lunes, julio 6

Piquito de oro

Todos conocemos a un piquito de oro, ya sea que forme parte de la familia, del grupo de amigos o de los compañeros de trabajo. Aunque no hay que confundir al piquito de oro con el simple parlanchín, individuo éste que, como dicen las señoras de cierta edad, habla más que un loro y a quien, a pocos minutos de iniciada su cháchara infinita, la audiencia suele pagarle con las monedas de la huida o el bostezo. Nada que ver. El piquito de oro, muy por el contrario, apenas abre la boca envuelve con el magnetismo de su labia al auditorio que quiere más y más de tan florida facundia.
El primer aspecto reconocible de estos magos de la oratoria es su pulcra sintaxis; como si leyeran en voz alta, hilan con primor la secuencia sujeto + verbo + predicado + breve pausa que enfatiza la trascendencia de la frase antedicha para luego, mirándote a los ojos, reanudar en el aire sus radiantes castillos verbosos. No hablan, recitan. Pueden ser ocurrentes o no. Tener salidas geniales o no. Ni siquiera, para ser piquito de oro, precisan decir la verdad. Sólo hay que manejarse como si la dijeran, expresarse con la misma fluidez y convencimiento con que la que se desliza el curso de un río que -algún día lo sabremos- esconde entre sus aguas pirañas en vez de pececitos dorados.
Una vasta bibliografía promete convertir a sus lectores en piquitos de oro -“Aprenda a hablar en público”, “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, etc.- pero sospecho que tal habilidad viene de nacimiento, quizá se trate de un gen de modo alguno relacionado con la apariencia física (prueba de ello es que en las sesiones de preguntas de los certámenes de belleza, los y las piquitos de oro son casos inauditos). Tras una esmerada aplicación y horas de ensayo, los aspirantes no investidos con esta gracia apenas si lograrán acceder a la categoría de piquito de bronce o, cuando mucho, piquito de plata.
Así como en el terreno amoroso son harto conocidas las virtudes afrodisiacas del buen bembeo, si en una sala de juntas llegas a coincidir con un piquito de oro, puedes jurar que de allí saldrás corriendo a invertir los ahorros de toda tu vida en el negoción del siglo consistente en exportar sacos de arena al Sahara. Claro, hay piquitos de oro con buenas intenciones; pero también aquellos capaces de convencerte de que la luna es cuadrada, de que Herodes amaba a los bebecitos. De ahí que la elocuencia sea un requisito esencial de quien aspire a ser farsante o salvador.
Su tendencia al monólogo es amenazada cuando coinciden en un mismo sitio dos o más piquitos de oro. En compañía de iguales se sienten en riesgo, incómodos, retados a duelo con sus mismas armas; por lo que algunos deciden replegarse hacia el silencio y será esa la única vez en que notarás a un piquito de oro callado.
El hechizo de su palabrería podría conducirnos al filo del fin del mundo; antes de dar el paso definitivo, sugiero tomar la siguiente precaución: llévate los dedos a los oídos y renuncia a escucharlos por un momento, lapso durante el cual abre muy bien los ojos y mira alrededor para así distinguir la ruina que, generalmente, reina en torno a estos ruiseñores fascinantes.
Haz la prueba y verás que lo único que les brilla es el piquito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Casi me muero de la risa con la frase "virtudes afrodisíacas del buen bembeo" Y qué decir del resto de la crónica, está de enmarcar. Verdad absoluta el consejo con el que cierras!
L.Leon

Anónimo dijo...

jajaja Excelente! en mi casa lo llamamos "PICO E MOTOR" porque nunca se cansa xD
Y ya no se llama "Chismear" ahora es "Tacticas persuasivas para la obtencion de informacion" xD

J.J Thompson xD!