jueves, febrero 26

En este apacible pueblecillo bucólico


Pretendo dedicarme al periodismo especializado en el área turística. El proyecto me atrae pues comprendería vacacionar durante todo el año saboreando empanaditas de cazón en Nueva Esparta, recorrer las profundidades del Orinoco o cualesquiera de las infinitas maravillas que guarda nuestro país. Claro, quien conoce esta geografía sabe que la excelencia entraña sus excepciones, que no todo es magnífico, por lo que durante las últimas semanas me he esmerado en repasar guías, folletos y artículos de prensa sobre la materia para imbuirme en ese cautivador estilo de escritura capaz de convertir una choza de caña brava en la mismísima Pirámide de Giza. En las líneas siguientes expongo mis primeros ensayos estilísticos. Primero, el asunto como es en realidad, seguido, en letras cursivas, por la reseña turística ligeramente emperifollada y ya me dirán ustedes si no les provoca hacer maletas de inmediato:


- A cada rato la propietaria del restaurante da vueltas por entre las mesas para impedir que algún vivito coma y se vaya sin pagar: “El local es atendido por su propia dueña, quien revolotea sin cansancio entre los comensales para verificar que permanezcan colmados de esmeros”.


- Te saltan encima una mapanare más un enjambre de zancudos cuando escalas un peñasco, o pisas una aguamala apenas metes el primer pie en la playa: “La fauna silvestre de la localidad te hará compañía durante el trayecto, propiciando un estrecho contacto con la naturaleza vernácula”.


- Hampones te someten a un secuestro express ruleteándote en el carro durante toda la noche: “Y si te quedaste sin efectivo, ¡la hospitalidad de los habitantes de esta metrópoli no tiene parangón!, desviviéndose muchos por llevarte al rico circuito de cajeros automáticos activos las 24 horas”.


- Aquel caserío es un peladero donde no hay farmacia para una aspirina y el indicador de señal del teléfono móvil no marca ni una rayita: “En este sigiloso paraje pastoril podrás reencontrarte con el silencio hondo del espíritu en mística vecindad con la lejanía”.


- En plena temporada de lluvia se precipita un alud de barro sobre la avenida Francisco Fajardo: “¡Y no creas que esto termina aquí, infatigable peregrino! No olvides tu traje de baño para sumergirte hasta el cuello en la ricura de unos reparadores jacuzzis naturales de lodo con cualidades astringentes y activadoras de la circulación. Asombroso”.


- Arribas a un pueblo con apenas cuatro casas, una iglesia y un tarantín donde sólo venden arepas de caraota cuyo consumo te llevará de inmediato y repetidamente a la sala sanitaria: “En este apacible pueblecillo bucólico inmerso desde tiempos inmemoriales en una fe milenaria, podrás degustar unas arepitas de nuestra típica leguminosa Phaseolus vulgaris que ¡te lo aseguro! nunca olvidarás”.

lunes, febrero 2

Echar carro es un arte

Los echadores de carro exhiben un atraso inaudito cuando se les compara con los artífices de la nueva gerencia: mientras los jefes de última generación cursan estudios de cuarto nivel y aplican en sus gestiones sofisticadas matrices como la de marco lógico y la DOFA, el echador de carro recurre desde el principio de los tiempos a una misma excusa -“Hoy no puedo ir a trabajar porque amanecí resfriado”- que ningún patrono pila ya ni cree, y cuya repetición cada tres semanas ha colocado a miles de haraganes a las puertas del departamento de Recursos Humanos para recibir su carta de despido.
El mayor anhelo de todo echador de carro es que no se le identifique como tal, en eso estamos claros; pero hay que ir más allá, ponerse a tono con los tiempos y, como imprescindible primer paso, tener definidas Misión y Visión. La Misión como echador de carro casi siempre es la misma: zanganear sin que el jefe lo advierta. Para ello, ha de persuadir a este incrédulo personaje que usted es el empleado más hacendoso de la empresa, que su entrega al trabajo resulta inconmensurable
¿Cómo alcanzar dicho objetivo para luego partir de rumba un jueves al mediodía sin temor a las represalias? La maniobra estilada por los principiantes es quejarse mucho y hasta fingir una crisis nerviosa por culpa del exceso de trabajo, nada mal como inicio, pero el abuso de esta treta podría sembrar dudas sobre sus facultades para cumplir con la tarea asignada… y de ahí a engrosar los índices de desempleo sólo hay un paso. Pues, y aunque parezca una contradicción, pídale a su jefe que lo colme de un mayor número de responsabilidades (así usted no haya ni tocado los asuntos pendientes), exigiéndole con urgencia los datos para la elaboración del Instructivo de Normas y Procedimientos del año 2015, es decir, ¡atosíguelo al punto de hacerle pensar que es él, y no usted, quien echa carro!
Justificar una ausencia alegando enfermedad es todo un clásico. Y los clásicos son sagrados. Sólo avive esa coartada con aportes extraídos del mundo de las candilejas, pero antes tenga clara su Visión. Si usted visiona que faltará el próximo lunes porque el fin de semana tiene un matrimonio en otra ciudad, actúe anticipadamente y el viernes a media tarde finja temblores seguidos de un estrepitoso leñazo contra el botellón de agua de la oficina; si usted fue bendecido con habilidades histriónicas a la par de las de Meryl Streep, no dude en incrementar en unos tres grados centígrados su temperatura física como evidencia de fiebre alarmante.
¿Ya forjó esa otra joya de la echadera de carro como lo es sumarse a un grupo para la elaboración de los deberes académicos? ¿No ha entregado unos balances bajo el pretexto de que organiza el equipo de bolas criollas de la empresa? ¡Excelente! Pero recuerde que todas las justificaciones se subordinan a un principio común: la buena memoria, no le vaya a ocurrir como a un viejo compañero de trabajo a quien cada cuatro meses se le moría la abuela para, el lunes siguiente a la celebración del velorio, llegar reluciendo un llamativo bronceado. A punto de ser despedido porque al año y medio el olvidadizo “deudo” llevaba unas cinco abuelas fallecidas, tuvo, eso sí, una acrisolada iluminación: asegurar que en el área de reproducción de documentos, justo detrás de las cajas de tóner, se le aparecían las difuntas.
Y ya no hubo manera de hacerlo sacar una fotocopia.