viernes, enero 15

Silvia luego de la nostalgia


Gracias a Internet puede que luego los más jóvenes no conozcan ciertas variantes de la nostalgia. En el terreno televisivo, por poner un caso, los tripones de ahora no han terminado de ver un episodio de Digimon cuando ya esas escenas los esperan archivadas dentro de la infinita videoteca virtual, cosa estupenda, eso nadie lo discute, pero que aniquila por completo el extrañamiento por verlas nuevamente, como un cofre del tesoro que no provoca buscar porque no está escondido.
Antes de Google proliferaba la sensación de que ciertos milagros no volverían a repetirse y entre viejos amigos uno reconstruía nostálgicamente las vicisitudes de Meteoro o cuando en un capítulo de Mazinger Z, Afrodita A echaba sus tetas al aire a modo de torpedos; con Youtube, la añoranza liquidó los trámites para instalarse al alcance de la yema de los dedos, sobre el teclado, aunque con valiosas pérdidas. Despojados de inocencia infantil, ahora los adultos recorremos esos episodios con la misma impresión del señor que regresa a la casa en la que fue criado para descubrir que las cosas son más pequeñas de como las recordaba. Un poco desilusionado, se descubre entonces que lo más preciado de Mazinger Z no es precisamente Mazinger Z, sino el recuerdo de Mazinger Z.
Lo mismo ocurre con las canciones que imaginamos nunca volver a oír. Tras pacientes búsquedas entre los programas de intercambio de archivos musicales, recuperamos la melodía que determinó un momento o una época; sí, la nostalgia se agolpa las primeras veces en que la escuchamos en el iPod, casi siempre durante una cola del tráfico, la escuchamos una y otra vez hasta que el ayer y el hoy se enredan restándole a esa canción su calidad evocadora, el ahora la contamina hasta convertirla en otro tema del momento, en deudas por pagar y el vehículo de adelante que no avanza (sugiero no oírlas mucho pues con cada nueva reproducción, las viejas canciones se ensucian de presente).
Así pasa con las personas. Las redes sociales ofrecen el chance de recobrar el contacto con aquellos que conocimos hace tiempo, pero los reencuentros magníficos (que los hay, aunque pocos. La mayoría de las amistades que una vez creímos entrañables ahora se diluye en saludos corteses y la ficticia promesa de verse algún día) se pagan con un alto precio. Me ocurrió con Silvia, la tierna por la que en bachillerato suspirábamos los manganzones. Semanas atrás la conseguí por Facebook; tres hijos mediante, divorciada y vuelta a casar, todavía luce hermosa, aunque las fotos de su álbum virtual la devuelven muy diferente a la Silvia que por años y hasta hace poco retozó en mi memoria.
- Silvia ¡Qué de tiempo! ¿Qué haces?
- Chico, aquí, bien… -respondió por mensaje privado y a través de Twitter hoy estoy al tanto del día a día de Silvia.
Pero cuánto echo de menos su recuerdo.

5 comentarios:

Principito dijo...

Como siempre genial... aunque añoro los viejos posts y me temo que los tengo al alcance de la mano gracias a blogspot... sí los releo seguro que ya no serán lo mismo.

Un abrazo desde Argentina (hacía tiempo que no pasaba)

Anónimo dijo...

oh!

Anónimo dijo...

Es uno de los mejores que he leido.

ERRM dijo...

Yo te entiendo, Cástor. A mis ya 33 años (el mes que viene, Dios mediante, llegaré a 34), he dejado de ver a muchas personas que pasaton por mi "larga vida": compañeros del kinder que dejé de ver terminado el tercer grado, aquel compañero de la secundaria que murió asesinado tres meses después de la graduación por resistirse al robo de su moto, aquella chica que conocí en unos de los primeros cursos que realicé (la recuerdo sobre todo porque jugó con mi corazón diciéndome que me amaba, luego me dijo que era un juego; y ahora me pregunta porqué no la saludo ni me "paso por allá"), aquel primer trabajo que tuve y que sólo duró unos días porque el negocio fue cerrado debido a asuntos todavía hoy aún muy oscuros, ... en fin. Pero cuando vuelves a ver a esa persona, o visitar aquel viejo local, o volver a escuchar aquella vieja melodía, o volver a psar todos los niveles de aquel viejo y vetusto videojuego, sientes que ya no es lo mismo...

Anónimo dijo...

Parece mentira, chico; pero pareciera que fue ayer cuando a ella la invité a mi casa alguna vez y nos damos ciertos besitos de lengua (no llegamos a "eso" por respeto a una casa que no era mía sino de mis padres). Y ahora, apenas me saluda con la cabeza gacha mientras lleva a la escuela a sus dos hijos que tuvo años después con un gañán que ni la valora ni la aprecia.