martes, marzo 15

La “mente”


Tras recoger el auto del taller mecánico piso el acelerador y corro a casa, alentado por el ángel de mi señora que llama para anunciarme que está por sacar del horno chuletas en salsa de duraznos, mi platillo favorito y que a ella, todo un sol, le queda de rechupete, al igual que las masitas de chocolate y los besos inesperados entre muchísimos detalles más ofrecidos con ternura durante las últimas semanas en las que se nota su esfuerzo por reanimar esta relación que creíamos perdida, ofrecernos otra oportunidad y superar las desilusiones que poco a poco malogran a toda pareja de años. Como una manera de retribuir tanta abnegación, prometo atender sus ruegos y cederle espacio, renunciar a mis hábitos insoportables como dejar la toalla mojada sobre la cama y hacerme una mente por todo, manía esta que me ha costado más de un empleo y no pocos amigos, sin contar por supuesto las furiosas discusiones por andarla acusando a ella de revolcarse con el carnicero y hasta con el mecánico que me arregla el carro ¡Válgame dios! Si ese sujeto es un caballero incapaz de tamaña infamia; además, si tuvieran un jujú no cometería el descaro de preguntar por mi señora cada vez que llevo el auto al taller… aunque, pensándolo bien, ella también pregunta por él siempre que regreso de allí. Y eso es muy raro, que la mujer de uno exprese aunque sea un pequeño interés por el mecánico que te arregla el carro es la cosa más extraña de este mundo, no, no, no, desde luego que se trata de otra de mis alocadas especulaciones. Pero… ¿y si no son especulaciones? Se ha dicho, a los paranoicos también los persiguen ¿Y si a mis espaldas ambos mantienen un romance? Es improbable… pero no imposible. Veamos. Ella lleva su auto al mismo taller. Y sola. Y por tonterías como examinarle el aire a los cauchos, cosa que bien podría resolver en una estación de gasolina ¡Qué estúpido he sido! Es que no hay que ser un lince para imaginarlos retozando en aquel grasiento cuchitril. O en mi propia cama, ¡sobre la toalla mojada!, aprovechando mi ausencia para sus vagabunderías y quién quita si hasta para organizar los detalles de una conspiración en mi contra. Las cuentas encajan: yo con el colesterol por los cielos + chuletas = la tipa procura obstruirme las arterías para provocarme un ataque cardiaco y así quedar a sus anchas con el tercio de su amante, pero se equivoca si piensa que se saldrá con la suya, me las va a pagar, ya verá; apenas yo llegue a casa la obligaré a confesar su traición y si corre sangre, ¡pues que corra!, al carajo con las masitas de chocolate y los besos inesperados entre muchísimos detalles más con los que súbitamente busca recuperar esta relación que ya creímos acabada. Ahora, y estudiando con detenimiento el conjunto de posibilidades, he de admitir que el presunto bochinchito quizá no sea más que otro de mis delirios provocados, como ella dice, por esta mala costumbre de hacerme de todo un coco ¡Qué imaginación la mía, señores! Si hasta he de darme con una piedra en los dientes por tener a mi lado a ese sol, a ese ángel, así que lo más sensato es detenerme por ahí a comprar el vinito que tan bien combina con las chuletas en salsa de duraznos y en cuanto llegue a casa, eso sí, llamar al mecánico para reclamarle en muy buenos términos, no faltaba más, el porqué olvidó ajustar apropiadamente los frenos del carro.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

1 comentario:

Yudith Valles de Perez dijo...

Excelente terapia! Dejar que salga de esa mente cochanbrosa que todos tenemos, esos feos pensamientos, eso si de vez cuando... Saludos y besos!