jueves, noviembre 23

Resistencia al cambio


Un choro puso anoche su navaja en medio de mis costillas:
- ¡Dame la cartera! – precisó.
- Señor azote de barrio –respondí con el respeto que en toda circunstancia merece la autoridad-, agarre los reales pero ¡déjeme con vida!
- ¡Aja! Tú lo que quieres es seguir vivo ¿no? Tú lo que buscas es que no te despanzurre ¿ah?
- Sí.
- Pana –me dijo, variando su tono de asaltante por el de experto en psicología motivacional- ¡Tú lo que tienes es resistencia al cambio!
La situación fue bastante ilustrativa: ahora uno no puede mostrarse satisfecho o añadir un pero a la controversia, porque de inmediato te saltan encima con el sambenito de la resistencia al cambio. ¿Agarrarse de una mata para que no te lleve la corriente en medio de una vaguada? Nada de eso: no faltará el entusiasta que te grite desde la orilla: “¡suéltate, no te resistas al cambio!” ¿Tu esposa te pidió el divorcio y tú te niegas a entregarle la casa, el carro, los hijos y el perro? Francamente. No seas retrógrado y deja la resistidera.
La expresión tomó auge en boca de los sacerdotes de la gerencia, quienes cada cierto tiempo necesitan acuñar nombres impresionantes para los cursos a impartir en los cafetines de las organizaciones. Aunque sospecho que el asunto esconde raíces mucho más profundas, entretejidas a lo largo de la historia.
- ¡Pa´fuera! –ordenó el Todopoderoso a Adán y Eva, señalándoles con el dedo los extramuros del Paraíso-. Y cuidaíto pues y me muestran resistencia al cambio.
- Chico, no te me pongas necio, que estos espejitos están del carajo –persuadió el conquistador al indígena guabinoso en canjear sus pepitas doradas por un embuste.
Admito que la frase derrocha acústica profesional, un brillo casi científico, la autosuficiencia de esas expresiones que se bastan a sí mismas para figurar como argumento. Es el tipo de anuncio que desarma cuando te lo sueltan de sopetón y uno ahí, agarrado fuera de base, sin saber qué hacer con el gesto de dinosaurio.
Claro que muchas cosas necesitan transformarse y cambiar. Yo, por ejemplo, todos los días me mudo los interiores, y hasta dos o cuatro veces en la vida modifiqué las iniciales del amor tatuado “para siempre” en la piel. Tal es mi flexibilidad ante las innovaciones, que no me molestaría que Angelina Jolie, por poner otro ejemplo, se viniera a vivir a casa en sustitución de esa señora que toda la noche ronca en mi misma cama.
Pero no me ofrezcas a Whoopi Goldberg porque entonces me mostraré tan reaccionario como una pirámide.
Si algo necesita cambiar, es la dichosa frasecita.

jueves, noviembre 16

El cochinito

Antes de comprar un choripán le sugiero la siguiente prueba: constate el peso del cochinito ubicado por estos días entre los aderezos del puesto de perros calientes. Si el bicho está hasta el tope de monedas, puede usted jurar que allí el pan es esponjoso y la crema tártara recién hecha; pero si el cochinito luce ligero, con su estómago vacío de gratitud, dé la vuelta y huya de la amenaza de una salchicha medio verde y las legumbres marchitas.
Por sobre renos, muñecos de nieve y demás actores ajenos a nuestro paisaje, el cochinito es el genuino icono de la navidad venezolana. De enero a noviembre, hiberna en una caja junto a las figuritas del pesebre, encierro que no le produce pena alguna sino gran echonería pues en este plazo el cochinito acompaña al burro y al buey durante el nacimiento del hijo de Dios. Así sea a oscuras y en los meses equivocados.
Pero llega diciembre y el cochinito reanuda su importancia a un lado de las cajas registradoras del país. Lo he visto con lazos alrededor de su cintura y hasta cubierto de luces, apoteosis ornamental patrocinada por los empleados que cobran poco o ningún aguinaldo, y quienes recompensan con vítores al que deposite en la ranura parte del vuelto. Pero si, ya sea por insatisfacción o simple avaricia, alguien declina colaborar, sin duda esa persona abandonará el establecimiento con punzantes miradas sobre el cuello más una fea mancha en su reputación: “Allá va un tacaño”.Su carácter impositivo debería ser incorporado a otras esferas. El ama de casa que pase el día cocinando, pasando coleto, fregando platos, en fin, ejerciendo esa variante contemporánea de la esclavitud que es cuidar un hogar, debería poner junto al fregadero un cochinito y el hijo o esposo que renuncie a consignar su gratitud (no con las monedas sobrantes en el bolsillo, sino con un piropo o una salida al cine), se le negará la prestación de tan excelente servicio doméstico.
Ya en otros escenarios se dan avances de esta expansión cerdosa: el cochinito que actualmente prolifera sobre los mostradores de los comercios humildes, es la versión inofensiva de una costumbre cultivada en lujosas empresas y oficinas gubernamentales, donde acecha el empleado con mirada porcina, oronda e insaciable, sorda expresión de un grito de guerra frecuente durante todo el año: “¿Y pa´l cochinito qué?”.
De vaina y los comisionistas no se bañan en escarcha.

miércoles, noviembre 8

Chucky navideño


Ningún artilugio actual supera la precaria nobleza de los trastes que acompañaron las navidades de nuestra infancia: aquel muñeco de nieve armado en el colegio con una engrapadora y docenas de vasos plásticos marca Selva; las lucecitas de aspecto extraordinariamente parecido a un puercoespín cuyos aguijones, si no eran manipulados con precaución, podían abrirte una raja en el dedo; el arbolito de aluminio que cada año salía de su caja más arrugado y con menos ramas, como si la flora artificial también envejeciera hasta morir.
Mi señora se niega rotundamente a compartir esta nostalgia porque ahora todo eso y que es de mal gusto, ajustando la ornamentación decembrina de nuestro hogar a las novedades tecnológicas. Miro alrededor y me descubro rodeado por los posibles personajes de una novela de Stephen King: esqueletos de renos hechos de alambre y que giran la cabeza de aquí para allá; un ángel a baterías que empuña una vela como si se tratase de un arma blanca, zarandeándola de un lado a otro según acostumbran los azotes de barrio o Norman Bates, el asesino de la película “Psicosis”, al momento de tomar la vida de una dama en la ducha.
Sospecho que tanto arrebato técnico obedece al pique para ver quién luce la decoración navideña más extremosa. No es una disputa declarada formalmente, pero en los ojos de la vecina que estudia con esmero la guirnalda musical colgada en la puerta del 4B, arde el espíritu de la competencia y yo diría que hasta un destello de envidia ante el cargamento de lucecitas puesto en el balcón del 6A, centelleante hazaña que sin duda consume la mitad de la energía eléctrica suministrada por la represa del Guri. El tiro de gracia que decide la lucha es despachado sin duda por el número de molinos móviles, pastores y ovejas en el pesebre: algunas versiones hacen pensar que el nacimiento del Mesías estuvo más concurrido que el concierto de Shakira en La Carlota.
Aunque entre las posibilidades ofrecidas por la mecánica al servicio de la decoración navideña, hay una que genera el mayor escalofrío: un San Nicolás de la altura de un niño de tres años que voltea el rostro hacia donde uno camine, parpadea y menea la zona pélvica mientras desde el interior de su barriga irrumpe el eco de una risotada. Cada mañana aparece en un sitio distinto. Una vez lo descubrí junto al cloro y el jabón de lavar, al otro día cerca de los cuchillos de la cocina y hoy, lo juro, al pie de mi cama.
Puede que muera de sed o de ganas de ir al baño con tanto bicho navideño moderno suelto a oscuras por la casa, pero hasta enero no salgo de mi habitación pasada la medianoche.

miércoles, noviembre 1

Derechos del arrimao


Quien vive arrimao está muy lejos de recibir el trato del que disfruta, por ejemplo, el periquito de la casa. Al periquito le cambian habitualmente el periódico de la jaula, lo malcrían con efusivos “truuuuaa”, le sirven pan y café con leche todas las mañanas... Pero si el arrimao desea periódicos ¡que mueva el fondillo hasta el kiosco de la esquina! ¿Pan y café con leche? ¡Que se lo sirva él mismo, ni que tuviera cachifa!, representando la principal diferencia entre ambos que, mientras al periquito de la casa lo guardan celosamente tras rejas para impedir su partida, no pasa un mes sin que al arrimao le señalen la puerta por si se decide a desocupar el nido de una buena vez.
Mora en el sótano de la crisis habitacional, allí donde duermen en una colchoneta o sofá cama muchos ancianos, el estudiante pobre, la pareja alojada bajo el techo de uno de los padres cuya hospitalidad -si la hubo- ya comienza a agotarse. Hasta el hijo más preciado alcanza una edad luego de la cual su paso por el comedor es motivo de antipatía e impaciencia.
Me pregunto: si hay asociaciones que abogan por los derechos de los propietarios de bienes raíces, juntas de vecinos y hasta de inquilinos, por qué hasta hoy nadie ha formado una especie de sindicato, al menos una humilde ONGcita que proteja los intereses del (des)nutrido sector al que pertenece el arrimao. En aras de tan necesario gremio, ofrezco unos apuntes (muy ambiciosos, pero por algo se empieza) con atribuciones básicas para que los arrimaos comiencen a disfrutar de trato digno. O al menos de agua para lavarse:

1) Todo arrimao tendrá derecho a respirar el oxígeno localizado en el interior del inmueble donde viva, siempre y cuando se comprometa a echar por una ventana el dióxido de carbono resultante de dicho proceso.

2) Con la oreja pegada a la puerta de su dormitorio, dispondrá del privilegio de oír la telenovela que el propietario del inmueble vea a esa hora en otra habitación.

3) Al arrimao se le concederá 0,75 litros de agua diarios, ya sea para cepillarse los dientes o saciar la sed. Asimismo, le será permitido un (1) minuto 45 segundos en la sala sanitaria para la realización de sus necesidades fisiológicas, una vez, claro, que el resto de los ocupantes del domicilio haya descargado lo suyo.

4) Luego de la cena (de los otros, por supuesto) podrá tomar la comida sobrante, toda vez que el perro de la casa haya renunciado a la obtención de esta prerrogativa.

5) No podrá ser azotado, desollado o martirizado con hierros candentes en caso de romper una pieza de la vajilla.

6) Nadie podrá despojarlo del derecho a soñar con un negocio o con sacarse la lotería en el deseo por extender los brazos desde un florido balcón de su propiedad.

7) En caso de incendio, terremoto, vaguada o cualquier otra catástrofe, el arrimao también tendrá derecho a ser rescatado del inmueble en ruinas... Preferiblemente antes de que salven al periquito.