viernes, marzo 9

Diplomas

A mí lo que me anima a inscribirme en talleres, cursos, seminarios, y hasta licenciaturas y maestrías, es el momento que comprende guindar el diploma en la pared. Para ello escogí el muro de la casa con mayor visibilidad, decisión subordinada al espacio del que disponga cada quien. Aconsejo la pared del vestíbulo, la del comedor, junto a la alacena o, para quienes vivan en un apartamento tipo estudio, sobre el water de la sala de baño. Lo importante es no engavetar el logro y que las visitas encuentren sin mucho esfuerzo tanta evidencia de porvenir.
Tras los arreglos preliminares, como lo es la contratación de un hábil marquista más la escogencia de rosetones en armonía con el mobiliario, se enfrenta un paso crucial: la elección del clavito. Los negligentes utilizan los de precio baratón, hechos un nudo al primer martillazo; los menos insensibles recurren a los de acero, negritos y cumplidores, aunque proclives a sacarte un ojo si pelas el golpe y el bicho salta hacia inesperado destino. Mi caso es ajeno a todas estas vulgaridades ¡Lo mío es el ramplus! Así borro toda duda sobre la firmeza de mi educación.
La jerarquía obedece luego a un orden inflexible: el título universitario corona el conjunto en actitud solar (recuerda utilizar un nivelador para que quede derechito), gravitado por los diplomas de especialización, si fuera el caso; y, en la órbita siguiente, los certificados de asistencia que acusen recibo de nuestras habilidades en materias tan diversas como el origami y la mecanografía.
Da gusto detenerse a contemplar el saber acristalado, ocasión cuando se comprende la echonería que embriaga al cazador frente a la pared llena de cabezas de osos y tigres fulminados por su escopeta. Tantas horas de insomnio, de quemarse las pestañas sobre un libro, constituyen una inigualable pieza decorativa al momento de enriquecer la ambientación de todo hogar.
Eso sí, procuremos no guindar las credenciales a mucha altura, por si se agotan las copias del currículo y toque descolgar la vida del muro para, por enésima vez y renacida esperanza, entrompar nuestro viejo taxi hacia el centro de reproducción.

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