martes, diciembre 2

Espía de librería

Ojear libros no es la única actividad disponible cuando se visita una librería. Un pasatiempo casi igual de interesante resulta de pretender descifrar a las personas según el pasillo en el que se encuentran, extraer de la hilera de libros alguna noción del individuo que la recorre.
El espía de librería evita las conclusiones precipitadas y cruza muy pancho el anzuelo de best-sellers instalado por la gerencia apenas se entra al recinto para, pasillos más adelante, descubrir con agrado a la chica con la antología amarilla de Mafalda abierta entre sus manos, tentado a pedirle algún consejo para acelerar la PC al flaco de lentes absorto en el área de Informática (también aparecen presencias inquietantes, siempre esas sombras que en el departamento de Autoayuda revuelven los manuales destinados a mitigar la tristeza).
Este silencioso reality show al que se entrega la gente cuando cree que nadie la ve, precisa eludir el lugar común del encasillamiento por temario, de modo que el espía de librería no clasifica sólo de ingenieros a quienes ocupan el apartado de Hidrodinámica y de artistas a los que permanecen en la sección de Arte, sino que procura información confidencial, hallazgos sorprendentes, descubrir el secreto del tipo con facha de pandillero que hunde su barba entre fascículos de macramé, y la nostalgia de la abuela fascinada por las posiciones sugeridas en el Kama Sutra. Incluso compadece al farsante que, apenas advierte que un conocido llega al local, salta del área de las revistas de moda para irse a saludar agitando los brazos por sobre las repisas de Filosofía o Literatura Inglesa.
Aunque siempre alguien abre un libro porque allí espera encontrarse escrito, el espía de librería no es muy optimista sobre los resultados de estas indagaciones. Tan ocioso ejercicio contemplativo arroja más dudas que certezas, en realidad, sólo la certeza de que las personas son novelas de misterio de las que el espía de librería apenas si logra entender una palabra; rara vez, una frase entera.
- ¿Puedo ayudarlo? -le pregunta un empleado al agente encubierto.
- Sólo si manejas nociones de criptografía -provoca responder.
Ya en la caja registradora, echa un último vistazo a los ejemplares elegidos por los otros compradores, deseándole suerte al señor que paga el texto sobre auto hipnosis como remedio al hábito del cigarrillo, a la espera de que responda a un sano interés en la jardinería la doña que cruza las puertas del establecimiento llevando bajo el brazo un meticuloso manual de flores ponzoñosas.

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