lunes, julio 31

La guaricha mediática




Los avances tecnológicos amenazan con enviar al olvido la imagen de la moza que, huyendo de una miseria insoportable, se arrojaba a la intemperie, bajo el trémulo brillo de un farol, para ganarse el pan con el sudor de su frente y demás áreas corporales, entre tanto eludía el asedio policial más algún botellazo arrojado por adolescentes inescrupulosos desde un vehículo en marcha. Sí, el oficio más antiguo trazó un pacto con las ciencias aplicadas para establecer la figura de la guaricha mediática.
Con mercadear su desempeño en los clasificados de la prensa, ahora estas obreras del deseo sólo tienen que preocuparse de recargar las baterías de su teléfono celular y hacer tiempo a la espera del timbrazo del amante; mientras el séptimo arte les abre las puertas de los estudios: según informes de la cátedra de cine de la Universidad de California, Hollywood graba al año unas míseras 400 películas; mientras la industria de la pornografía rueda en ese mismo periodo más de 11.000. Con Internet, ni se diga. Amén de promocionar su mercadería en alguno de los muchos servidores gratuitos, con una web cam instalada en la PC la e-casquivana puede ejercer ciertas variantes del oficio sin necesidad de aventurarse en un motel roñoso o soportar el aliento a chicote y alcohol bufado sobre su cuello por la clientela.
El ingenio de las líneas calientes publicitadas por TV democratizó a tal grado esta industria, que las incursas ya no requieren desnudar un tobillo o presumir de cierta bonitura para ser la más arrojada de las queridas en renta. Aunque en cartel luzcan despampanantes, al otro extremo del hilo telefónico quizá responda la tía solterona que cada tres domingos aparece en casa con un dulce de cabello de ángel y manjar blanco entre manos. Como aquel sketch de la Radio Rochela, la tía seduce desde el anonimato calzada en mocasines y con el pelo aguijoneado de anchoitas. Eso sí, musitando con sugestiva voz escenas que harían de la Lewinsky una pusilánime.
No obstante, la aplicación de la Ley Resorte divide hoy las opiniones, tras la estampida de esas chicas que incendiaban la pantalla durante la programación nocturna. Seguro usted las recuerda, camufladas de conejita (“quiero probar tu zanahoria”), de humanitaria bombera (“llámame y apagaré tu fuego”) y hasta de fogosa Caperuza que en baby doll rumiaba sobre la cama el fastidio (“es tarde y estoy solita… ¿me acompañas?”). Algunos alegan que la ley coarta a las operarias del viejo oficio la libertad de expresión; mientras los partícipes del ala conservadora aplauden la propuesta arguyendo que las costumbres son invulnerables, que la tradición debe permanecer, que ningún artilugio tecnológico sustituirá nunca el antiquísimo intento de conservar el equilibrio sobre tacones de aguja cuando el deseo ocupa la acera a medianoche.

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