viernes, julio 17

Ahora, ni cambiar un bombillo

Vaticino aquí la pronta aparición de un nuevo técnico de los oficios domésticos, el cambiador de bombillos, quien -tras ser ubicado en las páginas amarillas o a través de los avisos clasificados de la prensa- llegará a casa acompañado de un asistente más un maletín repleto de fusibles, voltímetros e interruptores fotoeléctricos. “Éste es un caso complejo que exige varios días de trabajo”, dirá tras el minucioso análisis aplicado a la lámpara de la mesita de noche, solicitando de inmediato una exorbitante suma de dinero por diagnosticar el problema, para comprometerse luego a entregar el presupuesto destinado a sustituir el bombillo quemado.
Ante la absoluta ineptitud exhibida por muchos señores -como quien firma este artículo- al momento de asumir menesteres como el cambio de un caucho espichado o el arreglo de una grifería, no queda otra salida que pedir ayuda a un especialista. Como última defensa de nuestra herida reputación de machos alfa, quedaba el gallardo gesto de subirse a un taburete para devolverle a cierto espacio de la casa el fuego iluminador. Gracias a la laberíntica complejidad alcanzada por el rubro de los bombillos, ahora ni eso.
Basta adentrarse en el pasillo de los bombillos de esas ferreterías tipo automercado (repletas de armatostes enigmáticos e inexplicables herramientas) para sumirse, paradójicamente, en las tinieblas de la impericia. En un lado y otro del corredor se confunden bombillos incandescentes y de halógeno, reflectores, compactos, algunos con el tipo de luz ideal para la cocina, otros propicios para la sala o la sala sanitaria, de estructura tubular y cilíndrica… y cada uno de ellos ideado para un sócate diferente. Si usted no toma la precaución de llevar a modo de muestra el ejemplar malogrado, la diligencia involucrará dos o tres visitas a la tienda, cruzadas por la esclarecedora “asesoría” del vendedor:
- Quiero un bombillo.
- ¿Convencional o de diodo LED?
- ¿Y cuál es la diferencia?
- El material emisor semiconductor del chip-reflector que, aunado a las características del cátodo y el ánodo, determina el haz radiante.
- Es para la lámpara del comedor.
- El normal de 60w dura aproximadamente 1.000 horas, mientras que uno de luz blanca y de 11w resiste 10.000 horas de uso.
- ¡Uno que prenda!
La belleza de una lámpara es proporcional a la dificultad para sustituir el bombillo. Atrás quedó el accesible desenroscado y si toca un modelo tipo araña, despídete -entre sudores y calambres- de la paciencia. Hay que destornillar, extraer guayas sin rozar con los dedos la superficie del globo luminoso y -como si se tratase de la desactivación de una ojiva radioactiva- cortar con un alicate el cable azul y no el rojo. La operación corrobora furiosamente el pensamiento de nuestra señora que, ubicada en una esquina de la habitación, concluye: “éste no sabe ni cambiar un bombillo”.
Cuando ya era un típico reproche femenino señalar a los varones de cavernícolas, la complejidad de las nuevas antorchas frustra hasta el viejo gesto de restablecerle la luz a la cueva. Ahora somos, gracias a la actual e intrincada variedad de bombillos, cavernícolas perplejos.

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