martes, noviembre 17

Mi iPod soy yo

Noches atrás me invitaron a lo podría llamarse “trueque de la música del iPod”, sarao de moda donde los amigos de un anfitrión conocido por disponer de mucho tiempo libre y poco oficio, intercambian entre sí las canciones contenidas en sus aparatos; pero no fue sino cuando puse un pie en el sitio que advertí una certeza tan elemental como desafiante: la música que escuchamos nos constituye e interpreta, por lo que exhibirla en público supone un striptease a través del cual nuestra alma va quedando desnuda a medida que caen al piso las íntimas prendas musicales.
Somos Stravinsky o Metallica durante el transcurso de esta teletransportación sonora que nos toma de las orejas para, apenas presionamos el botón de Play, reinstalarnos en donde genuinamente queremos estar; aunque también es muy probable que la música nos hunda en el bochorno si las propiedades evocadoras de nuestro catálogo les son ajenas a terceros y cuando aquella noche me tocó al turno de conectar mi iPod al ordenador para volcar allí su contenido, la reacción del auditorio fue despiadada. De los 80 gigas mi perol, aproximadamente 75 me dejaban en vergüenza.
Mi deshonra debutó al conocerse el método con que clasifico las diferentes carpetas de mi inventario melódico. La lógica dicta ordenar el repertorio según categorías convencionales como Intérprete o Género, aunque yo recurro al esquema de organizar la música del iPod a partir de vivencias rotundas, como si se tratase del diario de una quinceañera. Así y ante la incredulidad de los presentes aparecieron en pantalla las casillas “Barranco”, “Pérdida de la razón”, “Reconcomio” y -entre muchas otras confidencias- “Guayabo”, apartado éste que reúne las canciones que sonaban justo en los momentos cuando me rompían el corazón.
“Ay, qué cómico… ¡Los Corraleros de Majagual! Ji ji ji”, hamaqueó precisamente la chica más guapa de la velada, una morena formidable que a la menor oportunidad sustituyó con arrogancia “La Yerbita” por su “Just stand up”, de Beyoncé, decisión que condujo nuestros destinos por rutas diferentes, de ahí en adelante ya no existí para ella pues aquella noche los gustos musicales afines constituyeron el parentesco que aglutinó en grupos específicos a los participantes de la tertulia, resultando natural que al rato Andrea Bocelli platicara animadamente en el balcón con Caetano Veloso mientras Huáscar y Jorge Drexler compartían divertidas anécdotas con Dudamel.
“Ojalá éste no arme un tiroteo”, me confió Celia Cruz cuando notamos a P. Diddy salir del área del bar. Es preciso añadir que también se produjeron desencuentros y por instantes Silvio Rodríguez y Justin Timberlake se entregaban feroces miradas desde extremos opuestos del salón donde Pimpinela iba y venía sin hallar paradero (nadie le dirigía la palabra para no rayarse, pobre ser).
Eché un pié con Diveana, pero yo sólo tenía ojos y oídos para la morena formidable, indiferente durante aquella noche en la que el compartimiento “Guayabo” de mi iPod crecía con cada tema que sonaba de fondo. “No te rajes y échale bolas”, me alentó Chavela Vargas y resuelto luego de unos tragos en compañía de Sabina, salí en su búsqueda, aunque demasiado tarde. Ya Beyoncé se conducía hacia la puerta de salida tomada del brazo de Sinatra, como era de esperarse.

martes, noviembre 10

Así eran las cosas

Entre mis planes está sustituir a Oscar Yanes como difusor de la memoria histórica reciente. Una de las razones que me induce a abrazar este propósito es el olvido que exhiben las nuevas generaciones sobre aspectos cruciales de nuestro pasado, esas hermosas tradiciones que hay que rescatar para que reverdezcan. En las siguientes líneas, un primer balance de varias prácticas marchitas que sin duda sumirán a muchos lectores en una nostalgia... ¿sin remedio?:

Rancios arcaísmos
Con el paso del tiempo numerosas expresiones cayeron en desuso y si hoy se utilizan ocasionalmente al momento de redactar una nota es por pura añoranza. A muchos asombrará que hubo una época en que cuando alguien quería escribir (*o*), colocaba la frase “estoy enamorado”; “bbt2+” en el pasado se redactaba “vamos a tomarnos dos más”; y antiguamente se solía apuntar “vamos al centro comercial” a cambio del lógico “ha vao d9 a cc”.

Servicios públicos
Hoy los más jóvenes ignoran la función de esos dispositivos de forma tradicionalmente rectangular llamados interruptores y que todavía pueden observarse incrustados en los muros de diversos inmuebles. Pues anteriormente dicho mecanismo, tras presionársele con la punta del dedo, redirigía una descarga eléctrica a través del cableado en dirección a una esfera de cristal denominada bombilla, la cual, milagrosamente, iluminaba la estancia. Otro artilugio que resulta un enigma para las nuevas generaciones es el grifo de agua, sí, de agua. El observador atento notará en la parte superior de este artefacto de metal una rosca que, en tiempos remotos, al ser girada de izquierda a derecha llevaba a que del agujerito dispuesto en la zona inferior del misterioso mecanismo brotara ¡nada menos que agua!

Inocencia infantil
Antaño un sentimiento de candor reinaba entre los integrantes de la más tierna infancia, quienes formulaban la pregunta “Mami… ¿la cigüeña viene de París?” en vez del actual “Mami… ¿lo mío fue por cesárea o parto corriente con anestesia epidural?”.

Mick Jagger
Astro del rock que durante el último medio siglo no ha cambiado absolutamente en nada.

Chuletas prehistóricas
El estudiante que en tiempos pretéritos quería copiarse durante un examen, solía acudir a estrategias actualmente en desuso tales como transcribir la fórmula sobre el tablero de madera del pupitre o en un papelito que guardaba con celo en el interior de las fosas nasales. Otro sistema hoy obsoleto para pasar un examen era estudiar.

El planeta fue azul
Aunque usted no lo crea, hubo un tiempo en que la nieve coronaba la cumbre del Pico Bolívar, el cóndor sobrevolaba el cielo andino, y la superficie del Lago de Maracaibo no se hallaba revestida de lemna.

Costumbres laborales
Antes muchas personas salían temprano rumbo a la oficina y regresaban horas después a casa sanas y salvas.

Acoso conyugal
Las esposas del pasado atosigaban tenazmente a sus maridos manipulando un módulo de aproximadamente 10 cms ancho x 6 cms de alto, conocido como Buscapersonas y que las víctimas llevaban adosado a la cintura. Los perseguidos frecuentemente no respondían al llamado alegando luego no haber encontrado cerca un teléfono monedero; pese a lo primitivo de dichos artefactos, las rastreadoras triangulaban la dirección exacta donde se encontrara el incauto y hasta allí, sin necesidad de GPS, iban a dar.

martes, noviembre 3

Meteoro en Plaza Venezuela

Los semáforos con cronómetro instalados recientemente en algunas esquinas de la ciudad satisfacen el viejo sueño de muchos conductores, quienes ahora experimentan el mismo vértigo que embriaga a los pilotos de la Fórmula 1 momentos antes de emprender la carrera. Alineados frente al paso de cebra, los automovilistas vigilan el conteo mientras una ráfaga de adrenalina tensa los músculos, durante ese instante se desatienden la radio o la plática del compañero de travesía, los más aguerridos mantienen la mano aferrada a la palanca de velocidades mientras el pie derecho permanece suspendido a pocos centímetros del acelerador. 3 segundos… 2 segundos… ¡1 segundo! Sólo se echa de menos la banderilla a cuadros que habría consumado la escena a cabalidad.
Ciertos ingredientes agregan realismo a esta experiencia automovilística. En mis observaciones a las costumbres afloradas tras el establecimiento del semáforo con cronómetro en las inmediaciones de Plaza Venezuela (también los hay en San Felipe, Lecherías, Guanare, Maracaibo, Maturín y Puerto La Cruz), he comprobado que la escena del enjambre de técnicos que se abalanza sobre el vehículo de Schumacher cuando éste se detiene a un lado de la pista para verificar el estado de los neumáticos, es reproducido con pasmosa exactitud por el tropel de buhoneros mediante el ofrecimiento de tostones o el último CD del Conde del Guácharo, operación que ha de liquidarse a velocidad relámpago y en cuyo concurso participa el menesteroso presto a limpiar el parabrisas con un trapito más sucio que la parte de abajo del carro.
La novedad también le depara al peatón todo género de emociones, proliferando el desconcierto pues los transeúntes se van de boca o tropiezan entre sí por caminar mirando el cronómetro; y así como Usain Bolt sabe que logrará devorarse 100 metros planos en menos de dos décimas de minuto, todo viandante ha de conocer y esforzarse en alcanzar la condición física necesaria para recorrer determinada distancia en x número de segundos (he notado que las ancianitas siempre calculan mal; arruga el corazón ver cómo el cuarto de minuto apenas les alcanza para, entre cornetazos e imprecaciones, resguardarse sobre la isla de mitad de calle).
Entre las desventajas de esta iniciativa hay que apuntar la precisión con que últimamente resuelven sus asuntos ciertos fiscales de tránsito (“Caballero, usted se acaba de tragar la luz roja por 2 segundos con 6 centésimas… lo que, aquí entre nos, ameritará el desembolso de 2.060 de los fuertes”), mientras los hembrones que antes paraban el tráfico perdieron protagonismo pues ahora todos andan pendientes de la cuenta regresiva (también las chicas de la mala vida hoy han de cerrar sus gestiones dentro del lapso cronometrado).
Un sector, no obstante, es el principal favorecido, los malabaristas apostados al pie de estos ingenios, quienes ahora manejan al dedillo el intervalo para concluir sus peripecias con varas ardientes y luego tramitar la remuneración antes de que el febril río metálico se ponga de nuevo en marcha sobre esta azarosa pista de carreras en que (ya antes de que aparecieran los semáforos con cronómetro) se nos convirtió cada esquina de la vida.