miércoles, febrero 27

Cartas anónimas

Todos coinciden en que las cartas que se envían para manchar la reputación de una persona sin que el autor dé la cara, son despreciables, mezquinas y una herramienta propia de cobardes; pero también hay que decir que el Papa debería de beatificar inmediatamente al virtuoso que en el primer párrafo abandone la lectura de estas misivas devoradas con mayor interés que la correspondencia escrita por el Libertador en Jamaica.
Siempre han existido, aunque antes el bribón debía esperar semanas y hasta meses a que el lento servicio postal hiciera entrega del misil, o era costumbre deslizarse hacia el escritorio o el porche del destinatario para depositar allí, sin ser visto, la nota plagada de espinas. El correo electrónico arrasó con dichas limitaciones y ahora la infamia se propaga en segundos entre un gentío responsable de generar el efecto multiplicador, floreciendo una misma escena en el seno de todo círculo a donde llega el mensaje: la momentánea suspensión de la rutina mientras se airean, ya sea a través del hilo telefónico, Messenger o al calor de un guayoyo, los detalles de la hecatombe.
Este jugoso género epistolar obedece a normas inquebrantables. Primero, precisa la revelación de un oscuro secreto, cuya veracidad quizá sea confirmada o no después, aunque el propósito ya fue consumado durante el envío: esparcir la pujante semilla de la duda. Frecuenta dos ámbitos, el amoroso (“es hora de que te enteres que tu marido te pega cacho”), y el laboral (“zutana se roba las remas de la oficina”); aunque aquellas notas que combinen ambas esferas producen mayor embeleso entre los espectadores (“es hora de que te enteres que tu marido te pega cacho con la zutana que se roba las resmas de la oficina”).
Su éxito se mide a partir de la proliferación de conjeturas en torno a la identidad del autor. El espíritu de Sherlock Holmes se posesiona de los lectores de las cartas anónimas viperinas, quienes, en rumorosa tertulia, dirigen sus sospechas hacia el sujeto que guarde algún reconcomio con la persona expuesta al escarnio, o hacia quien cometa la impericia de elogiarse dentro del texto, inaceptable torpeza que disipa cualquier duda acerca de la fuente de la abominación. De allí que los autores audaces procuran despistar incluyéndose entre el grupo de difamados, pero con sutileza, apenas un ligero coletazo para confundir a los suspicaces (“Ah, y ese otro, el tal perencejo, es el peor de los adictos ¡Sí! ¡Un adicto al trabajo y a las pastillas adelgazantes!”).
Un último indicio. El común de los lectores luce sorprendido ante tanta ojeriza, pero al culpable lo delata la sobreactuación. Luego de la víctima obvia, el señor o la señora que más patalee y le tiemble la mandíbula de indignación ante cada frase de una carta anónima, sin duda sostiene en la mano escondida tras su espalda el filoso teclado blandido durante el descuartizamiento.

viernes, febrero 22

Vamos a la feria

No es lo mismo “salir a cenar” que “salir a comer”. La primera actividad está definida por servilletas de tela dobladas en forma de cisne y un mesonero trayendo entre las manos una copa de licor coronada con una llama azul. En cambio, salir a comer atañe a los compañeros de oficina a la hora del almuerzo y matrimonios con niños en atropellada peregrinación hacia una feria de comida rápida. Pero tranquilos, que con un poco de constancia e ingenio esta alternativa también puede resultar en una experiencia glamourosa.
El primer asunto a resolver es la escogencia entre las diversas posibilidades gastronómicas. Por sobre la colección de juguetitos ofrecida por la franquicia de hamburguesas, o el contradictorio atractivo que desprende el establecimiento con la cola más larga, la elección casi siempre responde a ese recurso ejercido por todo mortal que acude a una feria de comida: mirar qué comen los otros; por lo que no se conforme con recorrer el perímetro deslizando la mirada de un plato a otro hasta descubrir el manjar más tentador, y pregunte de una buena vez a los comensales: “¿están crujientes esas alitas de pollo?” o “¿tiene doble masa esa pizza de pepperoni?”. Es más, deje a un lado la pena y pida probar un bocado.
A la hora pico acontece la feroz búsqueda de una mesa desocupada mientras usted hace equilibrio con la bandeja para no tirarse el refresco encima, o pone a su pareja a montar guardia en una mesa cual pitbull dentro de un galpón. No, no, no… Sea proactivo y grite “¡fuego! ¡fuego!” o “señora… ¿sabía que ayer una doña murió en ese mismo asiento en el que usted está sentada ahora?”, que si nadie se levanta, podrá disfrutar de ese servicio no prestado por ningún restaurante de lujo: hacer nuevas amistades en el caso que le toque compartir la mesa con un extraño. O varios.
Ya acomodado en su puesto, tienda el mantel a cuadros que usted habrá llevado para la ocasión, unas velitas si se trata de una cita romántica y, por qué no, la botella de licor como aperitivo o para flambear el shawarma o el shop suey, que incluso en una feria de comida usted puede lucir la severidad que caracteriza a los paladares exigentes. Si un establecimiento no acepta cestatikets o sospecha que el aparato donde pesan la comida por kilo está puyao, anuncie a viva voz que no regresará a comer allí, y cual cliente insatisfecho en La Castellana, pida hablar con el maitre.
O si, por el contrario, estuvo agradado con la degustación, ofrezca una sustanciosa propina, más el correspondiente 10%, al sujeto responsable de recoger la bandeja, solicitándole que por favor coloque en un envase para llevar el resto de las costillitas de cochino, cerrando así la velada con un toque de distinción y buen gusto que, de ahora en adelante, no tiene nada que envidiar a ningún bodegón de Las Mercedes.

lunes, febrero 11

Así hice a Dudamel

Recuerdo como si fuera hoy aquella tarde de mi infancia cuando advertí el talento de Gustavo Dudamel. Bajo el colorido cielo barquisimetano, jugábamos trompo y perinola o nos aventurábamos en los montes vecinos para pescar renacuajos. Muchos suponían que Duda (así lo llamábamos por ese entonces) era un niño corriente, hasta que en la fiesta de cumpleaños de un amiguito reveló su virtuosismo pasmoso cuando le tocó el turno de pegarle a la piñata. Sus brazos fueron pájaros alucinantes al momento de hundir el bastón decorado con papel maché en la figura de Pedro Picapiedra, cuyo abdomen de cartón, despanzurrado por aquel golpe magistral, liberó una tormenta de chucherías y coroticos.
Bastó un par de piñatas más para cerciorarme de que estaba ante un talento inesperado. Luego de verlo esparcir su magia sobre el semblante deshecho del Oso Yogui, lo llamé junto al carrito de algodón de azúcar para decirle: “Duda, tienes que explotar ese talentazo; no sé, quizá convirtiéndote en un afamado director de orquesta”, y de inmediato le coloqué entre sus manos una ramita de semeruco para que imaginara que dirigía frente a sí los violines, el piano, los fagotes, las flautas de una sinfonía excepcional.
No fue fácil. Gracias a su impresionante habilidad para rendir al mundo a la agitación de sus brazos, durante su adolescencia Duda pensó en convertirse en fiscal de tránsito u oficial de plataforma, que es ese sujeto responsable de orientar a los pilotos de los aviones a alcanzar la pista con un par de banderines en cada mano. “No, Duda… más de pinga es afamado director de orquesta”, le insistí por años, hasta que pude hacerle olvidar tanto sueño loco.
En esa época sonaban constantemente en la radio los temas de Pimpinela, Guillermo Dávila, Pochy y su Cocoband, prosperando en el ánimo masivo los últimos ensayos de la salsa erótica. Duda escuchaba con frenesí todas esas melodías. Era mi obligación mostrarle el camino. Una noche, cuando regresábamos de comernos unas reinas pepiadas, le entregué una cinta de VHS con la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, La Consagracion de la Primavera, de Stravinski; la Séptima Sinfonía de Beethoven, y otros descubrimientos que yo había grabado de una retransmisión tardía de Clásicos Dominicales.
- ¿Qué es esto? –me preguntó, cariacontecido.
- Óyelo, y después me dices.
Quedó impactado.
Así le fue cogiendo gustico al asunto y ya el resto es del dominio público. Hoy ignoro hasta dónde más pueda llegar. Eso sí. Cada vez que conversamos le insisto para que se corte el pelo, que cómo se atreve a presentarse así ante el Papa o junto a los muchachos de la Filarmónica de Nueva York, siendo ésta la única recomendación que nunca me ha atendido. Qué se le va hacer. Así es Duda, ese inmenso orgullo nacional y un pana burda.

viernes, febrero 8

¿Sufre del Síndrome de Peter Pan?

Al caballero que a los 42 años de edad aún viva en casa de sus padres y se haga pipí en la cama, de inmediato le encasquetan el sambenito de “inmaduro” o -como matizan los entendidos con una pincelada científica- víctima del Síndrome de Peter Pan. Pero en ocasiones esta valoración es aplicada injustamente; de allí que, tras espigar los últimos estudios clínicos sobre la materia, presentamos el único test calificado de infalible por destacadas autoridades del mundo de la psicología, y así esclarecer si es usted un hombre hecho y derecho o si, por el contrario, su personalidad comparte el mismo verdor de un aguacate colgado todavía de la mata:
- ¿Está respondiendo el presente test con el crayón de cera de su color favorito? Sí _ No _
- ¿Encola las barajitas del álbum de cromos “Somos tú y yo” con el pegamento de su dentadura postiza? Sí_ No _
- ¿Luego de cerrar una negociación millonaria, llama por teléfono a los dueños de las empresas competidoras para gritarles: “¡lero lero, lero lero!”? Sí_ No _
- ¿Le teme a la oscuridad cuando camina por Petare a las 3 de la madrugada? Sí_ No _
- ¿Cuando un cobrador toca a la puerta, a usted le entra nostalgia y se pone a jugar al escondido? Sí_ No _
- ¿Abrió una página web para recabar firmas en pos del regreso de Popy al mundo del espectáculo? Sí_ No _
- ¿Ha notado que luego de cinco horas de estar viendo “Aló, Presidente” comienza a sufrir de trastorno de la atención? Sí_ No _
- ¿Cada vez que discute con su mujer, le cae a palos como si fuera una piñata? Sí_ No _
- ¿Falló la cuota inicial del marcapasos por adquirir el Nintendo Wii? Sí_ No _
- Por que no hay leche, carne, huevos, caraotas, azúcar… ¿ha recaído en la práctica de chuparse el dedo cuando le da hambre? Sí_ No _
- Si comienza a desplomarse el techo de la casa en medio un terremoto 7.9 en la escala de Richter, o si la tierra se abre en dos tras el impacto de un meteorito, usted… ¿se lanza al piso en posición fetal? Sí_ No _
- ¿Aún cree que la invasión a Irak no respondió a motivos explícitamente económicos? Sí_ No _
- ¿No le ha perdido el miedo a la vieja amenaza materna de “te va a llevar la policía”? Sí_ No _
- Y, en definitiva… ¿le gusta andar por ahí vestido con una malla verde, una gorra decorada con una pluma, y tiene de mascota a una diminuta hada voladora que responde al nombre de “Campanita”? Sí_ No _