lunes, diciembre 3

Droga luminosa

La junta vecinal de donde vivo decidió imponer una multa a quienes no adornaran la fachada con lucecitas navideñas. Formé parte del grupo adverso a tan radiante medida, que, de consentir dicho atropello, en la próxima Semana Santa los vecinos seríamos forzados a esparcir incienso por las habitaciones de la casa, o a disfrazarnos de negrita durante las festividades carnestolendas.
Gracias a la presión ejercida la multa fue anulada, mejor dicho, sustituida por una condena peor: el sordo reproche de los vecinos que sí decoraron sus casas con motivos navideños. Más de uno (cuyos porches vistosamente iluminados parecen pista de aterrizaje) me quitaron el habla, mirándome como quien ve al Anticristo envuelto en una sospechosa oscuridad (corren rumores de que las casas sin lucecitas sirven como sede de sectas y demás cofradías espeluznantes).
A la quinta pedrada lanzada a medianoche desde un vehículo a toda velocidad sobre los vidrios de mis ventanas, temí despertar con el chisporroteo de una cruz inmensa clavada en el jardín y envuelta en candela, y puse fin a tanta testarudez con una tímida estrellita intermitente, el decorado más modesto de la cuadra. Fue la primera bocanada de una peligrosa droga decembrina.
No tardé en descubrir que la decoración navideña es un símbolo de status, centelleante escala que desnuda las circunstancias socioeconómicas de cada hogar. El escalafón va desde aquella guirnalda cuyo peso y volumen por poco doblan la Multilock que la sostiene, hasta las estrellitas pusilánimes (como la mía) cuya languidez lleva a los transeúntes a presumir que sólo la bancarrota justifica tanta postración lumínica. Y nadie desea rayarse tan feamente.
De manera que aderecé la íngrima estrellita con un hilo de 100 luces. El vecino cuya decoración navideña quedó rezagada tras esta maniobra, respondió el golpe con un muñeco de nieve inflable. Eso no se iba a quedar así. Al día siguiente incorporé unos renos de esos que mueven el cuello de un lado a otro, a lo que la pareja de la esquina contraatacó con un par de pingüinos musicales.
Protegidos por el silencio de la noche, salimos de nuestras casas, sin hacer ruido, a añadir una bota de fieltro, un ángel mecánico, otro tramo de luces extra, para a la mañana siguiente intercambiar miradas inflamadas por una sutil pero hiriente echonería. Anoche la familia de la acera opuesta desplegó sobre su techo la sádica ofensiva de un San Nicolás tamaño natural. Me tiene sin cuidado, hasta ahora nadie sospecha la carnicería por venir. Y así el dinero del aguinaldo se me vaya en financiar la victoria, sólo me falta contactar al Melchor del pesebre viviente que durante la Nochebuena detone el tiro de gracia.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

los seres humanos somos muy ridículos a veces...

Andrés dijo...

Jaja como me he reido con el post, demasiado cómico. Pero es cierto que absurdo eso de poner las casas como si fueran aeropuertos, la navidad para quien le guste, pero hay que respetar el gusto de todos.

Anónimo dijo...

Jajaja.. Concuerdo con Andy: hay que respetar los gustods.. Siempre certero Castor! Que te puedo decir? GENIAL!!! Saludos

Anónimo dijo...

jajajajaja yo todavía sigo de anticristo

killer tiger dijo...

jajajaja que bueno, yo también estoy en batalla y desesperado, a punto de utilizar la técnica del nacimiento media sala, con lagos de espejos, así volveré loco a los vecinos.
Muy bueno Saludos
LANGOSTAYSALSAROSADA.BLOGSPOT.COM

Anónimo dijo...

ME DIÓ MUCHA RISA EL RELATO, NO SÉ COMO LA GENTE SE DEJA INFLUENCIAR POR LAS TRADICIONES HASTA EL PUNTO DE QUEDARSE "SIN MEDIO" CONTAR DE COMPLACER A LA HUMANIDAD! BUENO LOS FELICITO. CHAO