martes, noviembre 30

Fotos de viaje


El sol agoniza, hay que apurarse, la familia trepa los escalones del fortín desde donde se dominan los prestigiosos atardeceres de la bahía de Juan Griego, pero a su arribo a la cúspide se encuentra con que otros turistas ya ocupan las locaciones ideales para la sesión fotográfica, los cañones que apuntan al mar. Tras algunas miradas de impaciencia y sonoros carraspeos dirigidos a los enamorados que se besuquean sobre las piezas de artillería, el padre instala por fin a su esposa e hijos en un punto estratégico de la atalaya y emprende la brega en la que ejerce los roles de fotógrafo y director artístico, señalando a sus modelos las poses idóneas: la hija adolescente que deje por un momento la cara de fastidio (“¡ríete, chica!”) mientras la madre preside la estampa y sujeta por un hombro al menorcito para que se mantenga dentro de los límites del encuadre.
El atardecer detona sus mejores fuegos, pero no hay tiempo para el presente pues viajar con una cámara es viajar en función al futuro. El señor aprecia sólo a través de la pantallita del aparato el banquete solar servido al fondo, sabe que visitar un paisaje arrebatador sin traer de regreso su registro visual es como no haber salido de casa, tampoco es conveniente dejarle a la memoria todo el peso de los recuerdos, por lo que los viajeros anteponen el testimonio gráfico de la vivencia a la vivencia misma, y posan de espaldas al sol.
El fotógrafo doméstico asume su tarea con el mismo fervor de un profesional, derrochando gestos de victoria ante las composiciones que integrarán la exhibición pautada no para el regreso de la travesía sino para dentro de unos pocos minutos. Las cámaras incorporadas a los teléfonos móviles ofrecen el milagro de presentar a quienes están lejos el álbum fotográfico a medida que éste se va construyendo, las imágenes parten una tras otra desde el paisaje donde fueron concebidas hacia los buzones electrónicos de amigos y familiares o, mejor aún, son publicadas en una red social para que el mundo sea testigo de la consecución de un magnífico bronceado; y aunque pueda decirse que tan eficiente avance tecnológico anula el festín de tragos y bocadillos servidos en el salón de la casa al momento de compartir las fotos de viaje, que ahora no puede verse en el rostro de los espectadores la admiración (o el disimulado aburrimiento) ante el dramatismo de una ola o el juego de azules que forma una nube sobre las aguas, el progreso ofrece a cambio, eso sí, el servicio de los mensajitos de texto.
Antes de que las últimas luces desaparezcan el jefe de familia solicita a un extraño que lo retrate en compañía de los suyos; el ahora modelo observa feliz el ojo de la cámara y aunque desde la superficie suele pensarse que sonríe para quienes contemplarán más tarde la foto, no hay que tener mucha ciencia para deducir que secretamente le sonríe a su reflejo, se está sonriendo a sí mismo, saborea ya el intercambio de miradas consigo mismo cuando mañana, luego de poner en el salvapantallas del PC su imagen favorita, desatienda ciertas obligaciones para repasar por un instante esta tregua naranja y sentir de nuevo la arena caliente bajo los pies, la cara contra el viento, el atardecer de la bahía de Juan Griego cayendo de golpe en medio de la oficina.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente.