viernes, noviembre 12

El sabrosón


Allá viene El sabrosón, trayendo consigo un cargamento de besitos para las chicas y enérgicos apretones de mano para los panas, siempre con una ocurrencia en la punta de la lengua, vivaracho, juguetón, generoso al momento de distribuir caramelitos de autoestima entre los presentes. “¡Épale, mami, tan linda hoy como ayer!”, florea a la recepcionista derretida ante el carácter zalamero de El sabrosón, ese volcán de simpaticura que deja a su paso una estela de risotadas y cachetes pellizcados.
Es él o ella (abunda también la figura de La sabrosona) el alma de la fiesta, el jocoso de la oficina o el estudiante más dicharachero en el salón de clases, alrededor de quien se reúne la concurrencia para no perderse ni un solo gesto de tan risueño showman. Y yo, que soy un perfecto aguafiestas, vacilo desde una esquina… ¿será este tipo en verdad buena gente, u otro ejemplar de la especie El sabrosón? Es difícil establecer la diferencia, y eso que he perdido la cuenta ya del número de sujetos así que he conocido en la vida y quienes me convencieron de que tal derroche de simpatía a veces no es más que otra variante de la astucia.
Mientras algunos manipulan al prójimo a partir del atractivo físico, la culpa o los conocimientos manejados en determinada área, El sabrosón recurre a la jovialidad para conseguir sus objetivos, ya sea lograr que el acreedor aplace el cobro de la deuda pendiente, filtrase entre los créditos de la tarea grupal así no haya sacado ni una fotocopia, o asistir con las manos vacías a una fiesta de contribución pero, eso sí, repartiendo a diestra y siniestra una personalidad burbujeante (¡y cuidadito con pretender desenmascararlo! El imprudente que así lo procure sólo obtendrá una antipatía proporcional a la simpatía que El sabrosón despierte entre el auditorio).
Por ser la copa que todos desean chocar, es sanguinario el duelo que se establece cuando dos integrantes de esta categoría coinciden en una misma habitación. De inmediato se reconocen entre sí, miden sus fuerzas sabrosonas; si comparten condiciones similares quizá decidan establecer una alianza e instalar alrededor un bochinche afín o, de ser notoria la superioridad del uno sobre el otro, el menos hábil se retirará al balcón a fumar melancólicamente la derrota.
Sin embargo, hay una única situación en la que El sabrosón pierde la compostura: desafiado por alguien inmune a tanto salero y palmaditas en la espalda, alguien negado a prestarle el carro o a concederle cualquiera clase de favor solicitado con una mano sobre el hombro, a El sabrosón se le apaga la sonrisa, por un instante su mirada arroja una oscuridad pavorosa y apenas si resiste seguir parado ahí, desnudo, arruinado su atuendo de oveja radiante.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

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