martes, octubre 5

Jefes en la mira


La tentativa de Marcia Celeste Fernández, asistente personal de Gabriela Spanic y quien por meses vertió siniestras dosis de amonio en las bebidas y los alimentos de la actriz, reanimó el temor de muchos jefes de tomar una taza de café servida por alguno de sus subalternos. No es para menos. 62.900 resultados arroja Google cuando se busca la frase “mato a mi jefe”, sobran los juegos online que simulan tan encrespada alternativa laboral, es todo un best seller el libro de ilustraciones “101 maneras de matar a tu jefe”, de Graham Roumieu; y más de un episodio de CSI se inspiró en la fiera aniquilación de ese personaje que nos gobierna la existencia de 8 de la mañana a 5 de la tarde.
No deja de sorprender la frecuencia de estos casos. En junio pasado, en la población de Cali, un vigilante no soportó que el dueño del negocio de hamburguesas lo despidiera y, en uso de la arma de dotación, lo ejecutó; en abril, en la colonia colombiana de Rosario, un chico de 17 años vació sobre su jefe las municiones del revólver calibre .38 súper; mientras que en la caserío chileno de Temuco un sujeto fue condenado a 15 años de prisión tras abatir a su supervisor por ofrecerle éste a los obreros poca carne durante las horas de almuerzo. Aquí, el Hotel Crillón y la Alcaldía de Aragua fueron recientes escenarios de cuando los empleados se exasperan de manera indecible, decidiendo poner punto final a la vida de su superior en el organigrama.
Según una investigación publicada por el periódico USA Today, cada semana de 25 a 30 jefes en Estados Unidos resultan heridos en tal tipo de desagravio, entre los cuales 1 pierde la vida. Las señas usuales de los agresores son hombre blanco, soltero, miembro de la nómina por más de 4 años, e iracundo tras ser echado o descubrirse que robó los haberes de la empresa. El estudio tomó en cuenta 224 casos más entrevistas a 18 sujetos encarcelados por cometer el colmo de las fechorías laborales. Uno de estos posesos, Larry Hansel, técnico en una empresa de electrónica en San Diego y quien hizo estallar en la oficina de los directivos sendas bombas fabricadas por él mismo, aún hoy se muestra irrefutable al momento de justificar tan feo propósito: “Volvería a hacerlo con más determinación todavía (…). Me he sacrificado yo para cambiar la directiva de la empresa”.
El asunto no es que sea nada nuevo y es una leyenda urbana que a Napoleón Bonaparte lo envenenó su asistente, que a Bolívar lo postró un farmaceuta de confianza. Se dice que hablar del jefe es el deporte nacional, pero es más que evidente que en ocasiones se pasa del comadreo a la acción, del deseo al plan vertido en el fondo de una humeante taza de café, al encuentro con el vacío apenas se abran las puertas del ascensor.


Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

No hay comentarios.: