lunes, junio 9

Sofá cama

Gracias al precio de los inmuebles pocos pueden darse el lujo de tener en su casa o apartamento esa excentricidad que en las películas llaman ‘habitación para huéspedes’. Como sustituto tenemos el sofá cama, recurso inscrito dentro de la tendencia multiuso, como las fotocopiadoras que también escanean e imprimen, o las amantes que –además- lavan, zurcen medias y son magníficas en la cocina.
No bromeo al decir que nuestro sosiego deriva de la elección del modelo apropiado. Todo dueño de sofá cama sabe que decidirse por un ejemplar acogedor significa echarse una soga al cuello, y a temblar cuando el pariente político que quedó en la calle tras su divorcio pregunte si el relleno es de goma espuma o de pluma de ganso y demás cualidades ergonómicas. Y es que un sofá cama ejerce en los desamparados el mismo atractivo que la luz de neón entre los insectos.
- ¿Cómo dormiste?
- ¡Chévere! ¡Este sofá cama es una maravilla! -y ya no habrá licuadora encendida a las 6 de la mañana que amedrente al invasor. Lo que fue adquirido para que un visitante con tragos de más sobrelleve la resaca, pasa a convertirse en un dormitorio improvisado en medio de la sala, rinconera como mesita de noche mediante. Así, el sofá cama declina a cama sofá o -en los más terribles casos- sólo cama.
Nunca supimos cómo abrir y cerrar aquel armatoste sin machucarnos un dedo, pero a la tercera noche de permanencia ya el refugiado consuma la operación con asombrosa habilidad, al punto de enseñarnos (antes de irse a dormir… nuevamente) el truco para que la suma de clavijas encaje en sus correspondientes ranuras.
La segunda posibilidad -adquirir un sofá cama de esos que a la menor presión clavan la punta de sus resortes justo en el cóccix- podría resultar contraproducente pues ignoramos cuándo nos servirá de exilio, que quien sin previo aviso llegue de madrugada a casa lo espera pan con boloña y sofá cama. Su uso revela el estado de la relación amorosa. Luego de una leve disputa los miembros de la pareja suelen aislarse en cada extremo de la cama y deseando que el colchón midiera varios kilómetros (sospecho que quienes compran una súper king size persiguen ese deseo de distancia, desentenderse un poco de lo que ocurre en la otra orilla de tan blando y espacioso firmamento); pero es de alarmase cuando alguno de los dos resuelve irse a dormir al sofá cama.
Ambos sexos se han igualado en el manejo de este mueble y tras la incorporación del sofá cama a la vida moderna, pocas esposas se marchan a casa de su madre luego de un gran disgusto, sino que incautan la mejor cobija para, con un movimiento de ultimátum, abrir el sofá cama, descolgado como un reptil que extiende su mullida lengua sobre la alfombra del recibidor.
Las más ardientes reconciliaciones quizá se den sobre el sofá cama; aunque, si no prospera la tregua, resulta muy provechosa su habitual ubicación a pocos pasos de la puerta de salida…

1 comentario:

Principito dijo...

Gracias por este magnífico post!
Mi cuñada tiene un sofá cama en su casa.
Sólo este post necesitaba para confirmar de manera irrefutable que algo no anda muy bien en ese matrimonio.