lunes, mayo 19

Disidentes profesionales

No dejarse llevar por las voraces aguas del consumismo es una actitud meritoria, pero hay gente que se pasa. Nunca haber tomado un bolígrafo para resolver un sudoku no les impide a algunos echar pestes contra este entretenimiento de moda. ¿Bailar salsa casino? ¡Primero muertos antes que borregos! ¿Abrir una página en Facebook o ver un episodio de “Lost”? ¿Engancharse a una telenovela? ¿Comprarse un iPod? ¡´Tas loco! Sucumbir a tan terrenales ocupaciones –presumen los disidentes profesionales- los colocaría en el mismo carril por donde transita el populacho.
Al igual que aquellos de los que abominan, los disidentes profesionales son esclavos condenados dentro del barco de la moda, sólo que reman en sentido inverso: andan pendientes de lo que arrase pero para blandir armas y marcar la diferencia. Detestan por rebote. Con este tipo de personas ocurre una cosa muy simpática y es que, pese a estar convencidísimos de que sus preferencias levitan por sobre las del vulgo, dependen sistemáticamente del gozo ajeno. Su disgusto se supedita a todo aquello que cautive al gentío.
Se informan de la película con mayor recaudación en taquilla para… no irla a ver, o estudian en los periódicos la cartelera Billboard para no cometer la pifia de oír o bailar esa música. De ahí el encanto que despierta en muchos pronunciar la frase: “Yo odio el reggaetón”, enunciado que lleva implícita una declaración de finura, como decir: “¡Ey!, éste que está aquí es un alma elevada” (quizá esa misma persona nunca ha comprado el CD con la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, pero ni de vaina va por ahí confesándolo públicamente y con tanto orgullo).
Prefieren sacarse los ojos antes de ver la final de un reality show, y si acceden es por puro interés irónico que los rescate de la culpa. Al gusto de los disidentes profesionales le atrae jugar al escondite, y una conversación con alguien de esta índole avanza más o menos de la siguiente manera:
- ¿Nos reunimos entonces en un centro comercial para redactar ese informe?
- No me gustan los centros comerciales. Va mucha gente.
- ¿Y si nos comunicamos por Messenger?
- Me sacan la piedra los smileys.
- ¿Por celular?
- No tengo porque aborrezco los mensajitos de texto.
- ¿Será entonces mediante señales de humo?
- Enviar señales de humo podría interpretarse como que formo parte de la actual tendencia pro indigenista, y yo no me apunto en esa. Además, el humo afecta el calentamiento global.
- Claro, y lo del calentamiento global está en boca de todos.
- ¿En boca de todos? Entonces me niego a salvar al mundo del calentamiento global.
- ¿Y sabías que querer a la mamá también es una costumbre masiva?
- No me lo digas porque empiezo a odiar a la mía.
- Sin contar con que ir al baño resulta una rutina muy propagada…
- ¿Así es la cosa? ¡Pues de ahora en adelante no hago más pipí!

jueves, mayo 15

Briseida, la mujer que embaraza

El tumulto provocado semanas atrás por el embarazo de Thomas Beatie, estadounidense nacido mujer pero considerado legalmente del sexo masculino, no es nada al lado de la primicia que doy a conocer aquí con carácter de exclusividad: Briseida Irausquín, oriunda de Camaguán, estado Guárico, de 31 años de edad y oficio mecanógrafa, ¡es el primer caso conocido de una mujer que embaraza a un hombre!
Ya los científicos informarán después los detalles técnicos que posibilitan tan insólito hecho, pero lo cierto es que Briseida dejó en la dulce espera a su novio de varios años. Como hasta hace poco los hombres ignoraban que podían quedar embarazados, la pareja nunca tomó previsiones durante los días fértiles (del novio); y al cabo de un tiempo de aquel romance abrasador, sobrevinieron los correspondientes vómitos, mareos y antojitos (del novio, se entiende).
“No sabía qué hacer. Hasta ahora la industria farmacéutica no ha tenido la delicadeza de lanzar pruebas de embarazo para hombres. ¡Me sentí aterrado!”, confiesa el sujeto, quien prefirió mantenerse en el anonimato para no ser blanco de chismes y prejuicios. Tras el susto inicial, estudió la conveniencia de interrumpir el embarazo, decidiendo finalmente traer el niño al mundo.
Como era de esperarse, Briseida se portó como toda una mujer. Siempre tuvo a mano abundantes dosis de ácido fólico para el varón en estado interesante y no dudó en acompañarlo a talleres de psicoprofilaxis. “Yo estaba muy nerviosa en la sala de parto... pero tomé fuerzas de no sé dónde para sacar la cámara y grabarlo todo”, recuerda Briseida el día del nacimiento. Apenas supo que el recién parido y el bebé mostraban perfectas condiciones de salud, se enrumbó a una floristería cercana en procura de un arreglo consistente en media docena de globos coronados por un osito de peluche antialérgico.
Hoy Briseida no sigue con su pareja, lo que no le ha impedido participar activamente en la crianza del tripón, concederle su apellido, y hasta irlo a recoger cada tarde al centro educativo donde el pequeño cursa sus primeros años de escolaridad. “Desde que me enteré que puedo dejar embarazado a los hombres, he decidido cuidarme para evitar sorpresas. Mi deseo es tener muchos otros hijos, pero con prudencia y responsabilidad”, confiesa sus planes fruto de tan extraordinaria condición.
De más está decir que Briseida es un ejemplo a tomar por todas aquellas mujeres que, ya sea de manera planificada o a causa de un descuido mediado por la pasión, dejen preñado a un hombre.
¡Bravo por Briseida!

lunes, mayo 5

Para: De:

Cuando estoy en una librería no resisto la tentación de meter la cabeza en ese vendaval de buenos deseos que son las tarjetas de felicitaciones. Tomo del estante una de bodas, intrigado por el futuro de ese trozo de papel glasé que mañana emocionará a una novia convencidísima de que lo allí impreso en caligrafía dorada, fue pensado exclusivamente para ella (“Felicitaciones en esta etapa de la vida rebosante de júbilo y esplendor”, llegué a leer en uno de estos botones del optimismo). Al regreso de la luna de miel, la desposada fijará la tarjeta al álbum de fotos del matrimonio para mostrarla a media humanidad, cuidando de cubrirla con la película de celofán responsable de protegerla del tacto de los negligentes, el acoso de insectos voraces y de las manos traviesas de los hijos o el primer nieto.
Pero sabemos que no todas las tarjetas de felicitaciones de bodas comparten el mismo destino, por lo que prevalece el misterio de si ésta que devuelvo al estante algún día será consumida por el fuego –resto del álbum incluido- antes de que la destinataria cruce la puerta del apartamento para no volver. Lo cierto es que a partir de las tarjetas de felicitaciones puede trazarse la biografía sentimental de quienes las guarden con esmero. Nacimiento, bautizo y navidades son acontecimientos eternizados en estas azucaradas postales cuya omisión hasta es motivo de tirria (“Ni siquiera una tarjetica me dio el Día de los Enamorados, ¡el muy miserable!”). También las hay para pedir perdón o despedirse cuando el remitente no tiene el valor necesario para anunciar a la cara su partida.
Casi todas carecen, eso sí, de franqueza. Si de mí dependiera imprimir tarjetas de felicitaciones, no dudaría en otorgarle al género una mayor dosis de realidad. “Luego de quemarte las pestañas con los estudios, hoy te gradúas de desempleado” (sugiero acompañar esta esquela con un coco de taxi); mientras hay eventos decisivos que tan eufórica prosa ha dejado huérfanos. “Mis congratulaciones porque el cajero automático no se quedó con los reales”, sería un ejemplar muy solicitado; y cada noche deberíamos de recibir un pedacito de papel satinado con la siguiente inscripción: “¡Felicitaciones, superviviente, por llegar vivo tras torear el hampa!”.
Confieso que mi desatención también aplica para este rubro de la cortesía. No recuerdo ni una oportunidad en que di curso a una postal halagadora, salvo aquéllas firmadas cuando un entusiasta las hace rodar durante el cumpleaños de un compañero de oficina y uno se muele los sesos inventando una frase sentida. Guardo, eso sí, un par que me fuera entregado por gente más amable que yo.
Escribo esto porque hace minutos tropecé con una de ellas en el fondo de una gaveta. La releo y sí, es de una cursilería épica…Pero tampoco soy de palo y mientras la devuelvo a su sitio nadie me quita de la cabeza que la frase allí grabada, Hallmark la imprimió estrictamente para mí.

jueves, mayo 1

Manual para bañarse con tobo

Así como muchas familias acaudaladas sucumben ante las intrigas durante la disputa por una herencia, el alma de los hogares humildes queda al descubierto cuando falla el servicio de agua: toman cuerpo los rencores latentes, hay actos de grandeza y avaricia, o se desvela la parcialidad de la madre que guarda para su hijo favorito todo el contenido de la palangana.
De allí que conocer las reservas que hay en casa sea el primer detalle a manejar al momento de bañarse con un tobo de agua: ninguna otra práctica agrieta con tanto encono la armonía familiar que un reparto imprudente del preciado líquido; y si atesorar para los seres queridos una cuota suficiente habla muy bien de sus sentimientos, acabarse toda el agua o dejar apenas dos dedos es una muestra de egoísmo que será cobrada con gritos y justas recriminaciones.
Pasemos ahora a una fase crucial, el cálculo de la cantidad de agua requerida. Los negligentes sacan al ojo por ciento la dosis necesaria, cuando dicha estimación exige conocimientos matemáticos aunados a nociones de mecánica de fluidos. Para evitar la enojosa experiencia de que se agote el contenido del envase mientras usted sigue con medio torso enjabonado, multiplique su altura corporal por cada 10 kilos de peso y al resultado sáquele la raíz cuadrada; tras eliminar los decimales, divida la cifra obtenida por cada 5 mililitros cúbicos del elemento acuoso y conocerá la porción precisa para una limpieza integral de su rabadilla.
También puede elegir la dosis guiándose por la magnitud del evento que lo llevó a bañarse. Para una visita al centro comercial bastará un tratamiento instantáneo con el agua recogida en una ensaladera; pero si se trata de una entrevista de trabajo o una cita con el ginecólogo o urólogo, no dude en servirse de las generosas dimensiones de una olla mondonguera. En cualquier circunstancia, evite que le dé un pasmo poniendo a entibiar la solución con una taza de agua recién hervida por cada litro y medio de sustancia remanente.
A los inexpertos en bañarse con tobo se les reconoce porque siempre olvidan el utensilio estrella, la garrafa con la que esparcir el agua sobre el cuerpo, y se les ve salir en su búsqueda con la toalla atada a la cintura mientras vociferan terribles maldiciones contra Hidroven. La lata de leche vacía es una oferta mítica para reproducir ese gesto que tantas escenas inspiró al cine venezolano; pero considérese un privilegiado si dispone del recipiente con la capacidad exacta para refrescarse la nuca en un solo movimiento, la honorable totuma, regalo con que la naturaleza pide disculpas por entregarnos tiempos de sequía.
Queda por resolver si usted se bañará solo o acompañado. Con la primera alternativa podrá cantar bajo la ducha inoperante sin que su interpretación sea opacada por la estridencia del chorro; mientras que bañarse con tobo y acompañado depara inolvidables experiencias eróticas (¡eche a volar su imaginación con la totuma!), avivando así el fuego amoroso que pudo haberse extinguido porque su pareja olvidó pagar el recibo de este servicio, no sabe ni jota de plomería, o nunca previó la instalación de un bendito tanque de agua.