jueves, septiembre 28

Potencial

Hay que tomar con pinzas esa frase servida como un elogio: “tienes mucho potencial”. En principio, la afirmación traduce que alguien guarda los atributos para mañana sorprender a la humanidad con la vacuna contra el cáncer o versos magníficos. Pero el Diccionario de la Real Academia es despiadado en una de las acepciones que da al término potencial: “que puede suceder o existir, en contraposición de lo que existe…”. Es decir, el presunto halago expresa entre líneas algo así como: “Tienes mucho potencial… pero al momento en que te digo esto no eres nada, sino un cero absoluto; date una vuelta y ve a hacer vainas, que después hablamos”.
Hay maneras desaconsejables de ser potencial. El niño que espera tras una pared para arrebatarle la lonchera al compañerito de estudio, es un potencial azote de barrio. También abundan los pronósticos desacertados. Cualquier madre se maravilla al saber que su querubín gusta de diseccionar sapos en la clase de ciencias, confiando que de adulto el carricito destacará como médico cirujano. Ha ocurrido que tanto interés zoológico incuba un rebrote de Jack El Destripador.
El término se emplea irresponsablemente. Suele decirse que toda mujer es una cuaima potencial. Nada de eso: toda mujer es una cuaima encubierta, vigente la flor del hostigamiento desde la más tierna infancia, sólo que no se le ha presentado la oportunidad de exhibir a plenitud sus facultades.
Lo de potencial comparte el mismo principio de una maldición gitana. El aspirante invierte sus fuerzas en consumar el desafío, trascender la categoría de promesa, cosa muy estresante que depara, junto a una úlcera gástrica, terribles complejos en caso de no alcanzarse las expectativas. Peor aún: en obediencia a la potencialidad establecida por uno de los padres o el profesor universitario, el candidato a luminaria sobresaldrá como abogado litigante cuyo ejercicio sepulta la floración del genial acuarelista. Lo de potencial, sin duda, ha arruinado muchas vidas.
A medida que transcurre el tiempo la conjetura se va espaciando, hasta que llega el día en que no se escucha más. Quien fuera esperanza encara el convencimiento de haberse quedado en el aparato, en calidad de prospecto, de pólvora mojada dentro de un cartucho que ya no detonará. Luego sobreviene la etapa última, cuando la afirmación pasa a conjugarse en pasado, en una suerte de epitafio en vida.
“Tenía potencial”.

martes, septiembre 19

Cumpleaños de oficina



Nada como los cumpleaños de oficina para descubrir la verdad de un grupo de trabajadores. Están los memorables, en ciertos casos el único motivo para seguir en un empleo. De esta primera categoría, he participado en celebraciones que poco tienen que envidiarle al Festival de Río, con partes de baile y risotadas llegadas a término luego de la medianoche, tras el impelable trencito entre los escritorios y los archiveros.
Los terribles son los otros, los protocolares, sin música ni alma. Un velorio con antipasto. Deseamos entonces que la tierra se trague a esa figura obligada en todo recinto laboral: el organizador de los cumpleaños de oficina, encargado de fijar en la cartelera la lista de los cumpleañeros del mes, y quien desde los días (hasta semanas) previos al evento emprende encuestas para elegir democráticamente la cubierta del pastel –“¿de piña o con fresas?”-, recauda las colaboraciones destinadas a la compra de los refrescos y entrega a la secretaria la responsabilidad del arroz con pollo, “que le queda tan rico”.
No hay chance de esgrimir a una abuela moribunda, que escabullirse de un cumpleaños de oficina significa colgarse del cuello el cartel de arrogante, servir la reputación junto a la bandeja de los quesos para que el gentío picotee a su gusto nuestra ausencia. Desde cualquier jerarquía llega el rencor ante un desaire. Si el jefe es el agasajado y uno no aparece, ni saqueando la caja chica se está tan cerca del desempleo. Si se trata de un subordinado, olvídate que nos pasarán en lo sucesivo las llamadas telefónicas más urgentes.
Peor si se es el cumpleañero: aquella vergüenza de cuando a uno le “partían la torta” en el kinder regresa a los cachetes; aunada a la condena que comporta recibir regalos. Si alguien brinda un obsequio, Dios nos libre de no retribuir el gesto en Navidad, día de su santo y aniversario de bodas del bienhechor.
Son una bomba de tiempo. A medida que transcurre la velada, afloran las pasiones contenidas durante las horas hábiles. La ocasión es propicia para echar los perros mediante el caballeroso suministro de pasapalos y su pregunta de cierre: "¿y ahora pa´dónde vamos, mami?". Pero si es antipatía lo que se profesa, recomendamos guardar la guillotina bajo llave. La nómina suele dividirse en bandos, hasta que la sangría llega al río y los antagonistas buscan enfrentarse, cantarse las verdades en el área de la fotocopiadora.
Ha ocurrido que la velada desemboca en un estropicio de sacagrapas y resaltadores volando por los aires. Aquí entra a escena el empleado que este día trabaja más que ningún otro y sin cuyo afán todos saldrían botados, la señora de la limpieza, heroína cansada, pero feliz por llevar a casa un vasito plástico con crema de ajo Hellman´s.

martes, septiembre 12

Actividades extraescolares





Comenzaron las clases y todo padre juicioso debe ir pensando en apuntar a su niño o niña en actividades extraescolares, iniciativa muy útil para desarrollar el talento y disminuir las horas de ocio. Pero cuidado con los lugares comunes, como kárate, clases de guitarra o ballet: existe un abanico de alternativas de mayor provecho para cuando la muchachada arribe a la edad adulta. Aquí, algunas recomendaciones:

HACEDOR DE COLA
Desde muy temprano los padres han de instruir a sus hijos en el ejercicio de la paciencia y el aguante necesarios para esperar en una cola: obligue a su crío a dormir sentado en una silla la noche anterior a la entrega de las calificaciones; o que al momento de hacer pipí se invente a unos cien amiguitos imaginarios en formación frente a la puerta de la sala sanitaria (recuerde orientarlo para que busque entre quienes ocupan los primeros lugares, a algún conocido que le haga el favor de colarlo).

ACERVO CULTURAL
Las adivinanzas y los temas de nuestro cancionero infantil necesitan ajustarse a los tiempos que corren. Se recomienda indexarlos a la inflación que publica el BCV : “Con millón y medio compré una chiva/pero no tengo chiva ni chivito/ después de pagar el ISLR del millón y medio”; incrementar el grado de dificultad de los acertijos: “Oro parece, plata no es… y a que no adivinas el precio con que mañana amaneceré”; o adecuar las canciones de cuna a los ritmos de moda: “Arroz con burundanga me quiero perrear/ a una gatita salvaje/pa´ sandungueá/pukutum paketa pukutum paketa”.

TELEVIDENTE APLICADO
Lo de reducir el número de horas que un niño destina a ver tele es una práctica beneficiosa en otros países; no aquí, donde media población aspira a ser Miss, actor de telenovela, participar en "Aló, Presidente" o en “La Guerra de los Sexos” Así que a formarlo desde chiquito con una pantalla de plasma de 48 pulgadas y revestimiento anti-reflectante en la habitación.

DESPACHADOR DE ILUSIONES
Inste a su pequeño a que escriba su propio currículum vitae, lo fotocopie, y anille o grape dentro de carpetas manila, para luego entregar en manos de vecinos y familiares, la esperanza de conseguir empleo como muchacho de mandados o paseador de mascotas. Recomendable para ejercitar la decepción desde la más tierna infancia.

LATERITO PRECOZ
Como suplemento de la tarea anterior, induzca a su prole a descubrir las maravillas encerradas en las bolsas de la basura; o cultívele un espíritu coleccionista mediante el acopio de envases de aluminio. La ausencia de recursos no es excusa ante las diversas opciones. Ni siquiera si su hijo no va al colegio: recuerde que, a falta de escuela, para muchísimos niños pobres toda actividad es extraescolar.

miércoles, septiembre 6

El Asomado




En las broncas de pareja siempre hay un Asomado. Es él o ella quien comete la pifia de servir de consejero cuando una esposa le reprocha a su cónyuge el por qué éste llega tarde a casa, o el marido le critica a su mujer los muchos gastos con la tarjeta de crédito. Gracias a la gestión mediadora de una botella de vino, una noche los amantes en disputa dirimen sus diferencias para, al momento del armisticio… ¿a que no adivinan cuál es el primer tema a tratar? Pues nada menos que la entrepitura de El Asomado, por “metiche y cizañero, que no te vuelva ver con ese monumento a la envidia”, se juran entre sabanas los tórtolos.
Cualquier jaleo convoca a El Asomado, que lleva siempre la de perder. Cuando una doña en el abasto demanda entre la concurrencia refuerzos para abominar del precio de la chocozuela, desde el pasillo de las legumbres asoma su cabeza el vegetariano que, emplazado para que exponga su opinión, de inmediato pasa a alojarse en medio de los dos fuegos. Sin que nada le concierna el desenlace de la disputa, será el único caído, la víctima solitaria sobre el campo de una batalla ajena.
En algún momento todos hemos representado el rol porque ser El Asomado o La Asomada no distingue géneros ni situaciones. Hombre o mujer; el mejor amigo es próspero en intromisiones, el gobernante asomado a beligerancias remotas, o la señora que al mostrarse en la ventana un cagajón de paloma le condimenta el peinado. El caso es que en cualquier atajaperro el primero en caer es el más pendejo (El Asomado). No precisa abrir la boca. Basta estar presente en el lugar y la hora equivocados.
Hoy en el país atosiga la pólvora; asomar el cuello afuera es un riesgo. Abaten a los héroes y a los rufianes. Pero el gremio al que pertenece El Asomado también aporta su dosis de absurdo. Sobran los ejemplos. Asomado a la puerta para mejor distinguir una trifulca callejera, caerá consumido por la metralla a la deriva, rumbo al charco del olvido sin comprender las razones de tan súbita paz.
Luego, un último y breve asomo en el noticiero de las once.

lunes, septiembre 4

El plastiquito


Para muchas librerías representa un delito la lectura de una frase por la que no se ha pagado en la caja registradora, como si las letras fueran a borrarse con la mirada, envolviendo los libros en celofán según se acostumbra con las uvas del automercado y así repeler a los curiosos que llegan sólo a ojear, a robarse de un vistazo las palabras. Pero como con las frutas y el amor, en la literatura busco saborear la mercancía antes de llevarla a casa. Así me convertí en el azote de los plastiquitos.
El dibujo de la portada poco dice del contenido, mucho menos la reseña biográfica del autor impresa en la contratapa. Preciso es abatir los muros y avanzar hacia el hígado del misterio, deshacerse del plastiquito. No es tarea para cobardes. Se necesitan nervios de acero, constatar que ningún vigilante ande cerca para, con la pericia de una comadrona, rasgar la placenta del libro y extraer de su vientre un trozo de cuento o poema.
Todo malhechor experimentado sabe que limpiar la escena del crimen es el remate ideal de un delito; por lo que hago del plastiquito una bolita lanzada con discreción a los pies del que esté al lado (incriminar a otros es una enseñanza que he aprendido de ver tanto CSI), o me apresuro a esconder la evidencia tras los anaqueles antes de que el guardia descubra la intromisión y accione sobre mi cuello su arma paralizante.
Luego corresponde aquilatar los secretos del arca. He hallado en el interior diamantes insospechados, líneas a obtener casi con urgencia, conduciéndome de inmediato a pagar su precio en caja. En otros casos, los más, el asalto a la envoltura desemboca en un cofre de baratijas, sin que ninguna metáfora, razonamiento o diálogo allí guardados, valieran el esfuerzo.
Dar con un botín importante requiere numerosas tentativas, muchos plastiquitos arrugados sobre el piso de la librería como descamaciones de serpientes grises, pellejos de uvas sin sabor.