sábado, diciembre 29

A buen tiempo

Muchos de nosotros podremos montar en enero una papelería especializada en la venta de bolígrafos y agendas, artículos que cada fin de año son la única elección de quienes, sin mucho esfuerzo creativo, obsequian un detalle que conjuga lo práctico con lo… bueno, solamente lo práctico.
Con los bolígrafos no hay rollo tras arrumarlos en una gaveta para cuando hagan falta; el enigma está en qué hacer con la agenda lunar, la ejecutiva, la motivacional y hasta la de Bob Esponja. Lo peor es que pasamos de ser personas que odian recibir agendas, a desaforados regaladores de agendas (ha ocurrido que, para salir de la aglomeración, originamos un círculo vicioso que suele extenderse hasta mediados de junio, cuando el boomerang en funda de vinil vuelve a las manos del sujeto que inició el ciclo).
Los calendarios ocupan otro lugar insigne entre los obsequios pascueros. Desde la modesta panadería hasta la más trasnacional de las entidades bancarias, no dejan pasar diciembre sin consentir a su clientela con un calendario. Hay dos variantes: los de escritorio, donde estorban todo el año y se caen mucho al piso; y los de bolsillo, bastante útiles si aparecieran cuando se les necesita.
Recuerdo con nostalgia una variedad de almanaque hoy en desuso, el taco de pared, impreso en un papel de una calidad aterradora, y en cuyo reverso de cada página venía siempre un chiste, un refrán, una frase de autor o una caricatura que de muchacho yo revisaba a diario, convencido de que tal costumbre ayudaría a forjarme una sólida cultura. En enero llegaba gordo a casa para, a golpe de octubre, lucir bastante desmejorado. A los niños no les preocupa el paso del tiempo (aunque las fechas en rojo producían una ansiedad inexplicable), y el progresivo adelgazamiento del taco, señal de que otras vacaciones y cumpleaños venían en camino, alegraba tremendamente.
También hay ejemplares que no provoca botarlos una vez caído el último de sus días. Aquéllos que sobre las paredes percudidas de los talleres mecánicos mostraban a un hembrón inclinado sobre el capó de un Ferrari Testarossa, colgados allí con el propósito de restarle ingratitud a la espera, evolucionaron hasta convertirse en los tersos artículos de lujo que son hoy los calendarios calientes, pero sin traicionar su inspiradora misión original: a mal tiempo, buena cadera, senos, muslos, piernas, cintura y hasta cara.
Las novedades tecnológicas arrasaron con las hojas de los viejos calendarios, pero me gusta pensar que el género todavía tiene mucho que ofrecer. Un almanaquero calculador se forraría en billete si lanzara al mercado un calendario sin lunes, con feriados que tiendan sus puentes por semanas, o nombrando enero a los otros once meses para que cada mañana, al abrir los ojos, sea el inicio de un nuevo año.

martes, diciembre 18

Lambucios a prisión



Amén de los ya vigentes impuestos extraordinarios a las bebidas alcohólicas y el tabaco, varios países estudian la posibilidad de restringir la asistencia médica a obesos y fumadores como parte de una política destinada a imponer un estilo de vida saludable. Así las cosas, que no nos sorprenda abrir el periódico un día de estos y encontrar a los individuos reacios al fitness y el requesón, como protagonistas de los siguientes titulares:

Detenidos traficantes de chinchurrias
La banda conocida como “Los Grasositos” fue capturada este fin de semana durante un allanamiento realizado por funcionarios del Cicpc en la guarida de los malhechores, ubicada en las inmediaciones de la Calle del Hambre, Municipio Baruta. En el operativo se incautó un alijo de chinchurrias que los delincuentes ocultaban dentro de panelas de droga.

OMS felicita al gobierno
La Organización Mundial de la Salud calificó de excelente iniciativa macrobiótica la ausencia de azúcar refinada en los supermercados y bodegas del país. En un comunicado de prensa, el organismo, con sede en Ginebra, recomendó extender la saludable medida a la sal, las chistorras y las paticas de cochino.

Linchan a holgazana
Miembros de una clase de bailoterapia ultimaron ayer a una compañera de ejercicios que se negó a incorporarse a la posterior sesión de abdominales. Alentada por el entrenador del gimnasio “La Gota Gorda”, la multitud enardecida arremetió con las alfombrillas de hacer yoga y los balones medicinales contra la humanidad de la antisocial. Según testigos, la malviviente solía fumar y no cocinaba con aceite de oliva.

Atrapado ‘grasomula’
Efectivos de la Guardia Nacional detuvieron en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar a un pillo de 30 años de edad que llevaba en su estómago 10 dediles de presunta morcilla. Presa del nerviosismo, el sujeto confesó su fechoría y fue puesto a las órdenes de fiscales del Ministerio Público para el respectivo proceso judicial.

Abatido comensal de patacones
El occiso, quien se desempeñaba como gaitero, fue atrapado con las manos en el plátano mientras devoraba un tostón relleno con salsa rosada y doble capa de queso palmita; resultando abatido por los uniformados cuando intentó huir pero sus 45 kilitos de más le impidieron saltar una cerca de ciclón.

Chacao ordena “Cerrar el Pico”
La Alcaldía de Chacao decidió retomar el Plan Pico y Placa pero aplicado a los comensales del municipio y, de ahora en adelante, los días lunes no podrán salir a la calle los entusiastas de las arepas; los martes, los de tequeñones; los miércoles, los de empanadas, los jueves está penado con 100 unidades tributarias engullir pasteles andinos, mientras los viernes y fines de semana queda terminantemente prohibido catar mugrositos. La medida cuenta con la asesoría de Lilian Tintori.

La reforma va
Tanto diputados oficialistas como opositores coincidieron ayer en convocar una sesión extraordinaria para definir el Vegetarianismo del Siglo XXI, así como para suprimir el amarillo No. 5 de la bandera nacional. Por vez primera, representantes de los sectores en pugna corearon, abrazados a las puertas del palacio legislativo, una misma consigna: “¡Espinaca, naturismo o muerte!”.

lunes, diciembre 10

En la zapatería

Comprar zapatos es una actividad que diferencia a los hombres de las mujeres a las puertas de una zapatería. Un hombre se percata de que necesita zapatos cuando comienza a sentir entre los dedos las piedras del camino; entonces entra a una zapatería y pide un modelo muy parecido al que lleva puesto para, al momento de probárselo, descubrir que sus medias lucen un hueco enorme por donde se asoma media pierna. Los criterios para la compra son la durabilidad y el confort, es decir, que el zapato no prense los juanetes tras doce horas de uso continuo.
Pero en las mujeres (y los metrosexuales) adquirir calzado ejerce una sólida fascinación. El operativo se inicia semanas antes, con el análisis de los ejemplares apilados en el closet. Luego de cerciorarse de que su actual provisión de treinta pares no basta, se abandonan sin culpas a la ceremonia preliminar: hacerse la pedicura, o al menos un adelgazamiento de callos con piedra pómez para disimular cualquier semejanza con los pies de Pedro Picapiedra.
A quienes somos arrastrados por nuestra pareja a este martirio, impacienta: 1) destinar toda una tarde viendo vidrieras, desde donde ella imagina su pie alojado en modelos carísimos que el presupuesto descartará en la última ronda; 2) luego de recorrer los seis niveles del centro comercial, el modelito escogido es el del primer establecimiento visitado; y 3): requerir varias tallas menores al 40 con que la naturaleza la castigó, que en estas circunstancias tener pies grandes -para los que no se han inventado, todavía, liposucción o Pilates que valgan- aflige más que una úlcera duodenal.
Tras discutir pormenores de colores y precios, la vendedora se acerca trayendo entre sus manos la caja con el decimosexto modelo elegido. Pero la mujer no ve una caja sino un cofre ocupado por una promesa. A estas alturas ya ha puesto a un lado el carcamal con que llegó allí, esa cáscara desgastada por los viejos pasos, y contiene la respiración mientras reproduce el gesto de quien mide con la punta del pie la temperatura del mar. Durante el breve plazo en que la prenda remonta la loma del metatarso, a la clienta la recorre el estremecimiento de aquella chica del cuento que, calzándose una zapatilla, emprende la reconquista del reino.
Sospecho que para una mujer comprar zapatos es un simulacro de recuperación de la virginidad. He ahí el peligro y el misterio. Nadie sabe en qué piensa cuando se prueba uno. Podremos suponer que pretende estrenarlo durante Nochebuena; pero hay damas convencidas de que un calzado magnífico luce hasta cuando se lleva en la mano para no despertar a nadie mientras huyen de casa a medianoche, sigilosamente.
Compadre, avíspese ante una mujer con zapato nuevo. No camina de la misma manera, habla y sonríe diferente, recorre con otra firmeza el camino.
Como si pisara el mundo por primera vez.

lunes, diciembre 3

Droga luminosa

La junta vecinal de donde vivo decidió imponer una multa a quienes no adornaran la fachada con lucecitas navideñas. Formé parte del grupo adverso a tan radiante medida, que, de consentir dicho atropello, en la próxima Semana Santa los vecinos seríamos forzados a esparcir incienso por las habitaciones de la casa, o a disfrazarnos de negrita durante las festividades carnestolendas.
Gracias a la presión ejercida la multa fue anulada, mejor dicho, sustituida por una condena peor: el sordo reproche de los vecinos que sí decoraron sus casas con motivos navideños. Más de uno (cuyos porches vistosamente iluminados parecen pista de aterrizaje) me quitaron el habla, mirándome como quien ve al Anticristo envuelto en una sospechosa oscuridad (corren rumores de que las casas sin lucecitas sirven como sede de sectas y demás cofradías espeluznantes).
A la quinta pedrada lanzada a medianoche desde un vehículo a toda velocidad sobre los vidrios de mis ventanas, temí despertar con el chisporroteo de una cruz inmensa clavada en el jardín y envuelta en candela, y puse fin a tanta testarudez con una tímida estrellita intermitente, el decorado más modesto de la cuadra. Fue la primera bocanada de una peligrosa droga decembrina.
No tardé en descubrir que la decoración navideña es un símbolo de status, centelleante escala que desnuda las circunstancias socioeconómicas de cada hogar. El escalafón va desde aquella guirnalda cuyo peso y volumen por poco doblan la Multilock que la sostiene, hasta las estrellitas pusilánimes (como la mía) cuya languidez lleva a los transeúntes a presumir que sólo la bancarrota justifica tanta postración lumínica. Y nadie desea rayarse tan feamente.
De manera que aderecé la íngrima estrellita con un hilo de 100 luces. El vecino cuya decoración navideña quedó rezagada tras esta maniobra, respondió el golpe con un muñeco de nieve inflable. Eso no se iba a quedar así. Al día siguiente incorporé unos renos de esos que mueven el cuello de un lado a otro, a lo que la pareja de la esquina contraatacó con un par de pingüinos musicales.
Protegidos por el silencio de la noche, salimos de nuestras casas, sin hacer ruido, a añadir una bota de fieltro, un ángel mecánico, otro tramo de luces extra, para a la mañana siguiente intercambiar miradas inflamadas por una sutil pero hiriente echonería. Anoche la familia de la acera opuesta desplegó sobre su techo la sádica ofensiva de un San Nicolás tamaño natural. Me tiene sin cuidado, hasta ahora nadie sospecha la carnicería por venir. Y así el dinero del aguinaldo se me vaya en financiar la victoria, sólo me falta contactar al Melchor del pesebre viviente que durante la Nochebuena detone el tiro de gracia.


miércoles, noviembre 28

Mujer que espera taxi

Es comprensible que las damas tomen ciertas precauciones antes de ocupar un taxi: durante el tiempo que dure el viaje, su vida está en manos de un extraño; pero también soy un convencido de que acompañarlas durante el proceso es la prueba definitiva de la paciencia de un caballero.
Mientras la futura pasajera agudiza eso que llaman instinto femenino para decidir la opción más convincente entre el desfile de vacantes que, uno tras otro, saludan, chiflan, agitan sus brazos o sacan la cabeza por la ventanilla, he pasado hasta una hora bajo la lluvia. La dama justifica la rigurosidad de la escogencia evocando lo que le pasó a una vecina o una amiga, junto a informaciones de prensa y las no pocas leyendas urbanas que acuden a la mente de una mujer precisada a viajar sola en un taxi. De tan necesaria prudencia nace una tipología femenina a los pies de las aceras de la ciudad:

Las sambileras
Así sea el mismísimo Benedicto XVI quien conduzca el taxi, las asociados a este género se negarán a subir si el auto no está identificado con el logo de un centro comercial. Un criterio determinante es el tamaño del coco. Mientras más grande sea el coco, mayor será la confianza empeñada.

Las desnudistas
Grupo representado por aquellas señoras que antes de tomar un taxi, efectúan en plena vía pública un strip tease de prendas. Se quitan para guardar en el escote del sostén el reloj, los siete anillos, los collares y hasta las cadenas de gold filled, cuidando de disimular con la punta de la lengua el diente de oro, en caso de llevar uno.

Las latoneras
Dejan en pañales a los peritos de las compañías de seguro al momento de evaluar un siniestro. Si la carrocería presenta una abolladura o un rayón, se niegan a montarse porque “ese tipo maneja mal”. Les toca devolverse a casa porque en el país no existe un solo taxi desprovisto de abollón.

Las mecánicas
Variante más escrupulosa que la categoría precedente. Observan con detenimiento la presión de los cauchos o si la antena del radio está doblada. Las extremas le preguntan al chofer la última vez que le cambió la liga de freno o le hizo el motor al carro.

Jurados de Mister Taxista
Basan su decisión en el aspecto físico del chofer. Si quien conduce no es el doble de Brad Pitt, prefieren recorrer a pie el trayecto Catia-Petare.

Las antiparabólicas
A diferencia de los categorías anteriores, a cualquier hora de la madrugada se montan en el primer carcamal que pase sin importar que el chofer lleve cubierto el rostro con un pasamontañas y un pedazo de soga colgado del espejo retrovisor. Representan un riesgo importante para el tráfico vehicular cuando llevan minifalda y viajan de parrilleras en mototaxi, pues está comprobado que los picones accesibles a los ojos de la ciudad dejan a su paso una estela de fatales accidentes.

miércoles, noviembre 21

Cronología de la gordura

Al inicio de los tiempos: Por andar de lambucios, Adán y Eva comen el fruto del árbol prohibido y pagan la cuenta con el paraíso. Luego, los hijos de la primera pareja, Caín y Abel, se enfrentan en un pique para ver quién le sirve el mejor menú al Creador.
30.000 a.C.: Inspirado en la silueta de su suegra, un artista del periodo paleolítico esculpe sobre una piedra caliza la Venus de Willendorf. Es la primera gorda de la que se tienen noticias.
2.500 a.C.: Los egipcios, por puro sadismo, inventan la balanza.
428 a.C.: Se presume que los dueños de los gimnasios pagan al filósofo griego Plotino para que diga: “esculpe sin descanso tu propia estatua”.
190 a.C.: El dramaturgo romano Terencio proclama: “por temor a que parezcan atletas (las mujeres), conviene recortarles los alimentos ¡Éste es el justo proceder para amarlas!”. Aparecen, entonces, las anoréxicas.
1452: Nace Leonardo Da Vinci, quien esboza 33 modelos corporales idóneos basados en la geometría, origen del 90-60-90 que luego perseguirá Osmel Sousa para sus ninfas.
1600: Se populariza en Inglaterra el uso del corsé. Este año numerosas doncellas mueren inexplicablemente de asfixia.
1932: Nace Fernando Botero, pintor colombiano que reivindica en su obra los kilitos de más.
1985: Hasta entonces a nadie le mortificaba comer morcilla. Pero Michael Stuart Brown gana el premio Nobel de Medicina por aguar la fiesta anunciando los infames efectos del colesterol.
1959: Nace la muñeca Barbie. En las jugueterías se consiguen rubias, bailarinas, motorizadas… ¡pero ni de vaina una con celulitis y revolveras!
1974: El ginecólogo italiano Giorgio Fischer inventa la liposucción. La novedad lleva a más de una paciente pionera al otro mundo.
1996: Alicia Machado renuncia a las chinchurrias para no perder la corona de Miss Universo.
2001: Un estudio publicado por el Worldwatc Institute informa que Estados Unidos constituye la zona con mayor cantidad de obesos (a menos que se descubra que también hay panzoncitos en otros planetas).
2002: El médico norteamericano Helmut Smith afirma que, de seguir la gente tragando como lo hace, en un futuro todos seremos rechonchos como mecanismo de adaptación al medio ambiente.
2023: Los gorditos y gorditas, que ya conforman el grueso de la población, se organizan en hordas y queman gimnasios, tiendas naturistas y centros de estética, apoderándose definitivamente del planeta tras siglos de abuso y opresión.

martes, noviembre 6

La cesta navideña

Juro haber trabajado en una compañía que cierta vez incluyó en la cesta navideña de sus empleados una bola de mortadela en sustitución del tradicional jamón ahumado. Pese a desilusiones de este tipo, cada fin de año conservo la esperanza de recibir una canastilla plena de manjares con los que resolver la mesa decembrina. Y cada fin de año amarga es la realidad.
La ilusión se esfuma con el envoltorio de celofán. El análisis a los artículos allí enquistados arroja los mismos sospechosos de siempre. Una fija es el vino espumante o -como suelen llamarle con notable optimismo- champañizado ¿Ha llegado usted a brindar con esta bebida sorprendentemente parecida a la manzanita? Convengamos que al principio se deja correr; pero no se confíe pues, a golpe de la tercera o cuarta copa, comenzará usted a mostrarse meloso con las personas mayores o a estrellar sillas contra el piso. El ratón dura hasta el Día de Reyes.
El queso amarillo tiene de holandés lo que yo de noruego; y es un desafío para la salud dental de los comensales ese trozo de anime salpicado con esporádicas almendras que son los turrones de las cestas navideñas. Eso sí, si sufre de manchas en el cutis, no dude en restregarse sobre la superficie afectada un par de las uvas que decoran dichos paquetes chilenos, y cuyas enzimas cítricas superan las cualidades astringentes del limón o el semeruco.
Para las empresas con muchos empleados resulta inmanejable obsequiarle una cesta a cada trabajador, dilema zanjado mediante un perverso mecanismo: rifarlas. Si hay, por ejemplo, doscientos empleados, se sortean cuatro cestas. Es ahí cuando descubrimos la autenticidad de los compañeros que suponíamos eran nuestros amigos. He visto a más de una secretaria echar abajo la reputación de la comadre que le consiguió el empleo en su misma oficina, porque ésta le ganó la cesta o se negó a cambiarle el panetón por una bolsita de nueces.
Dirán que soy un malagradecido, que no todas las organizaciones públicas o privadas tienen a bien mimar a sus trabajadores con tan gentil detalle. Pero es que, en las actuales circunstancias, una cesta navideña digna de gratitud sería aquella que contemple un kilo de azúcar, un pote de leche en polvo más dos rollitos de papel toillete, y no ese enigma que aflora una vez consumidas las exquisiteces: qué hacer con la cesta propiamente dicha.
La salida es arrumarla en un rincón para poner periódicos y revistas, o acondicionarla como sala de parto de la gata; hasta que, luego de meses de entorpecer el paso por aquí y por allá, a eso de abril o junio, es enviada a coronar el bote de la basura mientras se reflexiona, en un destello de lucidez, sobre lo caro que salió aquel taxi que la trajo a casa.

martes, octubre 30

El botellón


Ya perdí la cuenta de las mujeres que me he levantado a las puertas del abasto ¿Mi truco? Cargar con gallardía el botellón de agua. “Guapo… ¿y a dónde te diriges con ese botellón de policarbonato retornable?”, me cortan el paso desde jovencitas hasta señoras de la tercera edad cuando voy con el envase parapetado sobre una de mis clavículas, tarea que sin duda evoca en un recodo del alma femenina la imagen ancestral del macho camino a la cueva con un trozo de mamut sobre los hombros para proveer de sustento a los suyos.
Y es que el manejo público de dicho artículo revela rasgos de carácter muy apreciados por las damas. En primer lugar, el sentido de la responsabilidad, que transportar tan pesado mamotreto es garantía de mansedumbre y cumplimiento del deber. También, confirma la posesión de vitalidad y salud con mayor contundencia que una tanda de anaeróbicos en el gimnasio (ningún debilucho ni aquejado por hernias discales soporta 5,1 galones del preciado líquido sobre el lomo. Y que quede claro: 5,1 galones, no la irrisoria presentación de agua mineral de 5 litros, apropiada para enclenques y pusilánimes). Las muchachas en edad casadera saben esto, y deducen que quien pueda con un botellón de agua logrará la romántica hazaña de alzarlas en peso para cruzar el umbral de la casa al regreso de la luna de miel.
Otro atributo es la destreza manual en compañía de la paciencia, cualidades ineludibles al momento de destapar el botellón. Ni desactivar una ojiva nuclear demanda tanta pericia. Cualquier recurso es válido para conseguir la victoria en esta pelea cuerpo a cuerpo, desde un cuchillo de sierrita, alicates, o la efectiva maniobra de caerle a mordiscos a la tapa.
Así que no se excuse con que llegó cansado del trabajo y asuma el rol que, desde las clásicas tinajas de la época independentista, la historia le reserva:
- La tinaja está vacía –sin duda recibió más de una vez Manuelita Sáenz al Padre de la Patria cuando éste aún no terminaba de bajar de Palomo.
- Mi vida, estoy cansadísimo. Vengo de atravesar el páramo de Los Andes y todavía me quedan cuatro naciones más por libertar.
- Déjate de evasivas y te me vas ahorita mismo al pozo a llenarme la tinaja.
Los incautos delegan en terceros la delicada tarea de conducir el botellón hasta la cocina ¡Cuánta inocencia! Si las películas y series de TV señalan a los jardineros como culpables de que muchas esposas de habla inglesa incurran en la infidelidad, la versión criolla sería el muchacho del botellón. Porque la paciencia femenina abarca muchas áreas, menos ver el botellón vacío por más de un día. Si, por el contrario, usted desea romper con su pareja, deje que las arañas tejan la coartada sobre la boca de estos recipientes.

De allí que cuando vea en la calle a una dama que arrastra sus pies, fatigada bajo el peso de un botellón, puede usted jurar que esa mujer lleva el corazón roto.

martes, octubre 23

Doñita

Admito mi torpeza para los tratamientos profesionales. No sé, por ejemplo, cómo llamar a un abogado que recién conozca ¿Le digo “doctor Benítez”? Quizá; aunque, sin ánimo de restar méritos a los paladines de la cuestión jurídica, para mí doctor es quien tiene un Ph.D. o lleva colgado del cuello un estetoscopio ¿“Señor Benítez”? No creo, algo falta ahí. Supongo que lo apropiado sería “abogado Benítez” o “abogado” a secas, aunque esta alternativa me incomoda porque suena como si Benítez vino a embargarme.
El caso es que un uso inadecuado de los tratamientos profesionales puede resultar catastrófico, y más de un “chef” desafiará con una tormenta de ollas al comensal que quite status a la sazón de aquél llamándolo “cocinero”. Decidirse por el nombre de pila tampoco es sensato: a muchos profesionales les disgusta que su interlocutor omita durante la charla el título que tan vistosamente enjoya sus tarjetas de presentación, la puerta del despacho y las firmas al pie de los mails. Otra salida invocada por muchos es decirle “maestro” a media humanidad; pero, a menos que se tratara de un representante del noble oficio magisterial, nunca he emplazado así a nadie, básicamente porque me suena pavoso.
El asunto se complica con los tratamientos no profesionales pues hay destinatarios que no desean el rango: en más de una ocasión he visto estallar un fuego homicida en los ojos de mujeres a las que he llamado “señora” en lugar de “señorita”. Muchas damas reciben con angustia esta imperdonable falta de delicadeza, como si de golpe la palabra les recogiera el pelo en un moño y las llevara a un zaguán a tejer puntos de cruz, junto a tías y madrinas.
¿Los hombres somos insensibles a estas fórmulas? Lo dudo. Da un fresquito cuando -cada vez con menor frecuencia- alguien me llama “chamo” a cambio del evidente “señor”, pese a que ya tenga estudiado los gestos para cuando me arrope el “don” (uno de mis favoritos y con el que un día comenzaré a recibir en casa a las visitas, es la expresión de Vito Corleone en “El Padrino”, donde, instalado en la butaca de cuero y con los ojos entrecerrados, agita los dedos índice y medio para hacerle entender al servil que puede acercarse).
Lo dicho revela el capital manipulador de los formulismos sociales. El atajo de llamar “muchacha” a la casera que visiblemente ya no ocupa esa categoría, logra metérnosla en el bolsillo en apenas una palabra. Si, por el contrario, usted desea vengarse de la cajera treintañona que se negó a cambiarle un billete de diez mil, la mejor pedrada es despedirse con perversa cortesía: “Está bien, y disculpe la molestia… do-ñi-ta”.
Pronunciado así, lentamente, para que cada sílaba hiera como una puñalada.

miércoles, octubre 17

La bella y la bestia

Cuando un hombre feo alcanza el inusual logro de empatarse con una mujer bonita, sólo tiene que preocuparse de tres cosas: los amigos, la familia, y el resto de la sociedad.

Los amigos
Al inicio de la relación, los amigos y amigas del ala intachable figuran como los más severos adversarios, recordándole a la guapa cuando salía con determinado galán, todo un sinvergüenza y quien llegó a ponerle el ojo morado varias veces, pero que ahora está libre y arrepentido. O cometen el descaro de presentarle, a espaldas del feo, otros prospectos a la beldad. De allí que digan que los feos son celosos y dominantes. No es eso. Lo que pasa es que son realistas, saben que no pueden darse el lujo de abandonar a la intemperie tan apetecida joya. La bella, en cambio, no tiene motivos de qué preocuparse cuando el feo le informa: "Mi amor, mañana salgo a una playa nudista y regreso en una semana". "Chévere -responde la maja, impasible-. Pero cuidado y botas los lentes culo e´ botella".
La familia
Al momento de conocer a la bestia, los padres de la bella se topan de frente con la peor de sus pesadillas, que no es otra que la siguiente: si la relación madura y los asimétricos contraen matrimonio (durante la boda los invitados comentan convencidos que fue él quien debió de cubrirse la cara con el velo) vendrán los hijos, a quienes el ave sin gracia podría empañarles el patrimonio genético. Por eso en las salas de espera de las maternidades los padres de las parturientas hermosas se muestran el triple de nerviosos. Se muerden las uñas y rezan a la virgen por 1) la parturienta, 2) el bebé, y 3) por que el bebé no salga al padre.

El resto de la sociedad
Cuando ambos salen de paseo en el carro, los peatones piensan que el feo es el chofer de la sublime dama. O la policía los detiene frecuentemente al presumir que se trata de un secuestro express. Aclarada la situación, ella es perseguida por rumores del tipo: “Mujer pa´ interesada: seguro que anda con ese mamarracho por los reales”. De allí que el feo precise realizar grandes esfuerzos para adjudicarse valor agregado y, ya sea mediante el constante suministro de conversaciones amenas, platos exquisitos o un perenne sentido del humor, compensar el estrabismo o las marcas de acné.
Pero el tiempo, con su sabiduría, equilibra los contrastes. Cuando la bella envejece, su rostro pierde la lozanía; pero cuando el feo envejece, pocos notan la diferencia de cuando tenía 20 años de edad y ahora 57. Y es ésta, por qué dudarlo, la prueba definitiva de su amor.
Pocos bejucos, hierba malagradecida, se resisten al perfume de las rosas frescas.

lunes, octubre 8

Sólo porque insistes

Los invito a estudiar cómo piensa una persona que gusta hacerse la dura. Para nuestro análisis utilizaremos el diálogo (ni tan ficticio) con una suegra, bastante válido para toda situación que involucre a otros individuos hambrientos de súplicas. Comencemos.
- Suegra, la invito a cenar.
- Es que no tengo mucho apetito –responde la doña, pese a que no ha probado bocado en todo el día a la espera de la invitación. Noten que enfatiza el adverbio “mucho”, es decir, su grado de apetito es cuestionable y deja una fisura abierta a los ruegos.
- Vamos, seguro que en el restaurante se le despierta.
- Es que no me gusta que gastes en mí –se excusa, aunque si esto fuese verdad, en las pasadas navidades no hubiera pedido de regalo una lavadora/secadora morocha. Y es que un experto en hacerse el duro tiene clarísimas sus prioridades: se hace el duro en lo intrascendente, para doblegarse en lo fundamental. Se opondrá con firmeza cuando un pariente o amigo pretenda obsequiarle, por ejemplo, un yesquero de mil bolos: “no, no, gracias… me daría mucha vergüenza despojarte de tan preciado bien” ¿Un bolígrafo tapa amarilla? “Déjalo así, a ti te hace falta” ¡Ah! pero ante el ofrecimiento de un televisor plasma de 42 pulgadas e interface de alta definición, inteligentemente abandonará toda resistencia: “me pones en un compromiso, pero dame acá ¡Ya está bueno de andar despreciando tanta generosidad de tu parte!”.
- Suegrita, una sopa por lo menos.
- No, mijo, yo me la preparo aquí –frase con que denota su sacrificio en aras del bien ajeno. Eso sí: conoce los límites, sabe cuándo detenerse pues, de sobrepasarse, entonces sí tendría que ponerse a cachifear.
- ¿No va a ir entonces?
- Bueno, está bien... Sólo porque insistes –y he acá el fin de toda persona ávida de súplicas: dejar por sentado que al recibir el beneficio, está haciendo un favor.
Destino las últimas líneas para ventilar un caso emblema, el de la moza negada a ceder su flor al pretendiente. Los inexpertos suelen reaccionar ante esta situación soltando con torpeza: “pero no te hagas la dura, mami”, terrible argumento con que sólo obtendrá que la chica, desenmascarada, redoble la resistencia. Así que tomen nota: el hacerse de rogar se combate con más hacerse de rogar.
- Mi amor, dame un piquito en la boca.
- Me da pena -porfía la doncella por cuarta vez.
- Tienes razón, tesoro. Por eso hoy mismo me uno a una secta donde se practique la abstinencia sexual.
- ¿Cómo es eso?
- Sí, una fe donde todo manoseo sea condenado por el sumo sacerdote.
- ¿Ni una agarradita de teta?
- Nada.
- Ay, cielo –dice ella, mientras ya desliza su mano por sobre la rodilla del beato-. Vente pa´ca.
- Bueno, está bien, mami... Sólo porque insistes.

lunes, octubre 1

Yo te hago ese Partenón

Conseguir una buena pareja es difícil, pero no tanto como encontrar un buen albañil. Tras años de cañerías que gotean a la semana de su colocación, de baldosas trémulas al contacto con el pie, reproduzco aquí mi experiencia con la que de seguro muchos de ustedes se identificarán (si siguen vivos, si aún no les ha caído encima el machihembrado cosido a punta de teipe y silicona):
“Esa mampostería es un asco”
Cuando el tipo de albañil al que me refiero recorre el inmueble donde solicitaron sus servicios, su primera acción consiste en desprestigiar la obra del colega que lo precedió (“ese zócalo es una estafa” o “¿y usted pagó por esta porquería de encofrado?”). Es que si lo llevan a la Capilla Sixtina, el cuestionador implacable no demorará en reprochar el pésimo acabado del techo, afirmando que más de una vez le ha tenido que sacar las patas del barro al chimbo de Miguel Ángel Buonarroti. Uno jura que ahora sí la pegó.
“Yo te hago ese Partenón”
Son multidisciplinarios. La mayoría dice ser electricista, pintor de brocha gorda y fina, carpintero, plomero, herrero, jardinero, ebanista e ingeniero geodésico, todo en uno. Si usted demanda una pirámide en el patio, el polifacético ni pestañeará al asegurarle: “¡Cómo no! ¿Acaso usted no sabe que yo frisé la de Giza?”.
“El pago en dos partes”
El contrato verbal consistente en la cancelación de la primera cuota de los honorarios al inicio de la obra, y el resto al final, vence cada viernes por la tarde, cuando usted será embestido por una mirada de personaje de anime japonés a punto de romper en llanto, en compañía de la solicitud de “una fuerza”.
“En una semana está listo”
El tiempo prometido para la conclusión del trabajo, multiplíquelo por tres (si tiene suerte).
“Esto y nada más”
Olvide que los gastos terminan en la lista de materiales de construcción requerida en un inicio: le sugiero mudarse a la ferretería y así evitar los dos y hasta los tres viajes diarios en busca del tomacorriente faltante u otro saco de cemento ¡Ah!, y al final, reserve un espacio en el balcón para las 38 cabillas y los 106 bloques sobrantes.
(Silencio)
¿El señor no habla porque está concentrado en su trabajo? Sí, Luis. Es un grabador encendido que, ya en casa o al compartir con sus compañeros, reproducirá que a usted su señora le alza la mano eventualmente.
“¿Le gustó el trabajo?”
Por favor, diga que sí. Es desaconsejable ponerse Popy con sujetos duchos en el manejo de sopletes, sierras eléctricas y cortafríos; mucho menos negarse a pagar porque no le gustó el resultado. Trague grueso y despídase con una sonrisa. De esto dependerá que a última hora el personaje enrosque el tornillo necesario para evitar que el ventilador de techo recién empotrado sobre la mesa del comedor, caiga justo a la hora de la cena.
Que se lo digo yo.

martes, septiembre 25

Peleas de tocador

Hoy muchas parejas recorren la farmacia/perfumería no sólo para adquirir la protección rumbo a una noche de frenesí amoroso, sino también la crema exfoliadora ideal para el cutis de ambos: cada uno toma una de esas cestitas dispuestas a un lado de la caja registradora para adentrarse, con curiosidad equivalente, en el área de los cosméticos.
Antes los señores se conducían dentro de este aromático territorio como elefantes en una cristalería, deteniéndose apenas en los precios hasta elegir el producto más económico y rendidor, como esos cuñetes de enjuague de aspecto lechoso y dudosa eficacia, o la primera crema de afeitar que apareciera ante sus ojos. Pero hoy hay que tener mucho cuidado: las indicaciones que los caballeros sugieran -porque ahora hasta sugieren- podrían significar el fin de la relación romántica. De ejemplo, un diálogo que escuché hace poco en uno de estos pasillos (mientras elegía entre una glicerina con efecto emoliente ó la cocopoliamina revitalizante) y que aquí transcribo con absoluta fidelidad:
- Mi vida –dijo ella, casi en un sururro-… ¿Ya escogiste el preservativo?
- Claro, fue lo primero que hice. Éste, mira, el acondicionador ideal para ti: preserva el brillo natural del cabello con extracto de Aloe Vera y efecto antiestático -le comentó el chico a su amada, y doloroso fue el golpe al leer ella la etiqueta: "Para cabello seco y maltratado".
- Ejem… ¿para mí? -tragó grueso-. Pero aquí dice “Para cabello seco y maltratado”…
- Mi ciela, no te ofendas, pero como tú te bronceas tanto... Se ha comprobado que la sobre exposición a los rayos UV reseca las puntas y le hace perder al pelo su brillo natural.
- Ah, bueno, entonces me lo llevo.
- Y toma esta cremita también, con elastina y Provitaminas B5 para combatir las líneas de expresión -insistió él mientras ella tomaba nota mental: cabello maltratado y líneas de expresión. Nunca nadie la había agredido con tan fragrante flagrancia. La tempestad estaba por desatarse.
- Gordo, y para ti este té supresor del apetito a base de extractos minerales cuya incorporación en la dieta aumenta la quema metabólica de carbohidratos.
- ¿Y eso por qué? ¿Acaso lo de gordo no es por cariño?
- No -embistió ella, lapidaria, vengativa.
- Pero con qué moral, chica, cuando tu caso apremia de una emulsión tropical de triple acción que minimice el tejido graso alrededor de los muslos y las caderas.
- ¡Cómo! Si es que con una piedra pómez deberías de darte en los dientes por tenerme a tu lado.
- Chica, qué grosera. Ve a lavarte esa boca con crema dental rica en micro partículas que combaten la placa.
- Y tú, alopécico, anda a bañarte con extracto de baba de caracol.
- ¡Piel de naranja!
- ¡Pediculósico!
- ¡Hiperhidrósica!
- Hasta aquí llegamos –dijo ella, sin pelos depilados en la lengua, ya en la puerta del establecimiento- ¡Seborreico de tu madre!

domingo, septiembre 16

Los ricos también lloran

Hace poco la revista Forbes publicó el inventario de las cien personas más ricas del mundo, y amarga fue la sorpresa de no ver allí a ningún venezolano. Es un manotazo a la autoestima nacional que no se les diera a los potentados locales, entregados por décadas a transacciones y plusvalía, ni siquiera un taquito, al menos una mención a pie de página.
No es para menos. La crisis estrangula el bolsillo de cada uno de nuestros compatriotas, sean estos pobres o ricos, muy ricos, abrumados todos por la actividad de sumarle agujeritos al cinturón presupuestario. Hoy, cuando los magnates de otros países hasta viajan al espacio, acongoja el desconsuelo de nuestras damitas de sociedad al enterarse que el Tour de las Quinceañeras, que antes comprendía la visita a ocho ciudades de Europa, este año se redujo a seis. O el bochorno de volar en primera clase puesto que al jet se le desconchó la pintura y para conseguir otro hay que apuntarse a una larga lista de espera.
Ni hablar de los precios de los inmuebles que ponen cuesta arriba la compra de un apartamento de soltero, por lo que cada fin de semana una legión de mártires marcha junto a su segundo frente rumbo a las Islas Vírgenes o (¡el colmo!) Aruba. Los más golpeados por la espiral inflacionaria se resignan con un sórdido chalet de 1.500 metros cuadrados en Isnotú. No hay derecho.
Los medios de comunicación social denuncian hasta el cansancio el desabastecimiento de carne y caraotas negras, pero ninguno ha criticado la escasez de rubíes, zafiros y demás piedras preciosas con que todo industrial serio acompaña sus declaraciones de amor. Esta mengua ha generado la aparición de un floreciente mercado negro, olas de rumores y compras nerviosas. “Llegó un lote de topacios al San Ignacio, chica, apúrate antes de que se lo lleven todo”, susurra por teléfono una dama a su mejor amiga la provisión de los productos del cofre básico.
Aunque dudo que la maniobra desesperada de llevarse del restaurante los dos dedos de whisky que quedaron en la botella baste para estirar la cuentica en dólares. De allí la urgencia de sensibilizar a la ciudadanía mediante la organización de telecorazones y bingos de la bondad con otra suerte de beneficiarios. Todo granito de arena será bien recibido, y que sea el chofer quien pague el combustible del BMW, o las empleadas domésticas se adhieran a la causa donando de su bolsillo el vuelto para así encarar, en un mismo frente, la precaria situación que a todos agobia.

miércoles, septiembre 12

Del arte del préstamo

Cuando sospeche que un amigo o pariente viene a pedirle dinero pero usted no anda ese día con ánimo de entidad de ahorro y préstamo, recurra a la mejor táctica para sortear la coyuntura: ponerse a llorar. Y por “llorar” aludo a tomar la delantera improvisando, antes de que sea muy tarde, evasivas del tipo:
- ¡Epale, compadre! ¿Cómo está la cosa? –amenaza el pedigüeño inminente.
- Aquí, chico, si te cuento… –responda usted para, de inmediato, exponer casi con lágrimas en los ojos su tragedia personal, ya sea real o inventada-. A que no sabes que la semana pasada me cortaron la luz y tengo varios días sin almorzar mientras reúno los realitos para pagar el recibo, ah.
Pese a evasivas de esta magnitud, hay prestadores difíciles de convencer, por lo que se recomienda rematar el acto con una declaración impactante: “Mi perrito agoniza y no tengo para las medicinas”, por ejemplo. Y es que llorar estratégicamente es una alternativa más rentable que abrir un fideicomiso o invertir en fondos mutuales. Claro, en ocasiones usted será agarrado fuera de base, sorprendido por el prestador que lanza, sin anestesia, la malévola solicitud: “Epale, compadre ¿Cómo está la cosa? Porque a mí las deudas no me dejan dormir… ¿no tienes por ahí una fuerza que me prestes?”. La petición tipo puñalada trapera es la más difícil de esquivar, pero no imposible. Acá algunas maniobras de comprobada eficacia:
Mantenga dos cuentas de ahorro
Una en donde guarde su cuantiosa fortuna, y otra con apenas el saldo mínimo para que no se la cierren, y cuyo balance impreso usted llevará siempre dentro de la cartera. Cuando el prestador le lance la bola, saque a relucir el íngrimo papelito.
Pida primero
Cuando sospeche que un prestador acecha, tome ventaja y pida primero: “¿Tienes que me prestes para el pasaje?”. Con esta técnica, podría presenciar el milagro de que esa persona le coloque en la mano los dos últimos Cestaticket que le quedan.
Actúe como una entidad financiera
Dígale al interesado que sí va a prestarle el dinero, pero una vez que presente dos referencias comerciales y bancarias, RIF y NIT, balance personal auditado por un contador público colegiado, última declaración del Impuesto sobre la Renta, y fiador.
Espérame en la redoma de Petare a las 3:00 A.M.
O paute cualquier otra zona de dudosa seguridad, y preferiblemente en horas de la madrugada, como lugar de encuentro para entregarle el dinero solicitado. Sin duda el prestador no llegará con vida a las 3:05 A.M., ahorrándose usted esos realitos.
Sea asertivo
Diga honesta y crudamente: “No tengo”. Porque ya lo habrá pensado: con la pelazón imperante, es uno quien casi siempre se ve precisado a interpretar el papel de prestador. De las mañas para superar con éxito esta circunstancia hablaremos en el módulo siguiente, cuando será usted el encargado de tender la perversa emboscada.

HAY TANTOS INGENUOS
Cuando la mayoría de las personas pide dinero prestado recurre a una técnica equivocada: exhibir la miseria ¡Grave error, señores! Hacer gala de la bancarrota es un medio contraproducente si el fin es conquistar la confianza de un prestamista. Así que vístase con la pinta del último 31 de diciembre, báñese en perfume, y exponga que usted busca (no las monedas faltantes para comprarle el pote de leche a los muchachos, nada de eso) sino capital para invertir en una transacción que lo catapultará en pocos días al cielo de los magnates.
Hay un obstáculo: todo prestamista es la imagen viva de la incredulidad. Pero también un sabueso de oportunidades. Si aquel demanda detalles suplementarios del negoción, dígale a la oreja, casi en un susurro: “Es confidencial. Si se entera Carlos Slim, va a querer bañarse en este chorrito”. Si ve que el otro comienza a pensarlo, puede jurar que el mandado está hecho. Aunque no se desanime si ya agotó su línea de crédito y nadie cae: hay tantos ingenuos por ahí como estrategias para emboscarlos.
Maneje la pena ajena
Hay personas a las que les avergüenza exigir la devolución del dinero ofrecido en calidad de préstamo. Su tarea es identificar a estos individuos, haciéndoles sentir culpables durante la recaída: “Sí, chico, yo sé que te debo un millón de bolos desde hace dos años; pero… ¿me vas a negar precisamente ahora cien mil más, en este preciso instante, ah? ¿Dime… son esas tus intenciones?”.
Vaya al grano

Si el motivo del préstamo es, por ejemplo, comprarse una camisa, evítese el viaje a la tienda y pida directamente el artículo necesitado. Eso así, empleando justificaciones cuya elocuencia nadie dude: “No es que quiera que me prestes un traje, nada de eso; lo que pasa es que Giovanni Scutaro me quedó mal otra vez ¡Ya no le encargo un modelito más!”.
Registre una fundación
La contribución desplazó la figura del préstamo. Invocaciones de corte ambientalista, tales como el calentamiento global o los efectos de la industria petrolera en la Amazonia, constituyen exquisitos alegatos. “¿Sabías que el rinoceronte negro africano se extingue y yo, como miembro de Greenpeace, ando recogiendo para proteger la vida de esos pobres animalitos?”.
Ventee los trapos sucios
No hay estrategia más sofisticada que servirle de confidente al prestamista. Escuche sus secretos, tiéndale su mano amiga, arrímele el hombro hasta que descargue su inventario de intimidades ¿Quién habló de chantaje? La sutileza en la exposición de los argumentos nos libra de tan bajas pasiones. “No creo que le vayas a negar esos realitos a quien ha sido reservorio de todas tus picardías. Yo, que nunca revelaría públicamente que te robas las resmas de papel bond y los clips de la oficina ¡A mí, que primero me matan antes de decirle a tu esposa que le montas cachos!”.

DEUDA KARMÁTICA
Como todo deudor sabe, en el acto de recibir el dinero solicitado no termina la epopeya de un préstamo. Una vez que el financista ha sucumbido a nuestras súplicas, varía drásticamente su naturaleza redentora para transformarse en un espanto que nadie quiere ver a los ojos. Sí: se transforma en un cobrador. Para enfrentarlo satisfactoriamente, existen estrategias cuyo éxito dependerá de la pericia del perseguido, más el grado de inocencia del perseguidor.
Sea proactivo
Ya pasó de moda eso de esconderse cuando acechen los cobradores. Renuncie a la apatía y no espere con los brazos cruzados el vencimiento de un giro, o que el infame personaje toque a su puerta para exigir el pago de la deuda contraída. Armado de valentía, días antes de la fecha de vencimiento del compromiso, plántese frente a él y pídale el doble de lo fiado la vez anterior.
Hágase el ofendido
La dignidad es una virtud propia de las almas elevadas y cuando el acreedor exija lo suyo, no le permita terminar la frase y respóndale con un cortante: “¿Es que tú crees que no te voy a pagar? -frase formulada mientras usted abre enormemente los ojos y se lleva una mano a la boca en gesto de incredulidad-. ¿Estás insinuando que no tengo palabra, que pretendo engañarte? ¿Ah, eso insinúas, ah?”.
Declárese en bancarrota
Declarase en “bancarrota” o en suspensión de pagos es un recurso legal accesible a toda persona o unidad familiar que se encuentre en una situación manifiesta de endeudamiento, en la que no puede hacer frente regularmente a los pagos y las deudas contraídas. La ventaja de esta figura legal es que los embargos inmediatos se paralizan y dan el esperado respiro.
Déjelo para otra vida
En el budismo no existe el concepto de alma, sino un estado de pureza y sabiduría latente en la vida de los seres vivientes. La reencarnación, o transmigración, es el paso hacia la siguiente existencia física, estadio para cuando podría postergar el pago de sus pasivos.
Apele a la macroeconomía
Las páginas de economía de la prensa son de gran utilidad. Entre la maraña de tasas de interés y reservas internacionales, está usted resuelto. “Me pides que te devuelva los 20 mil bolívares que me prestaste hace cinco años cuando, ni siquiera aplicándole la indexación acumulada que el BCV estima durante ese periodo, más la tasa de cambio fijo en 2.150 bolívares por dólar, por ese monto ya hoy nadie se come ni una reina pepeada en la Baralt. Por Dios ¡Qué miserable eres! ¡Usurero!”.