domingo, octubre 26

Un caballero en el “Palacio”

Aquí no pasa como en las películas. Según la versión hollywoodense, un caballero que se adentra en una tienda de ropa interior femenina es atendido por las empleadas con extrema naturalidad y -he visto en filmes y series de televisión- hasta hay señoritas de diversas dimensiones que desfilan las prendas para asistir al cliente durante la elección ¡Eso es lo que se llama primer mundo!
Aquí no. Aquí apenas un caballero cruza las puertas de una tienda de ropa interior femenina, las empleadas lo reciben con un vistazo concienzudo, mientras las doñas presentes disimulan su incomodidad frente al avance del forastero, como si un intruso acabara de irrumpir en el baño de damas (tampoco falta a quien le baila en los ojos una muy latinoamericana picardía, entregándote con la mirada un codazo fraternal que se traduce como “entonces, sinvergüenza, con que preparándote para la rochela”).
- ¿Qué se le ofrece? –te corta el paso la empleada más aguerrida. La pregunta demanda un motivo convincente que justifique tu presencia pues una respuesta vaga te llevará a ser tomado como a) un fetichista que recorre el establecimiento para nutrir su delirio, o b) un travesti en plena renovación del guardarropa. Y bajo ninguna circunstancia se sugiere ofrecer la típica salida esgrimida en otros locales para sacarse de encima a una vendedora inoportuna –“sólo estoy mirando”- porque ahí sí que te hundes hasta el cuello.
Aunque los intereses de los metrosexuales obligaron a enriquecer el catálogo de ropa interior masculina (con nuevas prendas absolutamente mariquísimas), lejos estamos de igualar el infinito universo de posibilidades que ellas llevan debajo del vestido. A diferencia de lo pasa con el uniforme de trabajo y los trajes coctel, unas pantaletas nunca mienten sobre la personalidad de su portadora. El inventario parte desde las llamadas “mata pasiones” estilo cuello tortuga que ascienden hacia el ombligo para sepultarlo, pasando por el terapéutico corsé con cualidades ortopédicas y termoreductoras, hasta los ligueros de encaje transparentoso cuyo uso por parte de la doncella omite el tránsito que va del repliegue de la falda al estallido de la desnudez.
Un aspecto bastante vistoso en estos emporios de la intimidad son los maniquíes, esfinges de silueta intachable que ya quisiera Hugh Hefner, magnate del imperio Playboy, para una portada de calendario. El impulso documentalista de comprobar esa firmeza sobrenatural aplicándole a la altura del abdomen (por citar cualquier altura) unos golpecitos con los nudillos como cuando se toca madera, explica porqué ciertas situaciones sólo pasan en las películas: si aquí maniquíes vivientes desfilaran prendas íntimas, habría que ponerles guardaespaldas, enseñarles karate o a correr rapidísimo.
- ¿Que qué se le ofrece? –insiste la vendedora, sacándonos de nuestro alelamiento.
- Vine a buscar a mi señora.
- ¿No será aquélla de allá, en la sección XL?

viernes, octubre 17

El drama del consejero matrimonial

Todo profesional ha de constituir un ejemplo en la disciplina que ejerce, o… ¿confiaría usted en un asesor financiero sin una locha en el banco y perseguido por los acreedores? ¿Dejaría su rostro en manos de un dermatólogo con el cutis azotado por el acné? Pero son los consejeros matrimoniales quienes precisan de una paciencia ilimitada al momento de servir de modelos.
¿Pueden divorciarse los consejeros matrimoniales? En caso de que ninguna ley lo impida, al incuestionable estrés que conlleva toda separación conyugal se añadiría el hundimiento de su credibilidad ante la clientela. Les está prohibido -al menos en público- exhibir una expresiva manifestación de enojo marital, un gruñido liberador, hasta una modesta sacadita de madre significaría la ruina.
El drama se intensifica si el consejero matrimonial es famoso y la gente lo reconoce en la calle. Hasta una cola en el cine en compañía de la pareja representa un desafío que demanda soluciones creativas, marcadas siempre por el respeto más la imprescindible comunicación:
- Quisiera ver una comedia romántica –propone la señora del consejero matrimonial.
- Es que, mi amor, las dos últimas películas que vimos pertenecían a ese género cinematográfico - argumenta como corresponde a todo dechado de comprensión.
- No, la última que vimos fue de muertos vivientes. Tú no me complaces en nada.
- Tenemos un problema de comunicación que debemos resolver para alcanzar el equilibrio deseado.
- Guárdate los sermones para el consultorio.
- Sugiero entonces que cada cual entre en la función que quiera y nos encontramos a la salida, decisión que reafirmaría nuestra autonomía como individuos.
- ¡Tú lo que me quieres es abandonar! ¿Es porque yo gano más que tú, verdad? ¿O por los problemitas que últimamente has tenido en la cama? Porque, francamente, pa´ muerto viviente tú.
- Tesoro, te están escuchando todas estas personas acá presentes.
- ¡Me importa un carrizo! Y si lo que quieres es que nos separemos, ya vas a ver que te voy a dejar en la calle.
- Los conflictos que afectan la convivencia deben tratarse en la privacidad del hogar.
- Y olvídate de volver a ver a los muchachos.
- Debemos actuar basados en la empatía como pilar de la relación –insiste el consejero, pasándose el antebrazo por la boca para borrar cualquier rastro visible de espuma.
- Qué fastidio contigo. ¡Y ya no me pellizques!
- La confianza es crucial para salir de la crisis.
- Échate pa´llá que me estás apretando muy duro el brazo.
- Hay que aprender a dialogar para obtener el preciado tesoro de la armonía.
- No me arronces así que me caigo por…
- Y una vez que renuncies a los resentimientos…
- ¡las escaleraaaaaaaaassss….!
- ...verás que la alegría regresa a tu corazón.

martes, octubre 14

Operación colchón

Podría pensarse que soy la persona menos calificada para tratar el tema de la operación colchón, ni como cazador y muchísimo menos en la categoría de presa. Sobre lo primero, ignoro lo qué es acodarse en el escritorio para plantearle propuestas indecorosas a una secretaria escultural, por la sencilla razón de que nunca he tenido secretaria (escultural o no). Y como presa, mi aspecto físico es una bendición que me ha librado de insinuaciones subidas de tono, y hasta de las de tono intermedio, es más, casi siempre se dirigen a mí sin ningún tono.
No obstante, en calidad de testigo soy una autoridad en la materia. Por años he visto a cuantiosos/as compañeros/as de estudios u oficina pactar con sus superiores trámites de piel considerados por la mayoría como vergonzosos, pero cuya eficacia nadie pone en duda, al punto de conocer lances que podrían surtir por horas el segmento de testimonios de un infomercial sobre el tema:
- Graciela Q.A mí siempre me raspaban Matemáticas porque nunca me aprendí la tabla de sumar; pero en una noche pasé de 07 a 19 como calificación promedio y, aunque sigo siendo pésima con los números, en eso de los numeritos no me gana ni Euclides. Mi meta es lograr la misma nota en materias tales como Castellano e Historia de Venezuela ¡hasta graduarme Summa Cum Laude!”.
- José M. “Antes yo era un actor de reparto malazo; pero tras unos ensayos en el apartamento del responsable del casting de la telenovela, ahora soy un protagonista malazo”.
- Joaquina T. “Yo era una secretaria que no mecanografiaba ni once palabras por minuto; pero le puse empeño hasta convertirme en la asistente ejecutiva del tesorero de la empresa”.
Me figuro que el colchón es un artículo accesorio pues en más de una bóveda de banco o trastienda de almacén, espacios que ordinariamente no incluyen entre su mobiliario jergón alguno, se consuma el arreglo que -y he aquí otra certeza- comprende una tabla arancelaria conforme al ámbito respectivo: besitos en el cuello: 11 puntos; besitos muy por debajo del cuello: 14; arrumaco con destape frontal: 18; desempañar el vidrio de la ventana con el dorso de la mano como en Titanic: 20 puntos.
La presa (aunque es erróneo generalizar nombrándola siempre así. En muchas historias es ella el cazador) reacciona de dos maneras: obsesionada en guardar el secreto que a la larga derivará en jugoso comentario de la concurrencia; o, no bien termina de abotonarse el suéter, ya presume del recién logrado status frente a los compañeros sin que medien palabras en su declaración. También están los espíritus incorruptos ante las ofertas del desalmado depredador. A estos últimos sugerimos contraatacar interponiendo evasivas del tipo “hoy tengo cita con el médico para tratarme una muy contagiosa enfermedad”, o abandonando el uso de pasta de dientes tras comer mucha cebolla durante semanas.
Si nada de esto funciona, resígnese con saber que Pepeto no es su jefe.

domingo, octubre 5

Este bonche es un bochorno

Ninguna persona es la misma en el trabajo o en su casa que en un fiesta: el espacio que va de la mesa de pasapalos a la cava donde se enfrían las birras, aloja un surtido grupo de invitados cuya juiciosa estampa inicial va cayendo lastimosamente a medida que avanza el jolgorio, ocasión cuando el tercer trago servido libera al hombre lobo que muchos invitados llevan dentro. Con el ánimo de alertar al anfitrión, en las siguientes líneas referimos algunos de los bochornos que tocan a nuestra puerta apenas se anuncia el bonche:

LOS ARTISTAS
Llegan temerariamente con una guitarra terciada al hombro y -se ha visto más de un caso- hasta un CD contentivo de los demos inaugurales de su “promisoria” carrera artística. Esperan con ansias a que encienden las velas del pastel para cantar a todo gañote el cumpleaños, restregándole así al resto de los asistentes la dudosa magnitud de sus atributos vocales. De ahí en adelante, no habrá manera de hacerlos callar.

LOS INSACIABLES
Son de rápida identificación porque, apenas se asoman a la puerta, indagan con aires de arqueólogo el área donde acontece el festejo, no para saludar al cumpleañero o a la pareja de recién casados, sino para ubicar la mesa de los pasapalos. Acto seguido y por el resto de la velada, se atrincheran estratégicamente junto a los refrigerios, emprendiendo cada cuarto de hora un peregrinaje similar al del los musulmanes en torno al Muro de los Lamentos; pero, en este caso, alrededor de las tartaletas, los quesos, los ojos de buey, las salchichitas inmesas en salsa rosada o cualquier otro género de bocadillos que el anfitrión haya tenido a bien servir. Son a ellos quienes, concluida la velada, camino al carro, les rebosan las manos de servilletas convertidas en improvisados cotillones.
LOS CRITICONES
Tras un proceso de observación cuya rigurosidad nada tiene que envidiarle al método científico, los censores de las fiestas, cuales magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, despachan fallos inapelables sobre el peinado de la novia, el mal gusto en la selección de la lencería que abriga las mesas, o la miserable vestimenta del resto de los invitados.

LOS ANALISTAS
Entre un trago y otro estos ensayistas de la noche plantean –sin que nadie así lo haya requerido- observaciones lapidarias sobre las próximas elecciones regionales, la extinción de los caimanes paraguayos o el tejemaneje del ALCA. Durante toda la noche le disputan el protagonismo a Los Artitas (tampoco hay manera de hacerlos callar).

LOS FORASTEROS
El anfitrión no debe pagarles con la moneda del desprecio a los integrantes de este ramo pues ningún acontecimiento festivo es digno de ser recordado si no cuenta entre sus filas con el inevitable cola´o y/o arrocero, especie de sello de calidad que garantiza lo atractivo que resultó el evento tanto para propios como para extraños. Comen, bailan, besan y beben más que el mismísimo cumpleañero o el resto de los bochornos que –muy a nuestro pesar- sí figuraban en la lista de invitados.