viernes, marzo 5

El sofá catódico


Los propios borrachines. Si como escenario a los personajes de la serie “Friends” los hubiesen instalado digamos que frente a la barra de un bar, los amigos reflejarían una clara inclinación alcohólica y no esa imagen de panitas zanahorias empinándose enormes tazas de café mientras bromean sobre un sofá en Central Perk, ejemplo que ilustra la importancia del mobiliario cuando un programa de la tele persigue lucir una personalidad y una atmósfera específicas.
Como en “Friends”, ningún otro mueble supera al sofá como alegoría del micro cosmos construido por los personajes mediante su interacción (Beavis y Butthead echados en una cama hubiesen desatado lógicas murmuraciones), tanto es así que el sofá fue testigo del nacimiento de las series animadas y comedias de situación cuando, a mitad del siglo pasado, Lucille Ball y Desi Arnaz jugaban a la casita en "Yo amo a Lucy", primer destello en la pantalla chica del sueño americano de la clase media. Desde entonces, en poco ha variado el estilo del sofá catódico y salvo excepciones como la de “Mi bella genio” (dispuesto en el interior de una botella y aderezado con almohadones de refulgida inspiración árabe) o en “Los Picapiedras” (cuyo sofá, obviamente, era de piedra) cada vez que encendemos el televisor, distribuimos los muebles de nuestra mente, arrimamos las mesas y las sillas que tenemos en la cabeza para, mientras dure el programa, reposar nuestro brazo sobre el antebrazo de la fantasía.
Hoy es hasta el móvil alrededor del cual gira un episodio, ya sea porque las dimensiones del sofá dificultan acarrearlo por una escalera estrecha o porque sea otra excentricidad de Sheldon, en “The Big Bang Theory”, reacio a que algún advenedizo ocupe su trono en el extremo izquierdo del sofá sobre el que los protagonistas cenan comida tailandesa mientras descifran los misterios del Universo. Como un actor de carácter, el sofá catódico es elegido meticulosamente: sería un codazo al ojo ver un Luis XV en medio del recibidor de Jerry Seinfeld, o si alguna vez los escenógrafos de la CBS hubiesen traspapelado el elegante tresillo con ornamentos dorados que aparecía en “La niñera”, con el cachivache forrado en plástico por la mortificante madre de Ray Romano en “Everybody loves Raymond”.
No cualquier sofá puede participar en este firmamento de estrellas acolchadas. Joroba ver a unos tipos departiendo sobre sillas evidentemente incómodas, por lo que una de propiedades de los sofás del show bussines es su confort, el blando histrionismo por sobre la belleza de la que careció cada costura de ese monumento cutre (¿era color crema, o nunca Peggy se dignó pasarle un trapito?) con margaritas mostaza donde Al Bundi y familia, de “Casados con hijos”, solían desafiarse; esa síntesis de polvo y telarañas en pleno salón de “Los Munsters”, aquel de matiz alucinógeno en el que traman sus canalladas los chicos de South Park, y hasta el manifiestamente descoñetado sobre el que aún tiende su miseria Don Ramón.
Es infinita la galería de sofás memorables de la pequeña pantalla, aunque uno se alza como el mayormente legendario, ese que desde hace 20 años espera a una familia amarilla que al final del día suele reencontrarse, de las más insólitas maneras, sobre una misma tapicería color zapote. El de “Los Simpsons”, pieza ilustre del patrimonio mobiliario de la humanidad, proyecta una espiral que nos absorbe como si se tratase de una aspiradora: acomodados en el sofá de nuestra sala, vemos cómo en la pantalla del televisor una familia se acomoda en el sofá de su sala para ver televisión. Dudo que se haya inventado otro espejo que nos refleje tan mullidamente.

2 comentarios:

Kage Neko dijo...

Brillante como Siempre Castor. Soy asiduo lector, y aunque me divierto bastante con tus artículos este me ha hecho especial gracias y me impulsó a dejar un comentario.

Sigue adelante y muchas gracias por los buenos raticos de lectura!

Anónimo dijo...

me gusta tu blog...
visita el nuestro y comentanos.

http://onotoinmuebles.blogspot.com/

saludos.