martes, abril 20

Mamá en red


Días atrás un joven de Arkansas solicitó a los tribunales de la región una orden para mantener a su madre alejada de Facebook luego de que la doña, de nombre Denise New, ingresara a la cuenta del muchacho y le abarrotara el muro con sermones y reprimendas. Denise contraatacó declarando en los periódicos: "Desde el punto de vista legal, está permitido que yo observe las actividades online de mi hijo y que también me comunique con él por ese medio". El caso descrito confirma que la devoción de una madre no conoce fronteras y ya llegó, con múltiples resultados, a los rincones de la web 2.0.
Es natural y hasta ineludible que las madres anden pendientes de los pasos de sus hijos, más aún si éstos son menores de edad que deambulan por ese callejón plagado de amenazas que es internet; pero ya cuando el hijo es mayorcito y la señora una porfiada intrusa virtual, la combinación toma matices bastante incómodos. Y la tiene de bombita la progenitora que decida andar al acecho online: conoce desde la hora y la fecha de nacimiento, hasta la cédula de identidad y el número de calzado de sus manganzones, por lo que no le será difícil descubrir, a los pocos intentos, las claves secretas para pasearse libremente por las habitaciones electrónicas de los vástagos.
Hasta hace poco ellas salían espantadas del cuarto de su hijo adolescente cuando, al momento de la limpieza, encontraban debajo del colchón el cargamento de revistas triple XXX; ahora el disco duro del PC es el “debajo del colchón” y si la madre, además de metiche, es versada en asuntos tecnológicos, no dudará en arrojar los archivos “indecentes” ya no al bote de la basura sino a la Papelera de Reciclaje para luego vaciarla sin posibilidad de recuperación alguna. ¿Desea ella saber si su tripón anda detrás de los picones de Britney? Con recorrer el historial de búsqueda sabrá la respuesta ¿Está la princesita de la casa en busca de un establecimiento donde tatuarse una nalga? Para salir de dudas, las madres/hackers correrán a echarle un vistazo a la carpeta de los temporales.
Twitter disipó la antigua incertidumbre de con quién andan los “retoños” y hoy la vigilancia materna es omnipresente: la madre afligida y contemporáneo se entera en tiempo real si Beatricita (con dos novios en el colegio y otro en el vecindario) fue a una firma de autógrafos de Arjona y no a la biblioteca, o si Vicentico invirtió la mesada en boletos para el concierto de Metallica. No demorarán entonces en arribar al buzón del acorralado reproches de no más de 140 caracteres, del tipo “Mijo, esa junta no te conviene” o “¿Y tú qué haces por Choroní, ah?... ¡Te me vienes ya para la casa!”.
La intrusión materna en Facebook depara penosas consecuencias hasta para los más grandecitos. Como si ya no fuese lo suficientemente vergonzoso que los amigos publiquen las fotos de bachillerato donde aparecemos con camisetas a lo Miami Vice, toda progenitora maneja gráficas aún más bochornosas de nuestro pasado y, embriagada de orgullo, al menor chance abrirá un álbum donde salimos durante la primera comunión con una velita entre las manos, o nuestra foto con seis meses de nacidos y el pipí en primerísimo plano. Así que si tu vieja es una entusiasta de la tecnología, piénsalo dos veces si te solicita ser su amiga en una red social y, en su día, regálale una plancha a vapor o una licuadora con seis velocidades pero nunca, ¡jamás!, un iPad con conexión WiFi.

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