jueves, diciembre 11

El detallazo

De acuerdo a una encuesta realizada por la compañía británica BMRB Dynamic Marketing, la tacañería es un mal que embiste a las parejas a medida que pasa el tiempo. Tras los dos primeros años de convivencia –revela el estudio como si se tratase de un secreto-, no sólo la cantidad de dinero invertida en los regalos para la media naranja disminuye significativamente, sino que también declina la calidad de los mismos.
Si al principio el obsequioso galán gustaba sorprender a su amada con un viaje a una isla caribeña, tras contraer nupcias el mismo tipo se aparecerá con una maleta; al otro año con un libro de Los Roques pleno de imágenes full color, en la siguiente oportunidad con un álbum donde colocar las fotos del viaje a la isla caribeña, hasta el día en que se apersone con un bonito estante de herramientas donde quepa la maleta, el libro de Los Roques más el álbum.
El romanticismo que durante el inicio de la relación caracterizó al gesto de regalar, cede su espacio al pragmatismo: basta poner un pie en el altar para que aquel cargamento con que el conquistador tocaba a las puertas de su mimosa durante el cortejo, y cuyo grado de ternura era proporcional a su inutilidad (léase bombones, rosas, ositos y demás bichos afelpados), pase a componerse de utensilios de uso común, tales como licuadoras y edredones. Hasta esos obsequios que de manera encubierta constituyen un regalo para quien los da, como es el caso de la lencería sexy, en algún momento cambian de carácter. Según la empresa encargada del estudio, a los cinco años de consumada la unión ya ella, durante Navidad o el día de su santo, ha perdido todo chance de recibir así sea un sostencito, ni siquiera una pantaletica para el diario.
El factor sorpresa también zozobra con los años. Si durante el noviazgo él formulaba consultas clandestinas con el propósito de impresionarla a ella durante su primer aniversario de bodas, al cabo de un tiempo surge la pregunta a secas: “¿Qué quieres que te regale… ahora?”, o le pone la plata en la mano para que “te compres lo que quieras, querida, porque ya sabes cómo odio el bululú de los centros comerciales”. Y va que chuta, pues hay quien duda si luego de cierto tiempo todavía debe cumplir con el fastidioso ritual del regalo, suponiendo que sustituirle la grifería al lavaplatos para que no bote agua es una delicadeza más que suficiente.
Aunque dudo que el grado del amor pueda medirse por la cantidad de dinero destinada a un regalo. Como reza la cuña de la tarjeta de crédito, un gesto reconfortante no tiene precio; a la vez que hay ocasiones en que si él o ella toman la vieja maleta del estante para cruzar la puerta de casa y no volver, eso sí sería lo que se llama un detallazo.

1 comentario:

ana_marie dijo...

hahhaa y luego lo critican a uno por no querer estar en relaciones duraderas...