martes, mayo 18

A los técnicos de la oficina


Cuando la impresora de la oficina se niega a imprimir, uno procura resolver la vicisitud jurungueando primero los cables, apagando y prendiendo el perol, verificando si hay papel en la bandeja de suministro o cualquier otra tentativa propia de ineptos en asuntos tecnológicos, antes de recurrir -¡trágame tierra!- a la desesperada y atemorizante opción de llamar al personal técnico de la empresa para que venga a ver qué pasa.
Sin duda hay tipos buena gente ¡y hasta echadores de broma! dentro de dicho gremio, pero eso no me consta pues siempre me han tocado los pertenecientes a la categoría “chupetica de ajo”. Tras repetidas llamadas telefónicas desde las 10:00 am para que el técnico venga a solucionar el problema (en pocos minutos hay que entregarle al jefe un informe impreso), a golpe de 4:45 pm aparece “chupetica” con cara de fastidio, señal inequívoca de que se hallaba en medio de la instalación de una red de fibra óptica o alguna otra cosa importantísima, hasta que vino uno a importunarle.
- ¿Qué pasa ahora? -interroga mientras lanza una mirada que a veces es la de un padre que regaña a su hijo tras romper éste un jarrón, y otras veces es de un mudo desprecio.
- La impresora… -balbucea uno, apenas con la gallardía necesaria para terminar la frase señalando con un dedo el aparato. Suspira, te desaloja del asiento frente a la computadora y, con gesto de áspero chamán, comienza a descifrar el enigma. Ahora, ni se te ocurra proponer alguna sugerencia del tipo “prueba si no está flojo un cable”, que ante sus oídos es como si un médico serio escuchara decir “el cáncer se cura con adaptógenos”. Y es que frente a un técnico de la oficina hay que observar sin falta la siguiente regla de oro: abrir la boca sólo si te formula una pregunta directa, o para ofrecer café y/o el Cri Cri guardado especialmente para esta ocasión en una gaveta del escritorio.
El achaque de la impresora se encangreja y el perito pide ayuda a un compañero de departamento. “Este usuario ha borrado el driver y ahora el GDI no lee las fuentes PostScript”, dictamina, inescrutable, aunque su tono de voz traduce que por nuestra negligencia al momento de eliminar un archivo del disco duro, de vaina y no explotó en los cielos el Telescopio Espacial Hubble. Cuando sospechas que están a punto de caerte a golpes con el teclado, emerge entre ambos especialistas una camaradería hermética a la intromisión de terceros:
- El sábado salí con la piernona al concierto de Eddy Lover y después nos fuimos a la playa- dice “chupetica 1”.
- ¡Qué fino! -responde “chupetica 2”.
- Eddy Lover es muy bueno -añade uno, de parejero, impertinencia que lleva a los técnicos a concentrarse de nuevo en sus ocupaciones.
En este punto es obvio que la mejor elección consiste en permanecer a no menos de cinco metros de distancia, so pena de agitar las llamas del infierno (hace poco un compañero de cubículo desobedeció esa regla y cayó maltrecho tras manipular el mouse electrificado no se supo cómo…). Sobre la pantalla del PC corren códigos tan insólitos como extravagantes, misterio donde radica el poderío de estos centinelas tecnológicos sin cuyas gestiones las oficinas del mundo regresarían en un santiamén a la oscuridad de la Edad Media. Y ellos lo saben.
- Ya imprime -dice “chupetica” camino a la puerta. Y la frase cuaja en el aire como una advertencia implícita: “Pero no lo vuelvas a hacer, porque sino… ¡tao!”.

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