martes, junio 29

Mercadearse


Las mujeres no se dan abasto. Si el marido es un zángano al que le disgusta eso de buscar empleo, su mujer, parada al pie del chinchorro mientras sacude enérgicamente una de las cabuyeras, insistirá con el típico “¡Chico, sal a trabajar!”; pero si el sujeto se afana de sol a sol y pasa las de Caín para ganarse la subsistencia, entonces la misma mujer exhortará con igual afán que en el primer caso: “¡Chico, sal a mercadearte!”, revelando así que las técnicas del marketing no son de uso exclusivo de fundaciones, empresas privadas u organismos públicos, sino que están ahí para ser aplicadas hasta por el más asalariado de los trabajadores.
Y es que un trabajador puede ser muy hacendoso y hasta excepcional en su desempeño pero si olvida cultivar las nociones mercadotécnicas básicas, nada que levantará cabeza en el business, principio seguido diligentemente por el buhonero que mediante el cartel del “3x2” promociona sobre la acera su provisión de quemaítos, como por el artista presto a salir publicado en los periódicos, entrevistado en la radio, retratado en compañía de quienes baten el cobre dentro del ámbito en que aquél se desempeñe, es decir, cualquier hueco donde quepa su cabeza es un espacio potencial donde mercadearse.
No sólo involucra cuestiones laborales y la recién divorciada que remoza su apariencia con botox más un guardarropa escotado, está empacando el producto para reinsertarse en el mercado amoroso; ¡ah!, y los feos, a quienes la Madre Naturaleza especializó en la ciencia de conseguirle demanda a una mercancía con visibles desperfectos. La seducción no es más que otro capítulo de Kotler: un caballero cruza las puertas del centro nocturno y da una ojeada alrededor (segmentación de las audiencias), revisa el contenido de su cartera (estudio del costo variable promedio) antes de solicitar a un mesonero (alianza estratégica) enviarle un trago a la moza (distribución selectiva) sentada (en pre-venta) al otro lado de la barra, quien acepta la invitación (aceptación de la marca) con boquiabierto entusiasmo (posicionamiento impelable).
Tampoco los aportes de la mercadotecnia son únicamente para provecho de quienes trabajan por su cuenta, y a todo empleado de nómina le conviene ceñirse con esmero. Cuando usted elabora un informe en la oficina… ¿lo desliza callada y eficientemente sobre el escritorio del jefe? Terrible error ¡Tome un extracto y péguelo -firma destacada con resaltador- en la cartelera corporativa! ¿Le sustituyó el tóner a la fotocopiadora pero no se lo dijo a nadie? ¡Con razón no ha salido de abajo! Sáquese una foto junto al perol y publíquela en Facebook o anuncie en Twitter el prodigio. Haga bulla, déjese advertir, sea su propio spam, promociónese, en fin, mercadee el sudor de su frente para salir de las tinieblas al estrellato laboral.
Quizá otros se desempeñen mejor que usted en los asuntos profesionales, pero no hay de qué preocuparse: a veces el éxito depende de la excelencia y a veces de quien toque más fuerte su propia fanfarria.

martes, junio 15

Crepúsculo al descubierto


Así como ocurrió con el libreto del final de Harry Potter, recientemente el grupo de guionistas de la última parte de “Crepúsculo” (cuya tercera entrega se proyecta en el país esta semana) dejó abandonado en una cantina el manuscrito de 118 páginas donde se revela el desenlace de esta epopeya vampírica contemporánea. A las pocas horas, ya el material circulaba por Internet, contratiempo ante el que la escritora Stephenie Meyer comentó al New York Times que no ahorraría esfuerzos hasta dar con los responsables. Como uno no es escaparate de nadie, reproducimos en estas líneas la escena final; así que si usted es fan de esta odisea plena de vampiros lánguidos, papeaos hombres lobo y -según se desprende del guión profanado- demás bichos legendarios del séptimo arte, detenga aquí la lectura en aras de mantener intacto el ensueño romántico de la saga.

Cocina llena de humo de cigarro. Varias latas de cerveza tiradas en el piso. Se observa a Edward, Frankestein, La Momia y al Hombre Lobo sentados alrededor de la mesa improvisada rápidamente para un partido de dominó:
- Edward: Panales, ¡chola que ahorita llega la cuaima!
- La Momia: Ay, papá, tas´ sometío. ¡Qué vergüenza para el gremio!
- Edward: No es para menos. Es que el oficio ha cambiado mucho últimamente y lo de aterrorizar se pone cada vez más dificultoso.
- La Momia: ¿Y eso? ¿Por Blade? ¿Buffy la cazavampiros? ¿Van Helsing?
- Hombre Lobo: No, camaradas, es el malandraje desatado. Ya no puedes salir tranquilamente a aullar en las noches de luna llena, ni siquiera en las de luna nueva, creciente o menguante, porque igual sales atracado. Me da un susto.
- Frankestein: Pero termina de decir, Edward… ¿cómo haces para que el cabello te quede así? ¿Te lo secas con secador o con plancha? Y esos reflejos… ¿son naturales o te hiciste las mechas?
- Edward: El secreto es una mezcla de acondicionador con aceite de jojoba, baba de caracol y…
Edward no ha concluido su disertación cosmetológica cuando un fuerte portazo se escucha desde la otra habitación. Bella entra a la cocina. Con gesto de repugnancia ante aquel zaperoco:
- Bella: ¡Qué bonito, no! Sinceramente. Una no se puede descuidar porque, no sólo te me gastas todo el protector labial, sino que me llenas la casa de amigotes.
- Edward: Sólo pasaron a saludar antes de recalar donde El Fantasma de la Ópera.
- Bella: Y tú… (dándole un coscorrón a El Hombre Lobo) ¡Mira el pelero que me has regado por el piso!
- Hombre Lobo: Eso no me decías antes…
- Bella: Ni me acuerdes ¡Es que una tiene un tino para los hombres! No me podía conseguir a uno normalito ¡Nooooooooo! Sino que, de safrica, vengo a empiernarme con un vampiro y, para salir del despecho, con un licántropo. Puras joyitas.
- Edward (en tono conciliador): Mi ciela, no me hagas pasar la pena. Por cierto… ¿Me trajiste las morcillas que te pedí para cenar?
- Bella: Y con qué, si en todo el santo día tú no mueves ni un colmillo para traer un kilo de venado, man que sea un litrico de leche así sea de esos de PDVAL ¡Chupasangre!
- Hombre Lobo (propinándole un leve codazo a La Momia): De la que me salvé…
- Bella: En definitiva ¡Calabaza y cada quien para su casa! Me voy a ver la novela y, cuando regrese, no quiero ni una venda, ni una cicatriz, tornillo o gota de sangre en la cocina ¿Me entendieron?
- Los bichos legendarios (al unísono): ¡Sí, señora!
- Frankenstein (al oído de La Momia): La propia Alien.

martes, junio 1

Retrato de articulista


Si usted está pensando en dedicarse a escribir artículos para la prensa, ha de resolver con esmero el probablemente mayor desafío que implica dicha tarea: tomarse la foto que acompañará a sus escritos. No es cosa de acudir al estudio fotográfico de la esquina para sacarse una tipo carnet y ya, no señor o señora; mucha de la credibilidad de un artículo deriva del retrato del articulista, ese género fotográfico merecedor de cuidados casi científicos para así generar entre los lectores la debida impresión.
El rostro es la región protagónica en esta categoría, por lo que corresponde tomar ciertas precauciones destinadas a encubrir ante el lente fotográfico posibles desvaríos. Si es usted de papada pronunciada, coloque una de sus manos justo debajo de la barbilla para sostener, como quien no quiere la cosa, la piel suspendida a esta altura; o, si su rostro es asediado por las denominadas líneas de expresión, no dude en formar una letra L con los dedos pulgar e índice de la mano derecha o izquierda, usted elige; pero siempre conformando un arco mediante el cual el mentón se apoya sobre el pulgar mientras extiende el dedo índice hacia la zona superior de la mejilla con el fin de contraer la epidermis del pómulo en dirección opuesta a la seguida tradicionalmente por la fuerza de gravedad. Claro, procure no cubrirse mucho, que el objetivo de la foto que acompañará su artículo es -además de infundirle autoría facial a lo escrito- conseguir que lo reconozcan en la calle.
Pasemos ahora a seleccionar el gesto acorde a la temática por usted tratada. No posa de la misma manera quien escribe de danza y quien escribe de política, ni tampoco si el estilo de la columna sigue un curso optimista o un matiz claramente apocalíptico. En esta última circunstancia, ha de mirar al fotógrafo con una expresión vencida por una mezcla de odio y desesperanza, como si acabara de reclinarse sobre la butaca del dentista, para seguidamente reunir sus pensamientos alrededor de asuntos terribles tales como el derrame petrolero frente al Golfo de México o el abominable capítulo final de Lost. Sería un toque brillante si, al momento de asistir a la sesión fotográfica, usted es importunado por un estreñimiento sombrío.
Abundan los truquitos para acentuar su apesadumbrada sabiduría y ese carácter suyo siempre inmerso en las honduras del mundo. Se recomienda no dormir durante la noche anterior para así lograr unas bonitas ojeras, recuerde dejarse la barba poblada para el clic, y si usa espejuelos, colóqueselos; si no usa, pida unos prestados.
Aunque el propósito último es inmortalizarse en un avatar enigmático, siempre hay posibilidades de innovar el complejo arte de la fotografía de articulista de prensa, ya sea que recurra a la muy en boga técnica 3D o -si cuenta con los servicios de un fotógrafo experimentado- solicite ese tipo de foto donde los ojos del fotografiado siguen al espectador a donde quiera que éste se mueva. Muy a lo Mona Lisa. Eso sí: si desea que las opiniones de su columna sean tomadas en serio, ¡por nada del mundo se arriesgue a sonreírle a la cámara!, que cuando tal insensatez salga impresa será como sonreírles a los lectores. Si es ésa su descabellada elección, mejor entonces no ponga nada.