martes, noviembre 3

Meteoro en Plaza Venezuela

Los semáforos con cronómetro instalados recientemente en algunas esquinas de la ciudad satisfacen el viejo sueño de muchos conductores, quienes ahora experimentan el mismo vértigo que embriaga a los pilotos de la Fórmula 1 momentos antes de emprender la carrera. Alineados frente al paso de cebra, los automovilistas vigilan el conteo mientras una ráfaga de adrenalina tensa los músculos, durante ese instante se desatienden la radio o la plática del compañero de travesía, los más aguerridos mantienen la mano aferrada a la palanca de velocidades mientras el pie derecho permanece suspendido a pocos centímetros del acelerador. 3 segundos… 2 segundos… ¡1 segundo! Sólo se echa de menos la banderilla a cuadros que habría consumado la escena a cabalidad.
Ciertos ingredientes agregan realismo a esta experiencia automovilística. En mis observaciones a las costumbres afloradas tras el establecimiento del semáforo con cronómetro en las inmediaciones de Plaza Venezuela (también los hay en San Felipe, Lecherías, Guanare, Maracaibo, Maturín y Puerto La Cruz), he comprobado que la escena del enjambre de técnicos que se abalanza sobre el vehículo de Schumacher cuando éste se detiene a un lado de la pista para verificar el estado de los neumáticos, es reproducido con pasmosa exactitud por el tropel de buhoneros mediante el ofrecimiento de tostones o el último CD del Conde del Guácharo, operación que ha de liquidarse a velocidad relámpago y en cuyo concurso participa el menesteroso presto a limpiar el parabrisas con un trapito más sucio que la parte de abajo del carro.
La novedad también le depara al peatón todo género de emociones, proliferando el desconcierto pues los transeúntes se van de boca o tropiezan entre sí por caminar mirando el cronómetro; y así como Usain Bolt sabe que logrará devorarse 100 metros planos en menos de dos décimas de minuto, todo viandante ha de conocer y esforzarse en alcanzar la condición física necesaria para recorrer determinada distancia en x número de segundos (he notado que las ancianitas siempre calculan mal; arruga el corazón ver cómo el cuarto de minuto apenas les alcanza para, entre cornetazos e imprecaciones, resguardarse sobre la isla de mitad de calle).
Entre las desventajas de esta iniciativa hay que apuntar la precisión con que últimamente resuelven sus asuntos ciertos fiscales de tránsito (“Caballero, usted se acaba de tragar la luz roja por 2 segundos con 6 centésimas… lo que, aquí entre nos, ameritará el desembolso de 2.060 de los fuertes”), mientras los hembrones que antes paraban el tráfico perdieron protagonismo pues ahora todos andan pendientes de la cuenta regresiva (también las chicas de la mala vida hoy han de cerrar sus gestiones dentro del lapso cronometrado).
Un sector, no obstante, es el principal favorecido, los malabaristas apostados al pie de estos ingenios, quienes ahora manejan al dedillo el intervalo para concluir sus peripecias con varas ardientes y luego tramitar la remuneración antes de que el febril río metálico se ponga de nuevo en marcha sobre esta azarosa pista de carreras en que (ya antes de que aparecieran los semáforos con cronómetro) se nos convirtió cada esquina de la vida.

2 comentarios:

Mary Achique dijo...

¡Dios mío, noooo! ¿En qué se están convirtiendo los conductores hoy en día? Qué puedo decir...

Yudith Valles de Perez dijo...

Hola Castor, pasando a saludarte pero sin cronometro ni semaforo, es muy cierto tu relato con humor, a mi particularmente me gustan los nuevos! Besos