miércoles, noviembre 8

Chucky navideño


Ningún artilugio actual supera la precaria nobleza de los trastes que acompañaron las navidades de nuestra infancia: aquel muñeco de nieve armado en el colegio con una engrapadora y docenas de vasos plásticos marca Selva; las lucecitas de aspecto extraordinariamente parecido a un puercoespín cuyos aguijones, si no eran manipulados con precaución, podían abrirte una raja en el dedo; el arbolito de aluminio que cada año salía de su caja más arrugado y con menos ramas, como si la flora artificial también envejeciera hasta morir.
Mi señora se niega rotundamente a compartir esta nostalgia porque ahora todo eso y que es de mal gusto, ajustando la ornamentación decembrina de nuestro hogar a las novedades tecnológicas. Miro alrededor y me descubro rodeado por los posibles personajes de una novela de Stephen King: esqueletos de renos hechos de alambre y que giran la cabeza de aquí para allá; un ángel a baterías que empuña una vela como si se tratase de un arma blanca, zarandeándola de un lado a otro según acostumbran los azotes de barrio o Norman Bates, el asesino de la película “Psicosis”, al momento de tomar la vida de una dama en la ducha.
Sospecho que tanto arrebato técnico obedece al pique para ver quién luce la decoración navideña más extremosa. No es una disputa declarada formalmente, pero en los ojos de la vecina que estudia con esmero la guirnalda musical colgada en la puerta del 4B, arde el espíritu de la competencia y yo diría que hasta un destello de envidia ante el cargamento de lucecitas puesto en el balcón del 6A, centelleante hazaña que sin duda consume la mitad de la energía eléctrica suministrada por la represa del Guri. El tiro de gracia que decide la lucha es despachado sin duda por el número de molinos móviles, pastores y ovejas en el pesebre: algunas versiones hacen pensar que el nacimiento del Mesías estuvo más concurrido que el concierto de Shakira en La Carlota.
Aunque entre las posibilidades ofrecidas por la mecánica al servicio de la decoración navideña, hay una que genera el mayor escalofrío: un San Nicolás de la altura de un niño de tres años que voltea el rostro hacia donde uno camine, parpadea y menea la zona pélvica mientras desde el interior de su barriga irrumpe el eco de una risotada. Cada mañana aparece en un sitio distinto. Una vez lo descubrí junto al cloro y el jabón de lavar, al otro día cerca de los cuchillos de la cocina y hoy, lo juro, al pie de mi cama.
Puede que muera de sed o de ganas de ir al baño con tanto bicho navideño moderno suelto a oscuras por la casa, pero hasta enero no salgo de mi habitación pasada la medianoche.

3 comentarios:

El Trimardito dijo...

Jejeje!! esta muy bueno el blog, me pasaré más seguido para leerlo.

Anónimo dijo...

jaja.. grande como siempre!!

Actualmente la gente esta adelantando la navidad. Ya se ven los gigantescos y coloridos arbolitos en los centros comerciales. Honestamente no se porqué los hacen tan grandes. ¿Será que el tamaño del arbolito es proporcional al espiritu navideño?

saludos..

Anónimo dijo...

SI SUPIERAS QUE MI MAMÁ TENIA UN PESEBRE Y EN LA NOCHE TUVO UNA PESADILLA, ELLA VIÓ AL FULANITO NIÑO JESÚS QUE REÍA CON EL CHUKY Y FUE TANTO EL MIEDO, QUE DEL TIRO SE LEVANTÓ Y QUEMÓ TODA ESA MUERGANURA. CHAO MUY BUENO TODO.