jueves, agosto 31

Las visitas





Ignoro por qué hay personas que gustan hacer de sus casas un salón de banquetes con gente entrando y saliendo una y hasta dos veces por semana, cuando recibir visitas acarrea un enorme esfuerzo. Cuando se es soltero, por ejemplo, una caja de cerveza más la bolsa de Tostitos extra grande son cortesías suficientes al momento de recibir invitados; luego del altar, señores, eso se termina y ser anfitrión pasa a convertirse en una ceremonia precedida por hipocresías tales como encerar el piso más la desaparición de ese monumento a la flojera que desde hace mucho domina, como un tótem, el lavaplatos… todo ello con el fin de convencer a “la vista” de que uno vive dentro de una estampa de revista de decoración y no lo que esto casi siempre es, un cuchitril cercado por el polvo y la desidia.
Agota la inversión económica y hasta moral destinada a construir el espejismo. Puede que durante los otros días del año los anfitriones acostumbren a empacharse con pollo frito y a cenar enlatados abiertos frente a la tele, pero ante los agasajados la señora de la casa presumirá de top chef versada en platillos exóticos elaborados a partir de ingredientes costosísimos, mientras la sala sanitaria estrena un fragante papel higiénico de doble toallita y no el cotidiano tipo C. El jefe de familia, por su parte, hace de bartender (whisky con hielo y soda para el señor, ponche para la doña, gelatina para los niños), Dj atento a las solicitudes musicales de la concurrencia y -si la tertulia amenaza con decaer- hasta de Winston Vallenilla atareado en medio de un set de La Guerra de los Sexos.
El protocolo impone verdades a medias. “Qué bonitos vasos”, elogia una de las invitadas, lo que el organizador del festín agradece gentilmente mientras ahoga la nostalgia por los frascos de encurtidos más el cooler cervecero desterrado esa noche en el fondo de una gaveta, como si se tratase de una abominación cuando es sin duda la pieza más preciada de la vajilla. “¿Dónde compraron estas servilletas?” es otra fija, sin que la etiqueta permita admitir que al momento de sentarse a la mesa aquí la política es asearse los labios y el mentón con los flecos de un mismo trapito de cocina.
Ya lo dijo el ogro Shrek: “lo mejor de las visitas es cuando se van”. No siempre es fácil. Agotados los temas de conversación, la paciencia y el café, se emprenden sutiles maniobras tales como pasearse en pijama por la sala, deslizar indirectas del tipo “Yo soy hombre lobo y hoy hay luna llena” o murmurar -como quien no quiere la cosa- la hermosa frase: “quien fuera visita… para irme”. A punto llamar a las fuerzas del orden para que intervengan en este conato de invasión, los forasteros deciden marcharse y ya en la puerta insisten en retribuir tanta amabilidad haciéndonos prometer que “una noche de estas” los visitaremos, ocasión cuando nos corresponda ser el dedo sobre el timbre de otro hogar sin mancha.
Eso sí, es acá cuando los anfitriones inician al momento más esperado de la velada: exhaustos sobre el sofá, comienzan a echar pestes porque la visita se presentó con las manos vacías o -¡peor aún!- un vinito infame cuya marca recordaremos el día de la revancha.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo: "lo mejor de las visitas es cuando se van"...que tiene de malo si la casa está regada?...que empeño de aparentar jejeje
PD. por cierto este blog es una de mis recomendaciones en el fulano blogday
Saludos

Troka dijo...

Yo sabía que no era la única ladillada a la hora de armar una reunioncita en la casa,.....jajaja
y antes de que llegue la gente me la paso mentando madre...

Franca Alejandra dijo...

Cómo es que te llamas tu? Aja Cástor! Interesante nombre by the way...pues si chico recibir visitas hace que uno o bueno, la gente, se comporte como quien se viste o disfraza para una boda ecleciástica, todo un acting de las buenas costumbres y los manerismos de alcurnia que alguna vez alguien o algo como el Manual de Carreño nos dijo o envenenó la cabeza haciéndonos creer que para los demás hay que "Pretemder ser lo uno NO es", te confieso Cástor que he pecado de eso, soy una desordenada empedernida, mi totem del lavaplatos a veces raya el techo los jueves por la noche, mi nevera está llena de vainas mal tapadas, mal guardadas, todo así tirao adentro, comemos en los muebles para no ensuciar la mesa de vidrio del comedor , si la comida viene en embase mejor para no tener que buscar un huequito en el fregadero donde jugar Tonka con los platos en fin un verdadero culto al hogar moderno en el que si no vino la que limpia la que vive está cansada para hacer el oficio, pero BASTE que venga un invitado para que todo reluzca como una tacita de plata, mientras ellos estan en casa te confieso no soy la mata de la atención pero cuando se van soy la mata de la desesperación al ver el reguero que han dejado...inevitablemente me veras jugando tonka en el fregadero porque ese bojote de platos no lo pienso lavar YO!
Un beso
Un Placer
F!

Jhonathan dijo...

cuando una visita no nos gusta hay que decir, "Cómo me gustaría ser visita para irme" -facundo cabral-