúspide del orgasmo. Muy por el contrario, con insistencia buscaba la mirada de él, asunto como para espantarse y salir huyendo de la pieza, que exhibir con tanto descaro el éxtasis es comportamiento propio de psicópatas. Aunque ella de psicópata nada. Puro hábito de payasita.

Bejucos con papá


Techo, comida caliente y televisión por cable son necesidades básicas difíciles de resolver hoy en día. Pero para qué ponerse a inventar, cuando podemos seguir disfrutando de éstas y otras ventajas prodigadas gratuitamente por esos generosos ancianitos a los que hemos de eternizar bajo la categoría de “mami” y “pacito”. Así opongan resistencia.

CONVIÉRTALOS EN HIPOCONDRÍACOS. Escóndale la llave de la casa a su padre, y cuando éste manifieste los primeros signos de desespero luego de cuatro horas de búsqueda, colóquelas de nuevo en el sitio acostumbrado. “Padre mío, –dirá usted con tono nervioso-, me preocupan esos síntomas precoces de Alzheimer. Necesitas que alguien te cuide, y ya sabes que mamá no puede. Fíjate que ayer botó las tarjetas de crédito y ahora no recuerda dónde puso los reales de la pensión”.

MANIFIESTE CANDOR. Diga que la permanencia en su antigua habitación es por poco tiempo, apenas una breve temporada mientras le entregan el carro y la lujosa quinta que, sin inicial ni intereses, usted gestiona bajo la modalidad de compra programada.

VOZ VEIS DE VECINOS. Comente que el sexteto zuliano se mudó al apartamento de al lado de donde ahora usted vive, y ensayan todo el día y la noche los temas del próximo disco. Si el amor filial es genuino, sus padres le implorarán que regrese a casa para no seguir padeciendo la espeluznante experiencia (puede variar la coartada esgrimiendo a Servando y Florentino, o a Alicia Machado).

SEA SUTIL. Confiese que desea regresar al viejo nido porque últimamente le cae a trompadas a su marido o esposa ante la menor objeción que estos coloquen, que ahora nadie puede llevarle la contraria porque usted se pone violento o violenta, que quien se oponga a sus deseos u órdenes recibe palo parejo. “¡Sin excepción!”.

ALQUILE UN INMUEBLE EN LA GUAIRA. Entre caídas de viaductos, deslaves, vaguadas, cierre de trochas, más muy probables tsunamis y/o impactos de asteroides, usted no tendrá que inventar ninguna otra excusa para vivir por tiempo indefinido bajo el techo paterno.

HÁGASE EL MUERTO. Finja que ha fallecido y que esa silueta que sus progenitores ven entrar a casa a altas horas de la noche y con una botella en la mano, agarrando cosas de la nevera, retozando con alguien en el sofá o jugando Playstation hasta la madrugada, no es usted sino su espectro, que anda como alma en pena por lo mal que fue tratado en vida. El único inconveniente es que deberá permanecer en todo momento con un trapo blanco encima.

INVADA. Agarre sus peroles, a su esposo/a e hijos, al perro, y distribúyalos de manera inconsulta entre las diferentes habitaciones del domicilio de “mami” y “pacito”. Si los progenitores osan reclamarle el atrevimiento, brámeles de manera tajante, manoteándoles en la cara: “¡oligarcas! ¡apátridas! ¡capitalistas barbáricos!”.

domingo, junio 25

A Ultraman con cariño



Nuestro destino es tan precario como el de las viejas estrellas del cine y de la televisión, pero no de ésas que, en el hervor de su gloria, hallaron la muerte en un accidente automovilístico o en el fondo de un frasco de pastillas, quedando su juventud congelada en la memoria de las multitudes; no, nuestro destino guarda mayor correspondencia con el de esas otras celebridades que fascinaron a las masas hasta que el sobrepeso envolvió sus carnes y el tiempo echó de sus rostros la tersura. Como estas últimas, también nosotros fuimos relegados; en el mejor de los casos, confinados a la extravagante nostalgia de algunos fans que gustan coleccionar rarezas extraídas de los viejos estudios de grabación.
Claro, nunca fuimos hermosos (a decir verdad, en la fealdad radicaba nuestro encanto) y era el grado de fiereza demostrado en pantalla una virtud proporcional al estremecimiento sufrido por los más chicos sobre las butacas del cine y frente al televisor, o a la vehemencia con que los novios, fingiéndose aterrorizados, se tomaban de las manos cada vez que llegábamos del espacio exterior, de las profundidades de un pantano o, ya sea por efecto de una sustancia vertida accidentalmente sobre el lomo de una larva, nos abríamos paso desde algún húmedo sótano para deshacer a dentelladas ciudades en miniatura.
Dirán que el argumento no ha variado en todos estos años, y así es, pero los avances de la técnica (primero mecanismos hidráulicos y ahora veraces efectos concebidos desde un teclado) afinaron la credulidad del espectador cuyos nervios ya no se crispan ante los trajes de goma espuma, las costuras asomadas bajo las axilas del leviatán o la cremallera zurcida deficientemente sobre nuestras espaldas. Para los habitantes del mundo que una vez gobernamos, hoy somos motivo de risa o, lo que es peor, hasta de ternura. Y es sabido que a los monstruos se nos permite cualquier flaqueza, menos inspirar ternura.
Un desafío nos ocupa actualmente. Marginados en las trastiendas de los viejos estudios de grabación donde un día fuimos echados, libramos una última y fiera batalla, esta brutal lucha a muerte contra el hongo y las burlas; pero el ego sobrevive al naufragio y como toda vieja estrella del espectáculo, confiamos en la reaparición gloriosa, en que algún guionista sagaz madure la idea y, a partir de un rayo catódico o de una desacertada manipulación genética, regrese a la vida a los viejos monstruos de caucho y yeso, rescatándonos del ridículo para desafiar cuerpo a cuerpo a los actuales advenedizos, aliens, dragones, tiranosaurios y demás engendros concebidos digitalmente, y conquistar así el deseo acariciado durante nuestra larga permanencia en el exilio: recobrar la admiración de la audiencia reunida frente a la tele o entre las sombras de una sala de cine, más el dominio del planeta.

viernes, junio 9

Cizaña

Nuestra esposita nos quiere y cuida mucho pero un día olvida plancharnos la camisa cuyo cuello cruzado de arrugas lleva a un amigo a comentar algo así como “esa mujer no te atiende ¿Vas a permitir que te siga tratando de esa forma?”. Uno se hace el loco, alega que aquello fue un descuido y pasa a otro tema… Pero ya la simiente del mal ha sido incubada. Cuando el casquillero se retira, uno se pone meditativo, evoca los espaguetis pasados de sal más la suma de botones sin coser durante 15 años de matrimonio, con lo que la mala semilla muda a revelación: pensándolo bien, uno se mata trabajando y no recibe el merecido respeto ¡Ya está bueno de que me siga tratando como un perro! Dejen que llegue esta noche a casa ¡Si es que llego!
Sí señores. Hemos mordido con avidez la fruta oscura de la cizaña.
La discordia es servida generosamente por el aspirante al puesto del jefe o el enamorado deseoso de manchar la reputación del adversario (¡ah!, y aquí no se hace política ni se denuncia; en su lugar, se siembra cizaña contra el candidato, diputado, juez o país rivales). Aunque todo hay que decirlo: la mala prensa del gesto conspirativo es proporcional a su eficacia para alcanzar metas de cualquier índole. Cuando las buenas costumbres resultan inoperantes, damas y caballeros, llegó la hora de meter cizaña. Pero con sabiduría, según dictan las normas de tan laborioso arte.
La primera regla es inviolable: toda intriga debe envolver cierto grado de verdad. El cizañero no es un embustero ni mucho menos un chismoso, nada de eso; precisa del recurso de la exageración (¡no faltaba más!), pero la puya debe atesorar así sea un aspecto verificable para impedir que nuestra opinión zozobre en la ciénaga del descrédito cuando se arme el zafarrancho. La segunda ley no es menos crucial: por nada del mundo debe usted parecer un cizañero, que traslucir notorios signos de animadversión contra el blanco a destripar genera suspicacia. Por eso, tras algún comentario en torno al clima, asuma su más depurada cara de bolsa para ensalzar determinada virtud que caracterice el cizañado, luego y a modo de ocurrencia deslice la conjunción adversativa “pero” o el sublime “por cierto”, válvulas que abren las esclusas de toda memorable echadera de peste. “Fulano es tremendo compañero de trabajo, el café le queda excelente… pero para mí que es cleptómano” o “No conozco mejor jefa que zutana… Por cierto ¿ya viste con quien se va todas las tardes después del trabajo?” (cosechar desconfianza es la maniobra estrella entre los maestros del género).
El feed back recibido traza el paso siguiente. Si la audiencia manifiesta asombro y/o curiosidad, el mandado está hecho y ya podrá usted instalarse a sacudir como un látigo su lengua viperina; aunque si la reacción del otro es de escepticismo quizá sea hora de retomar el tema del clima. En cualquier caso, como imperativo cierre de la inoculación ponzoñosa debe usted insistir en que ha dicho lo que ha dicho con el angélico propósito de remediar el asunto, que su corazón no es de piedra y aquí está para arrimarle el hombro a quien lo necesite. Luego, dese vuelta y ponga a reposar esa lengüita pues ya ha esparcido la semilla que crecerá por si sola como hierba voraz.

miércoles, junio 7

Tu nombre en otra cara


En un absoluto ejercicio de ociosidad consulte mi nombre en Google y entre los míseros cuarenta y ocho resultados obtenidos, tropecé con las recetas de un cocinero argentino, las disertaciones de un filósofo que da clases en la Universidad de México, el obituario de la víctima de un atentado terrorista consumado en Vizcaya por ETA, más la historia de un reo cautivo por el viejo ejército colombiano en los campos de Salamina. Obviamente, no conozco a ninguno de esos extraños con quienes participo del mismo nombre, aunque no por ello dudo de la existencia de un lazo que une a los miembros de dicha hermandad homónima, como si el haber sido llamados durante la ceremonia del bautismo con una voz afín trazara entre nosotros un vínculo más allá del reflejado en los documentos de identidad, un curso paralelo así éste se circunscriba al mismo sonido detonando en la oreja cuando mamá nos emplazaba a tomar la sopa, o durante las ocasiones en que la amante susurra entre sábanas convocatorias impublicables.
Sé que mi tesis sobre la afinidad entre las personas copropietarias de un mismo nombre es a todas luces descabellada, que todo nombre varía de significado de acuerdo al uso que su portador haga de él; pero cuando no es sólo el nombre sino también el apellido los que encajan en la biografía de otro, la coincidencia muda a enigma, un drama, sospecho, de gemelos nacidos de vientres distintos pero que el destino terminará reuniendo entre el polvo del registro civil cuyos archivos los funcionarios ordenan alfabéticamente.
Ciertos casos, por curiosos, barajan el misterio. Años atrás un autobús cayó al Guaire y varios de sus pasajeros fueron rescatados por un indigente de nombre José Gregorio Hernández; mientras analogías de todo pelaje podrían derivarse del hecho que un atleta de la Universidad Autónoma de Baja California, México, quien corre los 100 metros planos en 22 segundos, lleve por nombre Hugo Chávez Pérez (sí, también Pérez).
Le propongo indagar su nombre en un buscador de la red para descubrir los rumbos inesperados que aquél ha seguido en lugares apartados, lejos de su alcance. No dejará de intrigar cómo algo que siempre supusimos tan nuestro, tan tapa de cuaderno y declaración fiscal, sirvió también para llamar al pizarrón a un extraño que posiblemente hasta padeciera durante su infancia los mismos apodos perversos. Pero como nunca lo sabremos todo, inquieta ignorar cuántas veces al día está siendo bendecido o mandado al demonio el llamado que nos concierne, si en este instante alguien muere de despecho al pie de una rocola susurrando nuestras siglas, o si a esta hora la biografía de un gran héroe o la de un terrible asesino está siendo escrita y llevará por título nuestras mismas iniciales. En fin, cómo le está yendo a nuestro nombre en otra cara, pronunciado dentro de otra historia.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
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