martes, marzo 9

El pintor callejero


El hombre del chaleco detuvo su marcha para apreciar el cuadro de la mujer desnuda; tras unos minutos calculando posibles costos, le preguntó al artista: “Le quedan bien esas tipas en pelota. ¿Las hace por encargo?”. A su alrededor los transeúntes se precipitaban rumbo a la oficina o el mercado, arrojando una mirada esquiva a los lienzos en venta del pintor callejero como si estos fuesen, qué desidia, cortaúñas o sostenes en oferta. “Se ve que este hombre sabe de arte”, dedujo el artista, orgulloso de identificar entre la multitud a los versados en materia pictórica. Sí, sólo a unos pocos, como el hombre del chaleco, les es dada la sensibilidad para interrumpir su paso ante el maestro, frente a la grandeza del genio incomprendido.
Hacía tiempo que no le encargaban un desnudo. Que no le encargaban nada. Tras concertar la cuestión monetaria, el artista acordó recibir de un momento a otro una fotografía de la modelo desnuda, reivindicación por mucho tiempo esperada. Desde que su mujer lo echó a la calle con todo y caballete y tubitos de óleo, recreaba las últimas Venus de sus cuadros –siempre morenas de caderas firmes y extraordinarias tetas- a partir de su memoria manual, de sus dedos recordando sobre el lienzo las caricias sobre el cuerpo de la ingrata. En los años que pasaron juntos, la admiración inicial que ella sentía por el bohemio cedió su espacio a las urgencias cotidianas, la nevera no hacía hielo (las frutas terminaban en su estómago antes de concluir la naturaleza muerta), nunca estrenó un vestido de domingo y demás privaciones que llevaron a la musa a empacar los cachivaches del artista y sustituirlo por un recaudador de impuestos.
Levantó su estudio/galería a la intemperie, sobre una acera en las inmediaciones de Capitolio, donde cada mañana el pintor callejero aguarda esperanzado la mirada que descubra su arte ¿Y qué es su arte? Básicamente atardeceres reproducidos de viejas ediciones de National Geographic y material hemerográfico afín consultado para detallar el temperamento de una ola rizada, flamantes guacamayos, araguaneyes en flor, venaditos y demás folclore regateado por los dentistas para cubrir las grietas en las paredes del consultorio, y por las amas de casa deseosas de suministrar un marco selvático a los elefantes de porcelana dispuestos sobre la mesita del recibidor. Sólo un paisaje, su preferido, conoce de primera mano. El Ávila, generoso, posa versátil y gratuitamente para el artista callejero, modificando su apariencia según evoluciona la luz del día y así no repetir el mismo vestido en el verso del poeta y en la tela del pintor.
Días después regresó el hombre del chaleco, el elegido para comunicar a la muchedumbre insensible la genialidad del artista. El cliente hundió su mano en un bolsillo para extraer la fotografía de la amante desnuda. Tras admirarla por un momento, se la acercó al pintor que de inmediato reconoció aquel cuerpo. Era ella, la musa ingrata. Sus oraciones habían sido atendidas con pasmosa exactitud e iluminado por esa altivez propia de los reyes del mundo, dijo mientras le devolvía la foto al hombre del chaleco:
- Ya no pinto putas.

2 comentarios:

Louisianee dijo...

Bravoo!!! Grandioso final !

Anónimo dijo...

G E N I O