lunes, agosto 24

El indispensable

Para el indispensable no hay frase menos cierta que aquélla según la cual “nadie es indispensable”. Ejemplo: cuando alguna dolencia le impide -¡oh, catástrofe!- asistir a un encuentro concertado para elaborar una obligación académica, el indispensable jura que la cita será inevitablemente cancelada en respuesta a tan oscuro vacío, lo que pone en riesgo el futuro de la cátedra y hasta la suerte del sistema educativo en su totalidad si tan imprescindible alumno no abandona pronto la cama.
Sospecho que la inclinación a creerse indispensable deriva de un sentimiento de autosuficiencia mezclado con una escasa fe en el desempeño de los prójimos; su lógica responde al siguiente criterio: “Sin mí, esta causa está perdida, se la lleva el diablo” como hipótesis ajustable a diversas situaciones. Si el indispensable pertenece al género festivo, se figurará que su inasistencia a un sarao convertirá la velada en un velorio o, si llegara a faltar entre sábanas, que de una buena vez su desgraciada pareja se interne en un monasterio ante la imposibilidad de obtener nuevos orgasmos a partir de otra piel.
En el ámbito laboral brilla el carácter definitivo del indispensable (al menos, su espejismo de indispensabilidad). A cualquier otro empleado le será inalcanzable reproducir tanta eficiencia pues no basta hacer bien las cosas, ni siquiera excelentemente, puesto que el indispensable ordena los asuntos de tal forma que, en su ausencia, ni Mandrake logra encender la cafetera. No delega para que ningún advenedizo le arrebate su transitoria importancia, la ingenua sensación de que el negocio al que sirve entra en estado de hibernación cuando por la tarde el indispensable sella la tarjeta de salida, para reanimarlo al día siguiente con una breve pero rotunda sacudida del mouse sobre la almohadilla.
Por una u otra causa, lo botan del trabajo (no era tan indispensable como suponía). Durante las primeras horas, nuestro mártir permanece estupefacto, a la espera de que no sólo la ingrata empresa a la que pertenecía caiga en medio de una nube de polvo, sino que el sistema capitalista salte en pedazos mientras la civilización se desmorona hasta que de ella quede sólo esa imagen típica en las películas de desastres donde la cabeza de la estatua de la libertad aparece sumergida entre las aguas. Pasan semanas, meses… y nada que el planeta interrumpe su curso alrededor del Sol ni las estrellas se apagan una a una pues ya otro indispensable ocupa el escritorio del indispensable anterior.
A desconfiar de los insustituibles, que no hay sujeto más peligroso que aquél que aspire a resultar indispensable, esencial, casi obligatorio e irrevocable. En ningún caso los superhéroes existen, pero quien imagina ser uno de ellos durante la noche abraza la almohada rumiando que si mañana no abre los ojos, su ausencia desatará el Apocalipsis.
Sólo así concilia el sueño.

2 comentarios:

Yudith Valles de Perez dijo...

Hola Castor, pasando a visitarte aun con reposo para disfrutar de los blog que me encantan como el tuyo bien fresco y animado!

Anónimo dijo...

A mí se me hizo bastante indispensable leer tu blog. (Eso de "bastante indispensable" suena a "casi virgen".) Es reconfortante saber que existe un Cástor dando vueltas por ahí, haciendo del mundo un lugar más respirable!