martes, abril 6

Un dinosaurio en la biblioteca


Volver luego de mucho tiempo al rincón menos visitado de la biblioteca personal ofrece reencuentros inesperados, “Gargantúa y Pantagruel”, una edición ilustrada de “Platero y yo”, más el último tomo sobreviviente de los dieciocho que un día integraron mi Enciclopedia Bruguera, con las esquinas del empaste aporreadas y la tipografía en dorado hecha grietas como un anciano con un diente de oro a punto de caérsele. La acumulación de polvo sobre su lomo más el olor amargo que ahora emiten sus páginas revelan que hace mucho nadie lo consulta pues para los más jóvenes, el mamotreto representa un recurso primitivo, un dinosaurio solitario que ¿todavía? anda por casa.
Cuán diferente esta ruina a su época de gloria, cuando las enciclopedias compradas mediante cuotas mensuales eran un material de obligatoria consulta y el Discovery Channel de los gallos de hace un par de décadas. A través de sus páginas asistimos al auge de la ciudad sumeria de Uruk, al sur de Mesopotamia (la erudición obedece a que en este momento tengo precisamente esa página abierta) o, junto a las definiciones perpetuas de Serafín Mazparrote, supimos que hay dos tipos de células, las eucariotas y las procariotas. Fueron, sin duda, nuestra propia Biblioteca de Alejandría condensada en volúmenes alineados simétricamente sobre una repisa con la consistencia adecuada para soportar -suponíamos entonces- todas las respuestas del mundo.
Aunque lo malo también hay que decirlo y estudiar con ellas podía resultar una experiencia sanguinaria. Si un volumen no era manejado con prudencia, el afilado y lustroso borde del papel glasé de sus hojas configuraba una guillotina para las yemas de los dedos que, tras un par de horas de uso, dejaba como secuela el meñique y el anular rebanados en tajitos, más escalofriantes groserías alrededor si uno de los tomos con todos sus palacios griegos y estatuas etruscas te caía de canto sobre el dedo gordo de un pie. El refrito no es cosa nueva y en épocas anteriores al “copy paste”, el estudiante se veía en la necesidad de reproducir en el cuaderno párrafos completos de la enciclopedia, con la ventaja de que, tras una tarde de transcribidera, algún residuo de conocimiento permanecía en la memoria (el mismo resultado daban las chuletas que al momento del examen ya no había que sacarlas pues aprendimos la respuesta de tanto copiarla en papelitos o bajo la media, a la altura del tobillo. Sí, la malicia también depara beneficios pedagógicos).
Las viejas enciclopedias ejercían además una función social y salíamos muy campantes con un tomo apertrechado bajo el brazo como prueba categórica ante nuestros padres de que íbamos a estudiar donde un compañero y no al cine; y hasta eran una herramienta de seducción al momento de cumplir con los deberes escolares: para lograr que fuera a casa la tierna del salón, no había mejor anzuelo que promocionar en el cafetín nuestro vasto repertorio de sabiduría empastada.
Las enciclopedias en línea y sus versiones en CD, novedades como Wikipedia más la infinidad de conceptos vinculados a Google, modelaron la lluvia de meteoritos que extermina a estos animales prehistóricos que van desapareciendo silenciosa y gradualmente de las repisas de los hogares, unos echados a morir bajo la pata de alguna tambaleante mesita de noche, otros entregando su tapa dura e ideal para encender una parrilla, entre cuyas brasas arden muchos de estos dinosaurios eruditos que lo sabían todo menos su destino.

2 comentarios:

luis alfonso ochoa marquez dijo...

Al leer este articulo, me vi totalmente reflejado en el, tengo 54 años de edad y dos hijas en la universidad, por mas de 40 años he coleccionado libros, revistas, periodicos, con la finalidad de dejarles "el gusanillo" de la lectura, de hojear y sopesar cada uno de esos, ahora, "dinosaurios". "Los googles" acabaron con mi ilusion de sembrar esta "arqueologica" manera de accesar al conocimiento, al entretenimiento. Me quedara la oportunidad de que en tanta coleccion que hice se encuentren alguna "joya" que por su valor me permita disfrutar de ese esfuerzo por hacer de una habitacion de mi casa una biblioteca, y espero que mis hijas no se vean en la necesidad de hacer alguna hoguera para cocinar, por que no hay gas, electricidad o lo que es peor, que se cumpla lo expresado por Ray Bradbury en su profetico Fahrenheit 451 o que se repita aquel nefasto episodio nazi de mayo de 1.939 y que pudiera repetirse con eso de "tener libros es malo". Un fraternal saludo, luis ochoa, ciudad guayana

ERRM dijo...

Bueno; yo te confesaré algo. Yo, en mi humilde morada aún conservo una edición COMPLETA de la Enciclopedia Salvat Alfa (©1972 Salvat Editores)¡sus diez tomos completicos, de la A HASTA LA Z! Y todavía la consulto cuando no hay luyz; o cuando por exceso (a veces) de navegar mucho se em acaba el saldo (los Gigas) de la tarjeta de Movistar. Además de un Larousse de 1981 y el viejo libro de Biología de Serafín Mazparrote entre otras reliquias...