lunes, julio 7

Cuando quiero beber sí lloro

Mis amigos me sacan el cuerpo cuando salen a beber en cambote, mi señora me esconde las botellas de licor de la alacena, ya no me invitan a fiestas... Y no es que yo sea de los que con cuatro palos encima desguasan floreros contra las paredes, al contrario: la cautela de mis prójimos responde a que pertenezco a ese empalagoso género de bebedores asolados al tercer brindis por un sentimentalismo que ya quisiera Lupita Ferrer en su desempeño histriónico. Lo mío es la pea llorona.
El derrumbe de la compostura es gradual, tampoco es cuestión de soltar el moco al primer sorbo. Comienza con un simpático estado de franqueza (“Compadre, ¡usted es un hermano para mí!”), luego sigue la exploración en la agenda telefónica de los amores inquebrantables ("Te quedaste con la casa, el carro y los perros… pero no puedes negar que lo nuestro fue bonito"), hasta sobrevenir el apogeo de la pea donde todo conmueve. Si un tucusito pasa frente a la ventana, ocurre el llanto. Y si no pasa, también.
- ¿Por qué lloras?
- Es que Las Águilas del Zulia perdió el campeonato en 1997… ¡buaaaa! –berreé hace poco, al término de la celebración de una boda, apoyando los brazos contra un muro cual Quico cuando le pega Don Ramón. Y eso que a mí ni me gusta el béisbol.
La pea llorona es unisex. Sacude la sensibilidad de la feminista a ultranza, u oxida con cada trago ingerido la armadura emocional de los hombres sobrios. Este hábito demanda una fortuna en la reposición de lentes de contacto, gasto retribuido con creces en caso de alcanzarse el máximo logro que alienta a todo borracho sentimental: contagiarle el llanto a su público. El primer anillo compuesto por pareja, amigos y parientes es un blanco fácil; el desafío radica en los testarudos cuya constante exposición al sollozo ajeno les ha endurecido las glándulas lacrimales (entre mis victorias destaca haber convertido en unas magdalenas a un barman y a la señora de la limpieza que, a pocos pasos de la barra, coleteaba esa noche el local).
Eso sí, cuide que ningún otro nostálgico le tome la delantera y cuando desde el extremo opuesto del salón de fiestas alguien arroje un suspiro, tome medidas porque están a punto de robarle el show. Todo borracho afligido es un fastidio que eventualmente conmueve, pero nadie acerca un pañuelo a los segundones.
Como estímulos complementarios se sugiere entonces poner un disco de Air Supply o -cada quien es libre de invocar a sus mediadores- uno de Juanga, recordar el saldo de la quincena, abrazarse a una rocola hasta que la primera lágrima desate el tsunami de las emociones estancadas, incorporándolo a esta raza que se niega a sucumbir en los aeropuertos o en las funerarias y aguanta hasta la hora en que abra el bar.
Quizá mañana ni siquiera recuerde que lloró.

7 comentarios:

Karina Pugh Briceño dijo...

Una maravilla!!!

Que risa!!!

Anónimo dijo...

Nada como una buena borrachera para llorar aquello que llevamos adentro y no nos atrevemos a mirar. Y si en la borrachera cantamos unas cuantas verdades, a no preocuparse: las borracheras gozan de una muy conveniente falta de credibilidad... hic... otro whisky... hic hic...

Margarita Arribas dijo...

Cierto: nada más fastidioso que un borracho sentimental.
Ya me había olvidado de cuán sabrosas son tus crónicas. Qué bueno es leerte de nuevo en tu elemento... y te digo esto sin haberme tomado ni una cervecita. Un abrazo.

Dionardo Aparicio dijo...

Son realmente ladilla los panas borrachos nostálgicos, pero hay que tenerles paciencia, porque de alguna u otra manera se goza al verlos, pero al mismo tiempo afirmo que "borracho no es gente"

P dijo...

Torácica,
mi caja es tu caja.

Anónimo dijo...

gracias por reivindicar ese derecho al moqueo que tiene todo borracho. Dicen que es un fastidio, pero no lo será tanto como el que lanza peroles a diestra y siniestra y le cae a cachetadas a su mujer. Lo de la rocola esta buenisimo... lástima que ya no queden

Anónimo dijo...

gracias por reivindicar ese derecho al moqueo que tiene todo borracho. Dicen que es un fastidio, pero no lo será tanto como el que lanza peroles a diestra y siniestra y le cae a cachetadas a su mujer. Lo de la rocola esta buenisimo... lástima que ya no queden