martes, febrero 1

Romances de oficina


En ocasiones el 14 de Febrero se traspapela con el 1 de Mayo y -según The Wall Street Journal- casi la mitad de los empleados ha mantenido un romance con una compañera de labores, circunstancia que para mí resultó tremendamente afortunada (hace casi 20 años quedé prendado de la morena de ojos verdes que cada mañana llegaba al escritorio situado frente al mío) y que depara beneficios tales como compartir la vianda a la hora del almuerzo o costear las visitas a la heladería con los cestatickets percibidos por ambos. Trabajar es muchas veces un fastidio, por lo que incentiva sazonar la jornada con una pausa de besos clandestinos en el salón de la fotocopiadora.
El coqueteo laboral se inicia ofreciéndose a abastecer con frecuencia y galanura la engrapadora para, a medida que avanza el idilio, generar en torno un animado clima organizacional donde el resto de la nómina goza un puyero compartiendo junto a la mesita del café sus meticulosas observaciones (“¿viste que esos dos tortolitos vinieron hoy con la misma ropa de ayer?”). Y como toda historia de amor que se precie, los romances de oficina también afrontan adversidades: aunque recientes estudios apunten que este género de relación cruzada incrementa la productividad en las empresas, los departamentos de Recursos Humanos todavía la miran con malos ojos pues, ciertamente, los compañeros de trabajo y a la vez de cama tienen día y noche para hablar mal del jefe.
Sigmund Freud sostuvo que lo que define a un hombre sano es su capacidad de amar y de trabajar, pero cuando ambos dominios se superponen sin la debida cautela afloran no pocos percances como que las invitaciones a cenar se concretan casi siempre en el cafetín, se invierte una pequeña fortuna en emperifollarse cada día para ir a trabajar como si se tratase de una cita, cuando se aspire a salir de farra con los compinches queda al desnudo el viejo pretexto de “hoy no nos vemos porque tengo mucho trabajo”, y si ella o él no son precisamente unos colosos entre las sábanas, hasta la ascensorista se entera. Con tales rasgos, no es difícil imaginar una plática entre amantes/compañeros de trabajo en pleno amorío a la hora del burro:
- Espera un momento -dice ella entrecortando una caricia-… ¿le enviaste el memo a Martínez?
- Por supuesto, chinchetica de mi alma; ya tramité eso con la recepcionista.
- A la que, por cierto, te mantienes escaneando. No creas que no he visto cómo le llevas tóner y Post-it a cada momento.
- La pobre anda salario mínimo porque estropeó la cafetera.
- ¿Y acaso tú eres del departamento técnico?
- Y tú qué criticas, o crees que se me olvidó aquel par de horas que te perdiste con el gerente durante el juego del amigo secreto…
- Claro, si ahora no me sacas ni para la reunión del sindicato.
- Te juro entonces que esta noche nos vamos solos tú yo a donde los chinos, pero ahora jubila los celos y abóname un besito extra.
- Solo si prometes no seguir conferenciando con la recepcionista, esa calculadora.
- No lo dudes, mi caja chica. Y recuerda siempre que tú eres la única tesorera de mi corazón.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

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