martes, octubre 26

El amigo fatídico


Entre las acciones a seguir luego de que a uno lo abandona la pareja, está buscar entre los compinches comentarios analgésicos del tipo “esa caraja no te merecía, mejor así”; o, si nos roban el carro, se espera de las voces amigas la exposición de circunstancias atenuantes como “bueno, chico, caminar es un extraordinario ejercicio para la circulación”. Y es que conseguir consuelo es uno de los motivos que lleva a los hombres y mujeres a reunirse bajo la asoleada circunstancia que es la amistad, aunque se dan excepciones y dentro de nuestro círculo de amistades siempre está a quien le fascina exprimir nubes en días de tormenta:
- ¿Y no vas a llorar? Porque para que te consigas otra caraja así… –dice la desmoralizante voz en la que pecamos de buscar alivio.
- Pero… ¿crees que esa desgraciada no me merecía?
- O puede ser que estés tan gordo que mira lo que te pasó.
No me incluyo entre quienes confunden la amistad con la condescendencia pues, cuando se equivoca el camino, es obligación del amigo subrayar la falta para no incurrir de nuevo en ella y ver ahora qué carrizo hacemos; pero la camaradería crítica es una cosa -imprescindible- y otra muy distinta es que, al menor desacierto, ya sea que perdamos un yesquero o lleguemos tarde a una cita de trabajo, nos restrieguen por la cara que somos de lo peorcito.
No importa el tema, para el amigo fatídico no hay luz al final del túnel. Cuando, de muchacho, salía por ahí y desde algún rincón de la noche una pechugona parecía prestarme atención, el amigo fatídico deshacía a manotazos la confianza: “Chico, intenta a ver pero, te advierto: esa es todo un mujerón”.
- ¿Y si me meto en un gimnasio?
- Es que tu asunto es genético. Además, las pesas no te van a hacer más alto.
- ¿Y si me voy a broncear a Los Roques?
- La sobre exposición solar genera tumores cutáneos.
- Bueno, esteee… –exploramos mejor fortuna en otro tema-. Sabes, estoy planeando incursionar en el rubro de la comida express.
- En este mundo lo que sobran son las areperas.
- ¿Y qué tal si me vacío un revolver en la sien?
- Según estadísticas, 4 de cada 10 suicidas no alcanzan su objetivo y quedan en estado vegetal o son llevados a prisión por atentar contra su vida.
En fin, sorprende cómo los desenlaces propuestos por este intermediario del pesimismo coinciden exactamente con los que nos daría el más optimista de nuestros enemigos. Y no es que el amigo fatídico sea mala persona o nos desee pesares, sólo es fatídico, descorazonador, sombrío, propiedades ante las que debemos ponernos una coraza por donde resbale la niebla de sus presagios para así curarnos en salud el día en que recuperemos el vehículo o aquel amor regrese a nuestra vida, y el amigo fatídico remache con su tono ajeno a toda esperanza:
- Tú tan joven y exitoso… ¡y de nuevo con ese carro tan feo!


Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

martes, octubre 19

Geek del humo


Por las películas del viejo oeste sabemos que los nativos de aquellas tierras se comunicaban a distancia mediante señales de humo, volátil origen de lo son hoy las redes sociales. El fuego instalado sobre una colina y nutrido con troncos y hojas verdes, no sólo era empleado por los vigías para alertar el arribo de invasores o la proximidad de una manada de búfalos, sino también para que los entusiastas de este primer dispositivo de mensajería virtual invirtieran el tiempo relatándoles a sus amigos lejanos toda clase de situaciones, que si el hallazgo de un nido de cascabeles, el regio vuelo de un halcón, más cualquier vaina que les pasara por la cabeza.
Algunos llegaban al extremo de abandonar la cacería de bisontes y demás responsabilidades por mantenerse frente a la hoguera enviando docenas (a veces, cientos) de mensajes diarios, entre los cuales se colaban agudezas del tipo “nube pasa” o “búho muerto”, y se regocijaban inmensamente cuando desde otra pira se duplicaba el comentario original, prueba de que la participación fue todo un éxito, por lo que durante tardes enteras los más apasionados esperaban con ansiedad una respuesta o al menos una refutación; pero si, por el contrario, el brumoso testimonio caía en la indiferencia, el aborigen emisor se hundía entonces en una tristeza sin alivio (muchos hasta llegaban a enemistarse si saludaban pero el saludo no les era correspondido por el destinatario de tan vaporoso acto de cortesía).
Por este medio recobraban viejas amistades -“¡Lunas sin saber de ti!.. ¿Qué es de tu vida?”- o agasajaban con flores y peluches de hollín a quien cumpliese año, mientras los más hábiles en el dominio de aquellos difusos trazos lograban dibujar en el aire escenas familiares o imágenes alusivas a sus excursiones por acantilados y praderas, obteniendo de inmediato la positiva reacción de los semejantes con respuestas como “me gusta” o un “¡qué belloooos!”; aunque, todo hay que decirlo, muchos que sobrevivían gracias a modestas ocupaciones como la elaboración de tocados con plumas y la compra/venta de cuero cabelludo, temblaban de envidia tras enterarse que un compañero de la infancia sobresalía como gran jefe de una próspera tribu.
Debido a esta afición, hubo quienes abandonaron amigos y amores que no fueran de humo, negándose a estrechar relaciones con algún otro individuo que no participara de tan gaseosa naturaleza.
Lo terrible de dicha modalidad no era sólo que resultaba groseramente contaminante, sino que cuando llovía se hacía imposible establecer la conexión, más la fragilidad de los comentarios, imperceptibles durante la noche y borrados sin misericordia por las corrientes de aire (de allí lo de “las palabras se las lleva el viento”). Pese a ello y aunque después el mecanismo fuera reemplazado por la telegrafía y el vuelo de azules palomas mensajeras, la mano que agita la manta sobre el fuego sigue intacta frente a otro resplandor.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

martes, octubre 12

Padrón en la frutería


Confieso que no me pelo ni un capítulo de “La mujer perfecta”. Sus muchas tramas conservan los rasgos característicos de toda telenovela, con la salvedad de que diálogos y situaciones son eventualmente aderezados con una pizca de poesía (la receta catódica padroniana también incluye como ingredientes humor, barrio, riqueza, traiciones y romance, reunidos en un platillo pensado para satisfacer los más diversos paladares) que por momentos deja la sensación de que uno no está ante un dramón sino asistiendo a un recital en el Teatro Trasnocho. Algunos critican que “la gente no habla así”, aunque yo no les veo nada de malo a esos parlamentos cargados de lirismo pues si las personas se expresaran como a veces se expresan los personajes de las telenovelas de Leonardo Padrón, el mundo sonaría más sabio y bonito:
- Portu -dice clienta 1 desde el área de las frutas en el mini mercadito-, ¿cómo está este aguacate? ¿Maduro ya? Digo… ¿juicioso, ecuánime, en sus cabales?
- Mi señora -responde el portu-, como escribiera una vez François Mauriac, “El tiempo siempre está maduro, la pregunta es para qué”.
- ¿Y los cambures?
- Plenos, en el clímax de su paso por este mundo que, aunque lleno de cosas tristes, también ofrece un cupito de felicidad en la que tenemos matricularnos cada mañana.
- Lux et veritas -interviene la señora de la limpieza mientras sacude con un plumero la torre de duraznos enlatados.
- Y dónde se consiguen esas planillas para optar a la alegría -pregunta retóricamente clienta 1-, porque la última que yo tenía se me acabó anoche, me la arrebataron unos malandros a las puertas del rancho y desde entonces ando con la sonrisa atorada entre los dientes.
- Es que esta ciudad, por muy buenos atletas del optimismo que seamos, es una competencia perdida desde el principio, un chubasco de cemento que nos moja el ánimo, un enemigo que se nos coló aquí -se agrega a la charla clienta 2, apuntándose con un dedo el pecho- en el mismito corazón.
- ¡Ah, el corazón! -añade clienta 1 a la vez que levanta una chirimoya como si se tratase del cráneo de una calavera-. Más que un músculo, el corazón es una emboscada, un incendio rojo. Duele, quema, ¡pero cuánto deseamos arder en esa catástrofe de la razón!
- O, como diría Petrarca -comenta el muchacho que embolsa los productos-: “Quien puede decir cuánto ama, pequeño amor siente”.
- ¡Pequeño amor siente! -repite en coro el resto de la clientela allí reunida.
- Me voy a preparar el almuerzo -se despide clienta 1- ¡Carpe diem a todos!
- Pero, señora - exclama el portu-… ¿Y el aguacate? ¿Se lo lleva?
- ¡Claro! Aquí lo llevo conmigo. Como un tatuaje.
- ¡Estos corozos están piches! -protesta cliente masculino, recién llegado.
- Pues… le digo algo, caballero: como en la vida, este mini mercadito no tiene departamento de reclamos -remata la señora de la limpieza-. Además, un corozo es un corozo es un corozo…

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

martes, octubre 5

Jefes en la mira


La tentativa de Marcia Celeste Fernández, asistente personal de Gabriela Spanic y quien por meses vertió siniestras dosis de amonio en las bebidas y los alimentos de la actriz, reanimó el temor de muchos jefes de tomar una taza de café servida por alguno de sus subalternos. No es para menos. 62.900 resultados arroja Google cuando se busca la frase “mato a mi jefe”, sobran los juegos online que simulan tan encrespada alternativa laboral, es todo un best seller el libro de ilustraciones “101 maneras de matar a tu jefe”, de Graham Roumieu; y más de un episodio de CSI se inspiró en la fiera aniquilación de ese personaje que nos gobierna la existencia de 8 de la mañana a 5 de la tarde.
No deja de sorprender la frecuencia de estos casos. En junio pasado, en la población de Cali, un vigilante no soportó que el dueño del negocio de hamburguesas lo despidiera y, en uso de la arma de dotación, lo ejecutó; en abril, en la colonia colombiana de Rosario, un chico de 17 años vació sobre su jefe las municiones del revólver calibre .38 súper; mientras que en la caserío chileno de Temuco un sujeto fue condenado a 15 años de prisión tras abatir a su supervisor por ofrecerle éste a los obreros poca carne durante las horas de almuerzo. Aquí, el Hotel Crillón y la Alcaldía de Aragua fueron recientes escenarios de cuando los empleados se exasperan de manera indecible, decidiendo poner punto final a la vida de su superior en el organigrama.
Según una investigación publicada por el periódico USA Today, cada semana de 25 a 30 jefes en Estados Unidos resultan heridos en tal tipo de desagravio, entre los cuales 1 pierde la vida. Las señas usuales de los agresores son hombre blanco, soltero, miembro de la nómina por más de 4 años, e iracundo tras ser echado o descubrirse que robó los haberes de la empresa. El estudio tomó en cuenta 224 casos más entrevistas a 18 sujetos encarcelados por cometer el colmo de las fechorías laborales. Uno de estos posesos, Larry Hansel, técnico en una empresa de electrónica en San Diego y quien hizo estallar en la oficina de los directivos sendas bombas fabricadas por él mismo, aún hoy se muestra irrefutable al momento de justificar tan feo propósito: “Volvería a hacerlo con más determinación todavía (…). Me he sacrificado yo para cambiar la directiva de la empresa”.
El asunto no es que sea nada nuevo y es una leyenda urbana que a Napoleón Bonaparte lo envenenó su asistente, que a Bolívar lo postró un farmaceuta de confianza. Se dice que hablar del jefe es el deporte nacional, pero es más que evidente que en ocasiones se pasa del comadreo a la acción, del deseo al plan vertido en el fondo de una humeante taza de café, al encuentro con el vacío apenas se abran las puertas del ascensor.


Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com