sábado, abril 26

Pancita de esposa

Cuando semanas atrás apareció en este espacio un artículo sobre la pancita de marido -ese rasgo anatómico que lleva a muchos esposos a parecer una especie de tortuga ninja pero con el caparazón ubicado en la parte delantera del cuerpo-, mi correo electrónico se abarrotó de reproches por el tono machista con que fue tratado el tema. “¡La pancita no es un derecho exclusivo de los hombres!”, reclamó una de las lectoras furiosas ante la omisión de la otra cara del fenómeno: la pancita de esposa.
“¡Es inadmisible pasar por alto la existencia de la pancita de esposa, uno de los más importantes logros que a la mujer le ha costado siglos alcanzar!”, acusó otra lectora, quien dejó claro en el mail su pertenencia al movimiento feminista (sector pionero entre los grupos portadores de pancita). Me rindo ante el peso de la evidencia: pancitas de esposa han existido siempre, pero ninguna como las de ahora, ganadas en medio de una admirable igualdad entre ambos sexos.
Hoy las damas desempeñan los mismos compromisos laborales que los caballeros, situación que las lleva a comer a deshoras en la oficina o a medio masticar una arepa sobre el escritorio para, luego de la exigente jornada, llegar a casa y, con todo el derecho del mundo, abrir una cerveza. Esta rutina antes reservada al género masculino esculpe una democrática y autosuficiente tripita a la altura del abdomen de muchas señoras. “Y estamos dispuestas a exhibirla sin prejuicios ni complejos”, expresó una tercera lectora.
Tan encendida polémica lleva irremediablemente a estudiar una de las tres preguntas que seguirán formulándose hasta el último de los días: 1) “¿De dónde venimos?”; 2) “¿Cuál es el sentido de la vida?”; y la que viene al caso, 3) “Mi amor… ¿estoy gorda?”, duda expresada en los últimos tiempos con un tono abiertamente retador: si es usted el cónyuge de la gerente de una compañía multinacional, por ejemplo, ya habrá notado como ella se le planta al frente para embestirlo con esta pregunta ancestral lanzada ahora como un dardo desafiante.
Ofrecer una respuesta franca pone en aprietos a muchos maridos porque… ¿cómo soltarle la verdad a quien, en muchos casos, aporta el grueso del presupuesto familiar? Algunos señores cambian de tema, otros fingen un súbito ataque de tos para evadir el contraproducente pronunciamiento; pero los astutos asumen la maniobra de la inversión de roles apenas advierten el desembarco de tan delicada pregunta:
- Mi amor… ¿estoy gor…?
- ¿Y a qué viene eso? -interrumpe el marido avispado-. ¿Es una indirecta para mí, verdad? ¿O es que ya no te gusto? –en este punto los ojos empiezan a aguarapárseles al señor-. Sé sincera… ¿estoy gordo? ¡Sí, estoy gordo!
- Nooo, cielo, qué va. Si te ves chévere así -responde ella, mientras le propina a su marido una cariñosa nalgada y pasa a ordenarle-: Y ahora, tesoro mío, se bueno y alcánzame otra birra de la nevera.

domingo, abril 20

Seamos inteligentes

Antes como que era más fácil ser inteligente por la sencilla razón de que se hablaba de un único tipo de inteligencia, me explico, expresarse con soltura o ser hábil en la resolución de problemas en un área específica eran requisitos suficientes para figurar como un lince. Pero a la inteligencia le parió la gata y ahora un PhD en Física Molecular no escapa del riesgo de ser acusado, al menor descuido, de bestia torpe e ignorante.
Se insiste, por ejemplo, en la urgencia de dominar la inteligencia emocional, y podrá usted descubrir la fórmula de la fusión fría pero si llora cuando le cae un martillo en el dedo gordo del pie, será calificado de cavernícola en materia de emociones; mientras que para el excelente manejo de la inteligencia sexual resulta poco útil saber quién inventó la penicilina (aunque para este ámbito no está de más conocer en cuál ambulatorio la administran). Como es imposible ser una hojilla en todo, existen variantes de la inteligencia a cultivar para no pasar por bruto y relucir como una lumbrera:

Inteligencia inflacionaria
Practicada por el ama de casa cuando con un paquete de harina rinde 47,5 arepas, llega con un pote leche en polvo pese al feroz desabastecimiento, o adquiere los productos de la cesta básica con el 82,3% de un salario mínimo, habilidades lógico-matemáticas que eclipsan a las lucidas por Einstein y su e=mc².

Inteligencia estética
Pesar 90 kilos y por ello no salir en lycra a la calle demuestra una lucidez apabullante.

Inteligencia crediticia
Ocupa el lóbulo parietal inferior del cerebro, encargado de enviar señales de alerta al sistema nervioso cuando un mala paga solicita dinero prestado, generando así la reacción del músculo lingual con la subsiguiente respuesta sonora: “Chico, te facilitaría esos reales… pero yo también ando en el ladre”.

Inteligencia melódica
De la que careció Rafael “el pollo” Brito cuando grabó “Arroz con leche”.

Inteligencia laboral
Propia de quien responde “¡claro que sí!” cuando el jefe pregunta si está a la línea o si la corbata amarillo pollito le hace juego con la camisa fucsia que lleva puesta.
Inteligencia automotriz
Incorporarle al vehículo alcayatas y un chinchorro para hacer más grata la espera durante las horas pico, es una agudeza exclusiva de mentes iluminadas.
Inteligencia marital
Estrechamente relacionada con la inteligencia lingüística, es decir, el buen bembeo. Caracteriza a quien por irse de farra con los amigotes le dice a su esposa “Querida, hoy llego tarde porque voy a una vigilia en protesta por la fuga de cerebros en el país”. El problema está cuando la esposa también domina este tipo de discernimiento y le responde: “¡Qué bello gesto, mi vida!.. ¿Y dónde es eso para irte a acompañar?”.

sábado, abril 12

Pancita de marido

Días atrás el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas sirvió de sede para un encuentro de especialistas reunidos con el fin de aclarar de una buena vez el origen de ese enigma metabólico que es la pancita de marido. Durante el acto de apertura se mostró un caso dramático: una diapositiva exhibía a un individuo con los cuadritos de su abdomen nítidamente definidos; la segunda imagen presentaba al mismo tipo durante su boda, todavía gallardo. Pero la tercera gráfica, tomada años después, sacudió al auditorio: al sujeto de estudio, apenas reconocible, se le veía sentado en un sofá con el control remoto de la tele en una mano y una cerveza en la otra, mientras un ombligo bochornoso coronaba aquel barrigón ganado inexorablemente.
Los científicos versados en genética apuntaron que la degeneración es causada por un gen que se activa el mismo día de la boda. “Los efectos varían entre un individuo y otro, comenzando a manifestarse al regreso de la luna de miel o al cabo de varios años”, dijo un experto en biología molecular, lo que suscitó la intervención de las madres de los sujetos con pancita de marido, cuya representante afirmó que el fenómeno era generado por las nueras acomplejadas. “Algunas mujeres ceban a sus maridos sólo para restregarnos que los cuidan mejor que nosotras”.
- ¡Un momentito! -exclamó, golpeando la mesa del panel, la delegada de las esposas de los sujetos con pancita de marido-. Que así el muérgano haya sido gimnasta olímpico cuando soltero, ya casado cuesta Dios y su ayuda hacer que lleve la basura al bajante o que saque a pasear al perro.
Los conferencistas ofrecían candentes alegatos, hasta que les tocó el derecho de palabra a los principales afectados, los señores dueños de pancitas de marido, cuyo vocero sorprendió al publico con la franqueza de sus revelaciones: “Para nadie es un secreto que ocultar el anillo de boda es una maniobra cultivada frecuentemente, pero esto –dijo, señalando su abdomen en forma de pipa- es llevar del cuello el acta de matrimonio. Un sujeto puede justificar el escarpín que cuelga del espejo retrovisor de su carro diciendo que pertenece a un ahijado; pero la pancita de marido, damas y caballeros, es una evidencia inocultable del estado civil”.
El crudo testimonio dio paso a una promesa inesperada: “Y por que esta situación acarrea graves problemas de salud, nos comprometemos a beber menos cerveza, no ir a parrilladas, practicar taichi…”, pero fue interrumpido por los abucheos de la audiencia. Las madres dijeron que no deseaban hijos famélicos, mientras las esposas no pondrían en duda su reputación, “que un marido a la línea sólo prueba que su mujer es una inútil en la cocina”, se oyó decir.
Y, durante la clausura del evento, los señores con pancita de marido allí presentes fueron colmados con bandejas repletas de tequeños y ojitos de buey, como era de esperarse.