viernes, febrero 22

Vamos a la feria

No es lo mismo “salir a cenar” que “salir a comer”. La primera actividad está definida por servilletas de tela dobladas en forma de cisne y un mesonero trayendo entre las manos una copa de licor coronada con una llama azul. En cambio, salir a comer atañe a los compañeros de oficina a la hora del almuerzo y matrimonios con niños en atropellada peregrinación hacia una feria de comida rápida. Pero tranquilos, que con un poco de constancia e ingenio esta alternativa también puede resultar en una experiencia glamourosa.
El primer asunto a resolver es la escogencia entre las diversas posibilidades gastronómicas. Por sobre la colección de juguetitos ofrecida por la franquicia de hamburguesas, o el contradictorio atractivo que desprende el establecimiento con la cola más larga, la elección casi siempre responde a ese recurso ejercido por todo mortal que acude a una feria de comida: mirar qué comen los otros; por lo que no se conforme con recorrer el perímetro deslizando la mirada de un plato a otro hasta descubrir el manjar más tentador, y pregunte de una buena vez a los comensales: “¿están crujientes esas alitas de pollo?” o “¿tiene doble masa esa pizza de pepperoni?”. Es más, deje a un lado la pena y pida probar un bocado.
A la hora pico acontece la feroz búsqueda de una mesa desocupada mientras usted hace equilibrio con la bandeja para no tirarse el refresco encima, o pone a su pareja a montar guardia en una mesa cual pitbull dentro de un galpón. No, no, no… Sea proactivo y grite “¡fuego! ¡fuego!” o “señora… ¿sabía que ayer una doña murió en ese mismo asiento en el que usted está sentada ahora?”, que si nadie se levanta, podrá disfrutar de ese servicio no prestado por ningún restaurante de lujo: hacer nuevas amistades en el caso que le toque compartir la mesa con un extraño. O varios.
Ya acomodado en su puesto, tienda el mantel a cuadros que usted habrá llevado para la ocasión, unas velitas si se trata de una cita romántica y, por qué no, la botella de licor como aperitivo o para flambear el shawarma o el shop suey, que incluso en una feria de comida usted puede lucir la severidad que caracteriza a los paladares exigentes. Si un establecimiento no acepta cestatikets o sospecha que el aparato donde pesan la comida por kilo está puyao, anuncie a viva voz que no regresará a comer allí, y cual cliente insatisfecho en La Castellana, pida hablar con el maitre.
O si, por el contrario, estuvo agradado con la degustación, ofrezca una sustanciosa propina, más el correspondiente 10%, al sujeto responsable de recoger la bandeja, solicitándole que por favor coloque en un envase para llevar el resto de las costillitas de cochino, cerrando así la velada con un toque de distinción y buen gusto que, de ahora en adelante, no tiene nada que envidiar a ningún bodegón de Las Mercedes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"¡Fuego! ¡Fuego!" Fenomenal... jjjajajjajajjjaa...

goloviarte dijo...

he otorgado dos estrellas a tu blog en http://lasestrellasdeaquiestatublog.blogspot.com
pásate y mira algo de publi,eso valora mi trabajo,gracias

Anónimo dijo...

Como consuetudinaria lectora de este blog y en este sencillo acto, otorgo al benemérito don Cástor E. Carmona, 4 estrellas. ¡Que 2 son bien pocas! No le doy 5 porque 5 sólo tendría Cortázar si resucitara y se tomara la molestia de tener un blog. O Groucho Marx o Borges o Lord Byron. (Lo cual es muy improbable pero les guardemos el lugar lo mismo.)

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo, ajaja fuego!!!! saludos