lunes, junio 18

¡Qué mano para el mondongo!

De pequeños nos alientan a concluir con éxito cada tarea emprendida, muy sabia enseñanza, sin duda; sólo que por ingenuidad en ocasiones revelamos sobrado talento en asuntos que no nos gusta hacer o, al menos, una que otra vez. Es ahí cuando nos agarran el numerito.
Si en la oficina mostramos una habilidad por sobre el promedio en determinada ocupación, digamos que mecanografía, llegará la hora en que el jefe engatuse con tono zalamero, como quien imparte una bendición: “Fulanito, como usted teclea tan rápido y sin un solo pelón de ortografía, para mañana páseme en limpio estas dieciocho carticas”, aunque nuestro desempeño se restrinja a labores contables ¿La cancelación de bonos u horas extras? Muy bien, gracias, y que Dios nos lo pague.
Lucirnos en un área marginal a nuestras obligaciones es una insensatez que lleva a convertirnos en el buscador oficial de información en Google (“¡muchacho, qué talentazo para lo de Internet!”), o a preparar el antipasto cuando un compañero de oficina cumple años. Lo peor no es eso. Lo peor es que luego de suponer que nuestro espíritu solidario ha caído en gracia ante los superiores, un día la empresa decide reducir personal y en su puesto queda la empleada pechugona, mientras el virtuoso colaborador es puesto de patitas en la calle; pero eso sí, llevando bajo el brazo una elogiosa carta de recomendación.
En casa el asunto no mejora. Si usted fue “bendecido” con el don de planchar con la misma soltura con que Pitágoras resolvía fórmulas algebraicas, dentro de la secadora se amontonará el ropero familiar a la espera de su acabada técnica de rociado. Pero sépanlo de una vez: hasta el sol de hoy no hay noticias del primer marido o esposa que, cegados de pasión por un tercero, renuncien a pegar cachos en respeto a que su cónyuge plancha o coletea como los dioses.
De allí que sugiera encubrir los talentos contraproducentes, ser oscuros cuando la ocasión lo amerite. En la oficina sobresalga por lo que le pagan, pero ni asome que es usted un Cristo organizando eventos o decorando el árbol navideño. O, ya en la placidez de su hogar, si usted guisa mejor que el gordo Lozano pero le provoca agarrar una olla sólo los fines de semana, de lunes a viernes deje que el arroz se empegote o válgase con sabiduría del poder laxante del comino.
Su pareja no tardará en arrebatarle la sartén de las manos porque “no sabes freír ni un huevo”. Y usted ahí, saboreando el secreto de saberse, no sólo el mejor, sino también el más astuto chef del planeta. Eso sí: una vez en la mesa, no escatime en halagos frente a la destreza culinaria de su compañero o compañera: “Pero que envidia, mi amor, tú sí cocinas rico ¡Qué mano para el mondongo! De ahora en adelante… cocinas tú”.

2 comentarios:

Dabart dijo...

jajaja! verdad tras verdad!... en la oficina el jefe me tiene a montes cada vez que quiere redactar una carta en aleman..., que ladilla mi hermano!!!
un abrazo!

Bandera Negra dijo...

mega mondongo digno del libro guiness

será la montada de cachos digna también de una mención en el prestigioso librito?

salud,

Bandera Negra