lunes, marzo 2

Jason y el sexo

Muchos padres y representantes de adolescentes aplauden en silencio las andanzas de Jason y demás terribles villanos de las películas de terror juvenil, cintas donde una lección queda siempre de manifiesto: las parejas de jovencitos que se metan mano en un granero o retocen en el asiento trasero de un vehículo, serán las primeras víctimas en estrenar su garganta sobre los dientes de una motosierra, o en ser arrolladas a medianoche por una gandola cuyo misterioso conductor insiste en lavar con sangre la mancha del pecado.
Con historias que admiten pocas variantes, este subgénero cinematográfico arroja claramente una moraleja: muchachos, no inventen vainas fuera de casa, porque segurito se les va a espichar un neumático en medio de una carretera interestatal frecuentada por engendros malignos; de ahí en adelante, a correr se ha dicho (los semiólogos gozan un puyero con estas cosas repletas de significados subterráneos: caucho pinchado= preservativo roto; homicida al acecho= virus mortal, embarazado no deseado). En fin, los ejemplos sobran: a los personajes de “Hostel” los despellejan por buscar guachafita en Eslovaquia, no irse a la cama es la primera regla desobedecida por los carajitos en “Scream”, y Jason, si se mostrara más comunicativo tras su máscara de hockey, no dudaría en interpelar así a su presa al momento de hacerle pagar con muerte el placer:
- ¡Ajá, par de bichitos viciosos! Con que rocheleando en este parque solitario –salta la bestia desde detrás de un matorral, amenazando a los amantes ya sea con un machete o un gancho de carnicería.
- Ya va, señor asesino en serie, que fue sólo un besito, un piquito nomás.
- ¿Con o sin lengua?
- La puntica apenas.
- Como nie, si es que desde aquella mata se veía completito un pezón, así que… ¡zuás! ¡zuás! ¡zuás!
Michael Myers, “cara e´cuero”, Chucky y demás miembros de esta especie sanguinaria cuentan con seguidores entre la audiencia de la sala de cine. Como ocurría antes con los personajes “de ascendencia afroamericana”, la vida del libertino parece importarle menos al público -“eso le pasa por sinvergüenza”, concluye la doña sentada en una butaca contigua- y ¡ay! del facineroso cuyos compinches le sirvan licor mediante un embudo ajustado a una manguerita pues es una fija que acabará como menú sobre la mesa de una familia de caníbales que, muy a su modo, libran el rol de guardianes de la moral, de brazo armado de las carmelitas descalzas.
Cabe otra suposición que aclare el ensañamiento contra la obscenidad que anima a los espantos del cine de terror adolescente: a estos monstruos nadie los quiso de chiquitos, nadie los quiere ahora, resolviendo su resentimiento con la sangre de los personajes tranzados en una caricia. Están, lo que se dice, picaos, escenario que arroja una segunda e inquietante moraleja: es sacudiendo un escalpelo como reclaman atención los vírgenes atroces.
Tremendo dilema. Si los muchachos tiran terminan en manos de Freddy Kruger. Pero si no, terminan como Freddy Kruger.

2 comentarios:

el secreto de monalisa dijo...

Jajajaja es cierto... esas películas eran una verdadera orgía de sexo y sangre... sex sells, pero la moraleja, como diría alguien que conozco, es pendeja, un beso!

Anónimo dijo...

la moraleja? que ya no se puede coger como antaño!