martes, marzo 24

Giuseppe ahora es esteticista

Giuseppe, propietario de la barbería donde desde hace años me corto el cabello, lanzó de golpe la observación apenas empezaba su danza de tijeras sobre mi cabeza: “Le veo aquí unas canitas -dijo mientras suspendía en el aire el aleteo de la herramienta-… ¿Ha pensado en teñirse el capelli?”. La pregunta me dejó patidifuso pues yo era de la creencia que las barberías encarnaban el último refugio de esa rudeza impregnada de colonia de romero, más la reciente goleada de Juan Arango como absoluto tema de conversación.
Suponía a estos recintos fortines inmunes a los embates de la industria de la estética masculina que, hoy, avanza a pocas pestañas de distancia de la de las damas (la faena cosmética varonil es ahora tan común que ya el término “metrosexual” parece haber pasado de moda o a nadie asombra). Mientras los caballeros marchaban en caravana a instalarse bajo los vaporizadores de los centros de estética, Giuseppe resistía como un miliciano, blandiendo como únicas defensas la brocha espumosa y su navaja con empuñadura de nácar. Su establecimiento, reducido paulatinamente de clientela, sufría los estragos de esta guerra desigual… hasta ahora.
Nada sospeché el día cuando, entre las publicaciones deportivas revueltas sobre una deteriorada mesita de madera, vi asomarse la punta satinada del último ejemplar de la revista Men´s Health, quizá el olvido de un joven gerente de paso por la barbería con el propósito de informarse sobre alguna dirección. “Se estropeó el control remoto”, pensé la tarde en que la tele, religiosamente sintonizada en enfrentamientos entre el Manchester y el Barça, transmitía esa vez un episodio de “Sudando la gota gorda”.
En visitas posteriores las señales ganaron progresiva contundencia. La esquina del local antes ocupada por periódicos viejos, cedió su espacio a una consola donde se erguía desafiante un calentador de cera eléctrico manejado por la hija de Giuseppe, muy entusiasta al momento de promover entre los parroquianos el atractivo de un pecho privado de vellos (a este servicio lo acompañó después el combo de manicura: reducción de cutícula/corte de uñas/esmaltado ¡con brillo!). “¿Te seco el pelo”?, embistió un día el barbero observándome con gesto ansioso y, sin darme chance a responder, recibí sobre la coronilla el abrasador aliento del aparato. Un par de anchoítas alojadas sin empacho junto a la maquinilla fue la inaudita visión previa al diálogo ahora descrito:
- Lo de esos señores que andan por ahí como si les hubiese caído asfalto sobre la cabeza es por falta de asesoría. Mire aquí –y, rodeos fuera, extrajo Giuseppe la carta de colores (con muestras de pelo y todo) de una gaveta-. Un combinado entre Negro Azabache y Castaño Cobrizo quedaría adorabile
Reinó en el local un silencio macizo.
Giuseppe introdujo una mano en un bolsillo del guardapolvo donde, no quedaba duda, una brochita aguardaba su estreno sobre la cabellera del primer hidalgo que accediera al tratamiento. Del desenlace de aquella situación pendía el futuro del negocio.
Y, claro, primero muerto antes que dejar a Giuseppe en la calle.

martes, marzo 17

Twitter


A la pregunta de “¿Qué estás haciendo?” –o la todavía más intimista sugerida recientemente en Facebook: “¿Qué estás pensando?”- planteada por las redes sociales en Internet, dan pronta respuesta una multitud de personas deseosas de exhibir a quien le interese –o no- los regios o mínimos detalles que componen su vida minuto a minuto. Así, Twitter es la última y minuciosa aplicación con la que un simple mortal puede conducirse como la estrella de su propio reality show y -al mismo tiempo- ser su exclusivo paparazzi.
Tras ingresar a la página web de este servicio o enviando un mensaje de texto por el teléfono móvil, el auto biografiado publica aquellos pormenores que lo ocupan a cada instante, pudiendo también informar u opinar sobre diferentes acontecimientos. Claro, no todos tienen el chance de remitir comentarios como los expuestos por Britney Spears (“Esta noche me presento ante 18 mil personas en Japón ¡Yupi!”) o Bob Abreu (“Pegando cuadrangular en Yankee Stadium con tres hombres en base”), limitación que a muchos no acoquina al momento de consignar, más o menos en los siguientes términos, las breves líneas de un diario personal difundido al mismo tiempo que acontece:
6: 15 am: ¡Hola, me acabo de inscribir en Twitter! ¿Qué tal?
6: 30 am: No sale ni una gota de agua por la regadera, tampoco hay papel sanitario… Malísima combinación.
6: 45 am: Bañándome con tobo ¡Pero en Twitter!
8:10 am: Llegando al trabajo.
9: 20 am: Mirando un pajarito que pasa por la ventana. ¡La vida es hermosa y tenemos que disfrutar cada momento de este milagro irrepetible!
9: 28 am: Mi jefe me acaba de decir que deje de estar viendo pendejadas por la ventana y me ponga a trabajar, o si no ya voy a ver…
12: 00 m: Almorzando en pollera. Voy a guardar los huesos y la alita para dárselos a los perritos de la calle.
12: 55 pm: Buscando perritos de la calle para darle huesos… Perrito, ven, perrito.
1: 05 pm: Rumbo al hospital a inyectarme antirrábica.
1: 50 pm: No hay antirrábica. Pero no importa: La vida es hermosa y tenemos que disfrutarla.
2: 20 pm: Trotando al trabajo que se me hizo tardísimo.
3:05 pm: A la oficina del jefe que me acaba de llamar.
3: 58 pm: Recogiendo mis cosas del escritorio ¿Dónde habré puesto el currículo?
6: 15 pm: Con unos panas en una tasca de la Baralt tomándome unos tragos de despedida.
8:10 pm: Andando ligerito pues dos tipos me vienen siguiendo desde que salí de la tasca.
8: 40 pm: Llamando a la policía para denunciar atraco.
9: 20 pm: Comprándole una Reina pepiada a mi señora. No le he dicho nada de lo ocurrido pa´ que no se mortifique.
9: 46 pm: Llegando a mi casa.
9: 47 pm: ¿Qué hará esa maleta con toda mi ropa en la puerta de mi casa?
9: 50 pm: Argumentándole a mi señora que fue sólo un par de birras con unos panas.
9: 55 pm: Con restos de Reina pepiada en la cabeza.
10: 20 pm: Sentado en un banco de plaza.
10: 30 pm: ¿La vida es hermosa?
10: 43 pm: Sacándome una basurita que se me metió en el ojo y, supongo, por eso tengo la vista aguada.
11: 05 pm: Notando espuma que me sale por la boca... ¿Será por qué no me puse la antirrábica?
11: 58 pm: La vida es. ¡Pero estoy en Twitter!

lunes, marzo 9

Con copia oculta


Es agradable recibir un correo electrónico en donde se elogie nuestro desempeño laboral, aunque lo de “agradable” se queda corto cuando dicho mensaje fue enviado con copia a nuestro jefe: en este caso, el término que mejor describe la emoción sentida en ese instante sería “sublime” u “orgiástico”. Por el contrario, resulta una puñalada si el correo echa sapos y culebras en nuestra contra… con copia al jefe (quien lo envía seguramente fue de niño uno de esos acusetas que gustan soltar denuncias del tipo “maestra, zutano no trajo la tarea”).
Pero existe otra variante aún más temible: cuando el correo quejoso es enviado con copia oculta al jefe, es decir, cuando no sabemos que el jefe sabe y seguimos muy orondos mientras, quizá, ya la gente de Administración echa números en vías al pago de nuestras prestaciones. Temblad ante la herramienta Con Copia Oculta, disponible en todos los programas de correo electrónico con el fin de no dejarle saber al destinatario si un mensaje fue recibido simultáneamente por otras personas, pues la acusación allí contenida (los cumplidos se envían públicamente, casi nunca con copia oculta) tal vez no llegó sólo a tu bandeja de entrada, sino también a la del supervisor, a las de los colegas en tu mismo piso y hemisferio, y –se han visto casos- hasta al buzón virtual de la señora de la limpieza.
La correspondencia enviada, no obstante, merece aún más cuidado que aquella recibida. El correo corporativo de algunas empresas está configurado de manera tal que arriben al ordenador del jefe, a modo de copia oculta, los mensajes despachados desde nuestra computadora de la oficina. “Este jefe chimbo que me gasto me pone a trabajar de más, es que el tipo es un negrero que cree que uno es su esclavo y si te cuento que…” y así se guinda por mail el empleado insatisfecho mientras su superior, instalado sigilosamente frente a su propia PC, echa humo por las orejas. Claro, en estas circunstancias el jefe se hace relativamente el loco pues actuar de inmediato desenmascararía el espionaje ante el resto de la nómina ¿Cómo saber si esto pasa en tu sitio de trabajo? Presta atención a ciertas señales:
· “Hay que ver como se viste la jefecita, es la propia arrabalera, parece un disfraz”, envías un viernes tal mensaje por correo, y el lunes la susodicha se aparece trajeada con pinta de Hugo Espina y el cabello cortado en Studio Luigi.
· “Voy a decir que estoy enfermo y así llegar temprano a la competencia de bolas criollas en la playa”. Durante el torneo se podrá apreciar al jefe montado en un botecito para, mediante el uso de binoculares, verificar el engaño.
· “Pa´mí que el gerente es parcha”. Al día siguiente el infamado empieza a echarle los perros a la recepcionista.
· “Te cuento que el presidente de la compañía es un tesoro, buena gente y muy capacitado”. En menos de un mes el emisor de dicho mensaje disfrutará de un ascenso o, mínimo, un aumento salarial.
· “Ya planché el pasamontañas porque esta noche es el golpe a la caja chica”. Aquí sí es que, apenas el empleado termina de pulsar la tecla send, ya se escuchan sirenas mientras la policía acordona el área alrededor.

lunes, marzo 2

Jason y el sexo

Muchos padres y representantes de adolescentes aplauden en silencio las andanzas de Jason y demás terribles villanos de las películas de terror juvenil, cintas donde una lección queda siempre de manifiesto: las parejas de jovencitos que se metan mano en un granero o retocen en el asiento trasero de un vehículo, serán las primeras víctimas en estrenar su garganta sobre los dientes de una motosierra, o en ser arrolladas a medianoche por una gandola cuyo misterioso conductor insiste en lavar con sangre la mancha del pecado.
Con historias que admiten pocas variantes, este subgénero cinematográfico arroja claramente una moraleja: muchachos, no inventen vainas fuera de casa, porque segurito se les va a espichar un neumático en medio de una carretera interestatal frecuentada por engendros malignos; de ahí en adelante, a correr se ha dicho (los semiólogos gozan un puyero con estas cosas repletas de significados subterráneos: caucho pinchado= preservativo roto; homicida al acecho= virus mortal, embarazado no deseado). En fin, los ejemplos sobran: a los personajes de “Hostel” los despellejan por buscar guachafita en Eslovaquia, no irse a la cama es la primera regla desobedecida por los carajitos en “Scream”, y Jason, si se mostrara más comunicativo tras su máscara de hockey, no dudaría en interpelar así a su presa al momento de hacerle pagar con muerte el placer:
- ¡Ajá, par de bichitos viciosos! Con que rocheleando en este parque solitario –salta la bestia desde detrás de un matorral, amenazando a los amantes ya sea con un machete o un gancho de carnicería.
- Ya va, señor asesino en serie, que fue sólo un besito, un piquito nomás.
- ¿Con o sin lengua?
- La puntica apenas.
- Como nie, si es que desde aquella mata se veía completito un pezón, así que… ¡zuás! ¡zuás! ¡zuás!
Michael Myers, “cara e´cuero”, Chucky y demás miembros de esta especie sanguinaria cuentan con seguidores entre la audiencia de la sala de cine. Como ocurría antes con los personajes “de ascendencia afroamericana”, la vida del libertino parece importarle menos al público -“eso le pasa por sinvergüenza”, concluye la doña sentada en una butaca contigua- y ¡ay! del facineroso cuyos compinches le sirvan licor mediante un embudo ajustado a una manguerita pues es una fija que acabará como menú sobre la mesa de una familia de caníbales que, muy a su modo, libran el rol de guardianes de la moral, de brazo armado de las carmelitas descalzas.
Cabe otra suposición que aclare el ensañamiento contra la obscenidad que anima a los espantos del cine de terror adolescente: a estos monstruos nadie los quiso de chiquitos, nadie los quiere ahora, resolviendo su resentimiento con la sangre de los personajes tranzados en una caricia. Están, lo que se dice, picaos, escenario que arroja una segunda e inquietante moraleja: es sacudiendo un escalpelo como reclaman atención los vírgenes atroces.
Tremendo dilema. Si los muchachos tiran terminan en manos de Freddy Kruger. Pero si no, terminan como Freddy Kruger.